Por Nuria Yabkowski.
Nota en colaboración con el Programa de Investigación sobre el comportamiento de Actores Sociopolíticos (PICAS) (ICI-UNGS).
Eso que llamamos feminismo se ha transformado mucho a lo largo de su historia. Lo que esa palabra representa no sólo cambia según las épocas desde el siglo XIX hasta nuestros días, sino también según los territorios. Para comprender qué quiere decir hoy (si es que acaso quiere decir una sola cosa), quiénes somos, cuáles son las demandas, y sobre todo qué desafíos enfrentamos en la Argentina, es necesario un breve repaso histórico que nos permita llegar a este particular presente, en el cual la aprobación de la ley de interrupción voluntaria del embarazo en diciembre de 2020 nos interpela a buscar otra demanda capaz de anudar y articular la heterogeneidad que hoy caracteriza al movimiento feminista en nuestro país.
Las características y demandas del movimiento feminista se han transformado muchísimo desde sus inicios -que podríamos situar en la segunda mitad del siglo XIX- hasta nuestros días, en los que necesariamente tenemos que hablar en plural de los feminismos. La modificación de la agenda no solamente está relacionada con los derechos que se han ido conquistando, sino también con los sujetos que la impulsan: si en el siglo XIX ese sujeto era la mujer (así, en singular, con todos los problemas que ello suscitó también en aquel entonces cuando, por ejemplo, las mujeres negras denunciaban el racismo de las feministas blancas), hoy hablamos de mujeres y disidencias, lesbianas, travestis, transexuales, intersex, no binaries; hoy reivindicamos la interseccionalidad como paradigma para no invisibilizar aquellas opresiones que surgen de los cruces entre clase, género y raza, para denunciar no sólo una sociedad patriarcal, sino colonial, capacitista (que discrima a personas con discapacidad), cisexista (que discrima y subordina a mujeres y a personas trans), adultocéntrica (que no escucha la voz de las infancias ni las concibe como sujetos de derecho), etc. La interseccionalidad como paradigma es a la vez una postura ético-política que no jerarquiza opresiones, que alerta sobre los peligros de la atomización y trabaja con insistencia con la articulación como horizonte[1].
Los feminismos diversos y multifacéticos en la actualidad están situados y atravesados por otras luchas de las que también forman parte (lucha anticapitalista, ecologista, antiracista, por nombrar algunas), y por eso no es lo mismo hablar de Europa y Estados Unidos, que de América Latina y Argentina, donde el carácter descolonial y popular impregna por lo menos a una parte importante del movimiento.
Es usual intentar comprender el devenir del feminismo organizándolo en oleadas[2], lo cual resulta útil siempre y cuando podamos reconocer las especificidades propias de cada territorio, evitando cualquier intento de universalizar la historia. Hecha esta aclaración, podemos decir que una primera ola emerge en el siglo XIX y comienzos del siglo XX, en la que el objetivo es la conquista de los derechos políticos. En Argentina una de las figuras más sobresalientes de esta etapa es Julieta Lantieri, que logra ser candidata en 1920, aunque recién en 1947 las mujeres conquistarán el derecho al voto con la figura de Eva Perón a la cabeza.
Una segunda oleada emerge en Estados Unidos y Europa en los años 60, en la que se cuestionó la división sexual del trabajo, se afirmó el trabajo doméstico como trabajo, se puso en agenda la libertad sexual y se cuestionó la heterosexualidad obligatoria; al tiempo que se diversificaba el movimiento en distintas corrientes, más radicales, más liberales o más populares. En la Argentina podemos reconocer que algunas de estas demandas (especialmente aquellas en torno a la sexualidad) tienen mayor presencia en los años 80 con la primavera democrática (en una de las fotos más conocidas del 8 de marzo de 1984 puede leerse un cartel que dice “El placer es revolucionario”).
La tercera ola, la cual suele situarse en los años 90, se caracteriza por una importante producción académica que cuestiona aquello mismo que entendíamos por género, por mujer, es decir, por el sujeto del feminismo. En Argentina es un período en el que la calle cede como escenario de disputa, mientras algunas feministas van ganando lentamente lugares en las instituciones. Tanto en los 80 como los 90 en nuestro país se destacan avances muy relevantes en la legislación como la patria potestad compartida (1985), el divorcio (1987), la ley de cupo (1991) y la incorporación de los tratados internacionales, como el de la CEDAW, en la Constitución de 1994. Es importante resaltar el impacto del movimiento de derechos humanos, el cual debemos reconocer como una de las vertientes del movimiento de mujeres en toda América Latina. Las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo, a través de su acción colectiva, convirtieron su maternidad en una maternidad social (ninguna demandaba solamente por su hijo/a), politizada, que se trasladó del ámbito privado al terreno de lo público, que reivindicó la lucha que llevaron adelante sus hijos e hijas y, en ese sentido, no fueron neutrales frente a las políticas neoliberales[3].
