Por Luciano Barreras y Francisco Novas
La pampa como sinécdoque
Durante mucho tiempo hubo un espacio privilegiado en el imaginario argentino: la llanura pampeana. La operación más célebre y efectiva en este sentido es la que aparece en Facundo, en donde Sarmiento (pese a reconocer la existencia de otros espacios geográficos) privilegia a la pampa y la propone como una representación de la totalidad de la geografía nacional. La eficacia de esta operación se puede confirmar en ensayos posteriores como Radiografía de la pampa, en el que Ezequiel Martínez Estrada buscaba dar con la realidad profunda de nuestro país (y la pampa aparece como el cuerpo a radiografiar). Durante el siglo XX (el texto de Martínez Estrada es de 1934) se debate esta centralidad pampeana y se adopta una imagen “norte-sur” del territorio sintetizada en la frase “de Ushuaia a La Quiaca”. Si bien esta segunda imagen es mucho menos arbitraria que la anterior, permanece sin embargo atenida a la dimensión continental y americana del territorio (con la notable excepción de la isla de Tierra del Fuego, aludida a partir del nombre de su ciudad capital).
Cómo pensar los mapas
Las representaciones descritas previamente dejan afuera porciones territoriales muy significativas: los espacios marítimos y el sector antártico. En efecto, Argentina es el séptimo país más grande del mundo con 3.761.274 km² de territorio emergido: 2.791.810 km2 pertenecen al territorio continental americano y casi un millón de km2 al sector antártico. La porción que corresponde a los espacios marítimos es de casi el doble: 6.683.000 km2. El Estado argentino realizó importantes esfuerzos por incorporar estos espacios a las representaciones usuales del territorio. Entre ellos se cuentan los mapas que vamos a aludir a continuación. El primero surge de un decreto de 1946 y conforma el primer mapa bicontinental de nuestro país (imagen 1).
Este mapa formaba parte de una política de apropiación del territorio en términos figurativos que incluía una iconografía y la hacía extensiva a los sellos postales en los cuales la referencia a la Antártida era insoslayable (imágenes 2, 3 y 4). Asimismo exponía la “batalla filatélica” que había entablado el gobierno de Perón contra el imperio británico, como sucedió con el reclamo de Juan I. Cooke a R.A.Leeper por la emisión de sellos postales de las Falklands Islands Dependencies (1946). Un antecedente del mismo tipo se había presentado en 1933, ante el centenario de la usurpación británica, cuando el imperio emitió una serie de estampillas alusivas, que generaron protestas por parte del gobierno argentino.
Sello postal de 1947 Estampilla Mapa Bicontinental 1951
Sello postal 1954
Esta iconografía se vincula con la presencia pionera de la Argentina en el sector antártico, cuyos primeros hitos se remontan a principios del siglo XX con el envío del alférez José María Sobral a la expedición sueca de Otto Nordenskjöld (1901-04), en concomitancia con la creación de la Compañía Argentina de Pesca, la compra de la Estación meteorológica y la ratificación de los primeros trabajadores en Antártida (1904). Durante los años peronistas se fortaleció considerablemente la política antártica que hasta entonces se venía desplegando. El incremento de campañas, la creación del Instituto Antártico Argentino y la fundación de bases se cuentan entre las medidas más destacadas. Luego, en 1961, Argentina firmó el Tratado Antártico. Frondizi como presidente electo y firmante del Acuerdo, decidió viajar a la Isla Decepción y ser el primer presidente en pisar tierras polares. Se trata de políticas que resumen intereses que fueron emergiendo y que aún continúan en agenda cada vez que se habla de la Antártida. En la actualidad la prospección de minerales, los posibles yacimientos petrolíferos, y las reservas de agua dulce, hacen del continente un espacio significativo para la geopolítica actual.
En línea con esta agenda, encontramos el nuevo mapa de los espacios marítimos, sancionado por la ley 27.557 de 2020 (que modifica la ley 23.968 sobre Espacios Marítimos) y que permite formalizar un nuevo mapa en el que la Argentina expone toda su extensión marítima, insular y antártica (imagen 5).
Luego de un extenso esfuerzo de investigación -sostenido por años por el Estado argentino- y tras sucesivas presentaciones, este mapa obtuvo el aval de la Comisión de Límites de la Plataforma Continental (CLPC) de Naciones Unidas, por tanto, cuenta con la legitimidad y el consenso internacional que ello implica, y por ende, con el reconocimiento de nuestra soberanía sobre dichos espacios (con la salvedad de aquellos en los que existe una disputa con el Reino Unido, que se mantiene en tanto disputa diplomática).
