Parece quedar claro, a la luz de la ofensiva macrista, que la resistencia a este retorno neoliberal -que se sostiene sobre una genealogía anclada en el Proceso de Reorganización Nacional y se consumó con el menemato, pero que también encuentra algunas continuidades en dinámicas que tuvieron sus nichos en la “década ganada”- se está incubando aún, más lenta que rápidamente, y que se presenta más como una tarea pendiente que como una realidad actual, aunque no queda tan claro aún cuán presente está como estrategia de cada sector político. Lo hemos enunciado ya en otras oportunidades: resistencia popular no es sinónimo de oposición institucional, aunque la primera pueda contener a la segunda.
El 2017 está en puerta. Al “tercer gobierno radical” aún le falta pasar diciembre pero el ciudadano de a pie ya ha logrado pasar el invierno y eso no es poco. El ingeniero sigue con sus bailes, sus chistes y muecas representando a los argentinos, que en octubre pasado salieron en torrentes masivos a votarlo para colocarlo como presidente de la patria. Pero también hubo otro torrente, compuesto por peronistas no kirchneristas, kirchneristas no peronistas, pero-kirchneristas, progresistas, antiperonistas pero no antikirchneristas, izquierdistas antikirchneristas pero no antiperonistas y otras especies de la jungla política nacional. ¿Qué pasa con ese conglomerado? ¿Cómo se expresa en las calles? ¿Cómo se expresará el año que viene en las urnas? Las respuestas a este interrogante, como las fichas en un tablero de ajedrez, cambian todo el tiempo. A veces más rápido, a veces más lentamente, pero cambian. Es que la Argentina post-kirchnerista aún se está debatiendo a sí misma y cada sector arriesga hipótesis pero no ancla en una posición clara y tajante. Son muchos los jugadores que siguen poniendo un huevo en cada canasta. Al parecer, hasta los sectores más macartistas toman del Pelado Vladimir su máxima de “embarcarse y después ver”.
«Los sectores populares parecen no contribuir aún a gestar nuevas identidades plebeyas que expresen sus intereses»
Como sea, lo cierto es que tanto los pesimistas como los optimistas tienen sus razones para adelantar un balance provisorio del año y ver sus vasos medio llenos o medio vacíos, según el caso. Es que tal como graficó el filósofo Woody Allen en su film Melinda Melinda, una misma historia puede contarse desde la comedia o desde la tragedia. Ambas tienen su núcleo de verdad, así que la disquisición no es epistemológica sino política.
Los pesimistas verán la gran capacidad y rapidez que tuvo la gestión PRO para avanzar con su sinceramiento. Los optimistas tal vez pongan el centro del balance en el cambio acontecido entre el primer y el segundo semestre, que registró mayor dinamismo en la lucha social y los paros por sector (sobre todo en estatales). Luchas que obtuvieron, a su modo, algunas conquistas elementales.
Cómo se exprese ese conglomerado electoralmente el año que viene es algo aún difícil de arriesgar, pero de seguro que será en varios espacios, donde será difícil demarcarlos desde las identidades clásicas (peronismo, progresismo, izquierdas). Más allá de ese avatar, en donde está claro que quienes comparten ciertas luchas y espacios de organización marcharán separados, queda por verse si los sectores del ampliamente denominado “campo popular” sostienen niveles de madurez ante la situación como para golpear, más allá de las divergencias electorales, todos juntos y de conjunto. Por eso conviene pensar que la serie de la política social-sindical no tiene por qué ir en paralelo con la serie de la política partidaria-parlamentaria.
