Pueblo extraño el de Argentina. Lo que ayer pudo haber terminado en tragedia, derivó en fiesta inconclusa sin campeones desfilando por el Obelisco. Desconcentración ordenada sin mayores desmanes que los borrachos de siempre, muestra insignificante en un universo de cinco millones de personas.
Hoy es el día en que Maradona pasó a la eternidad definitivamente y Messi accede a su reinado efectivo. El Diego como esos dioses del Olimpo omnipresentes, a diferencia de Messi que está acá en la Tierra disfruntando —creemos que por primera vez— genuinamente como protagonista de aquello que comenzó con la Copa América y alcanzó su punto cúlmine en el momento en que levantó la copa el domingo.
Este pueblo no deja de provocar asombrao. Miles en ferviente vigilia desde el lunes a la noche, la mayoría desde el martes temprano desbordando la 9 de Julio y sus al rededores, escenificando una Buenos Aires sitiada por esa marea humana que anhelaba demostrar, cuerpo a cuerpo, amor incondicional a sus héroes. Nunca sucedió.
En otro momento, esa frustración pudo haber activado el detonador para romper todo. Lejos de eso, la marea humana se movía de acuerdo a las lamentables indicaciones que impartía «la organización»: que Casa Rosada, que el Puente de San Juan y 9 de Julio, que General Paz… y así seguían los bolazos. Algunos medios prestaron micrófono a los enojados: «¡Si no pudieron armar velatorio, van a armar una fiesta!». Más acertado, imposible.
Ahora, las consideraciones políticas. El gobierno nunca pudo estar a la altura de las circunstancias. Para empezar, ni siquiera la vieron venir. Nunca imaginaron a la multitud. “Un poco más que el domíngo” decían por ahí, y le tiraron por la cabeza la organización del operativo de seguridad al ministro bueno para la oratoria, Aníbal Fernández, quien se dedicó a la morbosidad de sus viejas reyertas con Chiqui Tapia, exponiendo por momento a los pibes a la desprotección, cuando la policía de la provincia los despidió en la General Paz.
Digno de mención también es el rol que encarnó la oposición, más lamentable aun que el del gobierno. Desplegaron su parafernalia comunicacional de la crítica durante todo el mundial. Cuando Lio levantaba la copa quisieron pegar el volantazo, pero ya era tarde, entonces intentaron bajarle el precio al festejo popular con mil excusas, una más gorila que la otra. Pero tampoco. Ni remotamente se imaginaron esta invasión de vulgares. Ni mu hasta que empezó la desorganización.
Este gobierno está condenado a dispararse en sus propios pies hasta el 10 de diciembre del 23’. Dejemos pasar unos días para reunir mas información y reflexionar.
Al boleo, podemos advertir que se trató de la movilización más grande de que tenga memoría el pueblo argentino. Después de esa inpensada pandemia y de una fecha tan fuerte como el 20 de diciembre, habrá querido este pueblo ofrecerle a su clase dirigente una nueva lección: que una cosa es una fiesta popular y otra, muy distinta, es la violencia sin sentido que, no por casualidad, esta tarde no detonó con la mecha de la frustración.