Este post se publicó en Artepolítica el martes 4 de agosto. Su autor lleva el blog Revolución Tinta Limón
No voy a hablar de familias que viven alquilando una pieza de hotel, sino específicamente de familias que viven en una pieza de hotel que les alquila el gobierno porteño. Que les alquila hasta hoy, hasta mañana. Hasta dentro de pocos días. Y se trata de un conjunto de familias que deberíamos hacer el esfuerzo de imaginar con todos los golpes bajos y con toda la conmiseración con la que es posible pensar si uno fuese católico, porque, ¿cuál es la cualidad de un católico además de ofrecer la abstinencia sexual como método preventivo de contagio del SIDA y el lobby por el aumento de partidas a la educación privada? ¿Dónde, en qué políticas públicas concretas es capaz de distinguirse la influencia clerical de esa sensibilidad? Familias pobres como pesebres de arcilla integran la lista de un programa y esperan una solución definitiva a un derecho que tiene rango constitucional: el derecho a la vivienda digna. Son casi 300 familias, arzobispo!
Voy a hablar del fin de los hotelados en la ciudad de Buenos Aires, del posible fin sin pena ni gloria de esas “visitas ilustres” en hoteles que rodean la estación Constitución, o el barrio de Monserrat y San Cristóbal. Parece que ese largo camino tiene precio: 30 mil pesos argentinos, algunas familias hasta 35 mil, depende, y las que tienen mas de 5 integrantes recibirán mil mas por cada integrante. Ese es el precio para que abandonen la ciudad. El Programa de Apoyo Habitacional–Modalidad de Alojamiento Transitorio en Hoteles, creado durante la gestión de De la Rúa y fortalecido posteriormente a través de algunos decretos termina. Es el fin de un ciclo, de un gran ciclo de fracasos. Dos Estados estallan en la cara de esas familias frente a las que esperamos la conmiseración oficial. La piedad de los que hablan con Bergoglio, de los que conocen el pensamiento íntimo del jesuita mas importante que no fue papa por un pelito.
Imaginemos el Hotel Salcedo, padre, previsiblemente sobre la calle Salcedo, y una familia, con dos hijos que desde hace años ocupan una pequeña habitación al fondo de ese hotel, en Parque Patricios. El gobierno durante años les rotuló la palabra hotelados para que vivan ahí, y ellos no sólo viven ahí… comen ahí, se visten ahí, van a la ex Casa Cuna a atenderse los chicos, y hasta quizás lograron una vacante en el Bernasconi donde hasta 4º grado pueden usar la pileta. Aguas del Estado para que los hijos naden, padre, jueguen en esa reserva arqueológica de la oligarquía, con piletas romanas, de cuando el Estado dibujó en ese barrio su “barrio obrero modelo” contra el resultado de intemperie de Barracas y La Boca. Bueno, esta familia, cardenal, con 30 mil pesos en sus bolsillos, es eyectada a vivir afuera, a retomar lazos familiares en algún municipio o pueblo y a empezar de nuevo luego de algunos años de caminar por ese tablón flojo.
El criterio “normalizador” hace pie en el fracaso de las gestiones progresistas que tornaron esa situación en permanente. Aquí aparece uno de los perfiles macristas mas claros: mostrar la ineficacia administrativa del pasado progresista, y oponerle a eso el peso de su nueva ley. Es el Estado recuperando al Estado. Cuando Macri decía: vamos a recuperar el Estado hablaba de esto. De esta fuerza. Porque Macri es el fin del Estado débil construido para los débiles, Macri es el fin de la vida de esas trabajadoras sociales en pequeñas oficinas hacinadas gritando “quién sigue”… y una trama de organizaciones sociales (el MOI, la asamblea X, etc.) cada vez mas partidas, con algún compañero en algún área, ligando la caja de juguetes el día del niño… Todo el esfuerzo y toda la dedicación que se necesita para volver de ahí: para hacer retroceder al Estado de esa pequeña sala de espera de pobres donde eran atendidos los reclamos.
