El jueves 3 de febrero, el Movimiento de Mujeres de Kurdistán (MMK) –conformado por decenas de organizaciones políticas, militares, culturales y civiles en el territorio kurdo y en la diáspora-, difundió una declaración dirigida a los pueblos de América Latina. En el texto se convoca a la solidaridad latinoamericana para enfrentar los ataques militares sistemáticos de Turquía sobre el territorio histórico kurdo, ubicado en el corazón de Medio Oriente.
En la declaración se hizo referencia a los recientes ataques ordenados por Ankara contra el Kurdistán sirio (Rojava), Shengal (la región de mayoría yezidí del norte de Irak) y Makhmur (un campamento de refugiados ubicado en el Kurdistán iraquí –Bashur-, que alberga desde hace más de una década a 12.000 kurdos, en su mayoría desplazados del sudeste de Turquía).
Las mujeres de Kurdistán puntualizaron que los bombardeos se llevaron a cabo luego de la derrota del Estado Islámico en la ciudad de Hesekê (Rojava), días después de que los yihadista intentaron tomar la prisión de Sina’a, donde se encuentran detenidos alrededor de 5.000 milicianos del malogrado Califato.
Al mismo tiempo, en el comunicado se alertó que “los medios y la comunidad internacional trataron de tapar y culpabilizar a las fuerzas kurdas” por la situación en la cárcel, cuando en realidad en Rojava “hay un sin número de etnias defendiendo sus tierras”, que son atacadas constantemente por el Estado turco.
El gobierno del presidente Recep Tayyip Erdogan tiene varias características que lo definen como persona: megalómano, autoritario, poco amigo de la simpatía. Pero también representa una corriente ideológica, política y religiosa que busca revivir el esplendor del Imperio Otomano. Por eso, el llamado del MMK hacia América Latina también sirve para alertar sobre un gobernante que siempre es recibido con todos los honores en nuestro continente. A través del Partido Justicia y Desarrollo (AKP), Erdogan avanza hacia otras latitudes, dejando atrás las fronteras legales de la República turca. El propio mandatario y varios de sus ministros, en varias ocasiones dejaron en claro que el objetivo es conquistar territorios y tener cada vez más pesos en las definiciones de la región.
En la declaración de las mujeres kurdas además se remarcó algo que es fundacional en el concepto ideológico del Estado turco, y que es reforzado a diario por la administración de Erdogan: “Alentado por el silencio de la comunidad internacional, el Estado turco apunta a un genocidio kurdo en el siglo XXI a través de estos ataques”.
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Del amor al odio y ahora… Esta puede ser una frase que sintetiza –de forma caprichosa, por supuesto- la relación de Erdogan con el presidente sirio Bashar Al Assad. Antes de la conocida Primavera Árabe, ambos mandatarios se juraban y perjuraban una amistad eterna. Pero todo cambió cuando el régimen sirio estalló por los aires. Sin medias tintas, el gobierno turco apostó a azuzar a los cientos de grupos armados islamistas que, en apenas unos meses, secuestraron las protestas que demandaban libertad, democracia y un mejor nivel de vida.
En la actualidad, Turquía mantiene un control considerable –a través de organizaciones aliadas- de Idlib, la provincia siria que desde hace años es zona de nadie. En esa tierra, fueron ultimados los califas del ISIS (Abu Bakr Al Baghdadi y –recientemente- Abu Ibrahim Al Hashimi Al Qurayshi). Idlib, fronteriza con Turquía, además de ser un campo de guerra perpetua es un tablero de intereses geopolíticos regionales e internacionales: Ankara, Damasco, Washington, Moscú y Teherán pujan por su control, mientras la población es asolada por grupos terroristas, siendo el principal Hayat Tahrir al Sham (HTS), una antigua rama de Al Qaeda.
En Rojava, el Estado también ocupa de forma ilegal el cantón kurdo de Afrin, desde 2018, y una franja fronteriza que tiene como epicentro la ciudad de Serêkaniye. En estos lugares, la metodología del gobierno de Erdogan fue clara y sencilla: bombardear de forma masiva, desplazar a la mayoría de la población local, enviar tropas de grupos mercenarios y yihadistas (muchos conformados por ex ISIS), ocupar, saquear y aplicar una política de turquificación acelerada, sobre todo en el sector educativo y en el ámbito cultural. Además, se aplica una política de cambio demográfico, la cual permitió que casi 300.000 pobladores de Afrin tuvieran que huir a otras zonas kurdas. El número no es menor si se tiene en cuenta que el cantón kurdo tenía menos de 500.000 habitantes.
Turquía puedo sostener estas invasiones ante la inacción del gobierno de Damasco y de los pulgares en alto de Estados Unidos y Rusia. Washington -que encabeza la Coalición Internacional contra ISIS y tiene soldados en el terreno- se limita a apoyar a las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS, conformadas por kurdos, árabes, asirios, armenios y otros pueblos) en la lucha contra el grupo terrorista. Moscú, que controla buena parte del espacio aéreo del norte de Siria, deja hacer a Turquía hasta cierto punto. Y esto implica un peligro para las poblaciones locales, porque Ankara muchas veces deja de lado los acuerdos con Rusia y continúa con su avance territorial.
