LOS ACONTECIMIENTOS

En Estados Unidos se está discutiendo la derogación del derecho al aborto. A partir de este suceso, reflexionamos sobre la lucha en las calles y el poder de las acciones cuando las palabras no alcanzan.

Mientras escribo esto, leo que detectaron el primer caso sospechoso de viruela del mono en Argentina. Es domingo 22 de mayo y tengo que cambiar las primeras líneas de mi columna. ¿De dónde sale la idea de que la humanidad siempre está yendo hacia algo mejor? ¿Realmente la historia es una línea de sucesos ordenados por fechas y que seguirán ad infinitum, invariable y constantemente siempre hacia la evolución, de manera lineal, de manera fija? ¿Cada vez vamos a ser mejores humanxs? Yo, últimamente, no la veo. 

A principios de este mismo mes, en Estados Unidos se filtró un documento borrador del Tribunal Supremo en el cual se dispone a derogar el derecho al aborto que rige en los cincuenta estados del país norteamericano. El borrador fue filtrado la noche del 2 de mayo y el mismo presidente del Tribunal confirmó su autenticidad. La reacción no se hizo esperar: decenas de miles de manifestantes salieron a la calle para defender sus derechos. El sábado 14 de mayo se realizaron más de 450 manifestaciones a lo largo de todo el territorio, con enormes concentraciones en ciudades tales como Nueva York, Los Ángeles, Washington, Boston y Chicago. 

El aborto en Estados Unidos es legal desde 1973, año en que se dictaminó que la Constitución protege la libertad de una mujer embarazada para elegir abortar sin excesivas restricciones. Esto fue gracias al fallo Roe vs. Wade, el mismo que se intenta derogar desde el Tribunal Supremo. Si esto llega a suceder, el acceso al aborto, su legalidad, penalidad, sus condiciones y restricciones dependerán de las leyes de cada estado. Según el Instituto Guttmacher, se da por sentado que veintidos estados prohibirían el aborto una vez que quedara sin efecto la ley actual estatal. Además, hay lugares como Texas, Mississippi, Utah y Louisiana donde ya tienen leyes elaboradas antiaborto, por ejemplo, la Ley Texas, que fomenta y paga 10.000 USD a quienes denuncien personas sospechosas de abortar/ayudar a abortar. 

En Instagram sigo a la cuenta @newyorknico, la página de un tipo que vive en Nueva York y se dedica a grabar a los personajes del subte, a los mozos de las cafeterías, a las piernas tatuadas en los parques de skate, a los gatitos sobre los mostradores en las tiendas y a las señoras que bailan música árabe un domingo en el Central Park. Miro un video que grabó de la marcha a favor del aborto el pasado 14 de mayo: la actriz de Seinfeld, Julia Louis-Dreyfus, baila sobre el puente de Brooklyn al compás de unos tambores con un cartel que dice “Si los hombres se embarazarían, se podría abortar hasta en los cajeros automáticos”. Una señora sentada en el banco de una plaza sonríe cuando le sacan fotos con su cartel donde unas letras violetas aseguran que “Todx niñx merece ser deseadx”. Una nena desde adentro de su chochecito sostiene su propio cartel: un garabato de colores pintado en un cartón. En el medio se destaca, relleno de un rojo muy furioso, un corazón. 

Me hizo pensar en nuestra lucha por el aborto en Argentina y en aquella noche de diciembre del 2020: la noche en que mi garganta llegó al tono más agudo que alguna vez escuché. 

Ese mismo año se publicó el libro El acontecimiento (2020), de Annie Arneux, una novela autobiográfica que hace poco terminé de leer, donde, en un poco más de 100 páginas, la narradora relata su desesperante odisea para abortar en París del 1968, cuando el aborto aún estaba prohibido y penado en toda Francia. Salas de espera, médicos hombres que la evitan, trenes, la imposibilidad de escribir una tesis, la soledad de una chica de 23 años obligada a actuar en la clandestinidad, el silencio de la gente, la canción “Dominique nique nique” repitiéndose en loop en su cabeza. 

La autora, para escribir esta novela, recurrió a su diario íntimo que escribió entre septiembre de 1968 y febrero de 1969, antes, durante y después de haber estado embarazada. Lo que nota en sus escritos, sobre todo, es la soledad por la cual pasó en ese entonces. Describe la envidia que le daba ver a sus compañeras de facultad hablar sobre las calificaciones, las vacaciones, los novios y las tesis, mientras que ella solo está pensando en abortar. Va a las clases, va al teatro, va a un café con amigos. Pero en su cabeza siempre está pensando en abortar. 

