Manos atadas, pies de plomo

La oposición política y mediática al kirchnerismo especula con el supuesto maltrato que el ex presidente de la Nación habría propinado al gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, quien después del ataque a Carolina Píparo, declaró tener «las manos atadas», sin aclarar por qué o por quién.

La salidera bancaria en la cual fue baleada Carolina Píparo (quien perdió a su hijo una semana después de nacer por una cesárea de urgencia), disparó la imaginación del peronismo disidente, quien de la mano de Mario Das Neves y del ex senador Eduardo Duhalde -según informa el diario Clarín– habrían tentado al ex motonauta para que abandone al oficialismo. En tiempos electorales y refriega de intereses, las especulaciones abundan.

El primer punto es el de la inseguridad: como si en la Provincia de Buenos Aires fuera un fenómeno novedoso, destacando la inoperancia del Gobierno, los grandes diarios insisten con el tema, sensible para sus lectores y televidentes. Perdida la batalla por la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, la industria de la información y sus satélites no dejarán que esta cuestión salga de la tapa de los diarios, revistas, portales y canales de televisión, de aire y de cable.

Pero cuando Néstor Kirchner le dijo a Daniel Scioli en un acto público la pasada semana que diga, que hable sin miedo, que denuncie quien le “ata las manos”, las cosas parecieron estallar. En ese contexto, las opciones de respuesta del gobernador eran dos: o el gobierno nacional (que controla a la policía bonaerense) o el garantismo judicial, que como una rémora sobrevive a las purgas a las que Scioli fue sometiendo al sector en la Provincia.

Acaso el supuesto malestar bonaerense con la Nación sea un invento de la oposición o acaso exista. Pero lo que seguro no existe, según fuentes consuladas, es una política de seguridad consistente en el programa de ninguno de los partidos en condiciones de competir electoralmente en las generales del 2011.

Política de seguridad, para los consultados por este medio, era la que había empezado a tomar forma en ese ministerio cuando era conducido por León Arslanián. Arslanián sabía (y sabe) que la autonomía logística y económica de la policía bonaerense tributaba en ilícitos varios, y en contactos (reservados algunos) entre los comisarios y algunos intendentes del Conurbano.

El nudo entre política, medios de comunicación, policía y aparato jurídico no llegó a desarmarse: por razones de coyuntura, de negocios en común o por antiguas lealtades. La gestión de Arslanián (tanto como la de Marcelo Saín) no pudo resistir la oleada de delincuencia organizada durante su mandato, ni la presión social y mediática que entretanto extorsionaba -para beneplácito de los uniformados- a la administración Scioli, un porteño que de vez en cuando visitaba Mar del Plata. La consecuencia fue la renuncia del ex camarista y la entronización de Carlos Stornelli.

Pero Stornelli, que le devolvió a la policía facultades que Arslanián había borrado de un plumazo, también fracasó, y también renunció. En su lugar, un policía retirado, pero las cosas siguen igual o eso es lo que parece. Si se quiere, las cosas siempre fueron como son, pero la logística y la autonomía policial crecieron y se hace difícil controlarlas.

El fiscal de la causa Píparo, Marcelo Romero, dice que las críticas de Kirchner y de Scioli lo tienen “sin cuidado”, que es “un disparate” pensar que la justicia impida al gobernador avanzar contra el delito, y que “es una cuestión de políticos”. Además de recordar que al único que le hacía caso (el fiscal) era a su padre.

Si la figura que usó Scioli sobre las manos atadas no fue feliz, la respuesta de Kirchner (a quien los medios conservadores, sin ninguna prueba, acusan de pasarle una factura por no jugar fuerte contra Clarín) quizá tampoco haya sido la mejor. Si el gobernador tiene las “manos atadas”, pareciera que en lugar de preguntar quién se las ata, mejor hubiera sido preguntar ¿y qué quiere hacer con las manos desatadas?

¿Se trata de mano dura, de más mano dura, de permitir que los civiles se armen (cuando muchos ya están armados)? Ese fue el dilema y el fracaso de Carlos Ruckauf. Pero de ninguna manera lo que intentaron hacer Arslanián y Saín en ese territorio que algunos conocen como el far-west.

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