Siempre es difícil escribir después de una derrota electoral. Las caídas políticas tienen eso que a los peronistas nos parecen inexplicables o absurdas, arrecia el desánimo, surge la frustración y hasta podemos convertimos en asignadores de reproches casi universales. Parece que vivimos despiertos una pesadilla insospechada. Es el anverso de esa nuestra utopía que nunca alcanzamos, porque como nos enseñó Galeano nos sirve para caminar, y de pronto es la distopía en la que debemos respirar, vivir, trabajar. Sin embargo, para el análisis, debemos dejar de lado la depre, al menos por un tiempo. Abandonar la crítica a las personas, no siempre desacertadas, y comenzar a ver de qué nuevo punto de partido hemos de renacer al peronismo, y renacer con él.
Los resultados son inapelables. Donde debíamos ganar por mucho no se ganó por tanto; donde esperábamos sacar diferencias importantes empatamos o perdimos; donde todo era cuesta arriba, no perdimos por poco sino por mucho. La estadística dirá que el reporte de los votos de Bullrich hacia Milei fue casi perfecto y que los votos de Schiaretti nos ignoraron, así como las voluntades radicales. Crecimos en sufragios que no alcanzaron. Como en toda catástrofe, la causa no es un único error fatal, sino una seguidilla de faltas que a la larga desembocan en la adversidad que vivimos. Por supuesto, siempre le podemos poner nombre y apellido a esas fallas, identificar las acciones erradas e incluso mencionar a “los funcionarios que no funcionaron”, a las dirigencias que no condujeron. Pero lo que subyace y determina el asunto es el mecanismo que permitió las decisiones erradas y el pleno impacto de los errores cometidos. Es tiempo de cambiar de sistema: unas internas justicialistas no nos vendrían nada mal.
Abundan los ejemplos en los que la política de gobierno de estos últimos cuatro años siguió el ciclo de decisión-indecisión-confusión. De Vicentín a la Hidrovía. Tampoco ayudó la división vertical y horizontal de los ministerios, que sirvió para apaciguar ambiciones de corto plazo, pero no para asegurar la gobernabilidad y la realidad efectiva. Que es lo que percibe y (no) recibe el pueblo. Deberemos acordarnos de esa fallida experiencia. Recordemos que Massa asumió el Ministerio al rescate de una economía signada por la grave intrascendencia de Martín Guzmán y su mal acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Una vez al mando, áreas como la Aduana, Obras Públicas, Trenes Argentinos, Aysa fueron un ejemplo de actividad y de gestión, por mencionar áreas que conozco. Fueron muestras de lo que podría haber sido un gobierno vencedor en las urnas. Por cierto, la campaña de Sergio Massa fue profesional y comprometida: por todas esas razones los renovadores son más parte del presente y futuro del movimiento que del pasado.
No hablaré demasiado de la Provincia de Buenos Aires, donde ese Axel Kicillof que no conocía el territorio supo recorrerlo de punta a punta en la famosa Clío. Además, también eligió un equipo de gobierno variado y competente en lo profesional y lo político, a veces con personalidades sobresalientes como María Teresa García (detentora del peronómetro) o Daniel Gollán (el Señor de las Vacunas). Axel, que además es un intelectual, entendió como pocos que los de abajo empujan a los de arriba. Cuando mejor es tu gente, más alto llegarás. Este Gobernador y su equipo son insoslayables a la hora de recuperar el Movimiento Nacional.
En lo que concierne la Ciudad de Buenos Aires, eso que llamábamos Capital Federal cuando había una Capital y quedaba algo de federalismo, ahora es CABA, la marca comercial de una inmobiliaria propiedad del macrismo. Abundan las manzanas de la ciudad donde desaparece una casa chorizo, una mansión de antaño, un comercio de barrio, para elevar torres de durlock aptas para Airbnb. Construya en pesos, recaude en dólares, fugue el dinero. Es el extractivismo urbano de la monetización a ultranza del lugar donde vivimos, sin hablar del asesinato masivo de arboledas que hacen a la sustentabilidad climática y la calidad de vida. La ex-Buenos Aires ahora es Escombria, uno de esos no-lugares denunciados por Marc Augé.
Como pienso desarrollar mi militancia en la Reina del Plata, me encantaría que la conducción del PJ local pueda otorgar a los movimientos sociales, a los sindicatos, a las agrupaciones peronistas que están sueltas –esas que conservan la identidad que algunos olvidaron, perdieron o nunca tuvieron— el lugar que merecen y que no parece que siempre tienen a la hora de las decisiones y menos aún de las candidaturas. Menos lapicera, por favor, y más elecciones internas. A veces da la sensación que a fuerza de prácticas superestructurales existe una convivencia pacífica con el macriurbanismo y sus desmanes. Debo estar equivocado.