A partir de este mapa podemos actualizar la imagen cartográfica de nuestro país, en tanto demarca el límite exterior de la plataforma continental (que se extiende hasta las 350 millas náuticas e incluso más) y resalta los espacios marítimos argentinos correspondientes al territorio continental, insular y antártico. Asimismo ofrece una representación proporcionada de todo el territorio, respetando sus escalas geográficas. Frida Armas (jurista internacional y especialista en Derechos sobre el mar) en una entrevista realizada por el equipo Educación y Memoria del Ministerio de Educación de la Nación destaca que: “el mapa muestra la extensión de nuestra geografía desde La Quiaca al Polo Sur, de modo que Tierra del Fuego se ubica en el centro de nuestro país”.
Otros antecedentes
Si de disputas cartográficas se habla, o de la importancia que en definitiva contienen los mapas, en 1884 y 1908 ubicamos dos acontecimientos interesantes en torno al asunto del Atlántico Sur entre Argentina y Reino Unido. En la primera ocasión, el canciller Francisco Ortiz comunicó al ministro inglés Edmund Monson la necesidad del Estado argentino por definir sus límites territoriales, que incluían a Malvinas. Debates diplomáticos mediante, el asunto quedaría pendiente de resolución. En julio de 1908, por otro lado, el rey Eduardo VII firmó una carta patente en la que sostiene que el Reino Unido reclama los territorios situados en el Atlántico Sur, al sur del paralelo 50, y entre los 20 y 80 grados de longitud oeste (Ver imagen 6). Territorios, algunos de estos, que nunca habían sido poblados ni reclamados por la Corona. Tal es así que en 1917 el rey Jorge V sustituyó la carta patente en cuestión.
Estos ejemplos permiten traslucir cómo los mapas y ciertas expresiones cartográficas aluden a una herramienta de poder y dominio. El hecho de atribuirse algo, o de dominar el plano de lo visual, operó como instrumento -en este caso- del ejercicio imperial británico para controlar no sólo una porción territorial, sino también marítima, que no le pertenecía. En los mapas no sólo se define lo espacial, sino también un conjunto de sistemas de relaciones y lugares de enunciación que trabajan en términos simbólicos.
Delimitación propuesta por la Carta Patente de 1908. Santos Martinez, 1982
Malvinas como significante para pensar el mar y la Antártida
En este sentido, nos parece importante destacar el valor simbólico de Malvinas para construir un imaginario nuevo respecto de nuestro territorio. Esto por varias razones, que podemos sintetizar en esta frase: Malvinas es un espacio conocido, pero distinto. Nos resulta conocido porque conforma un reclamo territorial que está vivo en la sociedad civil y en las políticas estatales: aprendimos por ejemplo en la escuela a reconocer su ubicación y su pertenencia a la plataforma continental (algo que los mapas que mencionamos muestran palmariamente), escuchamos canciones sobre Malvinas, vimos películas y murales entre muchas otras marcas de Malvinas .
Pero además Malvinas tiene una característica que pone en crisis las viejas representaciones del territorio nacional: se trata de un archipiélago, de un conjunto de islas. Esto implica que el reclamo territorial argentino refiere a un espacio que es muy distinto al continente, es decir, a aquel espacio que asociamos con el territorio de modo hegemónico. En efecto, el hecho de que Malvinas sea un archipiélago repone la dimensión marítima: pensar Malvinas supone inevitablemente pensar el mar, tal como lo muestra su presencia en los documentos de los primeros proyectos poblacionales, como los diarios de Emilio Vernet y María Sáez, en las representaciones artísticas previas a la guerra, como “La hermanita perdida”, de Yupanqui y, sobre todo, el lugar que ocupa en muchas de las memorias de quienes fueron a la guerra.
Por otro lado, además de reponer la dimensión marítima, Malvinas como “puerta de entrada a la Antártida” nos permite incorporar esta parte del territorio al imaginario. La vía regia para ello son los mapas: como vimos, vinculan ambos espacios, los hacen perceptibles, asequibles para la imaginación. Aquí la escuela y nuestras universidades siguen jugando un papel crucial.
A modo de cierre
Como hemos podido visualizar, los espacios marítimos y la Antártida han sido lugares de disputas y escenarios donde hemos ejercido nuestra soberanía. Allí también se desplegó nuestra patria, y conforman hoy un ambiente necesario para preservar y proteger. Al mismo tiempo, si bien Malvinas y Antártida contribuyen continuamente a reflexionar sobre los espacios marítimos, debemos también incorporar nuestros ríos, nuestros recursos pesqueros y petrolíferos, entre otros, en tanto también son ejes inevitables de la discusión. Esperamos que los antecedentes aquí propuestos sirvan para contribuir a un debate que parece cada vez más necesario.