Por Luciano Barerras y Francisco Novas.
La inmediata posguerra: “desmalvinización” y “chicos de la guerra”
La finalización del conflicto armado en el Atlántico Sur generó una serie novedosa de problemas que la sociedad argentina debió procesar en las décadas siguientes. Tras la derrota, sectores importantes de la sociedad asociaron la guerra con la dictadura militar, ya por entonces en franca retirada. En los años siguientes se fueron elaborando sensibilidades y argumentaciones que atendían a esta agenda. Un buen ejemplo de esto fue la recomendación esbozada por el reconocido politólogo francés, Alain Rouquié, al flamante presidente Alfonsín: había que “desmalvinizar la vida argentina” en tanto Malvinas implicaba para él una relación directa con las fuerzas armadas, lo que podía perjudicar la imagen democrática de Alfonsín y de Argentina. Esta confusa conclusión (apropiada por otros científicos sociales o abocados a las humanidades) sintetizaba en definitiva, una tríada que vinculaba Malvinas-gobierno militar-guerra y dislocaba la larga historia del reclamo argentino. De esta manera, se abría, para una parte de la sociedad argentina, un conjunto de interrogantes: ¿cómo disputarle a las fuerzas más reaccionarias de la sociedad el valor de la causa Malvinas? ¿cómo hacer para que palabras tan potentes como “patria” o “soberanía” no sean dominadas por la narrativa de los sectores castrenses que hasta hacía muy poco habían gobernado? ¿Cómo decir “Las Malvinas son argentinas” sin evocar la guerra y sus heridas?
Una de las primeras reacciones que encontramos tiene que ver con el modo de procesar la figura de los excombatientes. Recordemos que quienes combatieron en Malvinas (militares de carrera y conscriptos) tuvieron mayormente un retorno frío al continente por parte del Estado, y en muchos casos se intentó ocultar su presencia e imponer desde los altos mandos, ciertos pactos de silencio para que no se hable de lo sucedido durante el conflicto. ¿Cómo se representa la figura del excombatiente en estos primeros años de la posguerra y del comienzo de la democracia? Podemos encontrar una marca importante en Los chicos de la guerra (1984), film paradigmático de Bebe Kamin (cuyo guión se escribe en base al libro homónimo de Daniel Kon). Allí la figura del conscripto es presentada primordialmente como joven víctima de la dictadura militar, se resalta su ignorancia e inocencia respecto de la situación general, así como su sufrimiento una vez que la guerra se desata. La difusión de este film permitió a grupos de excombatientes plantear importantes debates. En efecto, en 1984, mientras Los chicos de la guerra se veía en los cines del país, el Centro de Ex Soldados Combatientes en Malvinas publicó un artículo en el que criticaba el término “chicos” que tanto el libro como la película habían elegido para nombrarlos. Uno de los argumentos centrales sostiene que los conscriptos, lejos de ser “chicos”, se convirtieron en hombres una vez que pisaron las islas con el mandato estatal y también social, de defenderlas con las armas. Sin embargo, en el contexto de la naciente democracia estos discursos eran difícilmente audibles. Por el contrario, la imagen surgida del film de Kamin se establece y perdura largamente como marco de referencia para entender la guerra. En efecto, en un film estrenado más de dos décadas después como Iluminados por el fuego (Bauer, 2005) encontramos una imagen similar del joven protagonista, víctima inocente de la situación. Ese mismo año se proyecta un film documental que cuenta la historia de los familiares de los caídos en Malvinas, Locos de la bandera (Cardoso, 2005). En él encontramos que persisten las referencias a este calificativo: “yo no puedo soportar, no puedo tolerar que todavía se diga ‘chicos de la guerra’ sobre aquellos compañeros que dieron su vida de esa manera”, dice un excombatiente. Otro explicita a continuación que desde el momento en el que el Estado (y también la sociedad civil) les dieron un fusil y les pidieron que defiendan el territorio dejaron de ser “chicos”, se convirtieron en hombres. Se trata de una experiencia que define sus vidas y hablar de “chicos” deforma su sentido.
Si bien este modo de procesar la figura del conscripto que combate en las islas es hegemónica y da cuenta de las dificultades para tramar ese pasado reciente, cabe aclarar que se presentan episodios que no pueden inscribirse en esta estela, en particular en lugares alejados de los grandes centros urbanos y cercanos geográficamente a Malvinas. Un buen ejemplo es la ciudad de Puerto Madryn. Allí se desplegaron dos acontecimientos muy interesantes que dan cuenta de la recepción popular que merecieron los soldados. Una de esas jornadas fue “el día que Madryn se quedó sin pan” (imagen 2) donde todas las panaderías locales salieron a entregar sus productos a los soldados que intentaron ser ocultados mientras ingresaban a la ciudad. Y el segundo episodio, en 1984, se dio el día que buques estadounidenses quisieron recalar en la ciudad, y los madrynenses se reunieron para repudiar el ingreso, impidiendo la entrada de la flota que había colaborado con los ingleses dos años antes (imagen 3).
Los episodios de Madryn son interesantes porque muestran un rechazo a la decisión de los altos mandos de la Junta Militar de ocultar el regreso de las tropas. Pero además, ambas escenas se pueden leer en vinculación con el pasado inmediato, con la enorme solidaridad que genera la figura del soldado en la sociedad civil (materializado en las múltiples colectas y envíos durante el conflicto). Dicho de otro modo: en ambos casos encontramos una escena que prolonga ese pasado inmediato de solidaridad a la posguerra, y que piensa a los soldados como héroes antes que como víctimas. En otros pueblos del interior se repite, de diversas maneras, lo de Madryn: se recibe a los excombatientes con orgullo, se los invita a las escuelas y se los homenajea de diversas maneras. En muchos casos, además de prolongar la escena de solidaridad propia del momento de la guerra se logra inscribir, a partir de la historia del excombatiente, a la comunidad local en la historia nacional. De este modo, abre una figura posible que va a ser retomada en los años siguientes. Esta tonalidad convivió, sin embargo, con una situación muy compleja para muchos soldados, con grandes dificultades para reinsertarse en la sociedad, encontrar trabajo y tramar la experiencia límite de la guerra. De hecho, en algunos casos fueron estigmatizados por su participación en el conflicto armado.
