Por Diego Olivera
De un tiempo a esta parte el comportamiento de la OTAN ha sido objeto de críticas. En especial, se le cuestiona la actitud de expandirse hacia Europa Oriental tras la disolución de la URSS, provocando que Rusia se sintiese amenazada. Este es el argumento que Moscú esgrime, no sin razón, como principal motivo de su “operación especial” en Ucrania. La alianza atlántica, además, ha atizado el fuego bélico obligando a sus miembros a proveer armamento a Kiev. Situación que convirtió a la OTAN en un partícipe indirecto de la guerra. La estrategia complicó el panorama para muchos aliados, como Alemania o Francia, que dependían bastante del gas ruso.
Numerosos analistas han hecho notar que la alianza, la cual nació para proteger a Europa Occidental del expansionismo soviético, acabó convertida en un instrumento del expansionismo estadounidense. Eso explica por qué algunos miembros terminaron por acceder a una estrategia que a corto plazo les afectaba. Semejante paradoja no sería tal si se presta atención a la naturaleza misma de las alianzas militares en clave filosófica. Es decir, si se las evalúa desde su condición política antes que militar. Es en tanto que organismo político que la OTAN tiene un determinado posicionamiento geopolítico que guía su comportamiento bélico. La cuestión es pensar hasta que punto la organización política incide en el mencionado posicionamiento geopolítico. En otras palabras, si la actuación de la alianza en la arena internacional es el resultado de mecanismos políticos internos o producto de una carencia de los mismos, que obliga a que sean los Estados, en especial, el Estado más fuerte de entre los miembros, quienes toman las directrices en materia geopolítica.
Aristóteles puede ser una buena compañía para pensar este problema pues él lidiaba con la interrogante acerca de la naturaleza, política o no, de las alianzas militares de su época. La más importante de esas alianzas, la Liga de Delos, devino, en el siglo V a.C., en un imperio de facto bajo control de Atenas. El estagirita indaga a propósito de si es posible considerar este tipo de organismos multiestatales como entidades políticas. Una cuestión relevante en su época, siglo IV a.C., porque los propios atenienses estaban reorganizando la Liga de Delos procurando no caer en los errores del pasado. Más tarde, el reino de Macedonia, bajo el mando de Alejandro Magno, congregó a los griegos, excepto Esparta, en una gran alianza militar conocida como Liga de Corinto.
Con la guía de Aristóteles, entonces, observemos si la instrumentalización de la OTAN por parte de Estados Unidos es una excepción histórica o representa una constante, producto de la propia naturaleza de este tipo de organizaciones.
La Liga de Delos
En el año 479 a.C. la victoria de los griegos en la Batalla de Platea puso fin a la Segunda Guerra entre griegos y persas. Hasta entonces los griegos se habían coaligado en una alianza (symmachía) llamada Liga Helénica liderada por Esparta. Pero una vez que la guerra acabó, movidos por problemas internos, los espartanos renunciaron a ese liderazgo causando la disolución de la Liga Helénica. Como los persas continuaron ostentando la supremacía naval en el Mar Egeo, existía el temor que intentaran nuevamente invadir el país. Por ello, las islas y ciudades de las costas del Egeo formaron una nueva alianza militar con sede en la isla de Delos. La más poderosa de esas ciudades era Atenas.
El objetivo declarado de la Liga de Delos era el de continuar la lucha contra los persas, expulsarlos del Mar Egeo y de ser posible, liberar a las ciudades griegas de Asia Menor (Turquía). Para cumplir ese objetivo, cada uno de los miembros, más de cien islas y ciudades, debía de aportar un número determinado de barcos o bien contribuir en metálico. Las ciudades que ya tenían flotas preferían la contribución en buques, pero las más pequeñas optaron por las monedas que eran depositadas en el Templo de Apolo en Delos. Con el tiempo, aumentó la cantidad de aliados que tributaban en metálico, obligando a Atenas a asumir la defensa del Egeo con sus propias naves. Parecía lógico que si Atenas corría con el mayor riesgo en la empresa fuese la que mayor rédito sacara. Por tanto, las acciones bélicas se concentraron en el Quersoneso tracio (actual Turquía), una región en donde los atenienses tenían intereses específicos desde el siglo VI a.C. La familia del historiador Tucídides, por ejemplo, era propietaria de minas de plata en esa región.
