Guerra sucia e intocables progresistas

Macri, los años 70 y el problema de pensar desde el lugar de víctimas
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En su magistral novela Los dueños de la tierra, David Viñas presenta una suerte de introducción en tres escenas, con tres fechas emblemáticas: 1892, 1917 y 1920. El sur argentino es el territorio donde suceden los acontecimientos narrados. Los tramos de los diálogos conducen al lector a cierta atmósfera que da cuenta de esas “constantes con variaciones” de la “violencia oligárquica”, tan frecuente en la narrativa viñesca. Los personajes conversan sobre “la mejor manera de cazar indios”. “Como si fueran guanacos o cualquier cosa”, sostiene Brun, por si quedaran dudas del racismo de las “bellas almas burguesas”. Todo parece una cuestión de diversión, porque “matar era como violar a alguien. Algo bueno”, según puede leerse más adelante. El tono preponderante del cazador en la primera escena da paso a la segunda, donde un ademán de tono exacto de hombre de cuentas claras ocupa el espacio textual. “Contar era tocar. Poseer era contar”, leemos, e imaginamos el gesto del “burgués fanfarrón” que alambra las tierras mientras teme en el fondo que el avance rojo de los bolcheviques se traslade más allá de las lejanas tierras rusas. Y finalmente, la mano firme para “hacer lo que hay que hacer” ante el avance de esos revoltosos huelguistas que tienen el tupé de pretender que los obreros no sean reducidos (como antes los gauchos, los indios) a la condición de animales.

 

Un símbolo de 30.000 rostros

Hace una semana (un siglo parece ya, según los ritmos vertiginosos que imponen los medios masivos de comunicación), el ingeniero Mauricio Macri, circunstancialmente presidente de la Argentina, sostuvo una serie de dichos que podrían calificarse de “polémicos”, si no fuese porque nuestras conciencias de progresistas biempensantes nos impiden abrir un debate amplio contra aquellas posiciones que consideramos reaccionarias.

 

Sostuvo el ex jefe de gobierno porteño:

 

“Es un debate en el que no voy a entrar. No tengo idea si fueron 9 o 30 mil. Si son los que están anotados en un muro o son muchos más. Es una discusión que no tiene sentido”.

 

Parece que en rigor de verdad tampoco al ingeniero le interesa demasiado polemizar. Actuando como una suerte de “grupo de tareas” de las ideas conservadoras, solo tira la piedra y esconde la mano. ¿Quién puede ocultar la intencionalidad provocativa de tirar una bomba como esa? Sin embargo, advierte antes de arrojarla: “es un debate en el que no voy a entrar”. Como si el país no necesitara aún seguir indagando sobre ese trauma social, político y cultural con el que nacimos y crecimos ya varias generaciones de argentinas y argentinos. Pero se sabe: la derecha, por más “democrática” y “buena onda” que pretenda presentarse, no es muy amiga del debate. Muchos menos de la polémica.

“El ingeniero Mauricio Macri sostuvo una serie de dichos que podrían calificarse de “polémicos” si no fuese porque nuestras conciencias biempensantes nos impiden abrir un debate amplio contra aquellas posiciones que consideramos reaccionarias”

Lo cierto es que, si pudiéramos corrernos al menos por un rato de ese papel de “policías del pensamiento-progresista” que por lo general nos autoadjudicamos, podríamos “ponernos los guantes” y “batir a duelo” las palabras de nuestro contrincante. Porque hay un núcleo de verdad histórica a estas alturas irrebatible en las palabras de Macri. Y es el siguiente: “no importa si fueron 9 o 30 mil”. ¿Cambia el sentido si fueron 29.000 o 31.000 los detenidos-desaparecidos por la última dictadura? ¿Cambia en algo el número de atrocidades cometidas por quienes llevaron adelante ese verdadero plan sistemático de terror desde la cima misma del Estado nacional (y sus consecuentes extensiones provinciales y municipales)? No es que no seamos conscientes de que detrás de esos números existieron devenires singulares, biografías concretas con sus pasiones, sus amores, sus desdichas, sus esperanzas, sus odios, sus apuestas, sus afectos. Reitero: no es que no otorguemos una importancia vital a esas existencias, sino que –precisamente- buscamos resituar esas existencias en los proyectos colectivos de los que formaron parte, quienes apostaron por una transformación radical de la sociedad… y perdieron.