Los ‘90
Durante los años de la presidencia de Menem nos encontramos con una política ambigua en relación a Malvinas. Por un lado se otorga una pensión vitalicia a los excombatientes y se le da estatuto constitucional al reclamo (al incluirlo como artículo transitorio primero de la Constitución del ‘94). Por otro lado, se da inicio a una política de “seducción” a los habitantes de las islas, que incluía beneficios comerciales y económicos en detrimento del reclamo de soberanía. Además, Malvinas era pensado dentro de la lógica de la “reconciliación nacional” que incluía los indultos a los condenados por crímenes de lesa humanidad. Esta ambigüedad se percibe en el monumento más importante realizado por el Estado Nacional hasta entonces: el Cenotafio a los caídos en Malvinas, construido en 1990. Ubicado en la Plaza San Martín, en pleno centro de Buenos Aires, está compuesto de 25 placas de granito negro en la que se encuentran los nombres de los 649 caídos argentinos durante el conflicto. Está localizado además en la plaza que conmemora al principal héroe nacional argentino, por lo que se puede pensar que los caídos son colocados en una serie histórica con él.
Sin embargo, el Cenotafio mira a la Torre Monumental o “torre de los ingleses”, ofrendada por los británicos en el centenario de la Revolución de Mayo y asociada simbólicamente con las políticas de expansión colonial británicas. En efecto, durante el conflicto de 1982 fue atacada por manifestantes y en la inmediata posguerra fue uno de los lugares elegidos por los soldados para congregarse. Es decir, la disposición espacial señala un contrapunto que parece aludir críticamente a la relación históricamente desigual que sostuvo nuestro país con el Reino Unido. Sin embargo, su construcción acontece durante el gobierno que establece un alineamiento con la política exterior norteamericana, reanuda las relaciones con Gran Bretaña e inicia una política de seducción con los isleños.
Las ambigüedades, por otro lado, continúan en el diseño mismo del Cenotafio, en tanto se decide colocar los nombres de los caídos al azar, sin orden alfabético ni referencia a rangos militares “para sugerir que más allá de sus orígenes, historias, jerarquía militar o circunstancias de sacrificio, fueron igualados por la muerte”, según sostiene la comisión encargada de la construcción. Sin embargo, este efecto igualador ubica en un mismo lugar a los soldados conscriptos y a los militares de carrera, algunos de ellos comprometidos en delitos de lesa humanidad.
Los últimos 20 años
Durante los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández se producen una serie de acontecimientos que permiten tramar de otro modo la guerra y la figura de los excombatientes. En primer lugar el inicio de los juicios por torturas a conscriptos durante la guerra. En segundo lugar la difusión del Informe Rattenbach y, por último, el reconocimiento a las mujeres veteranas de Malvinas. Todo esto al interior de una política internacional que revitalizó el reclamo diplomático y tendió puentes claros con los excombatientes.
El Informe fue redactado por una comisión creada por la propia Junta Militar una vez terminada la guerra. Sus conclusiones son lapidarias con la conducción de las fuerzas: se cometieron graves errores políticos, de conducción y planeamiento. Sostiene también que con la guerra se alejó más la posibilidad de recuperar las islas y recomienda graves penas del Código Militar para los altos mandos: Galtieri, Anaya, Menéndez y Lami Dozo (todos ulteriormente enjuiciados por crímenes de lesa humanidad). El Informe fue censurado por la propia Junta Militar que había encargado su realización y en 2012 fue desclasificado y publicado por el gobierno de Cristina Fernández.
También en 2012 se produce un evento significativo en esta saga: una resolución del Ministerio de Defensa reconoce las actuaciones de varias mujeres que participaron en la guerra como enfermeras e instrumentistas quirúrgicas. En dicha Resolución se las filia con Manuela Pedraza y Juana Azurduy, es decir, se propone una serie histórica que las ubica como heroínas. Se trata de una serie que puede ser ampliada a partir de nombres como los de María Sáez, María Cristina Verrier, María Fernanda y Teresa Cañás quienes, en tiempos de paz y de diversas maneras, aportaron al reclamo soberano argentino.
A modo de cierre
A 41 años de la guerra, la figura de los excombatientes y el lugar que la sociedad argentina les otorgó fue cambiando. La figura de los “chicos” víctimas del poder de la dictadura, predominante en los primeros años de la democracia, dejó lugar progresivamente a una interpretación que les reconoce el carácter heroico de sus actos: su entrega por la patria y por sus compañeros, la solidaridad en esa situación extrema que es la guerra son algunas de las notas que se destacan. En ese proceso de varias décadas (y que aún sigue abierto) se fueron rescatando aquellos significantes que parecían atrapados por el pasado dictatorial: “patria” y “soberanía”, ahora vinculados con la democracia como horizonte irrebasable. Como dice una de las entrevistadas en Locos de la bandera, una mujer salteña, madre de un soldado caído en las islas: “no puede haber democracia sin patria”. Pensar ese vínculo supone un debate colectivo que sigue abierto.
Foto principal: Soldados argentinos en Malvinas, 18 de abril 1982. Archivo Télam: Román Von Eckstein.