Hugo Montero nació en Claypole, distrito bonaerense de Almirante Brown, en uno de esos rincones de la zona sur en donde el bosque de ladrillos se confunde con los descampados que separan al conurbano del Gran La Plata. Murió a los 44 años producto de una insuficiencia cardíaca, el 22 de marzo de 2021.
Los años 1976-2001 son marcas políticas profundas en la vida nacional, pero también, en la propia biografía de Montero, puesto que vino al mundo el mismo año en que comenzó la última dictadura cívico-militar, y forjó la experiencia de la revista Sudestada –junto a un grupo de amigos— el mismo año que se produjo el acontecimiento de diciembre que sería un parteaguas en la sociedad argentina de la posdictadura.
Hugo, que estudió Periodismo en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora (UNZL), investigó y escribió (en varias oportunidades junto a Ignacio Portela, co-fundador del proyecto Sudestada) centenares de notas, y once libros, de los cuales, nueve, tienen que ver con figuras y procesos de la izquierda, nacional e internacional, sobre todo de los años sesenta y setenta: Ernesto Guevara, Fidel Castro, Agustín Tosco, Jorge Masetti, Héctor Germán Oesterheld, Rodolfo Walsh… y en colaboración con Vanesa Jalil, sobre Frida Kahlo. También escribió sobre la disputa Stalin-Trotsky en la Unión Soviética, la experiencia del Movimiento Todos por la Patria en Argentina y sus vínculos con la Revolución Sandinista en Nicaragua, y sobre el Partido Revolucionario de los Trabajadores/ Ejército Revolucionario del Pueblo.
Es que las apuestas revolucionarias previas al último golpe de Estado y del Plan Cóndor en el Cono Sur de América Latina, están todo el tiempo presentes en la subjetividad política de la generación que protagonizó el 2001. Una generación que forjó sus primeras armas en la intervención cultural durante la década del noventa. De allí que no resulte extraño que, además de revisitar la experiencia de la generación anterior, Montero haya escrito sobre el periodista Fabián Polosecki y, tiempo antes de su muerte, sobre un jovencísimo emergente de los nuevos sonidos urbanos: Wosito, el pibe de la plaza.

La revista de la Generación 2001
Sudestada fue la revista de la generación militante de 2001. Nació de una actitud humilde y desmesurada al mismo tiempo: su primer número se financió con la plata prestada que sus integrantes le solicitaron a sus familiares y amigos y, así, de a poquitito, pusieron en marcha una pequeña rueda que luego logró poner en pie todo un proyecto que incluyó una editorial y librerías, siempre con el lema de la autogestión.
Ignacio Portela (Nacho, de ahora en más), cuenta que el proyecto nunca tuvo un fin económico, y durante los primeros años se hacía en los momentos que encontraban después del trabajo. “Hugo tenía algo de experiencia en otros medios: había escrito alguna nota para Le Monde Diplomatique, pero lo que nosotros queríamos era armar algo para contar nuestra realidad: la del país de esos tiempos de revueltas y la de la historia de lucha de compañeros y compañeras que dejaron su vida por un proceso revolucionario”, comenta, no sin agregar que para ese núcleo fundador, hacer una revista tenía que ver con generar un contenido interesante, que fuera lo más profesional posible y que convocara a los autores que ellos mismos leían, admiraban. Fue así como lograron entrevistar a muchos, y hasta pedirles (“de caraduras”, aclara) que les mandaran textos para la revista. “De Hugo aprendí que para contar había que ser fiel a uno mismo y al mismo tiempo ser lo más profesional posible. Por eso para nosotros Sudestada fue una militancia por una manera de contar”.
Los primeros números se hicieron con tapas en blanco y negro y la leyenda “Revista cultural de zona sur”. En el Nº1 puede verse el rostro de Julio Cortázar y el título “El último adiós”, acompañado de otros dos temas que se destacan en la portada de la publicación: “Vanzetti: teatro con historia” y “Guitarrazo: Salinas volvió al barrio”. Teatro, literatura y música. Cultura y barriada popular. Y una zona de identificación que excede la geografía para dar cuenta de una amplia, profunda y rica experiencia de la Argentina: la cultura popular con epicentro en el conurbano bonaerense (y más precisamente: “la zona sur”).
De andén en andén, hasta la victoria final
Walter Marini es el tercer integrante de aquel grupo fundador de Sudestada. Y desde siempre el responsable de la distribución. Consultado por este cronista, cuenta aquella historia que con el tiempo se transformó en mito para sus lectoras y lectores: la de esa pandilla que, a inicios de siglo, se ponía las mochilas al hombro cargadas de revistas para salir a inicios de cada mes a repartirlas en puesto de diarios y espacios autogestivos, que cada vez fueron ocupando más puntitos en los mapas que iban marcando para conquistar nuevos ojos que les prestaran atención.
