Pedagogía de la persistencia

La expansión 2015-2019 como resistencia al patriarcado neoliberal. La institucionalización maniatada. La ampliación de la interseccionalidad y de la representación de los feminismos. El riesgo de abarcar mucho, apretar poco y perder el plan de acción colectivo. La determinación política de persistir: el método de seguir con el problema hasta dar vuelta los resultados. La esperanza en el horizonte.

Escriben Hoya, Manuela
Nuñez Rueda, Ana Laura
Octubre 2022, desde San Luis

El salto político

Por primera vez en su historia, en el año del loco, el Encuentro es por partida doble: octubre y noviembre. Una fractura expuesta gestada al calor de la disputa por el alcance y la representación de los feminismos, así como por el hermanamiento con otras luchas. La expansión del movimiento que se dio a partir del Ni Una Menos en 2015, apoyado en las conquistas consagradas durante el gobierno de CFK, pronto se tiñó de verde con la masificación del reclamo por el aborto legal y salpicó a los partidos políticos, los movimientos sociales, indígenas, campesinos, los sindicatos, las fuerzas vivas de la sociedad, las empresas, los vínculos personales, la producción rural. La vida entera: subió la marea, trastocando todo.


Durante la reedición neoliberal de la gestión cambiemita, frente a las políticas de austeridad -especialmente agresivas con las mujeres y las diversidades- los feminismos se robustecieron en las calles y se involucraron en las controversias sobre la pobreza, la deuda y la precariedad. Además, en esos años de embate, el movimiento ganó músculo político avanzando con la paridad de género en las listas partidarias nacionales, con la Ley Micaela como política para los tres poderes del Estado y con el debate por la legalización del aborto -como el gran punto de inflexión a pesar de que faltaron 17 votos para su institucionalización-. El auge de esta ola se palpó en el Encuentro de 2019 con cerca de 200.000 compañeres en La Plata, cuando se decidió que el próximo sea Plurinacional y con las disidencias visibilizadas en el nombre de la convocatoria. En esa oportunidad, a días de las elecciones presidenciales, una parte importante de los feminismos movilizó sus esfuerzos en apoyo a la fórmula del Frente de Todos. De hecho, por primera vez, se organizó el Encuentro de Mujeres Peronistas en la casa del Partido Justicialista que reunió a más de 500 militantes de distintos puntos del país para convocar a votar al FdT y así realizar el modelo de país federal, inclusivo y con justicia social que ese feminismo reclamaba. Se trató de un definitivo un salto político que

a)empezó a resquebrajar la pretendida “no intromisión de los partidos políticos” -regla que aplica solamente para excluir a las expresiones peronistas- y que sigue vigente hasta hoy, cuando se reafirma que los principios del Encuentro son “la autonomía, la independencia y la autogestión” como si las conquistas fueran, estrictamente, una consecuencia de la pelea ciudadana;


b)diversificó la agenda, más allá de los límites violetas, sumando luchas hermanas y trascendentes como la discusión sobre el FMI y la deuda, replicando el paro como repertorio de acción colectiva para discutir la producción y distribución de la riqueza, así como la centralidad del capital por sobre la vida misma. Más aún, el involucramiento de otras identidades de género y sexualidades en la batalla contra el patriarcado, complejizó la pelea haciéndola más interseccional y reafirmando la necesidad de conquistar el poder.

Esta maduración expresaba un acercamiento entre las preocupaciones de los feminismos y las de la gente de a pie. Un fenomenal crecimiento en la capacidad de representar que se derivó, entre otras cosas, del incansable ejercicio de la persuasión, así como de tener un plan de acción y un programa político general. Esto, en parte, explicó la masividad del movimiento, así como la injerencia para que se aprobara la IVE y se creara un Ministerio propio a nivel nacional, animando a provincias y municipios.