En 466 a.C. los aliados vencen a los persas en la Batalla de Eurimedonte logrando para los griegos el control total del Mar Egeo. Desaparecida la amenaza persa la Liga de Delos no tenía razón de ser, sin embargo, los atenienses se las ingeniaron para mantenerla funcionando. El dinero recaudado se usaba para construir más barcos para la flota ateniense que para entonces se confundía con la de la Liga, llegando a ser lo mismo. Para asegurarse que el dinero siguiera fluyendo se decide trasladar el tesoro desde Delos al Templo de Atenea en la Acrópolis. Las ciudades, como Tasos o Naxos, que se negaban a seguir pagando eran víctimas de severas represalias militares. Los recursos financieros de la Liga llegaron a usarse para embellecer arquitectónicamente a la ciudad, con el pretexto que Atenas había sufrido la devastación de sus templos, a manos de los persas, y correspondía a los demás griegos resarcirla de sus pérdidas. Era evidente que la alianza había mutado a otra cosa, que los modernos llamamos imperio, pero los antiguos llamaban hegemonía.
En el siglo XX no fueron pocos los historiadores que equiparaban a la Liga de Delos con diversas alianzas militares modernas. Por ejemplo, durante la I Guerra Mundial solía equiparse a la Liga de Delos con la Entente y a sus rivales, los imperios centrales, con la Liga del Peloponeso que lideraba Esparta. Más adelante, con la Guerra Fría, la OTAN y el Pacto de Varsovia ocuparán respectivamente los mismos papeles. Estas tendencias eran metodológicamente erróneas, se nutrían, no obstante, de las casualidades. Una de ellas era la particularidad de la posición de Estados Unidos dentro de la OTAN. Resultaba sencillo e ilustrativo comparar la misma con el lugar de Atenas en la Liga de Delos. No es ese el camino que pretendo recorrer aquí. La idea, en cambio, es partir de nuestra contemporaneidad para formularle al pasado griego preguntas que los griegos no se hicieron o no formularon como tal. Más en concreto ¿por qué la Liga de Delos acabó por convertirse en un imperio ateniense?
Lecciones aristotélicas
La respuesta que da Aristóteles a tal pregunta es simple; las alianzas militares no son, ni pueden ser, organizaciones políticas. Recordemos que el estagirita entiende por dominación política aquella que se da entre iguales, diferenciándola de la dominación despótica que tiene lugar entre individuos en condición de desigualdad, por ejemplo, amo-esclavo, marido-mujer, etc. El poder político es aquel en que las distintas partes de una sociedad comparten o se alternan en el gobierno. El poder despótico, en cambio, es asimétrico, lo ejerce un superior sobre un inferior. Este último, entonces, no pertenece a la ciudad griega (polis) sino a instancias pre-políticas o bien, si consideramos a Aristóteles un visionario que prevé el advenimiento de las monarquías helenísticas, a una etapa pos-política. Finalmente, hay ocasiones en que la desigualdad es natural y en ese contexto está bien que se de un tipo de dominación despótica, pero cuando se está frente a quienes son iguales la dominación despótica resulta injusta.
Partiendo de la anterior discriminación entre dominación política y dominación despótica dirá, en el libro II de La Política, que no es lo mismo una symmachía que una polis. La primera es útil por la cantidad y la unidad es el resultado del agregado de miembros, la segunda, lo es por unir lo cualitativamente diferente. El fin de la alianza militar es la obtención de la fuerza, el de la ciudad, por el contrario, es el bien común. Como dije, detrás de la diferenciación se esconde la intención de negar a las alianzas militares, como la que presidía Atenas, el tener un carácter político.
