Los nuevos campos de concentración. Pensar la exclusión social, desde las víctimas

Por Mario Casalla (*), especial para Causa Popular.-Giorgio Agamben es un pensador italiano actual, cuyos libros hacen ahora furor en Europa. Se habla de él como «un ciclón lleno de ideas» y su soplo ha venido a renovar el discurso ético y la reflexión política contemporáneas, ya algo aburrida de los dos parámetros que encorsetaban su discurrir: esto es el liberalismo social de Rawls y el socialismo liberal de Habermas.

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Lo que Agambem ha traído a la mesa del debate son dos tesis fuertes y provocativas: en primer lugar, la figura del «campo» -esto es la experiencia concentracionaria- como aquélla desde donde mirar al actual ejercicio de la política, aun en aquellos Estados que pomposamente exhiben sus sistemas democráticos y con ello sólo, creen estar a salvo de los antiguos totalitarismos.

La otra es la idea del homo sacer, figura tomada del derecho romano arcaico donde la voz «sacer» designaba a alguien que cualquiera podía matar sin que su vida valiera nada.

¿Sirven estas ideas para tratar de pensar -aunque sea por un momento y más allá de lo obvio- la situación de sociedades (la nuestra y muchas otras de América Latina) después del vendaval neoliberal y sus políticas económicas que sumieron -entre la pobreza la miseria- a más de la mitad de su población?; ¿no se han formado, allí también, enormes y visibles “campos” de concentración de la pobreza?
Creemos que sí y sin forzamiento de ninguna clase.

¿No son hoy el Noroeste Argentino o varios partidos del Conurbano Bonaerense, por caso, grandes campos concentracionarios de los cuales prácticamente es imposible escapar y al cual ninguno de nosotros -“ciudadanos” con todos los derechos- aspiramos a ir, a no ser por un tiempo y si no nos cabe otra alternativa? Si dejamos de lado la hipocresía, deberíamos confesarnos que sí. Que «allí» no quisiéramos vivir y que los que sí lo hacen es porque todavía no pudieron escapar.

Y, entonces pregunto yo, ¿no son acaso esas dos las características más importantes del «campo»: un lugar donde únicamente se va forzado y se permanece en él sólo mientras uno no pueda escapar?. Con todo el dolor del alma y del cuerpo, debemos confesar que esa pesadilla es hoy la vida cotidiana en grandes porciones del territorio latinoamericano. Pienso por caso en Tartagal o Mosconi, de mi provincia de Salta. Esa lunita tartagalense -cantada alguna vez con alegría- brilla cada día menos y para menos gente. Y sé muy bien de lo que hablo.

En un lugar «así», en un lugar transformado en «eso» (ya que su actual condición no es natural -como la lluvia, o el sol- sino política), los que «allí» viven han sido -simultáneamente- transformados en sacer, en «gente» con la que no hay nada que hacer y, en consecuencia, con la que todo es posible.

Traicionarlos al otro día que le han quitado su voto, como ha hecho el gobierno provincial; mentirles, como hicieron durante mucho tiempo los gobiernos nacionales, y hasta matarlos, solución final que algunos ejecutarían seguramente con toda precisión y eficacia, si otros hiciesen un guiño o si en el lager hubiera menos cámaras de televisión encendidas. Esto último, seguramente más importante -para todos- que lo primero.

Y aquí conviene pasar del latín al castellano, porque -dicho en castellano- los sacer son el realidad víctimas. Víctimas políticas de todas nuestras «buenas conciencias» que ven en «esa gente» el precio que hay que pagar para ser modernos y para tener un país que por fin despegue.
Víctimas «no deseadas» para que nos/otros (los “otros”) podamos seguir viviendo. Caminos sembrados de cadáveres que -no se sabe muy bien por qué- nos conducirían a la felicidad.

A nosotros, los que hemos tenido suerte de no nacer, ni de vivir así. A nosotros que hemos tenido suerte de tener trabajo. A nosotros que nos contentamos con poco, con muy poco: con declarar que no somos responsables de lo que en el “campo” pasa. A nosotros, que vaya a saber por cuánto tiempo más nos durará “la suerte”…

Y aquí pasamos del italiano Agamben, al español Reyes Mate. Otro de los que está sacudiendo -con sus estudios sobre “las tradiciones olvidadas de Occidente”- el pensamiento y el debate contemporáneo. La idea que Reyes Mate tiene de abandono, es también muy útil para pensar lo que está pasando en nuestros territorios. Recuerda que los “abandonados” no son sino quienes están sometidos al bando y que éste -según el muy castizo Diccionario de María Moliner- era el pregón mediante el cual “se declaraba malhechor a alguien, autorizando a cualquiera a matarle”.

Es decir, que todo “sacer” es en verdad un “bandido” y -como bien se sabe- la “gente decente” (últimamente en Salta más en las filas del partido de gobierno que en el Club 20 de Febrero) sabe muy bien como hay que tratarlos.

Desde los tiempos de Don Robustiano Patrón Costas que sabe cómo merecen ser tratados “los vagos y malentretenidos”, los que reclaman por el jornal y los que cortan rutas. Vaya si lo saben: con ellos, “ni justicia”.

Mientras tanto, los sacer, como pueden hablan. ¿Habrá todavía orejas para escucharlos; o todo ya está definitivamente podrido en Dinamarca? En los tiempos que corren no es fácil saberlo. Todavía hay demasiados ciudadanos dispuestos a mirar prolijamente para otro lado y a repetir -si se le pregunta- aquello de: “¿Yo?…¡argentino!”.

Acaso por esto la solución demora en llegar. Frente a cosas como ésta -y en una época que se llena la boca hablando de “ética”- convendría volver a preguntarse con Reyes Mate: “si al final del proceso la ética se hace insensible al dolor de las heridas, ¿no se habrá perdido la ética en el camino?”.

Es comprensible que ésta no sea una pregunta agradable para aquellos que Hegel llamaba (burlonamente por cierto) las “almas bellas”; tampoco para los burócratas que siempre tienen a mano una cifra interesante en la “lucha contra la pobreza”, con las cual intentan taparnos la boca.

Pero sí lo es para todos aquellos que empiezan a entrever una lucecita de esperanza al final del túnel. Para todos aquellos que seguimos obstinadamente pensando que “la justicia -sigue siendo- el nombre de la paz”.

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