Dos semanas después, el triunfo del FdT cristalizó las esperanzas de buena parte de los movimientos sociales que venían enfrentando la austeridad macrista. Haciéndose eco de la agenda feminista, que lo había catapultado al poder, se creó el Ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad. Elizabeth Gómez Alcorta asumió como la Ministra: una abogada penalista, miembro fundadora de la Sociedad de Abogados de Derechos Indígena (AADI) e integrante del CELS. Con una larga trayectoria en funciones del Poder Judicial, buena parte de su carrera se orientó a la defensa de los Derechos Humanos desempeñandose como abogada querellante en casos de delitos cometidos por militares, civiles y empresarios durante el terrorismo de Estado. De la defensa a Milagro Sala y a Facundo Jones Huala, se involucró en la vida política partidaria dentro del Frente Patria Grande en el 2015. Su fuerte impronta académica y su vasta trayectoria en otras áreas, se combinó con una perspectiva que hacía hincapié en que la transformación debe darse en el plano ideológico-cultural más que en el de las instituciones. Con poca participación en las luchas y conquistas en tiempos de resistencia feminista, su designación generó desconcierto y descontento en parte de la militancia que tenía otra expectativa en relación a la figura que ocuparía el nuevo Ministerio. Aun así, se puso al hombro la construcción de la institucionalización del feminismo en el preciso momento en que la pandemia agravaba las violencias y desigualdades sobre las mujeres y las disidencias y, peor aún, encontró severas limitaciones de un Estado maniatado, pero también de un Ejecutivo que no quiere ejercer.


Un año más tarde, en medio del aislamiento y cuando la gestión de Alberto Fernández aún entusiasmaba, el proyecto de legalización de la Interrupción Voluntaria del Embarazo se transformó en ley. Esta hazaña tenía sus cimientos en los Encuentros de 2003 y 2004 en los se afirmaban la necesidad de una campaña nacional en favor del aborto: convicción que se concretó con el lanzamiento en mayo del 2005 y, desde entonces, los pañuelos verdes funcionaron como contraseña de la militancia feminista. El 29 de diciembre de 2020 las vigilias a lo largo y ancho del país se colmaron de algarabía. Era ley. Días más tarde, el Presidente exclamó que se había derrotado definitivamente al patriarcado. Sin embargo, en su zigzagueo habitual, también argumentaba que el Estado, tras la experiencia neoliberal y la pandemia, había quedado debilitado o impotente. Y este discurso recurrente del “no se puede” como respuesta frente a los desafíos de la hora entra en contradicción con lo aprendido durante la socialización política en tiempos de kirchnerismo. Desmoraliza, frustra y achancha a la militancia que vivió y recuerda que se pudo.


La virtualidad del Encuentro en el 2020, se repitió en el 2021 con charlas, intervenciones en las redes sociales, festivales culturales y artísticos, asambleas y movilizaciones en algunos puntos del país. Fue un intento por sostener la llama viva de un hecho social y político observable únicamente en esta tierra, porque ciertamente no existe otro lugar en el mundo en el que las mujeres, lesbianas, travestis, trans, bisexuales, intersexuales y no binaries se junten tres días seguidos a polemizar sobre los temas urgentes de cada año, desde hace 36 años.


Hoy, cuando la tenacidad del FMI y las consecuencias de la pandemia yacen sobre una estatalidad destrozada por el neoliberalismo cambiemita; cuando los Estados tienen menos injerencia frente a la globalización, menos recursos y menos funciones; cuando el mundo entero ve crecer a las derechas anti-política, anti-democráticas y anti-derechos; cuando todo esto hace paisaje en la Argentina, las mujeres y las disidencias nos volvemos a encontrar decididas a pelearla, a seguir con el problema.

La renuncia


Sabido es que la reclamada institucionalización de los feminismos se dio en el peor de los escenarios, más duro con las mujeres y las diversidades, sin recursos ante una oportunidad histórica. Encerradas, endeudadas, atareadas, aplastadas para sobrevivir, así llegamos a San Luis. Con nosotres llegó la noticia de que la Ministra renunció en repudio al conflicto indigena en Villa Mascardi y es probable que en esa drástica decisión hayan operado otras razones no explicitadas, pero esperables ante un gobierno que de incomodar pasó a contradecir su esencia. La demanda histórica de los pueblos originarios en esta tierra es un tema recurrente, preocupante y doloroso sobre el que el FdT, como las anteriores fuerzas de gobierno, aún no logra encontrarle el agujero al mate y la respuesta estatal, como en tiempos de Patricia, sigue llegando en patrulleros.


