Los otros días un amigo me reprochó que no mostrara la menor alegría por el procesamiento de Carlos Menem por el escandaloso encubrimiento de los asesinos de la AMIA y, en particular de un casi paisano suyo, Alberto Jacinto Kanoore Edul, quien fue escrachado justo-justo en la encrucijada entre la supuesta Trafic-bomba y un volquete que se puso frente a la puerta de la AMIA escasos minutos antes de que el edificio se derrumbara tras el estallido de dos bombas.
Menem había intimado con su coetáneo Alberto Edul y con su hijo homónimo –condenado a ser un eterno “Albertito”– allá por los años ’80, cuando vivía en un departamento de la calle Cochabamba casi Jujuy, muy cerca de donde siguen viviendo los Edul. Tanto el padre, ya fallecido, como el hijo, habían nacido en Yabrud, Siria, tierra de los ancestros de los Menem y de su primo lejano, Monzer al Kassar, a quien muchos creemos el instigador del ataque. Por entonces, en los primeros años ’80, se corría la bolilla de que, al igual que el camisero Gostanian, Edul padre había puesto plata para comprar el departamento de tres ambientes que ocupaba Menem, que había emergido de la dictadura pobre como una laucha. En ese mismo edificio al que llegó la Policía Federal buscando supuestos narcos sirios llegados de Arabia Saudita al día siguiente de la voladura de la AMIA.
Pajarito cantó la justa
Mi amigo estaba escandalizado de mi cara de Buster Keaton con sobrepeso a pesar de haber sido quien, al encontrarnos ambos imprevistamente como participantes de un mismo programa de TV, traicionado por los nervios a causa de mi presencia, Albertito Edul aceptó lo que hasta entonces había negado: que el domingo anterior al ataque a la AMIA había hecho desde su celular-ladrillo adosado a su auto un llamado a la casa de Telleldín justo cuando éste traspasaba a manos ignotas una Trafic sobre la que se iba a montar el bluff de la supuesta camioneta-bomba.
No podía entender que no me alegrara con la noticia del encausamiento del ex Presidente que remató el país después de haber sido yo durante largos años, decía mi amigo, el único periodista que señaló una y otra vez la responsabilidad del poder político en muchas maniobras emprendidas para que no se localizara a los asesinos.
Le respondí que exageraba: no había sido yo el único periodista que
Virtudes de la “raza”
Pajarito García Lupo tuvo el buen tino de no meterse a fondo en un asunto tan peliagudo y de antemano destinado al fracaso. Otros periodistas, como Jorge Lanata y Joe Goldman (autores del primer libro sobre el ataque, Cortinas de humo) habiéndose metido, tuvieron el tino de salirse cuando su olfato les advirtió en qué ciénaga estaban metiéndose, pero yo no pude o supe hacerlo. Porque en octubre de 1994, cuando ya se veía que la investigación no iba ni para atrás ni para adelante, que estaba empantanada y que los supuestos investigadores estaban tapando lo poco que habían descubierto, fui reclutado como investigador por la propia AMIA primero como miembro de un equipo encabezado por Pedro Brieger, luego de uno más pequeño, y durante el último año, individualmente. ¿Resultado? Me obsesioné con el tema hasta el insomnio.
Desde luego, quienes atinaron a huir demostraron tener más sensatez que yo. A veces me consuelo pensando que debo ser víctima de la genética. Que muchos de mis ancestros debieron considerar a la obcecación algo así como “una virtud cardinal de la raza”.
Nada por aquí, nada por allá
Así que le expliqué a mi amigo que tal como había sucedido con el juicio oral y público a Carlos Telleldín, Juan José Ribelli y otros policías bonaerenses corruptos a quienes una conjura urdida por el gobierno de Menem había acusado falsamente de haber participado en el ataque, el desenmascaramiento de la maniobra para nada garantizaba que se avanzara un ápice en el camino de la verdad. Es decir, de establecer cómo habían sido los hechos y quiénes, cómo y por qué habían volado
Apartarse, jamás
Como ministro del Interior, Corach fue el cerebro de las operaciones más delicadas del segundo gobierno de Carlos Menem, que en enorme medida le debe la cuota de iniciativa política que conservó. Corach también fue un maestro en urdir una trama de relaciones con los jueces federales, hasta el punto de que Domingo Cavallo narró que tuvo el desparpajo de anotarle en una servilleta el nombre de los muchos jueces federales que controlaba. Claro que después se desdijo. Y, no es fácil lidiar con Corach en el fuero federal, donde juega de local.
El juez que ni siquiera menciona a Corach a la hora de procesar a Menem y compañía por encubrimiento en el caso AMIA es Ariel Lijo. El mismo que fue secretario de la camarista Luisa “La Piru” Aramayo, muy amiga de Corach y ya fallecida, una pieza clave en la operación de encubrimiento: nada menos que quien visitaba en su celda a Telleldín, instándolo primero a que dijera que le había entregado la falsa Trafic-bomba a unos jóvenes libaneses detenidos en Paraguay mientras contrabandeaban un poco de marihuana, y más tarde a Ribelli & Co. La jugada sacaba al mismo tiempo de foco a sirios y policías federales y ponía la lupa falsamente sobre iraníes y policías bonaerenses, es decir, empleados del entonces gobernador Eduardo Duhalde, por entonces rival de Menem.
