También conocido como “Camilo Blajaquis”, con sus treinta años César González habita aún la villa Carlos Gardel en donde nació. Estuvo preso y tras las rejas se politizó, y a través de determinadas figuras que fueron clave en su recorrido biográfico posterior, se vinculó a la filosofía y la literatura, y más tarde al cine. Asiduo lector autodidacta, César González ha publicado los libros de poesía “La Venganza del Cordero atado” y “Crónica de una libertad condicional” (2011) y “Retórica al suspiro de queja” (2014). También ha dirigido los largometrajes de ficción “Diagnóstico Esperanza” (2013), “¿Qué Puede un cuerpo?” (2015), “Exomologesis” (2016), “Atenas” y “Lluvia de Jaulas” (ambas de 2019). En el ámbito documental ha incursionado a través de Canal Encuentro con “Corte Rancho” ( 2013) y la dirección de los cortometrajes “Guachines” y “Truco” (2014). En este diálogo telefónico con Revista Zoom, González reflexiona sobre la producción cultural, pero también, los modos en que –esta vez en el marco de la cuarentena por el COVID 19–, se vuelven estigmatizar las vidas populares, sea en la situación carcelaria o en en su habitar las villas y barriadas populares de este país.
Te quería proponer comenzar por preguntarte cómo estás viendo el tema carcelario, en unos días en que la temática estuvo en agenda.
Está bien que siempre hay que atender cuestiones de coyuntura, pero cuando esta pandemia se vaya las cárceles van a seguir existiendo. Entonces, te diría: yo puedo compartir alguna reflexión más sobre los casos de delitos contra la propiedad privada, que son la mayoría de los casos en Argentina, y en otros países de Latinoamérica, al menos en el caso de los hombres (en los últimos tiempos junto con los de narcomenudeo). Los otros delitos son más complejos, y más exigentes desde lo filosófico para poder pensar. En ese sentido creo que estamos cada vez más lejos de que los discursos de mano dura sean más leves y mejore la situación carcelaria, por más que en el corto plazo la Argentina la gobierne el peronismo. Cada vez más asistimos a procesos de radicalización de los discursos punitivistas, de mano dura. Pero sí he notado, en medio de tanto horror, que en estas semanas se ha dado una especie de organización en los mismos presos. Te lo digo porque tengo a un hermano de sangre y a otro de alma ahí adentro. Y lo que me cuentan es que, mal o bien, con todo este tema del coronavirus se ha frenado la violencia intracarcelaria. Si eso cambia ya es un cambio muy importante: que los pibes, que vienen de la misma clase social, de los mismos lugares y con los mismos problemas, no se maten entre ellos. Mirá, hace poco leí un libro de Ángela Davis, la feminista negra, que se llama “Democracia de la abolición; prisiones, racismo y violencia”, que recomiendo mucho. Es muy interesante, porque ella realiza un repaso por el sistema carcelario estadounidense que sirve para entender los sistemas carcelarios de otros lugares, como el nuestro, que han ido copiando ese modelo de nación. Así que sobre el tema carcelario te diría esto: me parece muy interesante que los presos hayan podido hacer política en medio de estos abismos que atravesamos estas semanas. Mis amigos me decían eso: que pudieron visibilizar la situación, que el tema salga a la cancha.
Recién hacías mención al sector social del que provienen la mayoría de los presos que están encerrados por delitos contra la propiedad privada, que es el sector en el que vos llevás adelante tu vida. ¿Cómo evaluás que se está transitando allí la cuarentena? ¿Qué pensás de las medidas preventivas que ha dispuesto el gobierno nacional?
