La unidad social y política, la importancia estratégica de la unidad y la unidad como estrategia. Discusión urgente en el marco del cierre de listas.
La unidad parece, hoy más que nunca, un elemento estratégico de cualquier política. Sobre todo de la popular (y de ella nos ocuparemos en esta nota), pero no sólo. Sin ir más lejos, el engendro del macrismo no hubiese sido posible para el PRO si no contaba con la estructura del radicalismo y, en la actualidad, ni la UCR ni el PRO por separado parecen tener muchas chances de incidir en la política argentina si no sostienen su sociedad.
En el peronismo, que surgió de una coalición de fuerzas sociales y políticas, también la unidad con otros espacios –una vez constituido como tal– le resultó fundamental a lo largo de su historia. Incluso en 1973, con una serie de factores a su favor (peronización creciente de los sectores medios; pasaje al peronismo de fracciones de militancias de izquierda; capitalización política de la resistencia y de los 18 años de exilio de su líder y su inminente retorno, entre otros), el instrumento con el que se ganaron las elecciones del 11 de marzo no fue el PJ sino el Frente Justicialista de Liberación, el FREJULI que, así y todo, obtuvo un porcentaje que arribó pero no superó el 50% de los votos (porcentaje superado por Perón –¡otra vez, como en 1946 y 1951!— en 1973 con su mujer y sin llegar a números tan altos, pero sí en octubre contando con el apoyo de otras fracciones que no acompañaron a Cámpora en marzo).
El proceso kirchnerista también osciló de manera permanente entre un polo de disputa al interior del PJ y otro polo de transversalidad, y el instrumento del Frente para la Victoria dio cuenta de esa ambigüedad. El “Cristinismo”, en tanto consolidación del liderazgo de Cristina tras la muerte de Néstor, muestra el proceso creciente de sectorización que redujo el 54% de votos de 2011 al 32% de Unidad Ciudadana en 2017, pérdida de los comisiones de 2015 de por medio.
De allí la importancia de la conformación de Frente de Todos en 2019, que volvió a reunir lo anteriormente disgregado (más allá de las acusaciones cruzadas, que fueron varias y de alto tono) y logró incorporar nuevas demandas sociales, sectores políticos y militancias de todo pelaje. Dicho proceso, además, se produce en un contexto de creciente unidad social, expresado fundamentalmente en los emergentes de los feminismos y las economías populares, que lograron entre 2016 y 1018 reunir multitudes en las calles, más allá de las diferencias de enfoques de los activismos al interior de ambos sectores.
La unidad popular
El proceso de dispersión popular en Argentina está íntimamente ligado a la imposición del modelo neoliberal. Es cierto que previo a la última dictadura cívico-militar proliferaron una cantidad de agrupamientos, que entre otras cuestiones llevaron al poeta Néstor Perlongher a escribir un jocoso poema titulado “Siglas”, pero la de entonces era una dispersión de las militancias de los pequeños grupos. El resto, se agrupaba en las grandes corrientes que ordenaban la dinámica del movimiento popular. Por otra parte, la sociedad argentina era más homogénea: incluso con dictaduras militares, los niveles (altos) de empleo y bajos (de pobreza e indigencia) dan cuenta de la importancia del factor trabajo como ordenador general de la sociedad (capitalista, industrial), y eran centro del debate de las ciencias sociales y de los proyectos alternativos de sociedad (¿debería seguir llamándose trabajo a la actividad de productores libres una vez que dejara de regirse por la ley del valor?). Luego, con el pasaje a la sociedades neoliberales (capitalistas, sí pero fuertemente financierizadas), y su consecuente pérdida de peso del trabajo productivo, el mundo popular en general aparecerá mucho más fragmentado, heterogéneo, disgregado (y por supuesto, éste no es un proceso nacional, o Latinoamericano, sino global).
Tuvieron que pasar tres décadas para que la unidad construida desde los Encuentros Nacionales de Mujeres desembocara en un fenómeno de masas que atravesara todos los debates de la sociedad (de 1985, primer ENM, a 2015, primer expresión del Ni Una Menos) y para que las experiencias de lucha y organización “territorial” constituyeran una herramienta “sindical” que pudiera agrupar mayoritariamente a las organizaciones sociales del sector, aunque no a la totalidad (la Unión de Trabajadoras y Trabadores de la Economía Popular se conforma en 2019, tres décadas después de los saqueos que provocó la hiperinflación alfoncinista).
