Movilizados por un sanatorio propiedad de una Fundación dirigida por el doctor Cormillot, que a su vez produce un programa por la televisión abierta, miles de gordos argentinos han rodeado el Congreso para presionar a fin de que los representantes del pueblo legislen, definiendo a la obesidad como una enfermedad social que merece ser tenida en cuenta por las obras sociales.
Aducen que son discriminados por las obras sociales.
Estaban rodeados por muchas cámaras de televisión, lo que permitió que muchos otros gordos participaran, aunque más no fuera dejando de teclear en el control remoto.
Los representantes del pueblo no necesitan mucho para ser motivados. Hace un año aproximadamente, una marcha con velitas pegadas a envases vacíos de yogurt, los llevó a mamarrachear el Código Penal en unas pocas horas de discusión. Por otro lado, no deben faltar diputados y senadores gordos, y esos son aliados de la primera hora.
Casi al mismo tiempo, una señorita muy pasada de kilos que reprobó el examen de admisión a la policía, se presentó ante un juez porque se siente discriminada.
No se sabe cómo pasará, no ya el examen físico, sino la fajina paramilitar que suele realizar esa institución, al menos durante los primeros 15 días del curso de ingreso.
El abogado defensor argumentó que, si la mayor parte de los policías tiene abdomen prominente (como los dirigentes sindicales y sus barrabravas adjuntos) ¿por qué no puede tenerlo una cadete policial?
Lo de la pizza se aprende con años de oficio.
Claro que pudo ser precisamente esa costumbre la que despertó el interés de la discriminada por anotarse como aspirante, y no una imagen idílica de uniformados salvando a niños del paco.
Los jueces temen fallar sobre la discriminación, porque siendo un término tan inasible, cualquiera puede sentirse discriminado.
Los que fuman, por los que no fuman. Los gordos, por los flacos. Los altos, por los bajitos. Los que tienen una definida orientación sexual, por los que no la tienen. Los judíos, por los católicos. Los pobres, por los ricos. Los incluidos, por los excluidos. Las mujeres, por los hombres.
Y siempre viceversa.
Todos somos discriminados y discriminadores.
Del otro lado de los señores gordos discriminados, están los que padecen bulimia y anorexia, que no son tan discriminados como los gordos.
No vaya a ser que también quieran atenderse en las obras sociales privadas.
Quienes padecen bulimia y anorexia, al parecer, son flacos que se creen gordos.
Los gordos que se creen flacos, por su parte, no tienen problemas y viven felices hasta que el miocardio dice basta.
Es la relación entre uno y su propia imagen, que no es lo mismo que uno y su sombra. Si la sombra puede rebelarse de uno y tomar para el otro wing, la imagen nos persigue sin misericordia.
Dicen que somos lo que parecemos, pero quizás parecemos lo que somos, o parecemos lo que parecemos. O tal vez todo es parecer y no ser.
Hemos llegado al punto en que nuestra propia imagen nos discrimina. ¿Qué cuál imagen? Toda la imagen. La del Photoshop, por supuesto.
Si fuera así, los principales aliados de la gente normal serían los creadores de virus informáticos, luditas del siglo XXI y herederos del humanismo, que quieren destruir los programas.
Luchando contra una discriminación que nos cerca por todos lados, la normalidad se ve paulatinamente acosada hasta no ser nada.