Telleldín lo hizo a cambio de 400 mil dólares y otras canonjías. Tampoco tenía demasiada alternativa.
Con estos antecedentes, está más que claro que Lijo debería apartarse de la investigación. Pero esa breva no madurará, del mismo modo que el juez Norberto Oyarbide (que alguna vez, siendo secretario, vehiculizó
Santa Rita sí se quita
El procesamiento de Menem y compañía es también una cortina de humo. Lo más importante, lo despacha el juez Lijo en una sola frase que contiene una imprecisión lo suficientemente grosera como para que cualquiera pueda pronosticar que esa pista jamás se seguirá. Escribió Lijo que “el día del ataque, la empresa Santa Rita, cuyos dueños serían de origen sirio, habría colocado un volquete en la puerta de la AMIA y, luego, otro similar en la calle Constitución 2657, esto es, en la misma cuadra de dos de los domicilios que pertenecerían a la familia Kanoore Edul».
Ya el uso del condicional demuestra que el juez no le otorga la menor certeza a lo que escribe. Para colmo, como Lijo no puede ignorar, Nassib Haddad, el dueño de Santa Rita, no es sirio sino libanés (y, para más señas, católico maronita). Al juez no le importan un comino las muchísimas contradicciones y crasas mentiras en las que incurrió su empleado, el chofer del camión que primero pasó por la calle Constitución, en San Cristóbal, y luego por la AMIA, donde depositó un volquete justo frente a la puerta.
Hace una década presenté ante el juez Galeano un voluminoso escrito
Cháchara, porque Galeano era y es incapaz de explicar por qué no sólo no procesó a los Haddad sino que los liberó de inmediato luego de asistir a una reunión cumbre (sobre la que escribí un largo relato) en la Casa Rosada. Fue cuando se estableció fehacientemente que los Haddad habían comprado nada menos que diez toneladas de amonal, el explosivo utilizado para demoler la AMIA, y siete fiscales pidieran su inmediata detención y procesamiento. En este caso, no fue verdad lo de “Santa Rita, lo que se da no se quita”. Se dio. Y bien rápido que se quitó.
Disfrazaos sin carnaval
Pero lo cierto es que en el tema AMIA nadie relevante quiere avanzar por el sendero de la verdad, por lo que no conviene hacer el ridículo obcecándonos en querer revelar lo que tantas voluntades han acordado en mantener bajo siete llaves. Bueno es recordar aquél verso de Discepolín: «vos parecés haciendo el moralista, un disfrazao sin carnaval».
Para muestra, basta lo que está sucediendo ahora mismo, luego de que el diario Buenos Aires Económico (BAE) revelara que al reunirse con Peter Quilter, un asesor de Barak Obama, electo presidente de los
Culpables pero inocentes
Así, quien quiere ahondar en el tema AMIA deberá acostumbrarse a las paradojas. No creo en la inocencia de Albertito Edul. Para nada. Pero la acusación que se levanta contra él es ridícula. Se lo acusa de haber provisto a terroristas iraníes una Trafic que se habría utilizado como coche-bomba cuando es evidente que no hubo tal coche-bomba.
Los Edul son paisanos de Monzer al Kassar, a quien alguna vez agasajaron en su casa. Tampoco creo que Al Kassar sea inocente. Para nada. Tengo para mí que fue el instigador del ataque a la AMIA (y Edul, uno de sus mandaderos) a fin de obtener que le devolvieran las muchas decenas de millones de dólares provenientes del tráfico de armas y de drogas que una banda mafiosa articulada en torno de los servicios secretos israelíes y norteamericanos, banqueros judíos y funcionarios gubernamentales argentinos le “mexicaneó” a sus socios sirios y colombianos, tal como procuré explicar en mi libro Narcos, banqueros & criminales.
Al Kassar no fue detenido por esto. Tampoco la DEA le tendió una trampa en su residencia de Marbella porque hace años estuvo involucrado en la mayor falsificación de billetes de 100 dólares de la
Más difícil todavía
Precisamente, el temor de los abogados de Menem es que Al Kassar se haya vengado de él (que ordenó que le otorgaran un pasaporte argentino y más tarde lo negó) dándole a un FBI deseoso de congraciarse con las autoridades electas, información precisa de algunos tráficos dirigidos desde su entorno, tráficos que, como el de las valijas de Amira e Ibrahim, estarían directamente relacionados con el motivo de los ataques a la Embajada de Israel y la AMIA.
Le dije a mi amigo que me abstenía de las demostraciones de jolgorio por el procesamiento de Menem en la causa por el encubrimiento de los asesinos de la AMIA para no sufrir luego decepciones, sabia filosofía que heredé de mi recordado hermano Luis, quien la desarrolló en la cárcel.
Menos mal. Porque horas después Menem fue desprocesado en la causa por la voladura intencional de la fábrica de municiones de Río Tercero, una medida que, por suerte, puede ser revertida.
Y es que la intervención de Menem en este falso accidente parece tan pero tan diáfana… y la causa AMIA en comparación tan complicada…
Pero recuerden cuan claros eran lo delitos cometidos por Menem cuando construyó con capitales de procedencia desconocida una pista de aterrizaje más larga que la del Aeroparque en Anillaco. Y, sin embargo, otro “juez de la servilleta” lo desprocesó. Y ¡hala!, que aquí no ha pasado nada.