Lecciones de peronismo básico

El peronismo es una huella profunda en la sociedad en términos de justicia social y reparación nacional, y el PJ es propietario de los atributos formales. Pero además, es una maquinaria conservadora de extensión territorial con capacidad de negociación, lo que no lo convierte per sé en sujeto de cambio. El kirchnerismo ¿será una línea interna del PJ o un frente de centroizquierda transversal por afuera? El asunto de seguir gobernando y un elogio de la demagogia.

Los últimos cambios de gabinete fueron un mensaje: seguimos en el camino. Clarín editorializó en espejo: “cambios para que nada cambie”. Que Néstor y Cristina son tenaces es una opinión que abarca a propios y ajenos, pero siempre importa el escenario. Seguiremos en el camino, pero uno puede querer el Cielo y a veces solo cuenta con algunos retazos de Infierno. Y si es afecto a patear el tablero, debe esperar que con eso se arme un Purgatorio.

La cuestión del PJ

Hablemos entonces de peronismo básico.

El 60% del electorado dio su apoyo a candidatos que se presentan como peronistas pero enfrentados en dos ideas antagónicas de país, con el agregado de que muchos de los involucrados han circulado entre una y otra.

El peronismo no puede ser a la vez algo y su contrario, lo que marca el carácter de la lucha por definir qué es eso, apropiarse de sus significados y también de sus atributos formales. De lo que se concluye (vaya descubrimiento) que PJ y peronismo no son lo mismo.

Este último surgió respondiendo a profundas demandas sociales que se plasmaron en las ideas de justicia social, independencia económica y soberanía política. ¿El actual PJ las sigue representando, o se puede poner al frente de esas demandas? ¿Cuál de todos los PJ existentes?

Sin embargo, el ambiguo, complejo y problemático PJ ha demostrado ser, en situaciones límite, la única fuerza política con poder y organización como para gobernar. Pero la seguridad que otorga tal certeza demostrada en hechos, no se extiende instantáneamente a su capacidad para producir los cambios que el pueblo necesita en términos de justicia, libertad y soberanía. Ha devenido en una maquinaria conservadora de extensión territorial, una confederación inestable de príncipes-gobernadores y segundones asociada por necesidades de administración con otros núcleos duros de poder territorial, y con eso le alcanza para sostener capacidad de negociación. Pero no lo convierte en sujeto de cambio, ni se sabe cómo convertirlo en tal cosa, porque con esa lógica como techo, su doctrina es el pragmatismo y la conservación del espacio, sea cual fuera el modelo de país y quien gobierne. No es poco, porque el diseño constitucional de 1994 les agregó a los gobernadores el manejo de sus recursos naturales y amplio poder de decisión en políticas públicas.

Cómo se ha llegado a tal cosa ya ha sido analizado desde distintas perspectivas, y seguirá generando millones de caracteres en el futuro, pero en todo caso baste señalar que:

a) el peronismo es una huella profunda en la sociedad en términos de democracia con justicia social y reparación nacional, y el PJ es propietario de los atributos formales que remiten a esa huella;

b) darle un rumbo determinado no es una cuestión de voluntad individual por la gran capacidad de cooptación que tiene el aparato extendido sobre la administración estatal;

c) todo análisis no puede prescindir de dos aspectos: contener lo que sucedió en los ‘90, por su vigencia en el presente, y definir (pavada) la cuestión de la conducción.

Si hubiera una imparable dinámica transformadora, el tema del PJ se convertiría en secundario y quedaría atrás, como el lado cadavérico de aquello que se está haciendo por otra vía, en orden a lo que debería ser.

De ello puede inferirse que como no existe tal dinámica, o al menos que por sus contradicciones ella no es imparable, el PJ ni es secundario ni es aún ese lado cadavérico. Estamos, pues, en la ambigüedad de un entretiempo.

En el kirchnerismo, y sólo como punto de partida, quizás sea pertinente rever la idea de hegemonía en relación con las identidades políticas, como así también cuáles son las lógicas de acumulación y construcción política capaces de torcer el curso inercial de la realidad.

Con otro resultado electoral, si los K hubieran explicado bien y la sociedad hubiera entendido, el tema PJ no estaría en discusión, y quizás por eso tal descubrimiento tardío escondería un punto de fuga de lo que se quiere ocultar: fracaso o reticencia en construir y ocuparse de la organización popular.

En su discurso desde Tucumán, Cristina adelantó lo que pretende: ley de lemas e internas abiertas para todo el mundo y al mismo tiempo. Es necesario que algo así suceda. Ramón Puerta ha declarado que pedirá la expulsión de Kirchner y Scioli del PJ por “traición”. Si los imputados hicieran lo propio con Puerta, Romero y otros horribles, unos y otros se expulsarían dejando al PJ vacante ¿pero acaso esa vacancia lo convertiría en algo distinto de lo que es?

