Bartolomé Mitre es una figura insólita de nuestra historia: el “unico prócer que se dejó un diario de guardaespaldas”, al decir de Homero Manzi. Un personaje con talento literario, que como político hizo desastres que fueron disimulados o, peor, glorificados, por la historiografía oficial, inaugurada por él mismo. Sin escrúpulos ideológicos ni éticos, Mitre buscó denodadamente el poder y se creó a sí mismo como “prócer”, como emblema de la “civilización” contra la “barbarie” (porque además fue quien más usufructuó el esquema de su enemigo íntimo, Domingo F. Sarmiento). Cuando tuvo poder fue implacable con la oposición y cuando no lo tuvo fue un permanente conspirador. Pero lo fascinante para quien bucea en el pasado –y en especial en ese cruce de filosofía e historia que nos propone la historia conceptual— es encontrar que Mitre había sido desenmascarado en su tiempo, y no por representantes de la “barbarie”, sino por un “civilizado” sabio europeo, un filósofo prestigioso: Alejo Peyret. Tan respetado que, por ejemplo, Julio A. Roca se lamentó ante su tumba de que haya habido “un solo Peyret” entre nosotros. Peyret es un incómodo testigo crítico y disidente.
Un poco de contexto
Con la derrota definitiva de Ricardo López Jordán se cerró una etapa: el “Partido Federal” del interior se eclipsó para siempre, pero también se disparó la pelea entre sus vencedores. Los “liberales” gobernantes se dividieron en dos sectores, uno que seguía a los líderes provinciales y al vicepresidente Adolfo Alsina, que pasó a llamarse “Partido Autonomista”, y el otro grupo, liderado por el ex presidente Bartolomé Mitre, que pasó a la oposición a partir del inicio del gobierno de Sarmiento, en 1868. La disputa interna entre “liberales” fue retórica mientras duró la Guerra del Paraguay y la Rebelión Jordanista (asuntos en los que confluían sin fisuras) pero concluida la primera y vencida la segunda, el enfrentamiento fue más abierto. En ese contexto Mitre se lanza otra vez como candidato a la presidencia.
Peyret venía cuestionando a los “liberales” desde una década antes, acusándolos de ser todo lo contrario: déspotas. También, una década antes, ya había impugnado la fórmula “civilización y barbarie”, a la que consideraba “un error histórico que ha durado demasiado” pero que “puede perdonarse a un escritor pero que no conviene en la boca de un presidente” (ver enlace). Ahora, ante la nueva postulación mitrista, despliega su artillería en las páginas de diarios porteños:
“(Los planes políticos del general Mitre) consistieron en hacer una guerra de policía a las provincias del interior (…) llevada a cabo por aquellos famosos procónsules de los cuales las provincias interiores han conservado tan terribles recuerdos que han eclipsado la trágica memoria de don Manuel Oribe ¡singular analogía! El tirano Rosas se valía de un general oriental para llevar a cabo sus designios dictatoriales. El general Mitre hacia lo mismo para cumplir sus planes liberales. El coronel oriental don Ambrosio Sandes fue el principal propagador de esa libertad que abría su camino en medio de las poblaciones aterrorizadas, fusilando, ahorcando, quemando”. (Cursivas en el original)

La expresión “guerra de policía” surge de una carta de Mitre como presidente en la que le explicaba a Sarmiento (director de Guerra) cómo abordar la represión a las rebeliones federales de Chacho Peñaloza y Felipe Varela: “Quiero hacer en La Rioja una guerra de policía. Declarando ladrones a los montoneros, sin hacerles el honor de partidarios políticos, lo que hay que hacer es muy sencillo”, decía Mitre en aquella misiva que originó esa categoría y le dio luego carácter histórico. La “guerra de policía” era una forma ejemplificadora: la brutalidad de los “procónsules” fue legendaria. Los crímenes de lesa humanidad cometidos entonces fueron denunciados por José Hernández, por Alberdi, por Olegario Andrade, Clodomiro Cordero o Francisco F. Fernández, entre otros. Los despiadados oficiales a los cuales Mitre y Sarmiento confiaron la horrorosa tarea —Sandes, Arredondo, Paunero, Rivas, Flores— fueron ascendidos y homenajeados (y todavía hoy, lamentablemente, gozan de calles con su nombre en la capital de la república).