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En Bashur, el Estado turco tiene 20 bases militares desplegadas. Todo esto, gracias al beneplácito de la administración central de Bagdad y del Gobierno Regional de Kurdistán (GRK), dirigido por el clan Barzani y su Partido Democrático de Kurdistán (PDK). Desde abril del año pasado, la aviación turca lanza de forma casi diaria bombas sobre las montañas kurdas, con el doble objetivo de despegar el territorio y ocuparlo, y derrotar a la insurgencia del Partido de los Trabajadores de Kurdistán (PKK). Desde hace décadas, las Fuerzas de Defensa del Pueblo (HPG, por sus siglas originales) y las Unidades de Mujeres Libres (YJA Star) controlan las montañas de Qandil, en la frontera con Rojhilat (Kurdistán iraní). Para Turquía, destruir al PKK y al pueblo kurdo es una prioridad.
Pese a utilizar armas químicas, contar con el silencio de la Organización de Naciones Unidas (ONU) frente a los ataques, y el apoyo abierto del PDK y sus fuerzas Pershmergas, Turquía se encuentra estancada en Bashur. En casi un año de bombardeos y enfrentamientos, las tropas turcas en el terreno apenas tomaron algunos picos de montañas y son asediadas de forma permanente por la guerrilla kurda.
En la declaración del Movimiento de Mujeres de Kurdistán se hace referencia a esta situación: “No hay que olvidar que además del Estado turco, el PDK ofreció todo tipo de apoyo a estos ataques, y las instituciones internacionales que han permanecido en silencio. (El PDK) también es responsable de todo lo que viene sucediendo”.
En una entrevista publicada en enero en Kurdistan Report, el co-presidente de la Unión de Comunidades de Kurdistán (KCK) y principal comandante de las HPG, Cemil Bayik, explicó lo que ocurre en Bashur: “Turquía quiere apoderarse completamente de estas zonas para poder imponer presión militar y política al Kurdistán del Sur y a Irak. En caso de que las circunstancias sean convenientes, Turquía utilizará a la población local turcomana como pretexto y ocupará todo el Kurdistán del Sur, de manera similar a lo que hizo en Chipre”.
Sobre el mandatario turco, Bayik alertó que “Recep Tayyip Erdogan ha calificado repetidamente de fracaso el Tratado de Lausana (1923). Se ha quejado de que Mosul y Kirkuk quedaron fuera de las fronteras del Pacto Nacional (Misak-ı Milli). Así, Erdogan ha planteado su objetivo de ocupar el Kurdistán del Sur”.
A su vez, el comandante kurdo advirtió que las fuerzas turcas en Bashur “no sólo están estacionadas en zonas próximas a la frontera, sino incluso en lugares muy cercanos a Mosul, por ejemplo, en Başika. Irak ha exigido en múltiples ocasiones que Turquía retire sus tropas. Pero Turquía ha insistido en que su presencia es el resultado de un acuerdo y que el PDK no quiere que las fuerzas turcas se vayan. Por tanto, insiste en mantener la presencia de sus tropas en el Kurdistán del Sur. En realidad, esto significa que Turquía ha desafiado abiertamente a Irak, al cuestionar que Bagdad tenga el poder de pedir la salida de las fuerzas turcas”.
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Al ser el segundo ejército con poder de fuego dentro de la OTAN, Turquía disfruta de una impunidad casi total por parte de Estados Unidos, la Unión Europea (UE) y Rusia. Todos reniegan de Erdogan, pero saben que el presidente turco dirige una potencia militar, territorial y económica que no se puede despreciar. Gracias a este doble rasero, las minorías étnicas dentro de Turquía siguen sufriendo todo tipo de discriminaciones y persecuciones. En el caso del pueblo kurdo (unos 20 millones de habitantes en el sudeste turco), el encarcelamiento masivo de dirigentes, militantes, artistas, periodistas y pobladores, están a la orden del día. El gobierno, junto al Poder Judicial, solo utilizan una frase para justificar las detenciones: “vinculación con una organización terrorista”, en referencia al PKK. El Partido Democrático de los Pueblos (HDP, por sus siglas originales), la tercera fuerza política del país que reúne a los kurdos y a otras minorías, desde hace años es diezmado a través de la persecución. De las casi 100 alcaldías que gobernaba el HDP, apenas un puñado quedaron en pie. La mayoría fueron intervenidas por Ankara y los y las co-alcaldesas encarceladas.
Además de sus ocupaciones ilegales en Siria e Irak, los tentáculos de Turquía llegan a Artsaj, el territorio que fue arrebatado por Azerbaiyán en 2020, luego de semanas de una guerra relámpago contra Armenia. Turquía puso a disposición drones militares y mercenarios para que el presidente azerí Ilham Aliyev disfrutara de una victoria que se cobró cientos de vidas. En Libia, Ankara sostiene una relación fluida con el Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN), dirigido desde Trípoli por una amalgama de grupos islamistas, algunos de ellos vinculados a los Hermanos Musulmanes (de la que Erdogan es parte) y otro con pasados controvertidos por sus cercanías a grupos como Al Qaeda. En Palestina, el presidente turco también respalda al Movimiento de Resistencia Islámica Hamas, que gobierna en la Franja de Gaza con mano de hierro. Aunque en el último tiempo Erdogan intenta posicionarse como el principal defensor de la causa palestina, continúa aceitando la relación con Israel. El propio Erdogan anunció este mes que el presidente israelí, Isaac Herzog, visitará Turquía a mediados de marzo, con el objetivo de recomponer las relaciones bilaterales.
En la actualidad, Turquía atraviesa una fuerte crisis económica, donde la inflación no para de crecer, y la población fue golpeada con fuerza por el desmanejo estatal de la pandemia de coronavirus. Erdogan, siempre mirando hacia el futuro, sabe que los problemas internos los puede resolver con un discurso nacional-islamista y con una política exterior cada vez más cercana a la guerra que a la diplomacia.