Honduras, la derrota

Ese pequeño y abusado país, de nuevo terminó decidiendo su historia con el peso de arrastrar una condena de sueños que el imperio se encargó de instalar en la Guerra Fría, que hoy reaparecen exhibiéndose como una decadente muestra retro donde vuelven los héroes que la modernidad había sepultado junto a los discos de vinilo, los VHS, o los bailes de “fiebre de sábado por la noche”.

Presa del paso del tiempo, sostenida por una derecha fuertemente vertebrada, que articula una América abarrotada de negocios sucios y/o limpios, muchos de ellos cosechados con la plata que la CIA y demás agencias del imperio sembraron alocadamente en los fabulosos ‘80. Grupos que hoy manejan el descarte de tecnología obsoleta del norte con las cadenas de comida rápida, y algo de cocaína viajando por ahí.

Con capacidad de controlar a los partidos tradicionales y a la mayoría de los multimedios, esa derecha silenciosa y eficaz ya no necesita el soporte espectacular de aparatos paramilitares, reconvertidos hoy en grupos más sigilosos y efectivos.

Instruidos en el terror, con un sistema educativo y de salud que abandona a los más débiles a su propia suerte, sometido a una estricta división por castas, pero donde el norte sigue siendo para muchos hondureños el único paraíso posible, para soñarlo, para ir de mojado, o para convertirse en un latino capacitado en serie, por ese sistema de aparatosas universidades americanas.

Este deseo alienante, con un gigantesco soporte ideológico y operativo de las distintas iglesias, construye un silencioso principio colectivo que supone que cuando más a la derecha estás, permite que más te acerques a ese paraíso del norte. Basta como ejemplo ver esas pibas y pibes que se van a Irak, porque si logran que no los maten, les dan la ciudadanía y trabajo de mercenario por un tiempo.

Con una izquierda que pelea a ciegas, con los cientos de dirigentes muertos anualmente, con un terrorismo paraestatal, que genera un debilitamiento y una retracción de cuadros en las nuevas camadas de jóvenes, que permanentemente reconstruyen y participan en las distintas organizaciones, y el reemplazo con voluntarismo a la construcción de organizaciones más capacitadas para la participación en el sistema político, convierten estas elecciones en la tumba del reclamo nacional e internacional, al primer golpe de Estado del siglo veintiuno, que pasó en solo cinco meses de convertir un increíble hecho político, en un grotesco que concluye con un par de yanquis en el bar del hotel Marriot diciendo “nosotros no podemos meternos en los asuntos internos de otros países”.

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