El primer argumento que esgrime se observa al enfocar las relaciones políticas a partir de las nociones de proximidad y distancia. Una ciudad no puede ser definida como un agregado indistinto de individuos, pero tampoco puede incluir un número demasiado bajo de integrantes. Debe formarse con una cantidad acorde con las pretensiones de autosuficiencia que la ciudad persigue. La alianza, en cambio, no necesita de la proximidad para funcionar y su número de integrantes mientras mayor mejor porque supone fortaleza.
La cuestión espacial se revela como importante en la definición que Aristóteles hace de la polis y, en consecuencia, de las posibilidades que una alianza tiene de constituirse en un espacio potencialmente político. La ciudad no se define por la protección común frente a una amenaza exterior, más bien lo hace por el tipo de régimen.
No es menos importante la forma en que se vinculan el todo y la parte en una alianza militar. La idea Aristotélica de que el todo es necesariamente superior a las partes no implica solo el hecho de que la polis sea superior a las formas de organización que le precedieron, también refiere hacía donde deberán ir dirigidos los esfuerzos de los gobernantes en cualquier régimen político. “Todos los regímenes – escribe – que tienen como objetivo el bien común son rectos, según la justicia absoluta; en cambio, cuantos atienden sólo al interés personal de los gobernantes, son defectuosos”. Un régimen que atiende al interés de la parte que ejerce el poder es un régimen despótico. De lo expuesto se infiere que la norma en las alianzas es que la polis hegemónica gobierna en virtud de su conveniencia y no atiende las necesidades de los gobernados. Así lo subraya cuando afirma “los que tuvieron la hegemonía en Grecia, mirando a la forma de gobierno que existía entre ellos, establecieron en las ciudades, unos, democracias, y otros, oligarquías, sin tener en cuenta el interés de esas ciudades, sino el suyo propio”.
Conforme la hegemonía ateniense era usufructuada para beneficio de la propia ciudad, los aliados, en especial quienes pagan el tributo, devienen en súbditos. Ese desplazamiento marca para Aristóteles la conversión de la alianza en un poder despótico en que el ejercicio reiterado del mando por uno solo, sin límites temporales, termina por neutralizar cualquier aspiración igualitaria. Una ciudad dueña de la hegemonía se acostumbra a mandar y acostumbra a sus ciudadanos, renunciando a obedecer a otros. En este punto la crítica a la democracia, donde el pueblo gobierna pero no es gobernado, se entronca con la crítica al imperio, que acostumbra a los ciudadanos a gobernar sin experimentar la situación contraria, necesaria para la concepción aristotélica de justicia.
En conclusión, las alianzas militares no persiguen, como las organizaciones políticas, el bien común. Su fin es la fuerza. Por tanto, es natural que sus integrantes procuren satisfacer sus intereses e instrumentalizar la alianza al servicio de sus objetivos. Esto es lo que hizo Atenas y más tarde Esparta con la Liga del Peloponeso. Es también lo que ha hecho Estados Unidos con la OTAN. Después de todo, la alianza atlántica no nació con el fin de alcanzar un bien común, sino que lo hizo para lograr la supremacía militar frente a la URSS. Una vez logrado eso, ¿qué impide que la potencia hegemónica utilice esa supremacía para sus objetivos imperiales?
Es pues, en la lectura aristotélica, la ausencia de dominación política lo que explica la imposibilidad, para una alianza militar, de garantizar la igualdad entre sus integrantes a la hora de tomar decisiones en materia geopolítica. Dicha carencia da lugar a la institucionalización de una dominación despótica de parte de la/s potencia/s hegemónicas. Son estas quienes toman las decisiones y marcan la agenda, en materia geopolítica, de la alianza.