No salimos mejores

En la post pandemia, la acumulación de riquezas y la conformación de minorías supermillonarias profundizan las desigualdades sociales perfilando un mundo con grandes brechas en las condiciones de vida.
eco

Durante los dos años que duró la pandemia, el debate que concitó la atención de analistas, políticos e intelectuales de regiones y procedencias ideológicas distintas giró en torno al rumbo que tomaría el mundo cuando la crisis sanitaria acabara.

Algunos, con más entusiasmo que tino, vieron en el horizonte el resurgimiento de las sociedades de bienestar, esos treinta años de expansión económica, innovación tecnológica y relativo reparto de las riquezas que conoció el mundo entre 1945 y fines de la década del 70’.
Ante el conflicto bélico, la inflación global y los problemas ambientales que padecen amplias franjas de la población, el anhelo de prosperidad por la vía de la planificación estatal de la economía parece un ligero recuerdo de otro siglo. El mundo avanza hacia mayores niveles de desigualdad material y una caída inusitada del bienestar social.


Los que ganan, los que pierden

En diciembre del 2021, el World Inequality Lab, un centro de investigación que elabora estimaciones sobre problemáticas sociales a escala planetaria, lanzó su segundo “Informe sobre la desigualdad global 2022”. En el trabajo participaron investigadores de distintos países y disciplinas con el objetivo de establecer niveles de distribución y acumulación de riquezas.

El informe surge, detallan los autores, ante la necesidad de elaborar estadísticas que contemplen la forma en la que se reparte la renta. En las primeras páginas del trabajo se lee, a pesar de que los gobiernos de todo el mundo publican las cifras sobre el crecimiento económico todos los años, los reportes no detallan cómo se distribuye el crecimiento entre la población, es decir, sobre quién gana y quién pierde con las políticas económicas”.
En 2018, el grupo coordinado por el economista francés, Thomas Piketty, lanzó su primer material con cifras lo suficientemente escandalosas y reveladoras como para entender la poca repercusión mediática que ha tenido. La inadvertida publicación de su segundo reporte, dirigido por el economista Lucas Chancel, es más ambicioso en sus mediciones e igual de esclarecedor en sus resultados.

Según los especialistas, la proporción de ingresos que capta actualmente la mitad más pobre de la población mundial es aproximadamente la mitad de lo que era en 1920, antes del desmembramiento de los países occidentales y sus colonias como resultado de la Primera Guerra. Al cotejar datos, los autores aseguran que “las desigualdades globales parecen ser tan grandes hoy como lo fueron en el pico del imperialismo occidental a principios del siglo XX”.  
Los indicadores varían en grado y forma de acuerdo al continente y las políticas locales tendientes a contrarrestar o profundizar sus efectos. Por ello la investigación dedica un capítulo a las diferencias dentro de cada país. La estadística se utiliza para enfatizar el rol que cumplen las políticas de bienestar social en su tarea por paliar las desigualdades.
Otro aporte destacable es el abordaje de la pandemia. Las cifras permiten comprender en qué medida las condiciones de vida de un amplio sector de la población mundial cayó estrepitosamente como resultado del COVID19. Si bien las tendencias de concentración y desigualdad preexistían a la crisis sanitaria, su aceleración durante estos años ha sido notable.
Veamos cómo se expresan en números algunas de estas conclusiones. El 10% más rico de la población mundial recibe actualmente el 52% del ingreso global, mientras que la mitad más pobre de la población gana el 8,5%. La representación de la brecha en términos monetarios se expresa así: una persona del 10% superior de la distribución mundial del ingreso gana 87.200 € (122.100 USD) por año, mientras que una persona de la mitad más pobre de la distribución mundial del ingreso gana 2.800 € (3.920 USD) en la misma cantidad de tiempo.

Con todo, no es la diferencia en ingresos la estadística más asombrosa. La cifra sobre acumulación de riquezas registra márgenes superiores. Por ejemplo, “la mitad más pobre de la población mundial apenas posee el 2% del total de la riqueza. En contraste, el 10% más rico posee el 76%”.