Además, hacia finales de los años 90 y con el 2001 como momento bisagra, se gesta y aparece un feminismo popular en los movimientos de trabajadores y trabajadoras desocupadas que resisten el ajuste. Esto cambia radicalmente al movimiento cuando se articula con otros feminismos, tal vez más institucionalistas en sus prácticas (ocupando lugares en el Estado, por ejemplo), cómo los de clase media y universitarios. En síntesis, la tercera ola se caracteriza, por sobre todas las cosas, por la diversidad de los feminismos, diversidades étnicas, etarias, de clase y sexo-génericas. En dicha articulación, los Encuentros Nacionales de Mujeres -hoy denominado Encuentro Plurinacional de Mujeres, Lesbianas, Trans, Travestis, Bisexuales, Intersexuales y No Binaries-, jugaron un papel fundamental. Desde 1986 hasta el día de hoy (en octubre se realizará en San Luis el encuentro número 35, suspendido solamente durante 2 años por la pandemia) se realiza este evento; tal vez único en el mundo por su diversidad y heterogeneidad, por su continuidad, por su carácter autogestivo y, también, desde hace varios años ya, por su masividad. Fue un lugar clave en la historia de la articulación de los feminismos. En este marco las militantes de las organizaciones piqueteras se encuentran con académicas, docentes, sindicalistas, trabajadoras, campesinas, se debate la demanda de trabajo, la feminización de la pobreza, el problema del hambre, y convergen en una demanda que tendrá la capacidad de anudar muchas otras: la demanda por el aborto legal, seguro y gratuito. En el Encuentro del año 2003 en la ciudad de Rosario, las mujeres populares (que no necesariamente se reconocían como feministas) ponen en agenda tres grandes problemas: la desocupación, la violencia y el aborto. En 2005 se crea la Campaña por el Aborto Legal, Seguro y Gratuito con el lema “Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal, seguro y gratuito para no morir”. Más de 280 organizaciones a lo largo de todo el país, con el pañuelo verde como símbolo, comienzan un trabajo militante que logrará su objetivo primario en diciembre de 2020 cuando se aprueba en Argentina la Ley 27.610 que regula la interrupción voluntaria del embarazo. La ley implicó un antes y un después, pero eso no significa que este derecho se encuentre plenamente garantizado, ya que existen muchas resistencias entre actores con distintos grados de poder (intendentes, ministros y secretarios de salud, jueces, fiscales, iglesias), que son capaces de vulnerar nuestro derecho en mayor o menor medida según el territorio del que estemos hablando. Podríamos enmarcar esta enorme conquista en la cuarta ola que, sin dudas, tiene un momento distintivo en nuestro país en el año 2015 con el Ni una menos, el cual fue un grito colectivo por el fin de las violencias por motivos de género y una demanda de justicia. Durante los últimos veinte años, la demanda por el aborto legal se convirtió en el acuerdo más fuerte y sólido entre todos los feminismos, logró anudar un montón de otras demandas insatisfechas, ya que decir aborto legal implicaba afirmar la autodeterminación y soberanía sobre nuestros cuerpos gestantes, reivindicar una sexualidad libre de mandatos. Proclamar por él era decir salud pública, derechos humanos y justicia social, implicaba demandar por una ciudadanía plena, en un país laico, plural y democrático. Uno de los interrogantes a los que nos enfrentamos ahora es qué otra demanda será capaz de cumplir ahora ese papel, qué otra demanda podrá articular un movimiento cada vez más amplio y heterogéneo.
Existen muchos interrogantes en la actualidad sobre diversos temas en los cuales no sólo no hay consenso, sino que producen virulentos enfrentamientos: ¿la prostitución es explotación sexual o trabajo?, ¿qué hacer respecto del alquiler de vientres?, ¿y con la pornografía?, ¿son las disidencias parte de los feminismos? ¿o deben formar un movimiento aparte con el cual articular?, ¿cuál es el lugar de los varones?, ¿y el de los varones trans?
Algunas de estas cuestiones, sumadas a otras tensiones y divisiones políticas, están llevando a que por primera vez en la historia el Encuentro se parta y se realicen dos, uno en octubre (el Encuentro Plurinacional de Mujeres y disidencias), y otro en noviembre, que conserva el nombre Encuentro Nacional de Mujeres. Será importante analizar lo que suceda este año en San Luis (qué sucede en cada uno de ellos, quiénes participan y quiénes no en cada uno, cuáles son los talleres más concurridos, qué se destaca en los documentos de apertura y de cierre). No puede interpretarse como una casualidad que el primer encuentro después de la legalización del aborto sea un encuentro partido.