 

De las cenizas de esa derrota se erigieron los organismos de Derechos Humanos, que desde hace décadas vienen luchando por Memoria, Verdad y Justicia. Y es en esa lucha que lograron instalar la cifra 30.000 como un símbolo que va más allá del número exacto de personas secuestradas, torturadas y asesinadas por el aparato terrorista del Estado. Y es ahí, precisamente ahí, en donde como sociedad no podemos retroceder. Entrar en la discusión de cuántos fueron en verdad los detenidos-desaparecidos es entrar en un terreno ajeno de la discusión, entre otras cosas, porque fue ese mismo aparato terrorista el que se garantizó la impunidad en muchos aspectos, como no haber abierto nunca la “caja de pandora” de ciertos registros que hubiesen permitido aproximaciones más concretas a lo que pasó en aquellos años.

 

Las batallas de la memoria

En consonancia con cierta “línea familiar-historiográfica”, Macri habló en estos días de la última dictadura cívico-militar como momentos en que se desarrolló una “guerra sucia”, pretendiendo hacer retroceder la discusión social sobre el pasado reciente del país, por lo menos, tres décadas, cuando en la Argentina se hablaba de los “dos demonios” que azotaron a la sociedad durante el período 1976-1983 (el demonio terrorista de los militares y el de los “guerrilleros”). Dichos que encuentran una clara continuidad con las declaraciones vertidas el 29 mayo último, cuando el presidente sostuvo, en el “Día del Ejército” (que para las militancias es en realidad el día del “Cordobazo” y del “Aramburazo”), que las Fuerzas Armadas venían de años en los cuales el Estado “las ignoró, las abandonó” y que fue eso lo que trajo “problemas de presupuesto, de equipamiento y de infraestructura”. Y como para rematar los anuncios de aumento presupuestario, Macri agregó que había que “dejar atrás enfrentamientos y divisiones”, Meses antes, a través de las redes sociales, el entonces candidato presidencial había enviado un “saludo especial” a la “gente de General Roca”, en el marco del 136 aniversario de la fundación de aquella localidad rionegrina.

 

Como puede observarse, la maquinaria macrista no viene solo a poner en entredicho lo sucedido en los últimos 12 años, sino incluso la secuencia entera de la historia nacional. No es para menos, si entendemos que el ingeniero vino a poner orden a una situación que desde hace ya por lo menos dos décadas viene convulsionada.

«La maquinaria macrista no viene solo a poner en entredicho lo sucedido en los últimos 12 años, sino incluso la secuencia entera de la historia nacional»

Si asumimos que la memoria no es una consigna vacua sino un verdadero “campo de batalla”, si la memoria no es un simple e inocente acto de mirada retrospectiva sino un combate, o más bien, un lugar de conflicto, un lugar bélico (precisamente porque el “trabajo de memoria” es un proceso social para interpretar y dar sentidos colectivos al pasado, desde las posiciones, las pasiones y los intereses del presente), entonces, no deberíamos huir de la polémica como quien huye de la peste, o tratar de anular el debate en post de consagrar como lugares “intocables” ciertas posiciones progresistas.

 

Guerra, terror y proyecto

A días de conmemorarse un nuevo aniversario de la denominada “Noche de los lápices”, el documentalista Jorge “Chiqui” Falcone -hermano de María Claudia, una de las militantes detenidas-desaparecidas aquella madrugada del 16 de septiembre de 1976-, salió al cruce de unas declaraciones vertidas por el militante radical-kirchnerista Leandro Santoro, quien se refirió a Macri como un tipo “bruto, torpe y mala persona”, luego de afirmar que Falcone tenía 16 años cuando la mataron “por pelear por el boleto secundario”. Por mas pasión alfonsinista que pudiese tener el “joven” Santoro, resulta –al menos, para decirlo amablemente- un poco anacrónico su planteo, acompañado por ciertas preguntas que se hace: “¿Qué Ejército integró Claudia Falcone? Para qué bando de la guerra sucia combatió?”