En términos monetarios, la investigación lo consigna del siguiente modo: “En promedio, la mitad más pobre de la población cuenta con un patrimonio de 2.900 € PPA por adulto, es decir, 4.100 USD y el 10% superior es tiene un patrimonio de 550.900 € (o 771.300 USD) en promedio”.

Fuente: World Inequality Lab. “Informe sobre la desigualdad global 2022”

Otro punto que merece mención son las desigualdades al interior de cada país. La brecha entre el promedio del 10% superior y el 50% inferior de las personas se duplicó, de 8,5 veces a 15 veces. El aumento de la desigualdad ha significado que, a pesar de la recuperación económica y un fuerte crecimiento en los países emergentes, el mundo convive con altos niveles de concentración de renta.

Fuente: World Inequality Lab. “Informe sobre la desigualdad global 2022”

Para el caso de la pandemia, el impacto sobre el ingreso promedio de los asalariados varía enormemente de acuerdo a las distintas regiones del planeta.Entre 2019 y 2021 la riqueza del 0,01% más rico creció un 14%, mientras que la riqueza global promedio se estima que aumentó solo un punto. En estos dos años, la riqueza multimillonaria creció por encima del 50%.
El Banco Mundial estima que la crisis sanitaria llevó a cerca de 100 millones de personas a la pobreza extrema, elevando el total mundial a 711 millones, afectando principalmente a segmentos poblacionales de bajos ingresos en países emergentes.

El negocio del hambre

Para el caso de América Latina, los datos relevados del World Inequality Lab pueden complementarse con el trabajo publicado recientemente por Naciones Unidas. “El estado de la seguridad alimentaria y la nutrición en el mundo”, analizael valor de los alimentos y el rol estratégico que desempeña el continente en la exportación de materias primas.
En sintonía con el reporte de Piketty y compañía, para la ONU, tanto en 2020 como en 2021, casi 3.100 millones de personas de todo el mundo no podían permitirse una dieta saludable. Aseguran que el costo seguirá aumentando debido a la disparada de precios registrada en el bienio 2021-2022.
En el primer año analizado, un total de 45,1 millones de latinoamericanos, o el 7,4% de las personas que viven en la región, estaban desnutridos. Para el segundo período, esas cifras volvieron aumentaron, alcanzando los 49,4 millones de personas, es decir el 8%.
Los pronósticos del reporte no son muy alentadores para el futuro inmediato, ya que conforme a las cifras, los autores consideran que “la seguridad alimentaria y la nutrición adecuada, ambos problemas que ya aquejan a la región, serán cada vez más inalcanzables”.
La gran paradoja es que mientras las posibilidades de acceder a una dieta saludable se restringen, el continente es el principal proveedor de alimentos del mundo
. Los productores de materias primas viven una verdadera primavera comercial, venden toneladas al mercado extranjero y se benefician de políticas devaluatorias que incrementan sus ingresos a costa de la pérdida de valor de las monedas nacionales.
La rentabilidad de los commodities es el resultado de la interrupción en las cadenas de suministro provocadas por la guerra en Ucrania. El conflicto bélico también encarece los precios de la energía y los fertilizantes. Como si no fueran suficientes problemas, desde la salida de la pandemia, se arrastra un tremendo desacople entre oferta y demanda.
En ese caos, Brasil y Argentina continúan aumentando la producción y exportación de productos básicos al mercado internacional con cifras récord. La devaluación del real brasileño ha hecho que sus ventas sean más competitivas fuera del país que dentro, mientras que el tipo de cambio preferencial conocido como “dólar soja”, les posibilitó a productores y cerealeras argentinas evitar pagar retenciones aumentando los beneficios.
Según estimaciones de la Secretaría de Comercio Exterior de Brasil (SECEX), sólo en el primer semestre de 2022, las exportaciones de carne, soja y café ascendieron a 79.300 millones de dólares, lo que se traduce como un aumento del 29,4%.
En Argentina, la Bolsa de Comercio de Rosario (BCR) difundió que el agro aportó 65 de cada 100 dólares exportados durante el primer semestre de 2022.  Durante esos seis meses, precisa la entidad, “el país registró el mayor ingreso de dólares de las últimas décadas con una cifra cercana a los 22 millones por la exportación de granos, cereales y subproductos”.