Mirá, acá en La Gardel, donde vivo yo, lo que veo es un poco lo que supongo que está pasando en otros barrios y es que la gente, como puede, trata de cumplir con la cuarentena. Me gustó al que escuché decir a Juan Grabois en relación a eso, porque viste que se instala eso de “¿cómo hace la gente en los barrios con la cuarentena? ¿Cómo hace la gente en los barrios con la cuarentena?”. Y hace como puede, lo que puede para cuidarse. En el imaginario social viste que se instala eso. Incluso el presidente, en la segunda Cadena Nacional, cuando extendió por primera vez por dos semanas la cuarentena, también tuvo un tono muy paternalista al referirse a los barrios populares. Y el problema es que se instala en ese imaginario esa idea de “ya sabemos, son salvajes, les cuesta tener actos de civilidad”. Y ese imaginario se desmiente, pero es tan fuerte que se transforma en lo real. Y eso prende incluso acá, en nuestros barrios, la ida de que tenemos algo innato de barbarie. Lo que sí, por supuesto, es desolador el panorama económico, y eso genera angustia. Porque no podemos olvidar de los cuatro años de los que venimos. Ahora se han hecho cosas, se están haciendo cosas desde el gobierno. A uno le gustaría que se haga más. Por ejemplo, toda esta discusión sobre aplicarle el 1% de impuestos a los más ricos, no puede ser que algo así no se pueda hacer. Es momento para ser más realistas que nunca creo, de todos modos. No da ponerse en actitud adolescente y pedirle al gobierno que ahora se ponga y haga todo lo que uno quiere: reforma agraria, abolir la propiedad privada… Obvio, que uno lo quiere. Pero no pasa eso hoy en ningún país del mundo. En ningún lado la pandemia está desembocando en algo así y por lo que estuve tratando de leer, de investigar, en la historia los grandes cambios nunca se han producido en contextos de pestes. Quizás sea un momento en el que hay que asumir que hay que esperar un poco. Porque si bien está bien todo eso de las denuncias y planteos que se pueden hacer por las redes sociales, de esto se sale logrando cambios con la gente saliendo de sus casas. La presión por redes no logra un sustento material. Estamos ante una gran pausa de los ideales de transformación.
Recién hablabas de los estigmas, de los modos en que se suele encasillar a los sectores populares. Y me parece que hoy existe un gran riesgo, no digo en el ámbito de las derechas, sino incluso de este lado, de cierta mirada progresista que avala que haya asistencia social para los sectores más postergados, pero que quizás a la hora de hablar de cultura en esa dimensión los sectores sociales vuelven a quedar afuera. En tu caso, vos, primero con la poesía, y luego con el cine, venís sosteniendo una práctica en ámbitos en los cuales el pueblo queda afuera. ¿Cómo lo ves? ¿Qué importancia tiene la producción cultural, popular, incluso en contextos como los actuales?
Obviamente que ese no es un problema sólo de la Argentina, en el mundo las clases populares no construyen sentido, ni sus discursos y cuando marcan agenda es siempre en cuestiones relacionadas con la falta de infraestructura. Entonces, para la cultura dominante, siempre aparecemos de una manera pasiva. En ese sentido creo que es interesante volver sobre la discusión en torno a qué entendemos o qué creemos que debería ser un arte popular. ¿Qué seria? ¿La cumbia, la jarra de vino? Porque el imaginario social ya construyó un arquetipo de lo que son los sectores populares. Para mí, lo popular, es justamente que no puede ser definido, su vitalismo que no se puede encerrar en un modelo. Y eso, el carisma popular incluso, me parece mucho más vital, más interesante que el carisma burgués, incluso que el clasemediero. Claro que es importante el nivel de igualad que se pueda conquistar respecto a la posibilidad de acceso, democratizarlo, que deje de ser algo milagros, extraordinario, que por ejemplo alguien de una villa se pueda dedicar a un arte como el cine, que pase a ser algo más normal, como en Europa o en Estados Unidos, hay inmigrantes o negros haciendo cine. Obvio que allá hay más recursos, pero también es importante empezar a discutirlo. En Argentina todavía hay un exceso de representación. Foucault hablaba de la indignidad de hablar por los otros, ¿no? Yo creo que seguimos siendo un país donde es muy frecuente la indignidad de hablar por los demás. Es muy común en el ambiente artístico argentino que suceda eso. Y hay que saber que para que eso cambie, alguien tiene que estar dispuesto a compartirlo o debe estar dispuesto a correrse. Ese es un primer momento, la posibilidad de acceso, quebrar el muro de la exclusión, de esa mirada más zoológica sobre los sectores populares. Pero después hayq ue seguir debatiendo, hacia adentro, qué entendemos por un arte popular. Que el villero pueda filmar, obviamente, yo estoy de acuerdo, es una victoria en la batalla cutural. Pero, ¿filmar qué? Sería muy triste después lo que se filma es el prototipo de que está bien el que trabaja y es malo el que se droga o roba. Entonces, avanzamos pero retrocedemos. Se logra que un villero, o una villera, tenga un acceso a los medios de producción (que es una revolución en sí misma) pero si después es para repetir discursos que ya estaban en la sociedad, retrocedemos.
