La ciudad y la construcción de hegemonía

La necesidad de construir mayoría en la Capital Federal supone la vocación de desmontar viejos paradigmas de construcción y de abrir camino a una nueva dirigencia. La importancia de la militancia territorial. Recuperar la Ciudad, un desafío más para profundizar el modelo.

A contramano del humor y la alegría de estas últimas semanas, atravesadas por el rotundo triunfo de Cristina en las PASO y el viaje sin fin de la oposición hacia el País de las Maravillas (en el que el fraude del escrutinio provisorio le resta votos al oficialismo y cerca de 8 millones de electores cambiarán de parecer en apenas siete semanas de campaña), me interesa retomar aquí una línea de reflexión menos optimista, pero indispensable para configurar nuestras prácticas políticas hacia el futuro: ¿qué sucedió, qué sucede en nuestra querida ciudad de Buenos Aires, que parece ir contra la corriente de la historia, empeñándose en reafirmar a un tipo como Mauricio Macri en la Jefatura de Gobierno mientras en el país se impone con holgura un modelo de transformaciones progresivas?

Arranquemos de frente y dejemos en claro dos cosas. Primero, para mí es un problema que la ciudad vidriera de nuestro país esté gobernada por la derecha. No me conformo con ser la minoría intensa, no creo que sea suficiente intervenir en la ciudad desde los despachos nacionales, no creo que los problemas del país empiecen cuando cruzamos la General Paz. Conducir políticamente el distrito y su entramado burocrático-administrativo permitiría avanzar en muchos debates y medidas pendientes para la profundización de un modelo basado en la reivindicación de los derechos individuales y colectivos.

Segundo, los responsables de esta situación somos nosotros, los militantes, nuestros dirigentes, los que hacemos política en este distrito, quienes no supimos ni pudimos plantear una alternativa potente. Yo no compro la teoría del descarte, la que dice que los porteños son derechosos y que entonces a la Ciudad nunca la va a gobernar un nacanpop. O que en la zona norte viven los ricos, y que entonces mejor ni hacer política ahí, arranquemos de Rivadavia para el sur. Gracias Fito, pero a mí no me convenciste.

Entonces, se impone la pregunta: ¿Qué hicimos mal? ¿Qué nos faltó? ¿En qué fallamos? ¿Cómo puede ser que el país atraviese una época de tremendo dinamismo político, en donde la gente se organiza, discute, promueve y banca debates sustanciales para la transformación de nuestra sociedad, mientras en la Ciudad nos comemos tremenda golpiza a manos del principal referente de la derecha?

Son muchos los puntos para mirar, me quedo por ahora con los que me parecen más significativos (acá una buena reflexión al respecto). El bajo nivel de coherencia de ciertos espacios políticos con incidencia histórica en la Ciudad es uno de ellos: es ingenuo pensar que un electorado exigente, formado y crítico va a pasar por alto volantazos y cambios de orientación inexplicables. La ausencia (como expresión concreta y cómo horizonte de pensamiento) de construcción política en otros actores seguramente haya tenido su peso también: lo del cartel, la tele y el 2.0 está bueno, pero acá sin locales, construcción territorial y militancia organizada, no parece que podamos ir muy lejos. Y si no, pregúntenles a Mauricio y a su tropa, que no se cansan de abrir boliches PRO.

¿Cuáles son los desafíos hacia delante? ¿Qué tareas debemos plantearnos de acá al 2013 y al 2015 si queremos ser una alternativa de poder real en la Ciudad? Seguro tenemos que construir y expandir espacios de participación con vocación transformadora, que sean capaces de promover y atravesar debates políticos poniendo en el centro de la escena las convicciones y las ideas, y también de bancar con cuadros técnicos, con referentes y con base social movilizada cualquier política que incomode. Los debates en torno a las retenciones y a la ley de servicios de comunicación audiovisual, para muchos de nosotros ya constituidos en hitos fundamentales de nuestra subjetividad política, me eximen de explicar con más profundidad la importancia del «armado».

Este crecimiento debe ser acompañado con la construcción de referentes. Personas de carne y hueso. Compañeros y compañeras que la militan, que pueden conducir una asamblea, organizar una actividad, resolver el problema de un vecino que vive en la esquina, hablar con los medios de comunicación, debatir con seriedad un proyecto de ley o el presupuesto de la Ciudad. No nos olvidemos que al final de la cuerda los sistemas electorales y los hábitos políticos nos marcan un límite, y una parte importante de la población termina definiendo su voto porque tal o cual le cae bien. Teniendo esto presente, es fundamental que las organizaciones políticas definan quiénes son sus referentes, los prueben y los formen, para que a ese lugar lleguen los mejores y no los más pillos, los que mejor «surfean».

Pero nada de esto tiene sentido si no vamos a lo que, a mi entender, es el meollo de la cuestión: ¿cómo reconstruimos el diálogo entre la militancia y la sociedad en nuestra ciudad? ¿Cómo hacemos para que el ciudadano porteño se detenga y nos escuche, nos preste atención, nos reconozca como interlocutores válidos? Vamos, a no hacerse los sotas, que todos los que leemos esto hemos estado en un montón de actos que se llena de militantes y parientes, pero «el vecino de a pie» te lo debo…

Me viene a la cabeza en este punto un artículo de Pía López, que hablaba de las «intervenciones hegemónicas» del kirchnerismo, aquellas políticas a través de las cuales el gobierno logró hablar con una parte de la sociedad que no era kirchnerista (la LSCA y el Matrimonio Igualitario, las más paradigmáticas). Y planteaba allí Pía que la noción de hegemonía, la posibilidad de conducir procesos hegemónicos, «exige más disposición a una hermenéutica de la conversación que a la contundencia de la repetición de un slogan».

Y entonces me pregunto: ¿estamos dispuestos a conversar, o solo queremos repetir que somos los mejores? Porque conversar implica escuchar, pero… ¿Nos interesa lo que tiene para decir al menos una parte de ese 63% que votó a Macri o de los que votaron en blanco en la segunda vuelta? ¿Somos capaces, luego del 23 de octubre, de hacer borrón y cuenta nueva para iniciar una nueva conversación con toda esa gente que no nos eligió, pero que resulta fundamental para ser alternativa de poder? Claro, tenemos que entender que no van a pensar como nosotros, que seguramente no tengan las mismas banderas, los mismos referentes históricos y políticos, la misma pertenencia partidaria. Pero lo cierto es que ni nosotros mismos, quienes nos definimos como parte del proceso, los tenemos.

Solo si aceptamos estas diferencias podremos avanzar en un diálogo fructífero que ponga en evidencia las diferencias que encarnan los proyectos de Cristina y de Macri y que traiga agua para este molino. A mi modesto entender, ese debería ser uno de nuestros aportes fundamentales para avanzar en la profundización de las tareas pendientes a partir del 10 de diciembre.

El autor es integrante de Nuevo Encuentro y militante de la Comuna 14 (Palermo), donde el partido tiene un local ubicado en Gurruchaga 2122. Allí se realizan distintas actividades políticas y culturales. franciscodalessio@gmail.com

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