Sube la inflación, caen los salarios
 
Según analistas internacionales, la inflación actual es un problema de alcance planetario y puede empujar al mundo hacia la recesión. El premio Nobel en Economía, Paul Krugman, considera que la inflación no es el resultado de una demanda recalentada sino del incremento en los costos de la energía que disparó la guerra, además del mencionado desacople comercial post-pandémico.
A su vez, Krugman cree que los salarios retroceden producto de las medidas que toman los bancos para intentar detener la suba. Los incrementos de las tasas de interés en Estados Unidos y Europa, están beneficiando desproporcionadamente al capital sobre el trabajo.
Parece que de aquellos “años dorados”, lo único que ponen en práctica los tecnócratas de la city son las herramientas bancarias que utilizaron para desarmarlo. La suba en las tasas funcionó cuando la estanflación (pleno empleo más inflación) inquietaba al mundo, ahora opera como catalizador de las ganancias empresariales.
Argentina es uno de los países más perjudicados por este escenario de inflación galopante.  Mientras el gobierno implementa un ajuste fiscal severo, a caballo de una utilización regresiva de las reservas en dólares, la moneda parece caer del lado de aquellos actores económicos con capacidad de determinar el rumbo.
En la carrera por ganarle a la inflación, las empresas -locales o extranjeras- y los sindicatos pelean con capacidades de intervención muy distintas. Detrás de la relación entre precios y salarios se esconde la puja entre los sueldos y las ganancias empresariales.
En el “filantrópico” cónclave empresarial de IDEA, que lleva el lema “Ceder para crecer”, los referentes de la cúpula empresarial vernácula sostuvieron que el escenario social de Argentina puede terminar en un desborde, por lo cuál es necesario hacer “un esfuerzo”. 
Lo cierto es que empresas como Ledesma, Molinos, Arcor, Techint, La Anónima, entre otras, exhibieron balances del último período con un sideral incremento de la rentabilidad que no guarda ninguna relación con lo que pagan por salarios, contribuciones patronales o aportes.
Pedir explicaciones a grupos que pujan por aumentar su patrimonio en medio de un desequilibrio fenomenal de los estándares de vida no parece ser una costumbre por estas latitudes. Sin embargo, ¿podría decirse lo mismo del viceministro de economía, Gabriel Rubinstein, quién admitió que los márgenes empresariales están varios puntos por encima de lo normal, aunque todo ello se deba al desorden cambiario? ¿quiénes ceden? ¿quiénes crecen?
Otro capítulo de esta puja desigual es el informe sobre pobreza difundido por el INDEC un mes atrás. Allí se observan dos tendencias preocupantes: trabajadores pobres con empleos formales y jornadas de trabajo completas. Crecimiento del empleo combinado con incremento de la marginalidad.
Para explicar el cuadro, vale la pena citar al economista y periodista, Alejandro Bercovich, quien reconstruye la secuencia de la pobreza durante las crisis económicas del país en casi cuarenta años de democracia: “La hiperinflación de Alfonsíndisparó la pobreza a niveles inéditos, pero desde 1991 cayó sostenidamente, aun sin volver nunca al piso previo. El crack de la convertibilidad volvió a llevarla arriba del 50% y el kirchnerismo logró bajarla, sin perforar tampoco el escalón anterior. Ahora, como un amortiguador desvencijado, la creación de empleo dejó de reducir la pobreza. Entre 2017 y 2022, la desocupación bajó del 9% al 6,9%. Y sin embargo, la proporción de pobres saltó del 28,5% al 36,5% y la de indigentes del 6,2 al 8,8%.

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