La relación de Argentina con el Movimiento de No Alineados ha sido tan errática y lamentable como su entera política exterior, prueba evidente -por si hiciera falta más- de nuestra grave crisis de identidad nacional.
Habiendo sido una de esas personalidad múltiples que componen la tortuosa psiquis argentina una auténtica pionera de los no alineados, no fue sino hasta 1970, de acuerdo a la diplomacia de “pluralismo ideológico” de Levingston y Lanusse, que nuestro país participó por primera vez, aunque en calidad de observador, en la Tercera Conferencia de No Alineados celebrada en Lusaka, en septiembre de 1970.
La postura pragmática que llevó al régimen militar de Lanusse a estrechar lazos con el gobierno socialista de Salvador Allende fue profundizada por la administración justicialista de Héctor Cámpora primero y Juan Perón después, quien no rompió relaciones con el régimen golpista de Pinochet y mantuvo los tradicionales vínculos diplomáticos con la racista república de Sudáfrica, una postura coherente con el axioma de que las relaciones se establecían entre los pueblos y no entre los gobiernos.
Es en este marco donde a instancias de un grupo de países árabes nuestro país es invitado a participar en calidad de miembro en la conferencia de Argel de septiembre de 1973, lo que fue seriamente objetado por numerosos países pertenecientes al “África Negra”, situación que llevó a una facción de la delegación, encabezada por el canciller Vignes y el ministro López Rega a considerar seriamente la posibilidad de retirar la solicitud de admisión, disparatado entredicho que fue zanjado por las gestiones personales del propio Perón y la mediación de Zania y Tanzania.
El entonces presidente argentino participó de la Conferencia encabezando una delegación paralela a la liderada por el canciller Vignes y tuvo un rol ciertamente activo que puso en evidencia el alto grado de discrepancia que había alcanzado, tanto en la delegación argentina como en el propio seno de la Conferencia, la puja respecto al significado de la Tercera Posición, el tercermundismo y el no alineamiento.
En concordancia con la tradicional postura de India y Yugoeslavia y sus propia concepción en la materia, el líder justicialista bregó por mantener una actitud “equidistante” entre los bloques, en contraposición con los países enrolados en la diplomacia norteamericana y quienes sustentaban un compromiso -próximo al alineamiento- con el sector “anti imperialista” -Cuba, Vietnam, Libia, Corea y Vietnam del Norte.
El interés de Perón en la conferencia se centró en difundir su teoría de la Tercera Posición y en la búsqueda de aliados para dos temas significativos de la política exterior argentina: el respaldo a la soberanía de Malvinas y el principio de “consulta previa” para la utilización de los recursos naturales, núcleo central de lo que habían comenzado a ser sus obsesiones ecologistas.
La Tercera Posición peronista fue aludida como “ideológicamente ambigua” por Fidel Castro quien, tras definir la revolución cubana como “marxista leninista”, hizo una encendida defensa de la Unión Soviética, iniciando un camino hacia el alineamiento que llevaría a los No Alineados a un apartamiento gradual de los principios que le habían dado origen.
Por otra parte, mientras la cuestión de la soberanía de Malvinas no mereció siquiera una mención en la declaración final de la Conferencia, Perón logró imponer su tesis sobre la utilización de los recursos naturales frente a la postura del régimen militar brasileño de que el desarrollo no podía quedar subordinado a los intereses nacionales de otro país.
Tras el derrocamiento de Isabel Perón, la dictadura militar mantuvo una relación distante y más que fría con el Movimiento de No Alineados hasta que en pleno transcurso de la guerra de Malvinas, el canciller Costa Méndez -¡nada menos!-, un activo defensor del alineamiento con los Estados Unidos y la alianza militar con el régimen racista y ultraderechista de Sudáfrica, acudió al buró político de la organización, reunido en Cuba, en pos de un apoyo a esa pretendida “causa nacional”.
Si bien fue recibido deferentemente por el premier cubano y la dictadura militar consiguió el apoyo latinoamericano, fracasó en que los No Alineados votaran en bloque en Naciones Unidas contra la intervención inglesa, quedando su participación en el rincón reservado a las anécdotas patéticas.
Fue Raúl Alfonsín quien retomó la política inaugurada por Perón, encabezando la delegación que participó de la VIII Cumbre, celebrada en Harare en 1986. Reactivo frente a la dictadura militar, el gobierno de Alfonsín propició un acercamiento con los países del “Africa Negra”, apartándose a su vez del régimen racista sudafricano, con el que se llegó a la ruptura de relaciones diplomáticas, a la vez que reemplazó la referencia Este-Oeste por la del conflicto Norte-Sur.
La política del gobierno alfonsinista respecto a los No Alineados puede ser sintetizada en tres ejes: la defensa de los derechos humanos a través de una activa posición crítica hacia el régimen sudafricano; la búsqueda de apoyo de los tradicionalmente esquivos países subsaharianos en función de la reivindicación de los derechos de soberanía argentinos en Malvinas; y la firma de convenios de cooperación económica y técnica con los países africanos en el contexto de la cooperación Sur-Sur.
La estrategia dio sus frutos en sucesivas votaciones de Naciones Unidas en cierto modo favorables a la postura argentina respecto a Malvinas y muy particularmente en la elección del canciller Dante Caputo para la presidencia de la Asamblea General de 1988, para lo que contó con el masivo apoyo de los países no alineados.
A su turno, Carlos Menem también en esto desandó el camino iniciado por Juan Perón y retomado por Alfonsín, alineando decididamente a nuestro país con los Estados Unidos de modo idéntico a como lo había hecho la dictadura militar hasta su bochornoso final.
De 1991 (cuando pidió su desafiliación) a esta parte, la Argentina no participó de ninguna de las cumbres ni solicitó su readmisión. Ha sido recién este año que se le propuso participar, aunque en calidad de “invitado”, en la Cumbre de La Habana, y si bien nadie ingresa a los No Alineados como Pancho por su casa sino tras un ofrecimiento formal y una aprobación del pleno, la delegación argentina no tuvo el nivel diplomático ni la envergadura que tanto el ámbito en sí como los desafíos que nos presenta el porvenir, habrían merecido.
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