El aceite y el vinagre

Siendo así, se plantean algunas cuestiones de difícil resolución. Hablando de identidades, y como el kirchnerismo es casi todo gestión estatal, es difícil o acaso imposible construirle una doctrina (como la tuvo el peronismo), un Deber Ser que contenga los diversos claroscuros de esa gestión, donde lucen desde las omnipresentes Razones de Estado (ley de glaciares) hasta aquellas cuestiones que los K no explican como se debiera, por caso, la política petrolera, pasando por una política social coherente con la herencia que se dice representar.

Por lo cual, las organizaciones que apoyan al gobierno se ven en la paradoja de aplaudir los logros y hacer malabarismos con todos los aspectos negativos, con el agregado de que tal cosa no entusiasma a nadie porque no se puede hacer una épica de ninguna realpolitik.

Las vueltas de la vida nos encuentran con una acumulación de poder estancada, sin organización propia, con un PJ cristalizado (excepto alguna excepción marginal), y sin movimientos sociales dispuestos a defender el modelo. Respecto de los que se fueron, no es tan grave que el gobierno haya buscado cooptarlos para sacarlos del reclamo callejero como que esos, durante su paso por el Estado, pasaron sin pena ni gloria porque, tomándolo como botín bien ganado, priorizaron su propia supervivencia orgánica. Con lo cual su retorno debe darse en términos distintos a los originales, lo que significa que ambos actores deben cambiar su punto de vista. Y eso no es fácil.

Los dos caminos que parecen abrirse son:

a) una agrupación de centroizquierda, por llamarla de algún modo, que retome las ideas de la transversalidad por fuera del PJ, aunque –hay que reconocerlo– es muy poco para empezar porque no se está empezando. Esta opción tendría una a favor (no estar limitado por el cerrojo de los ducados del PJ) y otra en contra (fuera del PJ todo parece ingobernable). Además, no es algo que se saque de la galera ni se haga de la noche a la mañana.

b) esa misma centroizquierda que intente amasar las distintas tradiciones nacionales, populares, peronistas y progresista, pero como línea interna del PJ.

Habrá que ver si todos esos kirchneristas, peronistas o no, insertos en el difuso campo transversal, se avienen a ser afiliados del PJ, con lo cual por aquí puede abrirse otra herida narcisista. Esta vía guarda cierta similitud con lo que fue el cafierismo enfrentado a Menem.

Si los K hubieran decidido esta alternativa, no está claro si Lole sería oponente interno o candidato transaccional, ni cuál sería el papel de Scioli, ni si así se termina plasmando un bipartidismo centrista desprendido de las Causas Nacionales sin las cuales caeremos una y otra vez en parecidos abismos.

¿Y entonces?

Esas varias situaciones posibles dejan fuera lo principal, el piso del escenario, y ese piso es un gobierno con dos años largos por delante, con una primera minoría que lo sigue siendo, y con los más y los menos conocidos incluyendo un vicepresidente que fue elegido como candidato por Kirchner porque compartía su política petrolera provincializada. Eso también es la transversalidad, o lo era.

Una salida por derecha, reeditando a Frondizi o Alfonsín, supone desarmar todo lo alcanzado, sin vueltas, porque eso pretende la derecha, toda. Tomemos por caso la ANSES y una eventual presidencia de Reutemann. ¿El Lole reprivatizaría, resucitando las AFJP?

No, por varias razones. Bastaría con mantener la fachada estatal desviando el financiamiento de la industria y el mercado interno al agro sojero, a las finanzas sojeras o a las finanzas a secas, con lo cual los trabajadores industriales urbanos que queden, porque el mercado interno perdería centralidad, terminarían capitalizando los negocios agropecuarios y el consumo de clase alta. Eso es el peronismo sojero.

Para Rouvier, se cuenta con muy poco si el camino fuera avanzar y profundizar, lo que sugiere que es preferible que no. Según Artemio López, “el resultado electoral nos muestra… que no se entiende la imprescindible necesidad que el modelo rentístico, el de la primarización de la economía y el de industrialización principalmente por devaluación del tipo de cambio, se subordine al modelo productivo, y no al revés”. Es una de las lecturas posibles, pero no la agota porque el electorado vota por distintas razones muy contradictorias entre sí, no homogéneas, y el gobierno fracasó en polarizar sobre los dos modelos en pugna pero se supone que aprendió del error.

Vuelvan las caras

Sólo queda huir hacia delante, con lo que se conseguirá que se desnuden las intenciones de la oposición, apropiándose de las promesas que ésta no cumpliría nunca, obligándolos a que se opongan; y que los ganadores del 2011 paguen los platos rotos o den marcha atrás y se hagan cargo.

