Por Fernando Esteche
La escena de la lectura del fallo absolutorio al policía fusilador Luis Chocobar hablaba por sí misma. En apariencia como personajes secundarios aparecían entre el público los protagonistas de la construcción discursiva de ponderación de una limpieza social ética y estética; el virulento Waldo Wolf y la mujer de cuna oligárquica Patricia Bullrich Luro Pueyrredón.
La historia nos muestra personajes que en una trampa social auto exculpatoria pretendemos patológicos. Son personajes contingentemente históricos, productos de su tiempo, expresiones de su tiempo. No hubieran sido posibles ni Hitler, ni Mussolini, ni tantos otros sino hubiera un contexto internacional y nacional, de validación social que sostuviera su emergencia.
Esto lo decimos a los efectos de ponderar con justipreciación a cada uno de estos gestos aparentemente inocuos, y contra nuestra ilusa pretensión de que no representan los valores sociales consagrados.
La actual ministra de seguridad, Sabrina Frederic, sostenía cuando analizaba la política pro-securitaria del macrismo que se trata de un “clima de época y de un proceso social de individualización y de desconfianza interpersonal”.
Lo cierto es que más allá del terraplanismo, de las narrativas de inoculaciones perversas mediante las vacunas anti-covid, de los que sostienen que la pandemia es simplemente y solamente un ejercicio de meta-control social; de las imposturas más exageradas de la corriente que expresa todo lo antipopular; mucho más allá de la exageración, está el sector moderado de esta corriente que se vuelve como tal más peligrosa, más efectiva, que es la verdadera alternativa de gobierno y de dirección intelectual en nuestro país. No hubiera habido Hitler sin Röhm, ni Mussolini sin D´Annunzio. No hay Larreta sin Wolf-Bullrich.
Nuestra tesis estructurante es que este pensamiento no es privativo de un partido político o de una administración gubernamental determinada, sostenemos que hay un sustrato social que pondera la construcción de Orden y Normalidad mediante la exterminación, y la limpieza ética y estética de la sociedad; esto puede tener discursividades en el nivel de la filosofía, del sentido común y del folcklore, en un complejo dispositivo que articula la producción social a partir de la gestión del miedo a la otredad.
El caso Chocobar es a penas la expresión arquetípica de una lógica política encarnada en sectores sociales de la Argentina. Si uno se anima a un repaso breve se agolpan imágenes de escenas similares más o menos procaces, más o menos bestiales, pero todas como manifestación de la misma lógica. Los asesinatos en la toma de tierras en el Parque Indoamericano; la represión en el Hospital Borda; el apaleamiento a jóvenes y niños murgueros de la Villa 1-11-14 ni bien asumido el macrismo; la represión ante protestas en las empresas Cresta Roja y Pepsico; «gatillo fácil» o violencia institucional, contra Facundo Ferreira, un nene tucumano asesinado de un balazo en la nuca por un policía que pensó que Facundo circulaba “de manera sospechosa”, días después de que el Presidente recibiera en su oficina a Luis Chocobar; el intento de homicidio del joven Facundo Agüero de 22 años en Neuquén, puesto en estado de coma tras la golpiza de un grupo de policías luego de haber sido acusado de robar un perfume cuyo ticket de compra tenía en el bolsillo; la lista puede hacerse extensa e insoportable, porque nos expone.
Cuando a Jaime Durán Barba, principal asesor de Macri, le preguntaron sobre Chocobar afirmó que la gente en las encuestas pide “brutalidad” contra los delincuentes e incluso pena de muerte. Similar perspectiva plebiscitaria planteó en el posicionamiento del gobierno frente al encarcelamiento de la dirigente social Milagro Sala. Según dijo Macri:
“A la mayoría de los argentinos nos ha parecido que había una cantidad de delitos importante que se habían cometido por parte de Milagro Sala que ameritaban todas las causas que tiene abiertas. Es importante que este entendimiento y esa información sea compartida con el mundo”.
Las sobreactuadas arengas marciales de Sergio Berni, de quien todos afirman que “está puesto por Cristina”, frente a la tropa formada de La Bonaerense, y la justificación de la necesidad de una mano dura como propia para contrarrestar el “efecto Bullrich” evidencian, en el mejor de los casos, asumir que existe una porción de la sociedad que acepta y celebra la construcción de Orden y Normalidad desde la abierta gimnasia represiva policial, antipibe, antipobre, antiotro; gestión del miedo, administración del espanto.
Dos chicos intentan robarle una cámara de fotos a un turista “gringo” que paseaba por la escenografía para turistas que es “Caminito” en La Boca; un policía de otra ciudad que andaba por la zona los ve y sale en su cacería, les dispara, mata a uno por la espala y lo remata cuando el cuerpo ya está exánime en el piso. Al otro pibe que intentó robar la cámara de fotos lo condenaron por ese hecho a 9 años de su vida encerrado en los penales argentinos. Al policía que fusilo por la espalda y remató al chico en el suelo le dieron dos años en suspenso, en una condena que parece más una absolución. A Milagro Sala que construyo miles de viviendas en Jujuy al punto de haber cambiado el paisaje urbano y suburbano del lugar la condenaron a 18 años de prisión.
Foucault es quién dice en La Verdad y Las Formas Jurídicas que “entre las prácticas en las que el análisis histórico permite localizar la emergencia de nuevas formas de subjetividad, las prácticas jurídicas, o más precisamente las prácticas judiciales, están entre las más importantes”. El párrafo anterior da cuenta claramente de lo que se trata y no sirve hacerse la ilusión de que son resoluciones excepcionales de un Poder Judicial colonizado, que lo es, pero no hay que perder de vista ese racismo, clasismo, esa gestión del temor que vuelve peligrosos a quienes sienten que tienen que defenderse de hostilidades fabulosas.