Tanto las mayorías populares de la Argentina, como de los demás países de América Latina nos encontramos transitando hoy un momento excepcional. Con mayor o menor intensidad, asistimos a cambios importantes en las diversas regiones , al mismo tiempo que avanza un proceso de unificación, como lo soñaron nuestros grandes capitanes de la gesta libertadora del siglo XIX. Pero, por sobre todo lo que se está concretando, quizás lo más importante, es que nos reencontramos con la Esperanza, es decir, vivimos una época en que cada vez nos convencemos más que estamos avanzando en la concreción de aquellos viejos sueños de Liberación y de Igualdad, que ya van dejando de ser sueños y utopías para convertirse en realidades.
Venimos, es cierto, de años de derrota y frustraciones, de violencias y subordinación, de destrucción de valores y de hondas caídas en escepticismos paralizantes. Por esta razón, queda y mucho por andar todavía, pero lo cierto es que caminamos firmemente hacia una meta de progreso nacional y social.
Esto se percibe especialmente en el fuerte grado de repolitización que se observa en la sociedad latinoamericana. Si algo es indiscutible para cualquiera que tenga cierta receptividad a los fenómenos sociales es que los hombres y mujeres del pueblo están insertos en una búsqueda, en una urgente necesidad de saber quiénes son, por qué están como están y cómo salir adelante.
Quizás debamos reconocer que gran parte del mundo de la política y de la vida intelectual no parece percibir la importancia de estos días y prosigue empantanado en las míseras chicanas, en el vuelo bajito de la componenda electoral o de la rutina a las viejas ideas. Pero especialmente en los liderazgos populares y entre los trabajadores y los sectores juveniles es indudable la intención de desasirse de viejos mitos y leyendas, un ansiedad muy fuerte por construir lo nuevo, una certeza de que la gran victoria sobre las fuerzas retrógradas es posible, necesaria… y cercana.
Una prueba de lo que decimos son las charlas y debates que se renuevan permanentemente con interrogantes profundos, con miradas elevadas, persiguiendo objetivos concretos donde colocar los esfuerzos militantes.
Las semblanzas biográficas que integran este libro provienen precisamente de ciclos y cursos a los cuales ha concurrido un número muy importante de compatriotas, no a escuchar pasivamente, sino a participar asintiendo o disintiendo, interrogando y evaluando, poniendo las viejas verdades en la cuerda floja y cruzando tácticas y estrategias para ganar un futuro.
En esos debates, muchas veces me ha parecido que no nos preguntaban a los oradores, sino que el interrogante iba dirigido más allá, quizás a los hombres y mujeres que rescatábamos en las charlas y me vinieron a la memoria aquellos versos que Cátulo Castillo le hacía decir a Enrique Santos Discépolo, fallecido hacía unos pocos años: “Yo, que no puedo ya hablar…te digo que soy tu amigo y tiro el carro contigo”. Una percepción semejante tuvieron algunos de los oradores con los cuales realizamos los cursos y eso nos convenció de que al continuar la lucha de aquellos que se jugaron por la Patria y por el Pueblo, estábamos respondiendo a un reclamo de los militantes, que iban al rescate de aquellos maestros silenciados por la prensa, las academias y los colegios, para que los ayudaran en la tarea de encontrar el camino correcto. Por eso nos entusiasmamos con estos cursos y los repetimos en diversos lugares, pretendiendo – perdone el lector la vanidad- darles voz a los que ya no la tienen, recuperando sus conceptos, sus definiciones, a veces sus imágenes, sus poemas o su ejemplo de conducta. Traerlos aquí de nuevo, a un centro cultural del suburbano, a un teatro céntrico, a un sindicato, para que nos dieran otra vez sus enseñanzas, para que nos ayudaran a todos –a los responsables de los cursos en igual medida que a los asistentes- con sus experiencias de lucha, con su capacidad para afrontar el silenciamiento o la calumnia sin desalentarse, con la pertinacia imbatible, hasta con cierto grado de fanatismo para reafirmarnos en aquello de que el Pueblo siempre vuelve, a pesar de los bombardeos, los ametrallamientos, los secuestros y las torturas.
Con esa óptica se armaron estos ciclos de charlas y con esa misma óptica los convertimos ahora en un libro, ayudando a que no se apague nunca la mordacidad de Jauretche y de Ramos “para combatir alegremente”, ni la rigurosidad de Hernández Arregui, Scalabrini Ortiz y Puiggros, ni la combatividad de Cooke, Tosco y Walsh, ni el espíritu latinoamericanista de Ugarte, ni los poemas de Manzi y de Discépolo, ni la pasión por curar que sostuvo Ramón Carrillo, todos ellos hablando, conversando, discutiendo, con “los hombres de Carpani”, con sus pómulos salientes, su mirada amenazante y sus puños de piedra.
Así intentamos recuperárselos, amigo lector, no desde la conferencia ‘magistral’ ni desde el libro denso y complicado, sino como si se tratase de viejos amigos a los que sentamos a la mesa de café para que nos ayuden en esta búsqueda, para que nos den, de nuevo, sus extraordinarios aportes y nos vuelquen su experiencia con la debida autocrítica porque el enemigo no perdona cuando nos equivocamos.
Esas charlas quedan en compañía de ustedes. Tal como salieron, espontáneas, sin afinar los conceptos ni pretender verdades absolutas, porque sabemos –y nos ha costado aprenderlo- que la verdad no viene en envases adornados, ni vestida como para concurrir a un baile de embajada, sino que anda por las calles, en alpargatas y seguramente con las rodillas peladas por algún tropezón producto de la ansiedad por alcanzar la meta y también transpiradas y seguramente con una vincha en la cabeza, como avanzan los pueblos y por eso mismo, porque son verdad, ganan la partida.