¿Qué hizo y que volvería a hacer la oposición si el gobierno fracasa?

La política pública tradicional. Esto es, la vigente desde 1955 en adelante con dos breves pausas de 1973 y 1984, que se basó en déficits estatales financiados con préstamos externos. Era una engaña pichanga contable, porque los números daban bien pero en la realidad, la carga de los servicios de la deuda subían sin parar reduciendo también sin parar las inversiones públicas en salud, educación, tecnología, defensa del territorio, justicia, etc. Y todo eso aunque entre 1964 y 1974 hubo un fuerte crecimiento industrial que enmascaró la crisis.

Cuando Cavallo ya conocía el fin de la película (confiscación a fines del 2001, default, devaluación y redolarización de modo de reducir el salario a un cuarto de su valor a fin de igualarnos con los tigres asiáticos y reciclarnos en maquila) sacó de la galera el mágico “déficit cero” exigido por el FMI, blindajes, nueva ley de coparticipación que estrangulaba a las provincias y megacanjes mediante.

Del déficit crónico pasamos al “cero”, y de allí al milagro del superávit, algo nunca visto desde la década ‘45-‘55.

Desde 2003 en adelante, las exportaciones crecieron más que las importaciones, y con la refinanciación de la deuda externa, entraron más dólares de los que salían. Con eso, mas un manejo prolijo de los gastos estatales, se consiguieron los famosos superávits gemelos que se exhiben –con razón– como muestra de saludable política económica.

Con el gasto público pasa como cuando se discute si invertir en educación o salud es o no un gasto productivo. Contadores y economistas no deberían manejar la política: esa es una de los principales logros desde 2003. Y es un punto a favor de De Vido, porque hace décadas que no hay semejante obra de infraestructura, que no es gasto sino inversión. Y además, los medios informan que las importaciones bajan por la caída de la actividad, pero esconden que también porque el Estado protege la industria nacional subiendo aranceles.

Tirar la chancleta

Los flujos especulativos mundiales pasaron de los activos financieros a las commodities, bienes tangibles de los que no se puede prescindir, sobre todo alimentos y petróleo, más aquellos que este. Por eso no hay ninguna razón para creer que las exportaciones primarias bajarán, aunque fluctúen, y para ese zigzag están las retenciones móviles.

Las reservas del BCRA siguen allí, no van a caer y nadie se las va a llevar. Devaluando detrás de un Brasil previsible, con esas reservas, y administrando la tasa de interés, una guerra contra el peso es imposible.

Y los superávits gemelos (la buena letra) no han sido suficientes como para que Argentina haya sido borrada del listado de los impresentables con alto riesgo-país.

Nada impide que se aprovechen esos superávits para financiar una agresiva redistribución indirecta del ingreso mediante construcción masiva de viviendas populares, salario universal por hijo, reforma tributaria, ley de medios y de entidades financieras, aumento de jubilaciones, reposición de los artículos de la ley de contrato de trabajo derogados entre 1976 y 2001, plan de largo plazo (sobre todo esto) para acabar con la exclusión, etc.

¿Será esa la estrategia elegida por el gobierno, o al contrario, atajará el resultado electoral volcándose hacia medidas más pro-mercado y menos Estado?

Si así fuera, la militancia kirchnerista podría tomar como propia tal propuesta, con iniciativa, avanzando en términos de organización popular, a fin de contrapesar en el seno de la sociedad el avance de la derecha parlamentaria. Sería como estar contra el kirchnerismo en el gobierno para salvar al kirchnerismo como opción transformadora.

Y si los K optan por avanzar, mejor todavía, esas organizaciones deben mostrarle al gobierno que no estará solo si sigue respondiendo a las demandas sociales, y la movilización lo apuntalará.

Actuar dentro de la sociedad para transformar la realidad sin esperar que los cambios vengan de arriba, lo que podría lograrse mediante un acuerdo mínimo básico entre todos los fragmentos nacionales y populares, como el que aglutinó durante la crisis de la resolución 125.

Haya o no una derecha unificada, entienda o no el electorado que ha votado y quizás votará nuevamente contra sus propios intereses, se sepa o no armar el kirchnerismo como línea interna del PJ o alternativa al bipartidismo, el futuro nos enfrenta a la imagen negada de un barco que naufraga mientras el capitán, aferrado a los centímetros de palo mayor que asoman sobre la superficie, sigue defendiendo los superávits gemelos luego de que la oposición tirara bajo la línea de flotación con toda la artillería disponible a ese tal barco que alguna vez fuera bautizado como “La Argentina”.

A eso, me parece, se refiere Boot cuando hace un solitario llamado a la más pura, bruta, despiadada, heroica, libertaria, hermosa y querida demagogia peronista, esa niña mal de casas bien.

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