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Por Daniela Ramos
“¿Qué está pasando en Cuba tan especial para que se hable tanto? Hubo una marcha. Incluso vi al presidente de Cuba en la marcha, hablando con la gente”, señalaba el expresidente brasileño Lula Da Silva este martes desde su cuenta de Twitter. Más acá, en Argentina, dos periodistas hacen su pase radial de media mañana y plantean que Cuba no es un país de particular importancia, pero carga con el peso simbólico de sus ideas. “Podría ser Costa Rica, podría ser Corea”, intercambian al aire.
Al tiempo que se desarrollaban las protestas en la isla caribeña, en Sudáfrica una serie de disturbios dejaban 72 muertos y más de 1.200 detenidos. El mundo es un hervidero de conflictos —más aún en tiempos de pandemia— y eso no desestima la gravedad de lo que ocurre en cada territorio, pero la construcción de agenda internacional no es inocente, ni espontánea. De Cuba se habla mucho, entre otras cosas, porque hay prejuicios donde apoyarse, de lo contrario sería difícil generar posiciones automáticas.
Las movilizaciones en Cuba se convirtieron en el detonante de una discusión que viene de lejos, respecto a las cualidades democráticas del gobierno y su noción de futuro a 60 años de la revolución latinoamericana más importante del siglo XX. El debate a esta altura parece inagotable, pero es tan válido como las protestas que se desplegaron en el país. Para entender mejor lo que pasa, vale detenerse en las bases del reclamo, las fuerzas que le dan cuerpo y su dimensión internacional.
Marchas y contramarchas
Las manifestaciones contra el gobierno cubano tuvieron su punto de partida el 11 de julio en la localidad de San Antonio de los Baños, que desde hace varios días sufre interrupciones del servicio eléctrico. Ese mismo día, el presidente Miguel Díaz-Canel se trasladó a la ciudad, donde marchó junto a sus seguidores y dialogó con los manifestantes, emulando quizás al Fidel Castro de 1994. En aquel entonces, el líder revolucionario se lanzó a las calles para enfrentar “El Maleconazo”, una ola de protestas durante el peor momento del Periodo Especial.
Las manifestaciones se replicaron en otras regiones del país, como Santiago de Cuba, Cienfuegos y La Habana, con eje en la falta de medicación, vacunas y alimentos. El malestar social ya venía en ascenso. A esto se suma el agravante de la pandemia, que por estos días registró el aumento más importantes de contagios, particularmente en la provincia de Matanzas.
Tanto el desabastecimiento como ciertos problemas de infraestructura son la expresión de una crisis con raíces económicas, como el propio Díaz-Canel reconoce. Con la pandemia, Cuba perdió una de sus principales fuentes de ingresos en dólares: el turismo. En paralelo, la reciente unificación cambiaria entre el peso cubano y el peso cubano convertible (CUC) generó una devaluación que afectó el precio de productos básicos, y más en general, la vida cotidiana de los y las cubanas.
La respuesta del gobierno fue tajante: “convocamos a todos los revolucionarios a salir a las calles a defender la Revolución en todos los lugares”, aseguró el presidente cubano en su mensaje televisivo, al tiempo que denunciaba la responsabilidad de la administración estadounidense en las acciones históricas de desestabilización contra Cuba, particularmente a través del bloqueo económico, comercial y financiero.
Las palabras de Díaz-Canel encontraron su correlato en movilizaciones en apoyo al gobierno, que consiguieron menos cobertura pero son relevantes para entender el cuadro completo. Es que, efectivamente, en Cuba convive el descontento por una serie de necesidades irresueltas más la amenaza permanente sobre su soberanía, reconocida por buena parte del pueblo cubano, que se ha mostrado dispuesto a defender las conquistas de la revolución.
La crisis devino en oportunidad política para la oposición cubana, dentro y fuera de la isla, que salió a reclamar desde intervención humanitaria hasta una acción militar de Estados Unidos. Es por eso que las protestas se han difundido usando discursos desestabilizadores y en el marco de una fuerte campaña internacional que ha puesto a Cuba en el centro de la escena política.
La campaña #SOSCuba
El analista en redes Julián Macias Tovar realizó un análisis detallado de la campaña digital #SOSCuba, un hashtag (HT) utilizado inicialmente para denunciar la crisis sanitaria que en pocos días derivó en una ofensiva con proclamas destituyentes y anticomunistas. El caso ilustra una mecánica ya extendida en redes sociales, que se ha verificado en otros escenarios, como las últimas elecciones ecuatorianas o el golpe de Estado en Bolivia de 2019 .