En ese contexto resulta importante mencionar el acto de unidad desarrollado por el Movimiento Evita y Somos Barrios de Pie la semana pasada. Anuncio de fusión que contó no sólo con la dirigencia y militancia de ambas organizaciones, sino también con la adhesión de otros agrupamientos de menor renombre, pero importantes por su inserción en las barriadas populares de distintos lugares del país, sobre todo en conurbano bonaerense (como el Frente 22 de Agosto, la Coordinadora 25 de Mayo o la CTD Aníbal Verón). Mitin realizado en el Teatro N/D Ateneo del que también participaron dirigentes sindicales de la cúpula de la CGT y algunos ministros y ministras nacionales, como la de Mujeres, Género y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta; el de Educación, Nicolás Trotta; y el de Trabajo, Claudio Moroni; presencias a las que se le sumó el saludo virtual del Presidente de la Nación Alberto Fernández, transmitido en vivo desde Casa Rosada.
Estas experiencias de unidad, tanto sociales como políticas, marcan una enorme diferencia respecto de ciclo neoliberal, e incluso, del ciclo progresista, donde los movimientos populares permanecieron divididos en torno al dilema de si ser parte/apoyar (o no) a los gobiernos kirchneristas. Si bien hoy mayoritariamente (en el caso de la Economía Popular, quizás no así en el fenómeno de la ola feminista) las organizaciones y militancias populares acompañan o forman parte (de un modo u otro) de la experiencia del Frente de Todos, éste no funciona como línea divisoria, porque quienes sostienen políticas partidarias diferentes pueden mantener de todos modos políticas sociales comunes. Incluso “partidariamente” hoy el Frente de Todos logra mantener unidas fracciones anteriormente enfrentadas: los kirchneristas de La Cámpora con los massistas del Frente Renovador; los ex kirchneristas del Movimiento Evita con los entonces adversarios anti-kirchneristas de Barrios de Pie; los antiguamente antikirchneristas de Patria Grande –ahora kirchneristas—con los actuales antikirchneristas de peronismo que gobierna municipios y provincias –otrora kirchneristas, en muchos casos–.
La capacidad política de Cristina Fernández de asumirse como parcialidad y ya no como totalidad, y la capacidad de Alberto Fernández de asumir su rol de mediador y contenedor de todas las partes en un gobierno de transición, permitieron sortear la pandemia y los primeros dos años de posmacrismo del modo –complicado y lleno de cuentas pendientes– en el que se lo hizo, pero con posicionamientos en temas sociales, sanitarios y de política exterior que hicieron una diferencia clara con la gestión anterior.
Más allá de las tensiones que toda coyuntura pre-electoral promueve y profundiza, la unidad del Frente de Todos cobra cada vez más relieve estratégico. Y esto, fundamentalmente, por al menos tres factores.
En primer lugar, el proyecto de gestión abiertamente neoliberal del Estado Nacional fue tácticamente derrotado en las urnas en 2019, pero no se encuentra en retirada ni mucho menos, y muestra una clara vocación de pretender retornar al gobierno, y nada indica que pueda perder las próximas elecciones generales si el Frente de Todos no permanece unido. De esto se deriva algo mucho más profundo que aquello que se expresa en la archiconocida frase de “Los une coyunturalmente el espanto”, y es la comprensión de que la derecha argentina (que históricamente gobernaba con dictaduras militares o fraudes y un apoyo social sostenido en la omisión) ahora cuenta con un apoyo social abierto, activo y sostenido, que no es de masas pero que logra instalar agendas e influir en el humor social general no sólo a través de los medios hegemónicos de comunicación, sino también por las redes sociales virtuales.
En segundo lugar la unidad del Frente de Todos cobra cada vez mayor relieve estratégico por el carácter transicional del gobierno actual. Mientras que para algunos sectores ese carácter de transición implica acumular fuerzas en función de pensarse a sí mismos, en un futuro no muy lejano, siendo gobierno prescindiendo del resto, para otros sectores la transición implica acumular fuerzas en función de construir un poder social capaz de alterar las actuales relaciones de poder, pero no necesariamente dejando en el camino sectores aliados en el corto plazo (aquí pueden verse con claridad las diferencias de concepción entre construcción de hegemonía y dirigismo por imposición).
En tercer y último lugar, los desafíos de la unidad en perspectiva estratégica conllevan la asunción de determinados aprendizajes históricos y las apuestas por recuperar iniciativa para pensar y luchar otro tipo de país. Si se mira por el espejo retrovisor, y ya no sólo para observar la Argentina sino Nuestra América y el mundo, podrá verse que todo momento de dispersión de las fuerzas populares se corresponde con un momento de retroceso político. Y que, por el contrario, en todo momento de avance popular, la unidad se constituyó en un factor central.
La pandemia como hecho social total aceleró todas los procesos, aunque no necesariamente todas las discusiones. ¿Habrá llegado la hora de discutir a fondo una perspectiva popular para salir de la crisis en la que nos encontramos sumergidos como humanidad? Para ello se necesitarán muchas cabezas, muchas voces. Y es auspicioso que así sea, si como sostienen en México las y los zapatistas, queremos construir un mundo donde quepan muchos mundos.