El presidente de Bolivia, Evo Morales, que acaba de obtener un triunfo aplastante en el referéndum revocatorio con más del 67 por ciento de los votos, porcentaje muy superior al logrado cuando fue elegido presidente a fines de 2005, enfrenta hoy el golpismo cada vez menos “blando” de los prefectos de la llamada Media Luna, que creyeron poder derrocar al gobierno con el esquema de la desestabilización permanente y con la poderosa y abierta ayuda de Estados Unidos.
El triunfo de Evo Morales con más del 67 por ciento de los votos en el referéndum revocatorio es una clara victoria del SI a la continuidad del Primer Mandatario en momentos en que ha ganado en 95 de las 112 provincias de Bolivia. Sólo perdió en 17 provincias y el voto en contra se centró en las capitales, no en el interior, de las regiones que maneja la brutal oposición política.
No perdió ni en una sola provincia de los departamentos de Potosí, La Paz, Cochabamba y Oruro. En Chuquisaca, escenario de acciones racistas condenadas en el mundo entero, resultó ratificado en 9 de las 10 provincias. En Tarija, donde grupos violentos también amenazaron con atentar contra mandatarios vecinos si visitaban el lugar, se impuso en seis de los nueve departamentos y también en cinco de las seis provincias. En Beni, en 3 de 6 provincias y en Santa Cruz en 7 de las 15 provincias. Y eso surge del 99,75 por ciento de mesas reportadas.
En estos dos últimos lugares, Morales creció en votos sobre lo obtenido en las elecciones que lo llevaron al poder y técnicamente quedó empatado en Tarija.
Que ganó el pueblo boliviano nadie lo duda. Y eso aparece aún con mayor claridad si se juzga cómo votaron los sectores populares de Santa Cruz, Beni o Pando, que en el referendo autonómico ilegal decidieron no concurrir a las urnas fraudulentas, dar una batalla propia o que fueron aterrorizados por los escuadrones parapoliciales disfrazados bajo nombres inocuos como “juventudes cruceñistas” y otras similares.
Por eso los prefectos están otra vez en la calle. Habían prometido a Washington que Evo Morales caería en este revocatorio y con eso comenzaba rápidamente otra historia en Bolivia. Esto no sucedió y en Cochabamba perdieron un aliado. Fue un duro golpe para el fascismo en ese país y desató la furia de los golpistas. En la historia de Bolivia estos personajes que aparecen ahora para algunos como una “novedad” participaron de todos los golpes de estado, militares o encubiertos y saben bien cómo hacerlo.
El triunfo de Morales significó la derrota de la política trazada desde Washington, que no dudó en enviar a ese país a Philip Goldberg, viejo experto del Departamento de Estado en secesionismos, en activar conflictos étnicos o convertir viejas divisiones en guerras internas. Analistas de Estados Unidos, denunciaron los millones de dólares invertidos por el gobierno de George W. Bush para crear distintos sectores de oposición y alentar a algunos grupos supuestamente de izquierda ultraradical en Bolivia.
Otros de los millones repartidos por la USAID y la National Endowment Foundation (NED) fueron derivados a los medios de comunicación masivos, que tanto en las elecciones de 2005, cuando satanizaron y atacaron con inclemencia a Morales, como en este revocatorio, perdieron la partida.
Quizás algunos cientistas políticos debieran estudiar este nuevo fenómeno social y cultural de cómo los pueblos indígenas (en Bolivia, Ecuador y en Perú, por ejemplo) resisten con mayor dignidad las campañas de un terrorismo mediático avasallador en otros países. Menos proclives a la intoxicación periodística y desculturizadora de esos medios, estas comunidades han resistido todos los embates coloniales gracias a haber mantenido su lengua, sus tradiciones, su propia cultura soterrada en “los pozos floridos donde duermen los duendes”, una frase maravillosa de los guaraníes, para nombrar el espíritu o el ánima de esas sabidurías que siempre renacen.