Quien no está equivocado en sus intenciones es el nuevo presidente de la Nación. Para Javier Milei no existen constituciones, leyes, decretos o reglamentos, sólo hay contratos entre dos individuos, en un pie de igualdad que sólo es supuesta. Es la afirmación del concepto de Margaret Thatcher, para quien “no existe tal cosa como la sociedad”. Así que vale vender personas, órganos, derechos, recursos nacionales, territorios ocupados… De hecho Milei y sus acólitos ya han prometido privatizar los medios públicos, para empezar. Eso no es menor, ya que lo importante es quebrar el espinazo del sindicalismo. Así lo hizo Reagan con la huelga de controladores aéreos, tanto como Thatcher con la huelga de mineros ingleses. Eran los ochenta. Las ventas de activos públicos vendrán apenas un poco después, lo importante es la “terapia de shock” que ponga de rodillas a la sociedad civil, de modo tal que esté dispuesta a aceptar todo y cualquier cosa. Por ejemplo a Milei. Que es Macri.
Lo que está en juego es la reconfiguración de la Argentina. No es esa “derecha con derechos” que no podía sostener más a la dictadura militar de 1976-1983 y aceptaba por un tiempo las reglas del juego democrático; tampoco es ese establishment que en el 2001-2003 aceptó ser el socio menor de un proyecto nacional, y que apenas recuperado lideró la asonada de la 125, además de promover golpes de mercado.
En una perspectiva histórica, no es la generación del ochenta (la de 1880, digo), cuyo objetivo era la inserción internacional en el comercio mundial través de la exportación agropecuaria. Allí se construyó una sociedad sobre la sangre de gauchos, indios y paraguayos, cuya prosperidad y grandeza podemos apreciar al leer “El Estado de las Clases Obreras Argentinas” de Bialet-Masse, ese tiempo feliz para la oligarquía cuando los obreros cobraban en vouchers, digo, en vales. Hay algo de la dictadura militar en Milei, que más no sea la vicepresidenta. Lo que fue 1976, la recuperación del poder agroexportador, esta vez acompañado por la financiarización y el endeudamiento externo. Lo saben los estudiantes, trabajadores y militantes desaparecidos, que fueron al menos 30.000. Ahora enfrentamos a los desconocidos de siempre, nuestros gentlemen farmers, a los endeudadores seriales y especuladores financieros, pero también al extractivismo minero, a los dueños de los servicios públicos privatizados, a los monopolios de comercialización que fijan los precios que quieren, como quieren y cuando quieren. ¿Cuánto influyó la inflación en los votos del domingo? Quien fija un precio ejerce un poder.
Como la política exterior es la continuación de la política interior por otros medios, Milei anuncia que sus primeros viajes serán a Estados Unidos y a Israel. En este caso, el antes candidato, ahora presidente, prometió trasladar la Embajada Argentina de Tel Aviv a Jerusalén, en violación de las resoluciones de Naciones Unidas sobre el tema. Nuestra tradición diplomática hace al respeto de las resoluciones de la ONU, ya que en ello va el reclamo de Malvinas. Pero bueno, no es un contrato entre partes, así que no vale. La alienación automática con Estados Unidos romperá nuestros acuerdos firmados con los BRICS, y sin duda con el proyecto de la Franja y la Ruta que construye China. Ese adiós al Sur Global es un error, que en política a veces es peor que el crimen.
En esta breve reseña, rápida y desalineada, he tratado de esbozar una situación del Movimiento Nacional, que debe existir si quiere vivir. También evoqué algunos rasgos de lo que nos depara un gobierno de Milei. Ha terminado el consenso de 1983; de hecho, terminó la noche del fallido atentado a Cristina, donde la nula respuesta de sus partidarios más afines frente a tal hecho fue imperdonable. Las fuerzas que nos ganaron hace días son poderosas pero no son invencibles. Vivieron de nuestra tendencia a apaciguar las consecuencias en vez de atacar las causas. Durante estos cuarenta años de democracia miramos el abismo desde arriba del acantilado, y ese abismo nos atrapó. Todo vuelve a estar en disputa, hasta el mismo peronismo. Liberarnos de ese abismo depende de todos nosotros, como siempre. Sabemos de imposibles, y no hay fatalidades en el cielo de la historia.
Eric Calcagno es ex senador de la Nación, diputado y embajador en Francia.
Foto de portada: Télam