“Al principio buscamos llegar a todas las estaciones de subte, después empezamos con las líneas de trenes y cuando conseguimos una camioneta empezamos a hacer las avenidas”. Y agrega: “tardábamos casi una semana en hacer todo el recorrido: teníamos más de 300 puestos de diario. Y después otra semana para intentar cobrar. Así que cuando te querías acordar ya estábamos diseñando, llevando a imprenta la nueva revista y teníamos que volver al ruedo, lanzar toda la movida otra vez…”.
Con lluvia, con sol, con granizo, como fuera, los repartos nunca se suspendían. Fue así como se fueron ganando el respeto y hasta la simpatía de los canillitas. Nacho recuerda que, al principio, dejaban las revistas en Centros Culturales de la zona sur: en Lomas, Adrogué, Rafael Calzada… Y también que, retomando la vieja tradición de las publicaciones anarquistas, en un momento empezaron a subirse a los trenes para ofrecer Sudestada. “Poco a poco nos fuimos instalando: esa fue nuestra manera, nuestra marca… y también ese boca a boca que hizo de que tampoco nos fueran conociendo, invitando a ferias”.
Marini, por su parte, cuenta que también ellos mismos, al principio, llevaban la revista a los suscriptores que estaban en Capital y Gran Buenos Aires, y a despachar por correo a los que tenían en el interior del país. Y agrega –no sin cierto aire de nostalgia– que en un momento la cosa no dio para más, sencillamente, porque los puestos diarios empezaron a desaparecer. “Todo un mundo se empieza a ir, ¿no?, cambiaron los hábitos: ya no está más el tipo que sale del laburo y pasa a comprarse una revista por el puesto de diario para leer en el viaje”, remata.
La apuesta de gestar un “Nosotros”
Juan Bautista Duizeide cuenta que conoció a Montero cuando éste lo entrevistó, tras la publicación de una novela suya. De ahí en más comenzaron a entretejer un vínculo. Entonces Duizeide vivía en La Plata, pero tenía una casa en isla Paulina, a donde invitó a la pandilla de Sudestada. Las charlas sobre Haroldo Conti continuaron luego por teléfono, y vía email, y con el tiempo Hugo le propuso que escribiera un libro sobre el escritor argentino. “Así que mi vínculo con él fue sobre todo el vínculo con un editor joven y bueno, audaz y creativo, que te escuchaba y tenía capacidad de entender lo que querías hacer, de preguntarte acerca de eso, pero también, de proponerte, digamos, de negociar –en el mejor sentido de una palabra hoy un poco bastardeada– el tema de los plazos, trabajar las formas, las ilustraciones, la extensión del texto y todo eso con lo que estamos luchando habitualmente los periodistas”.
Para Juan Bautista, Sudestada tuvo la virtud de hacer una revisión, un tanto rebelde, de la historia argentina: rescatar otras lecturas de la literatura (básicamente de la argentina y la latinoamericana). “Era ahí donde yo me insertaba, contribuyendo a esa apuesta que promovía Hugo con la revista: armar una suerte de colectivo posible, imaginario, o más bien imaginado a partir de cosas que existían. Lo que a mí, como lector, me hacía acordar a la revista Entre Todos, que impulsaban desde el movimiento Todos por la Patria: esa idea de que se podía, desde una publicación, crear ciertos lazos entre todos aquellos oprimidos por la forma específica del capitalismo de la Argentina”.
De allí que Duizeide rescate de Montero una virtud: la de ubicar y plantear cuestiones con las que nadie se quería meter, como la violencia política. Y en ese camino, articular una serie de facetas contradictorias, o en tensión: el organizador, el editor, el autor de libros, el periodista que identificaba cuestiones desde un nosotros en construcción, enumera el escritor, quien a su vez rescata de Monero a “un compañero con un sentido del humor sumamente ácido y celebrable, un tipo honesto y solidario”, aunque aclara que esto último lo hace extensivo a todo el grupo fundador de la revista.
Tomás Astelarra –otro autor que publicó uno de sus libros por Sudestada–, comenta, por su parte, que cuando iba a visitarlos a la oficina de Lomas de Zamora siempre lo encontraba a Hugo editando, escribiendo, así que él se ponía a conversar con Walter y Nacho, mientras Montero seguía con la máquina. Aunque de tanto en tanto se metía en la charla: “un manija bárbaro el tipo”, dice, mientras suma la anécdota de cuando fue a Bolivia a entrevistar al presidente de dicho país, para lo que terminó siendo su libro Evo Morales en el país de las mamitas. “Me habían aclarado que no hiciera ciertas preguntas, pero yo las hice igual, y a los quince minutos se terminó todo, me quería matar. Así que volví a donde estaba parando y le escribí a Hugo. Le dije: che mil disculpas, ya hice la entrevista pero cometí un error, quedó super cortita. Le conté lo que había pasado y él me respondió: Tomi, para eso te mandamos a Bolivia, para hacer las preguntas incómodas. Muchas gracias. Un tipo muy inteligente, Huguito, muy filoso, siempre con esa coherencia del pensamiento crítico y el periodismo que molesta”.
Fotos: Gentileza Revista Sudestada