Ideología, conciencia y la estrategia del imperio

Por Martín Guédez; Red Voltaire.-

La actual estrategia del recientemente creado grupo de tarea para la extirpación de la revolución bolivariana en Florida, con un presupuesto inicial superior de los 180 millones de dólares, se manifiesta con toda claridad en los últimos días.

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Un bien sincronizado aparato propagandístico, en el que participan desde los grandes medios internacionales, pasando por sus tarifados “rebotadores” nacionales arma cada día la potente trama destinada a romper el nexo emocional, la vinculación afectiva, entre el presidente Chávez y las grandes masas populares beneficiarias del proyecto revolucionario.

Se hurga, se escarba con saña en cuanto desgarramiento, dolor o miseria humana pueda encontrarse. Con sadismo y crueldad infinitos se chapotea hasta salpicar horror en cualquier drama humano. Exacerbando las pasiones, al mejor estilo de una película de terror, se provoca el llanto de dolor, la queja lastimera, la angustia, la desesperanza, el desasosiego y la zozobra.

Esto se monta sobre la nota de fondo con extractos de intervenciones presidenciales en las que Chávez haya ofrecido resolver el problema en cuestión o, -más cruel y demoledor aún- con actos en los cuales Chávez se muestra preocupado o colaborador con los problemas del mundo.

Una combinación diabólica que mezcla el drama humano propio frente a una especie de indiferente derrochador solo preocupado por la proyección de su liderazgo continental. Todo montado sobre la mentira, pero también, sobre el instinto egoísta de cada ser humano en estado de terror.

En el éxito de esta tarea participan activamente desde políticos designados como futuros sustitutos del líder, como Julio Borges o Teodoro Petkoff, hasta la legión de expertos economistas, analistas y animadores que van fundamentando, dando cuerpo a una propuesta engañosa de prosperidad, mejoramiento de la calidad de vida y solución de todos los problemas, incluyendo la paz social, justo después de que la causa del problema haya desaparecido.

Allí se inscribe el adefesio de oferta que está presentando, apoyado en cuantiosos recursos provenientes de la U.S. Embassy, por todos los medios y en los barrios populares la representación más acabada de la derecha fascista en el país, esa gente elegante y bien peinadita de Primero Justicia.

Ofrecen un Kino (Lotería para quienes no viven en el país), un premio gordo a ser repartido entre todos los venezolanos en cuanto se extirpe a Chávez y se barra con la revolución.

Han encontrado la piedra filosofal para acceder a sectores que no posean una clara conciencia clasista.

Toman los ingresos petroleros, los dividen entre un número igual a la quinta parte de sus habitantes, -cada familia se supone compuesta por cinco personas- y ofrecen entregarle en una cuenta a su nombre la cantidad resultante, -esta mañana en el canal de televisión de la CIA, Globovisión, el esclarecido sucesor de José Antonio Primo de Rivera la calculaba en 20 millones de bolívares anuales- para que: “usted libremente decida en que gastarlos, como gastarlos, comprar seguros médicos, alimentos de calidad, decida comprar la ropa que le gusta, donde quiera y a quien quiera, en libertad.”, terminaba esta oferta con un “hay que demoler este Estado esclavizador”.

Para cualquier persona medianamente formada el absurdo, el fraude de la propuesta, tiene dimensiones de catedral.

Si el Estado queda reducido a una oficina bancaria distribuidora de cheques el ciudadano se debería preguntar quien y como sostendrá el sistema público de salud, seguridad, educación o la construcción y mantenimiento de infraestructuras.

El ciudadano debería calcular cuando deberá pagar por estos servicios prestados por el “eficiente sector privado” (Borges dixit).

Los promotores del plan conocen las patas cortas de esta mentira. Saben que no aguanta un minuto de reflexión.

Sin embargo lo llevan adelante porque cuentan con dos factores fundamentales. Uno, la deficiente y frágil conciencia de clase en buena parte de los sectores populares.

La ausencia de conciencia de clase e ideología revolucionaria. Esa clase de conciencia clasista que hace desconfiar de la oferta cuando esta proviene de su explotador histórico. La clase de conciencia que advierte el engaño, casi sin reflexión, sólo con saber de quien viene.

Esa desconfianza natural ante el supuesto amor y preocupación por su situación cuando se la proclama un banquero, un oligarca o un testaferro de este. El pueblo posee un término que lo explica con fuerza y claridad contundente…¿y no será pa’joderme?.

El otro factor, tanto o más peligroso que el anterior, proviene de las propias filas revolucionarias. Allí se dan la mano compitiendo en eficacia demoledora la corrupción, el burocratismo ineficiente, grosero, y un invitado a la fiesta: el fundamentalismo revolucionario, la “contraloría social radical”, los denunciantes de oficio, el concierto diario de guacharacas más papistas que el papa.

Los corruptos y burócratas proporcionan el motivo y la rosa, los tirapiedras se encargan de hacer tiro al blanco y pintarla de azul.

Un sancocho al gusto. Los primeros originan los manantiales y los otros llevan las aguas a los molinos de la contrarrevolución.

En definitiva un peligro cierto, real, redondo, sin poros, un peligro que puede llevarse en los cachos la oportunidad más cierta que ha tenido esta patria de construir una sociedad de justicia e igualdad.

Un peligro con veneno de acción lenta pero inexorable.

Un peligro que podría colocar a millares, en Estadios de Fútbol, y a todos a recitar para la historia, para ser leídas por los nietos, con el dolor con que hoy se lee o se canta a Salvador Allende, estas palabras que, hundido en el dolor más intenso expresara en Santa Marta el Mágico Adelantado, el gran majadero de la historia, aquel que aró en el mar: “Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro”.

En el orden social capitalista la ideología, como conocimiento social que justifica la explotación, se impone objetivamente a través de la religión, la política, la moral, etc., subjetivamente través del modo como los individuos incorporan a su conciencia los cuadros de referencia socialmente dominantes.

Sin un pueblo consciente, ideológicamente claro, capaz de establecer una comprensión y explicación del hecho social impermeable a las acciones objetivas de la ideología capitalista, sencillamente, no podremos construir una sociedad socialista.

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