“Así está pues diseñada, personificada, simbolizada la política interior del general Mitre: guerra de policía, los procónsules, la horca, el banquillo, la pacificación de las tumbas, la soledad de la muerte. Para eso no se necesita un gran genio político, basta una fría indiferencia (…) Ahora falta saber si semejantes procedimientos convienen en una república y si este es el modo de gobernar democráticamente á los pueblos”.
Peyret asocia esa política interior con la política exterior:
“La opresión interior engendra fatalmente la guerra exterior. Cuando se les quita la libertad a los pueblos es menester darles la gloria por compensación, distraer la atención de los ánimos en empresas lejanas, ocupar el espíritu público con boletines de victorias, exaltar la imaginación con palabras retumbantes al uso de César y de Napoleón; arrojar toda la población viril en los campos de batalla para reconquistar si es posible en los cadáveres del enemigo la homogeneidad nacional destruida por las disensiones civiles y las persecuciones políticas”.
Así marca la continuidad entre la “guerra de policía” contra las provincias, culpables de defenderse al ver vulnerada su autonomía por la pretensión hegemónica de Buenos Aires, y “la gran política” exterior de Mitre: la invasión de Flores al Estado Oriental, la protección a las fuerzas brasileras para el brutal bombardeo a Paysandú y finalmente el tratado de la Triple Alianza “para ir a exterminar al pueblo paraguayo”. La síntesis del gobierno de Mitre, según Peyret: “El terror llevado a las provincias en la lanza de los cónsules, el exterminio llevado a un pueblo hermano, tal fue en resumidas cuentas la obra del presidente Mitre”.
“Un hombre funesto para la civilización”
La serie de notas de Peyret contra Mitre ocupa meses en producciones más o menos extensas que procuran advertir sin medias tintas que “es un hombre funesto, fatal para la república, para el pueblo, para las instituciones, para la civilización”. En los biblioratos de Peyret que se conservan en el Museo Regional de San José se pueden identificar medio centenar de notas en las que el filósofo descarga acusaciones fulminantes contra Mitre, en periódicos como La República, La Reforma y La Igualdad. La preocupación por su posible regreso a la presidencia insume la energía polémica de Peyret en aquellos días. Porque ¿qué representa Mitre?

“Es preciso hablar claro. Mitre ¿qué representa? La oligarquía, la aristocracia del dinero, del capital bien o mal adquirido, los proveedores, los agiotistas, los especuladores, los pescadores de río revuelto, los explotadores de la fortuna pública (…). Toda esa gente quiere hacer de la cosa pública sus cosas particulares, apoderándose de los negocios, de los empleos, de las empresas y viniendo a formar con el tiempo una especie de patriciato que por el desarrollo del capitalismo regiría, dominaría indefinidamente los destinos del país. Aunque lo nieguen los mitristas llevan esa tendencia, no pueden tener otra dados los elementos en que se apoyan y los medios de que se valen, van a la implantación de una aristocracia en nuestro suelo republicano”.
Después del putsch mitrista (que la historiografía oficial presenta como “la Revolución de 1874”) muestra la rampante contradicción: cuando las provincias se alzan en defensa de su autonomía, son bandoleros que deben ser asesinados en “guerras de policía”. Cuando el que se alza es Mitre, en cambio, es “revolución”: “Si Mitre era revolucionario, era solamente para conquistar el poder, y una vez que lo hubo perdido, volvió a aparecer el demagogo, el conspirador de la primera época”. En varias ocasiones le reprocha el uso del término “liberal”: “Mitre fue jefe del partido liberal, pero esa palabra ha venido a quedar vacía y sin sentido, sin significación”, sostiene. “Mitre no abriga escrúpulos (…) con la sangre fría acostumbrada viene a ensangrentar el suelo de la patria. So pretexto de libertar a la patria hará retroceder al país veinte, treinta años atrás”. Lo equipara a Rosas, a Cromwell, a dictadores y tiranuelos de todo tipo. En una nota de 1874 compara a Mitre con Napoleón III, aquel al que Marx fulminó para siempre como “la caricatura de su tío”:
“Mitre ha sido tan funesto para la América del Sur como Napoleón III para la Europa (…). Empapó en sangre medio continente, sus intervenciones a las provincias después de Pavón, sus proconsulados militares con sus guerras de policía han dejado lúgubres recuerdos que quedarán como otros tantos de reprobación impreso sobre su nombre. (…) Su cooperación en el bombardeo de Paysandú eran crímenes internacionales. (…) Nadie podía haber creído que (…) el principal autor de esa obra de exterminio sería un hijo de la culta Buenos Aires, un sabio empapado en las doctrinas más adelantadas de la época, corresponsal de una porción de sociedades científicas y jactándose de estar al corriente de las ideas más modernas. (…) Y sin embargo ese hombre goza todavía de algún prestigio inexplicable”.