¿Qué son los hotelados? Beneficiarios del gobierno que perciben el alquiler de sus piezas de hotel (familiar) dentro de la ciudad. Cuando escribo hotelados, el autocorrector subraya: hay que agregar al diccionario la palabra. El gobierno de la ciudad de Buenos Aires en un ciclo que Ibarra cristaliza era la marca de un estilo audiovisual de vanguardia: el Estado, el viejo Estado Vizcacha, imposible de reconstruir, tenía una versión de “Estado Inteligente” capaz de articular soluciones provisorias que, lentamente, se tornaban definitivas.
Los hotelados, en su mayoría, no son huéspedes o beneficiarios a su voluntad: son familias que desde hace muchos años tienen expedientes abiertos en el IVC para obtener una vivienda definitiva. Macri asocia la reconstrucción del Estado con el fin de un “estado de emergencia”, la reconstrucción del Estado como el fin de formas mas o menos provisorias que suspendían y construían pequeños márgenes de garantías. Su “ajuste” es un repliegue hacia las herramientas duras: una gestión que sólo pretende sujetar la bandera de sus “obras”. ¿Qué hizo la gestión Macri con el IVC? Vaciarlo. Reducir su presupuesto y su capacidad. Hacer trizas cualquier expectativa cierta de construcción de vivienda social.
La recuperación del Estado que encabeza Macri está asociada a la capacidad de reconstruir una autoridad pública sobre los más débiles: ese es el resultado de estos años. La enérgica demostración de esa vuelta se mide en acciones silenciosas, exitosas, casi invisibles, producidas en este tiempo de negociación en el que Macri se ha asegurado la nueva policía. No hubo “gestión” durante el ciclo progresista porque hubo acciones débiles con los mas débiles: un Estado entramado por frágiles eslabones de favores, de contratos, de “programas”, de “capacitaciones”. Alianzas territoriales que sólo aseguraban “mojar la pólvora”. Ese es el síntoma del progresismo: su no apropiación de los desposeídos.
El macrismo avanzó sobre una cosecha de desencanto alrededor de lo que fueron las experiencias de gestión progresistas. ¿Tan malas fueron? ¿Tan malas para quiénes? Tan malas fueron, tan malas para quienes mas las necesitaban. Macri llega al poder con el consenso acerca de la ausencia del Estado. El consenso acerca de que se haga presente una fuerza de “arriba hacia abajo”. Porque el progresismo no reconstruyó un Estado benefactor, apenas amplió los márgenes para convivir entre los restos de ese viejo imperio y una energía cortoplacista de pequeños programas y direcciones construidas a la velocidad de la luz frente a las “nuevas realidades”. Surgía por ejemplo un programa para elaborar políticas alrededor de los cartoneros (al amparo de una nueva ley) y que reaccionaba frente a ellos con la misma sensibilidad de una ONG. Y con el mismo alcance.
Macri entra pisando fuerte. Macri es más Estado que Ibarra. Su jefe de gabinete se adjudica un record de desalojos silenciosos, de pequeños operativos exitosos, de extorsiones “legales” sobre familias abandonadas, y para ello emplazan su horizonte sobre banderas “neutras”: la recuperación del espacio público, la instalación y el respeto de la ley, el recobro de la capacidad de gestión. Si vuelve el Estado vuelve el Estado de los más fuertes. Arrancar el espacio público del “no público”, encarecer el metro cuadrado, tener policía propia, cambiar el sentido del tránsito, aumentar impuestos, y echar de la ciudad a los pobres sin raíz… El modelo de Estado débil y flexible permeable de Ibarra ahora es derribado por un modelo clásico y moderno: una ciudad que recupera la autoridad de los vencedores. No hay Pino que frene esta energía que nace del interior: la ciudad de los hijos de la soja, del boom de la construcción y de la seguridad. Este es el imaginario de “aire y luz”: lo público soplará sobre paisajes liberados de toda penumbra social.
Por supuesto que toda realidad se escapa entre los dedos. Por supuesto que el macrismo es mucho mas confuso y contradictorio que estas líneas. Pero una cantidad de decisiones más o menos “silenciosas” lo acercan cada vez mas a su caricatura.
El informe sobre la situación de los hotelados, clicando acá.