 

Jorge Falcone, que se refiere a Santoro como “compañero”, se permite disentir, y argumenta:

 

“Mi hermana luchó por una Argentina liberada. Y si no integró ningún ejército irregular no fue porque le faltara voluntad sino tiempo biológico: en sus breves e intensos 16 años sólo llegó a ser miliciana. Su secuestro, violación y asesinato le impidieron ostentar el honor de integrar el Ejército Montonero, que alguna vez comandó el patriota Horacio Mendizábal”.

 

Polémico, el concepto de guerra ha recorrido todos los análisis y postulados de la militancia revolucionaria de las décadas del 60 y del 70. Ha sido, asimismo, un concepto bastardeado por las “democracias de la derrota”. En el caso argentino, a la derrota humillante del país frente a Gran Bretaña, en la “Guerra de Malvinas”, debemos sumarle la condena social que el término tuvo en boca de esos mismos militares argentinos que, cobardes e ineptos para llevar adelante una “guerra limpia”, se vanagloriaron sin embargo de sus destrezas para implantar en suelo nacional, contra sus propios compatriotas, la “guerra sucia”.

«Si asumimos que la memoria no es una consigna vacua sino un verdadero “campo de batalla”, no deberíamos huir de la polémica como quien huye de la peste, o tratar de anular el debate en post de consagrar como lugares “intocables” ciertas posiciones progresistas»

Por las asimetrías de poder entre los bandos enfrentados -la maquinaria terrorista del Estado Militar, incluyendo la poderosa alianza civil sobre la que se sostenía, y el de los sectores populares en lucha, incluyendo sus “organizaciones armadas”-, en parte, pero en gran medida por la “operación de victimización” que el “alfonsinismo” -y la “clase política” en general-, el “sindicalismo sobreviviente”, las “empresas periodísticas”, los “intelectuales travestidos” y gran parte de la sociedad realizaron sobre la figura de la militancia de la década anterior, la idea de que el conflicto social sostenido durante dos décadas había desembocado en un enfrentamiento que se encontraba a las puertas de una guerra civil comenzó a ser borrado del horizonte de los debates de la época.

 

Ernesto Sábato, su prólogo al Informe de la CONADEP y la consigna progresista de “Nunca más” completaron el cuadro que incluía a la idea de guerra junto con la de demonios.

 

Reflexionando sobre estos temas, el psicoanalista argentino Jorge Jinkis supo destacar alguna vez que, por más que los militares hayan usado la palabra “guerra” para justificar una matanza que tuvo una amplia masa de civiles cómplices, no le parecía que hubiese que evitar esa palabra: “hubo una guerra aunque también haya sido una matanza”, sostiene, a la vez que insiste en el hecho de que, reconocerlo, no empareja “bandos” ni iguala nada con nada. “¿No hay algo de los vencidos, de su identidad singular y contradictoria, que se pierde al esquivar esa palabra?”, remata.

 

Visto desde ese punto de vista, lo cuestionable de los dichos de Macri no es tanto que se refiera a la “guerra” cuando habla de la década del 70, sino que no asuma las consecuencias plenas de sus enunciados. Seguramente sea porque, parafraseando al escritor y filósofo francés Jean Paul Sartre, hay algo del orden de las “manos sucias” en el relato macrista. Que no es solo relato, sino que tiene sus fundamentos bien hundidos en la materialidad de una historia -la de su nombre, la de su familia, la de su clase- que se constituyó a través de acciones de “guerra sucia” a lo largo de toda la historia nacional. Y a esa historia no se la combate desde el lugar de víctimas, sino de una beligerancia que asuma discursiva y materialmente las consecuencias que ese desafío implica.

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