A pesar de todas estas cuestiones inciertas y de estas divisiones, existen por lo menos dos temas con mucha centralidad en la agenda de los feminismos: las violencias por motivos de género y la desigualdad en las tareas de cuidado. El primero se expresa muchas veces como demanda urgente de una reforma judicial feminista, incluso a pesar de que todas las activistas saben que se necesita una respuesta integral por parte de las políticas públicas, lo que implica de mínima dar respuesta a la necesidad de independencia económica y vivienda a quienes sufren estas violencias, y dispositivos para trabajar con las masculinidades violentas, entre otras muchas cuestiones. Las resistencias de un poder corporativo tan poderoso como el poder judicial, sumado a la complejidad de la respuesta que no empieza ni termina con una ley, son algunas de las dificultades que aparecen para hacer de este tema una demanda capaz de anudar otras demandas. Esto no quiere decir que no se puedan sortear, pero es probable que todavía el movimiento feminista necesite una mayor elaboración para construir una síntesis tan potente como el pañuelo verde.
El segundo tema, las tareas de cuidado, refieren a todas aquellas actividades que no sólo sostienen la organización del trabajo en el capitalismo y, por ende, lo hacen posible, sino que sostienen y hacen posible la vida misma. Un mundo más igualitario implica cambiar estructuralmente la organización del trabajo y del cuidado, que también es una labor. La pandemia tensionó tanto la (in)compatibilidad entre trabajo remunerado y tareas de cuidado que las demandas sobre este tema se hicieron más audibles. La desigual distribución de estas tareas es un factor central para explicar fenómenos como la brecha salarial[4], el techo de cristal[5], la precarización laboral y la feminización de la pobreza (muchos de estos temas deberían formar parte de las agendas sindicales), así como también la situación de dependencia económica de muchas mujeres que sufren violencia de género.
Como todo problema complejo requiere de respuestas complejas, sin embargo, en términos de políticas públicas ya es posible identificar dos focos para comenzar a elaborar estas respuestas, ya que en algún momento lograron formar parte (aunque sea muy lateralmente) de la agenda pública gubernamental. En primer lugar, la modificación de los sistemas de licencias para padres y madres en la Ley de contrato de trabajo para lograr licencias igualitarias. Vale recordar que esta modificación fue anunciada en el discurso de apertura de sesiones de este año por el Presidente Alberto Fernández, aunque hasta ahora no se ha tenido noticias de ningún proyecto de ley al respecto. En segundo lugar, la generación de un sistema estatal y comunitario de instituciones de cuidado a lo largo de todo el territorio nacional. Un primer paso en esta dirección ha sido el Mapa Federal de Cuidados. También se generó una gran herramienta de visibilización y cuantificación económica de estas tareas con la Calculadora del Cuidado. A diferencia de otros momentos en la historia de las luchas feministas, actualmente contamos con un actor institucional más (será otro tema evaluar su impacto), como el Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación.
Para cerrar, retomo la expresión de la investigadora Paula Varela, “las mujeres emergen como un puente”[6] entre la esfera de la producción y la de la reproducción, es decir, entre ese trabajo productivo, remunerado y reconocido, y ese otro trabajo no reconocido como tal, no remunerado, invisible, desvalorizado, y que, sin embargo es vital. Es por ello que creo que, habiéndose logrado la aprobación de la ley de interrupción voluntaria del embarazo, el abordaje de las tareas de cuidado tiene la posibilidad de convertirse en un eje central, capaz de estructurar y anudar demandas, primero al interior del movimiento feminista, y después también hacia otros, como el movimiento sindical o el movimiento de las y los trabajadores de la economía popular.
En un contexto nacional y mundial en el que las derechas conservadoras pretenden avasallar los derechos conquistados, no sólo la articulación de los feminismos entre sí, sino entre todos los movimientos populares, aparece como un imperativo político para resistir, persistir y avanzar.
[1] Viveros Vigoya, Mara: «La interseccionalidad: una aproximación situada a la dominación», Debate Feminista, n° 17, pp. 1-17, 2016.
[2] Gamba, Susana Beatriz: Se va a caer. Conceptos básicos de los feminismos. La Plata: Pixel, 2019.
[3] Di Marco, Graciela: El pueblo feminista. Movimientos sociales y lucha de las mujeres en torno a la Ciudadanía. Buenos Aires: Biblos, 2011.
[4] En Argentina, los varones en empleos formales ganan un 30% más que las mujeres. En empleos informales esa brecha aumenta al 35%.
[5] Esta expresión refiere al fenómeno que hace que las mujeres no ocupen, o lo hagan en porcentajes muchos más bajos que los varones, posiciones de poder en los más diversos ámbitos.
[6] Varela, Paula (coordinadora): Mujeres trabajadoras: puente entre la producción y la reproducción. Lugar de trabajo y militancia en la nueva ola feminista. Buenos Aires: CITA-CEIL CONICET, 2020.