En estos días se puso en discusión esto de la circulación de textos y películas. Por un lado, la posibilidad de acceso, limitado por la cuarentena. Por otro lado, qué pasa con esos productos que antes se vendían y ahora circulan de manera gratuita.
Mirá, yo esta semana, por primera vez, subí una de mis películas para que pueda ser alquilada por Vimeo. Antes, todas mis películas se podía ver por youtube. Yo no tengo problema de que la sobras circulen de manera gratuita, por más que uno entienda que a comprar hay que ir con plata, no pago con creatividad. Pero el momento amerita que las obras circulen, quizás hay mucha gente que en este contexto tiene un poco más de tiempo y es difícil acceder, comprar algunos productos. Yo celebro las dos cosas: que alguien si puede compre un libro mío, y también, que alguien lea alguno de los pdf que andan circulando por internet. De todos modos decimos gratis, pero siempre, en este sistema, alguien saca plata: los servidores de internet, no sé, alguien va a hacer plata con todo eso. Pero bueno, también hay que asumir que un pdf, una película en youtube quizás llega a rincones de este país, en este momento, en donde ni hay una librería o un lugar para comprar películas. No veo mal cierto sentimiento de colectivizar que hoy circula en la sociedad.
Claro, quizás haya que pensar en formas de colectivizar, y apelar a ciertas formas de reciprocidad también, porque quizás un libro o una película liberada llega a gente que de otro modo no puede acceder a ellos, pero también, a otros que quizás sí puede pagar y lo están consumiendo gratis, cuando para mucha gente esos libros o películas son también una forma de ingreso para solventar sus gastos, ¿no? Tal vez habría que pensar en formas de reciprocidad que impliquen liberar material a cambio de aportes solidarios.
Totalmente, es que se mezcla todo, y más en este contexto. Por eso te digo, yo celebro que accedan los que no puedan pagar, pero también que el que pueda, “¡dale che, hace un aporte!”. Además ahora, si no existe la solidaridad en este momento, ya está. Pero creo que ese sentimiento de solidaridad está. El otro día hablaba con Ezequiel Gatto, a propósito de una nota que él escribió, donde planteo esto de que, incluso casi sin querer, momentos así traen ideas nuevas. Y con otro amigo catalán también lo hablaba, a propósito de su programa de radio, “Los valientes duermen solos” que él hace en Barcelona, y me mandó el extracto de un audio donde abordaba qué pasó con el arte en el contexto de la mal llamada gripe española, entre 1918 y 1920 y no se puede creer todo lo que sucedió en ese período, que es un período de explosión de las vanguardias. Y eso fue tan solo hace cien años atrás. Y hoy el artista está quejándose porque no viene el delivery, que se yo. Cuando uno ve incluso las vanguardias artísticas de la burguesía, el modo en que ponían el cuerpo, la vida que le daban a su obra en momentos en que no era tan cómoda la vida, y sin embargo iban a fondo.