Esta crisis social e institucional marcó este Encuentro en el preciso momento en que el grueso del movimiento volvió dominante la decisión política e historiográfica de llamarlo Plurinacional para visibilizar las raíces indígenas, afro y migrantes de nuestra Argentina. Ahora bien, en este punto es importante reconocer que la centralidad de este eje implicó un desplazamiento de otros asuntos, por ejemplo, las carencias materiales del presente y la deuda externa, el FMI, la reforma judicial, la pelea por los salarios y los gremios. Más aún, con inquietud y aflicción, estas escribas advierten que un tema indiscutiblemente trascendente quedó para una escueta mención al final del documento de apertura: el intento de magnifemicidio contra la Vicepresidenta, la mujer y figura política más relevante del país.


Esta significativa centralidad de lo indígena, lo afro y lo migrante como interseccionalidad del género, la clase y la ubicación geográfica que nos permite, poco a poco, complejizar la superposición de violencias y desigualdades sobre las mujeres y diversidades, se dio con algunas ausencias temáticas. Así, identificamos dos preocupantes renuncias. Por un lado, la desaparición del taller sobre política y poder abocado a la reflexión sobre las estrategias para la conquista del Estado, así como del ejercicio y las relaciones de poder. Y, por el otro, la inexistencia de un ámbito de evaluación e intercambio de experiencias de los ministerios y secretarías de mujeres, géneros y disidencias en los municipios, las provincias y el Estado Nacional. Esta también es una decisión política.

El encuentro

Después de dos años de no encontrarnos, después de ganar en las calles y en el Congreso la pelea por el aborto, después de haber dado un paso en la intitucionalización de los feminismos, este Encuentro es particularmente significativo en, por lo menos, tres sentidos: a) porque tras el salvaje intento de romper los consensos democráticos, es la persistencia en el diálogo y la persuación para transformar las injusticias. Es la insistencia en una contrapedagogía de la crueldad, las violencias, de la cancelación y de las desigualdades; b) porque señala que nuestra lucha no puede estar escindida de la realidad social y material de nuestro país, porque demuestra que las muertes de mujeres, lesbianas, trans, travestis, no binaries e intersexuales es la punta de un iceberg que tiene en sus bases la desigualdad material; c) porque ha decidido hermanar los destinos y los esfuerzos con todes quienes peleen contra cualquier forma de opresión.


Esta gesta excede el debate: hay catarsis, enlaces, redes, chicanas, fiestas, alianzas, asambleas, broncas, amistades, compañerismo, enconos, canciones, pintadas, acuerdos, desacuerdos, palabras, gritos, conclusiones, aversiones, radios, ferias, shows, marchas, encontronazos, votaciones, aplausos. Hay de todo, especialmente disputa. Por ello, en este punto, arriesgamos tres reflexiones frente al sabor amargo de la fractura, con la convicción de que se sale por arriba: el salto sigue siendo político.

1.Músculo
Una de las preocupaciones que atraviesa este Encuentro reside en la pérdida de músculo del movimiento tras la ruptura. Si bien en esto se centra parte de la estrategia, ya que durante históricamente la masividad fue un anhelo, la falta de unidad o el número de compañeres no es el problema con mayúscula. Lo que preocupa es que, tras las importantes conquistas de los últimos años, se gane en representación pero se pierde en densidad, en la discusión sobre el poder y la política. Después de legalización del aborto cuesta encontrar claridad sobre el para qué luchamos: ¿hacia dónde avanzamos ahora que sí nos ven? Además, pareciera dominar un feminismo anti y a la defensiva, potente para visibilizar que nos atacan por todos lados pero sin propuesta más allá de resistir. Peor aún, la agenda de las minorías ha ganado centralidad, generando un fenomenal desacople con los temas generales. Así, pareciera que hemos retrocedido a una etapa de diagnóstico y catarsis atomizada que nos deja aún más lejos de volver a delinear un plan de acción colectivo.
Creemos que la incorporación de más talleres puede terminar por parcelar el debate. Y esto representa un riesgo en tanto que no podamos volver a generar instancias para polemizar y acordar sobre cómo construir comunidad. Pareciera que la manera de seguir juntes es creando talleres para cada metro cuadrado, sin el ejercicio de pensar cómo cada quien aporta desde su lugar a la construcción de un proyecto general y emancipatorio. En este tiempo, en el que reina la incomodidad, la indefensión y la desorientación, el feminismo justicialista tiene el desafío es romper este pelotero, consensuar sobre un programa político feminista, sobre la relación con el Estado, sobre qué estatalidad necesitamos y queremos, así como sobre la forma en la que queremos desarrollar nuestra praxis política. La discusión parcializada nos tapa el bosque y nosotras queremos todo.