El HT se usó a partir del 5 de julio junto a #SOSMatanzas para evidenciar el colapso del hospital en Matanzas, y multiplicó su alcance entre el 10 y 11 de julio con el récord de contagios y muertes por COVID-19. Tovar señala que “muchos artistas con millones de seguidores participaron, poniendo en la mayoría un tuit solo con la etiqueta #SOSCuba, sin ningún texto acompañando. Pero la mayoría de medios internacionales hablaron de que los famosos pedían un corredor humanitario”.
La conversación política en redes alrededor de esta campaña repite los patrones de otras intervenciones digitadas. En este caso, más de 1.500 cuentas que replican los contenidos se crearon en ese mismo momento, entre el 10 y 11 de julio. A esto se suma: la intervención de perfiles que suelen publicar noticias falsas o discursos de odio, mensajes automatizados, y la distribución de imágenes manipuladas, como el video con celebración de Argentina en el Obelisco tras la Copa América, indicando que se trataba de manifestantes cubanos.
“El método se repite, la estrategia sinérgica en redes, medios y movilizaciones” señala Tovar. Esta intervención digital se amplifica cada vez que los medios tradicionales recuperan los contenidos en redes, y son también el campo de batalla donde se disputan sentidos y escenarios que trascienden la nube.
La trampa del corredor humanitario
La vara que mide el fracaso de tal o cual gobierno frente a una protesta ha demostrado ser particularmente rígida con Cuba. Es fácil verificar la matriz colonial considerando que hablamos de “Estado fallido” o “pacificación” para referirnos a Latinoamérica, pero nunca en relación a los conflictos de las potencias y sus aliados. Un caso ilustrativo es el de Haití, otro país caribeño que sufre agresiones sistemáticas hace largos años. Sin embargo, en un ejercicio de amnesia colectiva, cuando las tensiones internas se recrudecen rápidamente se clama por un corredor humanitario.
El intervencionismo humanitario y la llamada doctrina de la Responsabilidad de Proteger (R2P) se han plasmado de manera trágica en nuestro territorios (nuevamente, Haití). Una mirada histórica indica que Cuba no necesita más intervención, sino menos.
Aún así, el 12 de julio el gobierno de Estados Unidos publicó su declaración de rigor —como ocurre en cuanto conflicto internacional acontece—, donde remarca: “Nos solidarizamos con el pueblo cubano y su clamoroso llamamiento a la libertad y al alivio de las trágicas garras de la pandemia y de las décadas de represión y sufrimiento económico a las que ha sido sometido por el régimen autoritario de Cuba”.
Si el gobierno de Estados Unidos tuviera reales intenciones de solidarizarse con Cuba, no tiene más que acabar con las sanciones que le impone unilateralmente hace más de 60 años, y que se recrudecieron bajo la administración de Donald Trump. Y si esto se repite hasta el cansancio es porque se trata de una responsabilidad tan urgente como innegable.
Las consecuencias humanitarias del bloqueo
El bloqueo no solo ha demostrado ser inútil, es por sobre todas las cosas criminal e inhumano. Su vigencia no solo es repudiada por los defensores y defensoras de la revolución cubana: a fines de junio, la ONU votó una resolución en contra del embargo que sufre Cuba con 184 votos a favor, tres abstenciones y apenas dos votos en contra de Estados Unidos e Israel. Durante la votación, el canciller cubano Rodríguez informó que entre abril de 2019 y diciembre de 2020, el Gobierno perdió 9.100 millones de dólares debido al bloqueo, que equivalen a 436 millones de dólares al mes.
El cerco económico impuesto sobre Cuba es el más extenso y agresivo de la historia. No sabemos a ciencia cierta como hubiera actuado otro país bajo este mismo esquema porque no hay antecedentes. Las sanciones impuestas afectan directamente los ingresos del Cuba y el presupuesto nacional dispuesto para garantizar el desarrollo económico, social, cultural y sanitario de la población, coartando derechos básicos como la salud, educación y el crecimiento sostenible general.
Cuando, más temprano que tarde, el conflicto cubano se diluya en la agenda pública, el país volverá a su trabajosa normalidad de carencias y asedio sin un coro de indignados. Es por eso que el mayor acto de responsabilidad y solidaridad internacional es pugnar en favor de la soberanía cubana, y esa soberanía solo puede alcanzarse poniendo fin al bloqueo, que no es condición suficiente pero es absolutamente necesaria para que el país pueda enfrentar sus problemas.