Una vez que una enfermera vieja le realiza el aborto en una casita de un callejón sin salida en el distrito XVII de París, la misma sociedad que la había dejado sola durante su embarazo ahora la felicita por su victoria individual, ahora le pregunta por qué había viajado hasta tan lejos si en su misma cuadra había una “abortera excepcional”. Todo esto se lo dicen después, claro. 

Hay unas líneas que subrayé con especial énfasis en el libro: “Y, como de costumbre, era imposible determinar si el aborto estaba prohibido porque estaba mal, o si estaba mal porque estaba prohibido.” 

Leo noticias sobre la situación en Estados Unidos. Una madre le dice al reportero que la idea de que su hija tenga menos protección que ella cuando era chica le rompe absolutamente el corazón y la atemoriza: que no encuentra palabras para lo que siente. 

La idea de la no-palabra es algo que me obsesiona hace muchos años. Una de mis autoras preferidas, Clarice Lispector, también padecía la misma obsesión. ¿Qué sucede cuando no encontramos la palabra justa para describir una imagen, un sentimiento, una situación? ¿Será por el hecho de que no hay palabras frente a la muerte que hacemos aquel famoso minuto de silencio? “Las palabras sobran”, “no sé qué decirte”, “no encuentro palabras para lo que siento”. La obra de Lispector reflexiona constantemente sobre los límites de la palabra, sobre aquel punto donde el lenguaje ya nos queda corto. 

“(…) Escribir es usar la palabra como carnada, para pescar lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra, la entrelínea, muerde la carnada, algo se escribió. Una vez que se pescó la entrelínea, con alivio se puede echar afuera la palabra. (…)”

Quizás esa madre tenga razón, quizás no haya palabras para describir el hecho de que se vuelva atrás en materia de derechos humanos. Seguramente me digan que sí, que la política, la historia, la sociología y diversas ciencias puedan explicarlo. Pero yo me refiero a lo impalpable, a la vulnerabilidad, a la desesperación de, por ejemplo, una chica que en 1968 quiere abortar y ve pasar los días y ve crecer su panza y no encuentra quien la ayude. De hecho, la autora afirma que, si le preguntaran por aquella época de su vida, ella sólo podría mostrar la imagen de una sonda ensangrentada flotando en una palangana. Una imagen. La no-palabra. 

Estoy haciendo un taller de escritura sobre arte, donde te dan herramientas para poder escribir reseñas o críticas sobre alguna obra (ya sea un CD, una pintura, una muestra, un libro, una canción). La última consigna que nos dieron fue escribirnos con alguna compañera una especie de carta o e-mail, donde le contemos sobre una obra que nos guste o que nos llame la atención. 

Una compañera de Montevideo me mandó un mail contándome sobre la famosa pintura de Guillermo Laborde, que yo no conocía. El óleo es “Retrato de Luis E.Pombo”, y en el  texto Victoria expone su tendencia casi inconsciente que tiene de volver esporádicamente al Museo Nacional de Artes Visuales para poder observar esta pintura, una vez más. Me explica que no entiende qué es lo que la hace regresar y contemplarla, y que en cada visita se queda unos minutos más. ¿Cuál es el misterio de esa obra? ¿Por qué es tan misteriosa? ¿Quién es Luis E. Pombo? ¿Por qué está tan serio? Busco la obra y compruebo: realmente está plagada de incógnitas. Me quedo hipnotizada mirando la pantalla. 

Le contesto citando un poema de Mirta Rosenberg, una poeta convencida de los límites de la palabra. Otra autora que afirmaba: “las palabras, está comprobado, nunca llegan a su fin”. Le contesto a Victoria que quizás sea en vano encontrar las palabras justas para describir la pintura de Laborde. Le contesto que quizás solo quede observarla y sentir ese halo enigmático que nos penetra desde los ojos de Luis. 

Vuelvo a ver el video de la marcha a favor del aborto en Estados Unidos y descubro más nenas sosteniendo garabatos desde sus cochecitos. Los sostienen convencidas, solemnes y precisas. Sonrío. Porque me doy cuenta que ahí también están: son las no-palabras. 

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