2.Hermanamientas
Las diferencias ante la pregunta acerca de hasta dónde ampliamos la base de representación de los feminismos se expresa en la realización de dos Encuentros. Extraña esta tensión en un contexto marcado por un femicidio cada 30 horas, por la exaltación de las derechas hasta sus formas antidemocráticas y por las dificultades materiales que señala la necesidad de hermanarnos con otras luchas, de construir un feminismo ecuménico: con y para todo el mundo. Se trata de seguir promoviendo la proliferación de esta práctica emancipatoria más allá de la condición sexo-genérica, porque sabemos que, en diferentes escalas de peligrosidad, el sistema patriarcal opera sobre la materialidad y la subjetividad de todas las personas. El desafío que tenemos por delante es alcanzar el involucramiento de todes, de acercar posiciones, de achicar distancias, de entendernos entre quienes peleamos contra cualquier forma opresiva: de construir una comunidad fundada en la justicia social.
Precisamente por los logros alcanzados hasta acá, este Encuentro se vuelve una gran oportunidad para que el feminismo justicialista vuelva a revitalizar las luchas y la dinámica política; para sostener lo hasta aquí conquistado y resistir los embates del poder para erosionarlo; para seguir disputando los sentidos desde una perspectiva interseccional, asumiendo las múltiples dimensiones de la desigualdad -clase social, etnia, localización geográfica y género- así como las asimétricas relaciones de poder que se gestan y ejercen en el entramado social. Este salto político nos acerca a nuestro destino, ese que no es ser víctimas, ni catárticas, sino ser agentes de lo social. Sin romantizar lo que pasa en el Encuentro, es indudable que su perdurabilidad, que la insistencia en volver a pensar lo pensado, que el ejercicio de escuchar y re-aprenderse funciona como una pedagogía que le indica al resto que hay una manera alternativa de hacer las cosas.
Frente a esta tensión entre la pérdida del norte y la esperanza de que volvamos a marcar el camino como desde el 2015, lo que queda a la vista es que no hay renuncia en los feminismos: vamos a seguir con el problema.

3.Método
Seguir con el problema es, precisamente, el método: la voluntad de encontrarnos para poner en palabras, para hablar, pero sobre todo escuchar; de querer entender, de intentar pensar el así las cosas para idear otro horizonte, uno vivible, para hacerlo posible. El método feminista debe servirnos como contrapedagogía frente al intento de disciplinar las militancias a través de las vejaciones -llegando al extremo de la sentencia de muerte- con las que se carga el ser mujer, peronista y defensora de les postergades. Este saber-hacer es el que invita al diálogo, aunque sea a los gritos, y al encuentro, aunque sea tenso. Es el que enseña que persistir en las ideas, como performance y praxis política, es una estrategia revolucionaria para no claudicar frente a las problemáticas más arduas e idear soluciones; para volver dominantes los temas postergados pero urgentes; para recuperar la historia de las invisibilizadas y desplazadas; para iluminar que hay otra forma de hacer las cosas y para ganar la centralidad que nos corresponde, no sólo aritméticamente, sino porque la moneda gira porque la hacemos girar nosotres.
Este saber-hacer gestado en los Encuentros nos sirvió para polemizar, para construir coincidencias y, sobre ellas, conquistas. Ese método es nuestro. Sería una lástima que después de tanta potencia caigamos en la negación de la política. No dejemos que baje la marea.


Manuela Hoya. Docente universitaria, socióloga y escriba del Feminismo Justicialista, La Plata.
Ana Laura Núñez Rueda. Docente, comunicadora Social, escriba del Feminismo Justicialista, Córdoba.

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