Por Santiago Levin*
El coronavirus es la primera pandemia de la historia de la humanidad que se está transmitiendo online, en vivo y en directo. Las pestes anteriores no tenían esa cualidad, esto es un asunto totalmente nuevo, de modo que requiere un abordaje diferente. Hay aspectos técnicos, infectológicos y epidemiológicos, que tienen sus preguntas y sus respuestas, y eso está relativamente claro. Como médico tengo la obligación de repetir que la fuente de información tiene que ser el Ministerio de Salud de la Nación y no otras, como las redes sociales, donde abundan las «fake news». Es en el ministerio y los canales oficiales donde hay que ir a buscar la información. Pero aparte de la técnica epidemiológica y sus medidas, hay un problema comunicacional.
Una población muy fragmentada, mal informada y pauperizada; medios de comunicación que en gran parte han reemplazado la ética editorial por la lógica comercial; e instituciones devaluadas que le fallaron a la gente durante mucho tiempo es una combinación complicada en una situación en la que se vuelve indispensable creer en las instituciones. Y en este punto es importante revisar el contrato social vigente en la Argentina.
El contrato social ha sido dañado tras años de defraudación a la población. Este contrato social devaluado hace que la palabra de la autoridad sanitaria nacional no sea necesariamente tan valorada como se necesita justo cuando, paradójicamente, la pandemia hace reflotar la importancia del Estado. El Estado surge en el rol del Instituto Malbrán, surge en el sistema público de hospitales, surge en la recuperación del concepto de Salud Pública, que es un concepto político que apunta a que lo que existe para unos, se pretende para todos.
Algunos medios de comunicación, sobre todo los que buscan vender, encuentran que el rating sube con determinadas acciones comunicativas: los títulos cargados, los adjetivos, las placas rojas. Frente a esta sensación de catástrofe inminente, cuando parece que la humanidad va a desaparecer o que nos estamos por caer por la catarata, como en una película, tenemos que aclarar que no es así. Este es un momento que reclama de los comunicadores, y también los de agentes de salud, hacer un esfuerzo especial, quizá inédito, para elegir las palabras más adecuadas. Tenemos que inventar metáforas nuevas. Cuarentena es una palabra vieja. Aislamiento social, que es un término técnico utilizado en infectología, es un sintagma muy poco feliz.
Las pestes siempre producen angustia y temor. Son contextos sociales en los cuales la discriminación se pone a la orden del día y estimulan las conductas individualistas y no solidarias. Desde la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA) proponemos pensar con mucho cuidado la técnica comunicacional. Y no solo la de los medios, también la del Estado. Pensar cómo comunicamos, cuál es el efecto que queremos lograr, cómo dejamos a ese receptor cuando le tiramos la información por la cabeza. Pensar si lo que estamos estimulando son conductas de cuidado o conductas persecutorias.
Para el perfeccionamiento de la eficacia de las medidas de control del virus es muy importante elegir las palabras para comunicar. Tenemos que aislar el virus, no aislar la subjetividad de las personas. Tenemos que pensar palabras nuevas, metáforas nuevas, expresiones nuevas. Sin mentir, claro, porque el asunto no es maquillar, pero sí tener en cuenta que las palabras crean realidades.
En este contexto de angustia sería muy útil que se comunicara que esto que estamos viviendo va a pasar. Que no vino para quedarse para siempre, que va a tener un pico y luego va a pasar. Si comunicáramos que las medidas de cuidado son por amor al otro, no por temor al otro. Que lavarse las manos no es para cuidarme de vos, sino para cuidarte a vos. La calidad de la comunicación es fundamental, no solo para no generar caos, sino para propiciar conductas más efectivas para cuidarse y para cuidar a los demás.