Como se ve Peyret, se preocupa en advertir cómo se construía una imagen falsa de la figura de Mitre: “Dícese que es el fundador, el constructor de la nacionalidad argentina”, que es suyo el mérito de “poner fin a la división que separaba a Buenos Aires de las provincias”. Dedica varias notas a demoler ese intento, bajo un título sugerente: “Las reputaciones usurpadas”: “Cuando uno examina los antecedentes de este personaje histórico no puede menos de preguntarse en qué se funda la fama de que goza, los cimientos en que descansa esa reputación”.
“Mitre dio que ganar a los proveedores precisamente porque su período fue un período de guerra, es decir de calamidad pública: los negociantes vendían, el dinero circulaba, los operarios trabajaban y los hijos del pueblo morían en los campos de batalla o en los esteros del Paraguay. Esa prosperidad era ficticia, ocultándose tras de ella un sinnúmero de calamidades espantosas, pero los negociantes, los capitalistas, los agiotistas, los proveedores, los abastecedores y toda la gente que con ellos viven no se preocupaban de esas nimiedades. Ganar dinero y ganar dinero, no cabe otro pensamiento en la mollera de esos patriotas (…). Ése es todo el mérito del general Mitre (…). Estos son los principios que defienden y cuando nos hablan de soberanía del pueblo, debe entenderse soberanía de los bolsillos de Fulano o de Zutano; cuando nos hablan de patria debe entenderse bolsa; cuando nos hablan de libertad debe entenderse capital; cuando dicen administración pública debe entenderse explotación pública”.
También se burla de Mitre: celebra “la mediocridad militar de nuestro Cromwell”, porque de haber sido exitoso, hubiera conseguido “la suma del poder público como Rosas”, con lo cual el daño sería más voluminoso. Y lo invita a seguir con sus biografías y no con la política, porque allí hace menos daño: “preferimos la historia narrada a la historia hecha por él; no hay necesidad de decir por qué”.
La crítica de Peyret hacia Mitre no se limita a su persona. Desarrolla sus temas de toda la vida: propone superar el sistema presidencialista, fortalecer el sistema federativo, separar la Iglesia del Estado, retomar la colonización impulsada y coordinada desde el Estado, repartir la propiedad rural, desarrollar una educación integral que haga de cada hombre un productor y a la vez un intelectual, asegurar la autonomía de los municipios, “punto de partida y base de la institución republicana y del sistema federativo”, sustituir “el culto a las instituciones a la idolatría de los individuos” e incluso “industrializar” los productos del agro. Cada andanada contra Mitre y lo que representa es también un alegato en su combate permanente por “la reforma social”, por una república de iguales basada en la democratización de la propiedad y en la universalización de la educación.
Imágenes interiores:
· Facsímil de nota de Peyret contra Mitre (fragmento).
· Caricatura de Peyret en Caras y Caretas.
Fuentes
Todas las citas corresponden a las notas publicadas por Peyret en 1874 y 1875 en los diarios La República, La Reforma y La Igualdad. Pueden consultarse en los biblioratos del Museo Histórico Regional de San José (Entre Ríos). Este material forma parte de la tesis doctoral del autor de esta nota, donde se recupera a Alejo Peyret como filósofo (UNSAM, 2023).