La restauración del orden

La cumbre del Mercosur y las elecciones en Venezuela, dos capítulos del nuevo lugar que la región juega en el actual escenario internacional.

En la última Cumbre de Presidentes del Mercosur no hubo ni una sola palabra de amor. El gobierno argentino alegó motivos de seguridad para suspender la Cumbre Social, y pasó la presidencia pro-témpore a Brasil con un claro objetivo en agenda: expulsar a Venezuela del bloque. La pretensión no sorprendió a nadie: aun cuando el país ya esté suspendido y la figura de la ‘expulsión’ no exista, la intransigencia frente a Venezuela es una de las pocas promesas de campaña que Mauricio Macri parece dispuesto a cumplir. La novedad estuvo dada por Uruguay, que se opuso a suscribir esa posición. El resultado fueron documentos de compromiso, donde se exhorta “al Gobierno y a la oposición a no llevar a cabo ninguna iniciativa que pueda dividir aún más a la sociedad venezolana o agravar conflictos institucionales”.

 

Desde la muerte de Hugo Chávez, en 2013, la situación social en Venezuela no hace más que tensarse. A las dificultades propias de la sucesión se sumaron una caída brutal del precio del petróleo en 2014 y el triunfo de la oposición en las elecciones legislativas de 2015. Desde entonces, un conflicto institucional entre la Asamblea Nacional y el Tribunal Supremo de Justicia paraliza las posibilidades de negociación política. El enfrentamiento se trasladó a la calle, con un saldo de más de cien muertos. La oposición está decidida a tomar el poder, y el gobierno, a conservarlo. En un intento por redefinir las bases del Estado y alcanzar un nuevo equilibrio, Maduro convocó a una Asamblea Nacional Constituyente. La oposición –que se arroga la representación del 80% de la población– boicotea la iniciativa. Organizó un plebiscito paralelo del que dice que participaron siete millones de personas –pero sin control de órganos oficiales ni internacionales, y con las urnas quemadas por ellos mismos, el dato es incomprobable–. Entretanto, y a pesar de las amenazas de Estados Unidos –que prometió “fuertes sanciones económicas” e instó a las familias de los diplomáticos a abandonar el país– el domingo 30 de julio se celebrarán elecciones.

 

¿Por qué el encono? El gobierno argentino vela por la democracia en Venezuela con una firmeza que no tuvo, por ejemplo, frente al proceso que destituyó a la presidenta Dilma Rousseff, en el mucho más cercano Brasil. Eduardo Cunha –entonces presidente de la Cámara de Diputados, a punto de ser separado del cargo por delitos de corrupción– aceptó el pedido de impeachment unos días después de las elecciones que consagraron a Macri presidente. Susana Malcorra fue la primera en reconocer públicamente a Temer como autoridad legítima, horas después de la destitución, cuando cientos de personalidades y la misma Rousseff denunciaban públicamente que se estaba cometiendo un golpe de Estado. Juntos, Temer y Macri lograron suspender a Venezuela del Mercosur: uno de los tantos frentes en que se libra la batalla por la restauración conservadora.

 

La Segunda Guerra Fría

Durante los últimos veinte años circuló en América del Sur la idea de que el mundo avanzaba hacia una configuración multipolar. Atrás habían quedado los tiempos en que Estados Unidos y la Unión Soviética se repartían áreas de influencia; atrás, también, las pretensiones norteamericanas de ejercer una hegemonía global sin fisuras, enterrada bajo los escombros del World Trade Center, de Irak y Afganistán; al lado, el crecimiento de economías como la china o la india que obligaba a atender a las ‘potencias emergentes’: la promesa de un nuevo orden. Ese fue el diagnóstico de Lula y Kirchner cuando en 2003 firmaron el Consenso de Buenos Aires, un documento en el que se comprometían a impulsar la integración regional como estrategia para lograr autonomía frente al sistema financiero internacional y promover el ‘desarrollo con inclusión social’.

 

Los planetas se alinearon y todo pareció ganancia: junto con Venezuela, rechazaron el ALCA, inauguraron el Mercosur Social y relanzaron la Comunidad Sudamericana de Naciones –bajo la forma de UNASUR–, en un contexto signado por el crecimiento de China y el consiguiente aumento de la demanda y los precios de los principales productos de exportación (soja, hierro, petróleo). El acrónimo BRIC, formulado por Jim O’Neill como una estrategia para posicionarse al interior de Goldman Sachs, fue apropiado como marca por Lula y Putin, que organizaron cumbres de presidentes y llegaron a hablar de crear una nueva moneda. La crisis de 2008 pareció confirmar el diagnóstico, los bancos de la región no quebraron y el G20 fue prestigiado por las potencias como el ámbito propicio para garantizar la estabilidad del sistema financiero internacional.

“La intransigencia frente a Venezuela es una de las pocas promesas de campaña que Mauricio Macri parece dispuesto a cumplir”

Pero si China creció hasta convertirse en la primera economía del mundo –principal acreedor de los Estados Unidos– y Rusia consiguió gestionar estratégicamente el arsenal nuclear heredado de la URSS, Estados Unidos sigue representando el casi 40% del gasto militar del mundo y es poco probable que alguien se atreva a reclamarle el pago de su deuda, esa con la que logra que el dólar siga siendo la moneda de intercambio. Dicen los que saben que Estados Unidos nunca resignó el proyecto de alcanzar la full-spectrum dominance –el total dominio del espectro terrestre, marítimo, aéreo y espacial–, y que en este momento prima la tendencia de los unipolaristas, decididos a recuperar el liderazgo indiscutido a cualquier precio. Si esto es así, cualquiera con un conocimiento mínimo de TEG entenderá que necesitan tener a América Latina orbitando a su alrededor, sin cuestionamientos.