Los prefectos que ganaron —como en otro tiempo ganaban gobernadores feudales imponiendo el terror— evidentemente no se sienten ganadores. De lo contrario, no estarían ahora desconociendo los resultados que celebra el pueblo de ese país y toda la región, y salieron ya a jugarse el todo por el todo, tratando de llevar al enfrentamiento violento, la guerra civil y disparar una intervención militar, de la que ya han hablado algunos enviados de Washington hace tiempo.
Habría que preguntarse cuantos siglos de paciencia están detrás de una figura como Evo, para saber en qué terreno puede ir ganando batallas. Es muy fácil estar sentado detrás de una computadora y demandar a Evo Morales —que sabe lo que hay al otro lado del puente— que lleve al pueblo a cruzarlo desarmado.
Muchos analistas desvalorizan con sus apreciaciones o consejos lo que ha significado este triunfo, que aplasta al enemigo interno y externo, cuando ambos estaban seguros de que Morales no lograría sostenerse en el gobierno. Con esta voluntad, el pueblo boliviano forma una muralla contra la ilegalidad de las acciones de sus contrincantes que han traspasado todas las líneas, avanzado en acciones violentas una y otra vez, con tácticas típicas de los antiguos golpes “blandos” que preparaban el camino a los golpes de estado clásicos.
Los referendos separatistas ilegales y anticonstitucionales fueron observados por todo el mundo. Y la violencia racista ha sido uno de los elementos más temibles que se exhibió impunemente. Si alguien debía explicar de qué se trata la oposición a Morales, no quedó ninguna duda.
Esa oposición, sin embargo, controla las zonas de mayor riqueza económica y en sus manos están los grandes bancos, las fábricas, los comercios, los latifundios, donde se perpetúa la esclavitud de las familias, como se vio en Santa Cruz. Manejan todos los medios de comunicación, desinformando, manipulando, confundiendo. Pero este resultado nos da la pauta de que la respuesta del pueblo, en circunstancias como estas, es doblemente extraordinaria.
El presidente boliviano tiene muchas cartas en sus manos, incluso los prefectos saben que puede dar pasos de legalidad, que ellos no conciben, para aislarlos en diversas zonas del país y debilitar sus posiciones y sus banderas. Hay sí urgencias y demandas para que impida que estos sectores sigan atacando al pueblo. Esto también debilita a los violentos, como se ha visto en estas mismas votaciones en los departamentos que gobiernan.
La batalla que se libra en Bolivia es dura, pero mirando desde lejos, no me atrevería a aconsejar caminos a un gobierno, que en poco más de dos años ha avanzado de la manera que lo ha hecho el boliviano, a pesar de todo lo actuado en materia de contrainsurgencia y desestabilización en su contra.
Son muchos los que están preocupados razonablemente porque la actuación de los violentos está demostrando que no les importa la legitimidad lograda. Hay quienes ya piden que se apliquen las leyes contra ese accionar de violencia constante. Y hay quienes advierten que esa oposición, que se vendió al mundo como “la verdadera democracia” en Bolivia, se está convirtiendo en una pesadilla para quienes la ampararon. Se hace difícil para algunos que declaran su “apego a la democracia” apoyar, por ejemplo, la flagelación pública de indígenas, la violencia brutal de los grupos fascistas que actúan abiertamente y otros hechos similares.
Pero en suma, esta batalla de Bolivia, que remite a una serie de debates como ha escrito recientemente el legislador y luchador político de largo alcance Antonio Peredo Leige, la están librando los bolivianos. Ellos han dado un ejemplo a América Latina y al mundo no solamente ahora, sino en una larga lucha a lo largo de una historia dolorosa. Haber llevado al gobierno a Evo Morales fue un desafío infinito. Haber derrotado al golpismo en este gran intento, es otro desafío. Haber logrado congelar la sonrisa del imperio el 10 de agosto pasado debería hacernos reflexionar que el pueblo boliviano sabe hacia dónde va y conoce sus tiempos.