Peronómetro en mano
Con excepción del Movimiento Evita -políticamente más conservador en su “giro al PJ”, pero socialmente más abierto a otras articulaciones e intervención en las luchas concretas-, que desde el vamos participó activamente en la conformación de la Central de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), el resto del “núcleo duro” del kirchnerismo (centralmente “Unidos y Organizados”) no supo, no pudo o no quiso erigirse en referencia de masas de aquellas luchas y procesos de organización que pudieran modificar -al menos parcialmente- las condiciones de vida de quienes los protagonizan. Su ausencia en las grandes movilizaciones como la Marcha de San Cayetano y la Marcha Federal fue notable. La excepción: aquellas fracciones del movimiento obrero organizado cuyos dirigentes pudieron ser o aún se identifican como kirchneristas. Pero en estos casos actuaron más como referentes sindicales que como militantes de una orgánica política determinada.
El resto, más allá de movilizarse para recibir a Cristina Fernández cuando ha llegado a Buenos Aires, no ha terminado de tomar a las calles como lugar central de expresión de la política en esta etapa. Teñidas por cierto gesto nostálgico, tanto esas movilizaciones como las “plazas del verano” (aquellos mitines en los que hablaron varios de los ex funcionarios de las anteriores gestiones del Estado), parecen responder más a una lógica política anterior que a las necesidades populares actuales.
“Queda aún vacante la respuesta a la pregunta sobre qué pasará con la emergencia de esas nuevas camadas de militantes que se sumaron a la política argentina abrazando las banderas del anterior gobierno desde un imaginario anclado en la historia del peronismo”
Incluso la propuesta de conformación de un “Frente Ciudadano”, esbozada en abril por la ex presidenta en su “retorno a la política”, apareció planteada en el escenario mediático progresista como una novedad que luego sus militantes (de nuevo) no supieron, no pudieron o no quisieron salir a convidar masivamente a la gente común y de a pie, preocupada mayoritariamente por la licuación de sus ingresos y la creciente precarización de sus vidas en estos meses.
Los sectores populares parecen no contribuir aún a gestar nuevas identidades plebeyas que expresen sus intereses. Mientras tanto, el variopinto espectro político del país se debate en torno a qué hacer con el peronismo. En los sesenta, en pleno contexto convulsionado por el surgimiento de la Revolución Cubana como referente político continental, el peronista díscolo John William Cooke dijo que, en Argentina, los comunistas eran ellos, los peronistas, y no los afiliados al PC. Hoy muchos de los militantes enrolados en la filiación identitaria del histórico partido antiperonista parecen invertir la frase de “El Bebe”, expresando que, en la Argentina actual, los peronistas (kirchneristas) son ellos. Inspirados en Néstor Kirchner y su política “transversal” e incluso en la histórica pulsión “frentista” del peronismo, hoy el kirchnerismo parece oscilar entre diluirse en un peronismo acrítico que se redescubre en la figura de Juan Domingo Perón o “transversalizarse” en una suerte de “neofrepasismo tardío” en cruce con un post-alfonsinismo. El kirchnerismo, todavía, es difícil de dejarse aprehender. ¿Nuevo movimiento o una fase más del peronismo, en camino a mutar nuevamente en otra fase histórica? Interrogantes aún difíciles de responder. Mientras tanto, queda aún vacante la respuesta a la pregunta sobre qué pasará con la emergencia de esas nuevas camadas de militantes que se sumaron a la política argentina abrazando las banderas del anterior gobierno desde un imaginario anclado en la historia del peronismo. ¿Expresarán una nueva dinámica generacional o tan solo vinieron a expresar un recambio etario de la generación de sus padres y sus tíos? ¿Hay condiciones históricas y voluntad política para que desde allí se exprese un nuevo ciclo de irreverencia ante lo dado o la gestación al calor de las políticas de Estado y direccionadas de arriba para abajo condenarán a este sector emergente a oscilar entre la obediencia a los mayores y el desencanto y el retorno a la vida privada.
Los conflictos sociales, más temprano que tarde, exigirán sincerar aún más las posiciones. ¿Qué harán esas chicas y esos muchachos que se emocionaron en las festividades en las que habló “La Jefa”? ¿Qué quedará de “los pibes para la liberación”?