 

Decía Rodolfo Puiggrós que las causas externas intervienen en los cambios sociales a través de las causas internas, en la medida en que éstas lo permiten. La caída en los precios de las exportaciones y el desgaste propio de gobiernos que en quince años lograron distribuir mejor el ingreso, pero no transformar la estructura productiva, constituye un terreno fértil para la injerencia norteamericana. El objetivo, siempre, es recuperar el Estado. América del Sur asiste a una nueva ola sincrónica de cambios políticos apoyados por Estados Unidos, en el marco de la Segunda Guerra Fría que entabla contra la alianza ruso-china. No es teoría conspirativa: son estrategias de poder las que convierten a las potencias en tales.

 

Querida, encogí al Brasil

Brasil no es Florianópolis. Es la mayor masa geográfica, demográfica y económica del continente, después de Estados Unidos. Limita con todos los países de América del Sur –excepto Ecuador y Chile–, y controla la mayor porción del Atlántico Sur. Como supo decir Nixon, la percepción generalizada en Estados Unidos es que “para donde vaya el Brasil irá toda la América Latina”. Su reconquista cumple el doble objetivo de asegurar la región y debilitar al grupo BRICS.

 

El golpe de Estado contra Dilma Rousseff es uno de los casos de éxito de la estrategia de guerra jurídica conocida como lawfare. La colaboración de ‘expertos’ estadounidenses con el Poder Judicial de Brasil está documentada. Sérgio Moro, el juez de la causa Lava Jato que ahora está embarcado en una persecución a Lula da Silva para evitar su candidatura presidencial, fue formado para “luchar contra la corrupción” en el Proyecto Puentes, auspiciado por Estados Unidos en 2009. Algunas cuentas son fáciles. Un mes después de la destitución definitiva de Rousseff y con la imagen de Petrobras bastardeada por las revelaciones judiciales, el Congreso aprobó el fin de la obligatoriedad de su participación en la explotación petrolera del pre-sal: las reservas de Brasil quedaron abiertas al capital trasnacional. En diciembre de 2016 emergió el caso Odebrecht, como derivación del Lava Jato. La compañía tenía a cargo el desarrollo de un submarino nuclear para monitorear el litoral marítimo y proteger el petróleo. El proyecto fue pospuesto indefinidamente.

“Como supo decir Nixon, la percepción generalizada en Estados Unidos es que ‘para donde vaya el Brasil irá toda la América Latina’”

La injerencia de Estados Unidos fue posibilitada por, y a la vez funcional a, los sectores dominantes locales que están rápidamente redistribuyendo el ingreso hacia sus arcas. El impopular gobierno de Temer ya logró aprobar la enmienda constitucional de ‘techo de gastos’, la reforma del régimen de trabajo –que socava gran parte de los derechos sociales conseguidos durante el siglo XX– y se aboca a lograr una reforma del sistema previsional profundamente regresiva. China sigue siendo el principal socio comercial del país, pero Brasil definitivamente bajó su perfil diplomático, limitándose a cumplir instrucciones.

 

Aquí huele a azufre

En 2015 Obama declaró a Venezuela “amenaza para la seguridad de los Estados Unidos”. Según demuestra Silvina Romano, en febrero de 2016 el jefe del Comando Sur, Kurt Tidd, firmó el documento “Operación Venezuela Freedom-2” –continuación de los operativos contra Venezuela implementados durante la gestión de John Kelly–, donde se especificaban las acciones que debía desarrollar la Mesa de Unidad Democrática (MUD) para facilitar la intervención extranjera, así como los aportes que se harían desde Estados Unidos. En lo que va de 2017, el Congreso norteamericano ya asignó 7 millones de dólares a la “asistencia para la democracia y los derechos humanos de la sociedad civil de Venezuela”, y una comisión bipartidista presentó el proyecto de Ley Cardin, que constituye una hoja de ruta para un próximo gobierno venezolano. Del conjunto de documentos se desprende la amenaza que representa para los Estados Unidos la alianza entre la estatal PDVSA y empresas rusas, que podrían quedarse con infraestructura petrolera en territorio norteamericano.

 

La construcción de un Estado paralelo que la oposición venezolana ensaya en estos días tiene asombrosa similitud con la estrategia usada por Estados Unidos para intervenir en Libia. En ese sentido, la denuncia permanente de Argentina y Brasil, sus principales vecinos, contribuye a los esfuerzos mediáticos por mostrar a Maduro como un dictador totalitario, en la dirección de legitimar cualquier acción en su contra. Incluso si la participación en las elecciones del próximo domingo fuera masiva, este imaginario va a ser difícil de desmontar.

 

Ganados Argentina y Brasil para la causa restauradora, recuperar Venezuela tras veinte años de Revolución Bolivariana volvería a poner las cosas en orden. Por un tiempo.

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