Precursores
“Un alma de dios”, o “Un corazón simple” (según la edición y traducción) es un cuento de Gustave Flaubert escrito en 1875 que, sobre todo, desde que Julian Barnes publica su novela El loro de Flaubert, será recordado más por el ave que por el entrañable personaje de “Felicidad”, esa criada que, durante medio siglo –según se nos cuenta desde el inicio del texto– “las burguesas de Pont-I´ Evéque le envidiaron a Madame Aubain”.
Para entonces, el emblemático escritor francés ya era una figura ampliamente reconocida por su novela Madame Bovary, ya que la marca de su escritura introducirá algo que resonará hasta nuestros días. El realismo puede ser una estética potente, entre otras cuestiones, porque no funciona como mera mímesis de lo existente, sino que produce desde el arte una invención que hace su diferencial con el mundo tal como lo encontrábamos antes de su aparición. No entraremos aquí en disquisiciones teóricas en torno a la novela, o a la estética realista, sino tan sólo destacaremos el potencial que el realismo puede tener a la hora de –como decían los formalistas rusos a propósito de la “función” de la literatura– contribuir a “desautomatizar la mirada”.
Felicidad –¡vaya nombre elegido para dar cuenta de las desdichas de una criada del siglo XIX!–, detalla Flaubert, se levantaba al amanecer y trabajaba hasta la noche sin interrupción; era ahorrativa y se destacaba por dejar relucientes las cacerolas tras su limpieza. “A los veinticinco años, le echaban cuarenta. Desde los cincuenta, ya no representó ninguna edad”, y se caracterizaba por parecerse a “una mujer de madera que funcionara automáticamente”, dedicada a la limpieza y a la crianza de hijos ajenos, con tal esmero que, al crecer los niños y alejarse de la casa, termina adoptando “con orgullo maternal” a un sobrino, quien claramente “la explotaba”.
“Un corazón simple”, un cuento en el que aparece de manera patente la despersonalización que produce el trabajo en el naciente capitalismo, la naturalización de la violencia sexual y el “modelo maternal” padecido por las mujeres, entre otras cuestiones, abre el camino de una temática, y un tipo de personaje que atravesará varias estaciones del siglo XX, y llegará hasta nuestros días con textualidades más recientes, armando un recorrido, un linaje literario que nos permite disfrutar la lectura de una serie de historias, pero también, pensar la Historia y –como sucede con el trabajo doméstico– problematizar la realidad social contemporánea.
Inventores
“La tragedia de los escritores norteamericanos es que se queman por no arriesgar, por reincidir en lo que les salió bien”, supo decir Truman Capote, el escritor “empacado” (según lo caracteriza Ricardo Piglia). El debutante de 24 años, que en 1948 se presentó con su novela Otras voces, otros ámbitos, –como el destinado a suceder a Faulkner— en 1963 pareció haberse quedado a mitad de camino (más allá de la publicación, en 1958, de dos novelas breves). La crítica le reclamaba una obra maestra.
Capote pareció no estar dispuesto a traicionarse, y siguió con su búsqueda creativa. En 1965, por fin, llegó A sangre fría, con la que revolucionó la novela moderna, inaugurando el non fiction y, otra década y media más tarde, (en 1980), publicó Música para camaleones, libro que contiene una sección de “Retratos”, entre los que se encuentran el ingenioso “Un día de trabajo”, en el que se narra la historia de un escritor que acompaña a su empleada Mary Sanches en su recorrido laboral de limpieza de casas.
Situado en Nueva York, en 1979, el relato tiene un argumento sencillo: “una vez le dije que me gustaría seguirla durante un día de trabajo, y ella dijo que bueno…”. La fuerza del texto radica en la incorporación de la voz de la empleada, su testimonio en primera persona, la sumatoria de elementos tangibles de esas cosas concretas (notas que los patrones le dejan a la empleada en las casas, por ejemplo), el tono jocoso que se corre del lugar común del relato social o el corrimiento de la voz autoral a los márgenes de algunos paréntesis aclaratorios. Claro que se podría decir que mucho antes, en Argentina, Rodolfo Walsh ya había funcionado como precursor del non fiction, pero preferimos situar los libros Operación Masacre, Caso Satanowsky y ¿Quién mató a Rosendo? como parte de otra invención: la del género de investigación-denuncia-testimonio.
Para fines de los setenta, cuando Capote redacta sus Retratos, las luchas feministas tienen ya un largo recorrido y Estados Unidos no es ajeno al fenómeno (entre 1973 y 1977, el Comité Nueva York había sostenido la campaña “Salario para el trabajo doméstico”, en sintonía con la iniciativa internacional impulsada por las feministas italianas). Desde entonces, toda la discusión sobre la importancia del trabajo, preponderantemente femenino, de la reproducción social, había ido ganando terreno en el debate público, y la literatura no había sido ajena a ese proceso. Capote, que no se caracterizó por sus posturas políticas comprometidas, ni con ningún tipo de proyecto que buscara construir un mundo alternativo al capitalismo más afín a las ideas de justicia, igualdad y libertad, ofició, sin embargo, como un actor fundamental en las apuestas por revolucionar la producción literaria. Como tan bien señaló la crítica argentina, Graciela Montaldo (en su libro Zonas ciegas), “toda República (aún la de las Letras), tiene sus desertores, aquellos que se fugan de la norma establecida para inventar otra cosa”. Y el autor de Plegarias atendidas, sin lugar a dudas, formó parte de ese movimiento del Nuevo Periodismo que, como insistió Tom Wolfe, produce una suerte de “rebelión en la granja” dentro de la literatura.
Póstumas
En 2015, al calor de un nuevo fenómeno global con epicentro en Argentina, la denominada cuarta ola feminista encontró en el redescubrimemiento de algunas escritoras, el trazo sobre un papel que tematiza buena parte de los debates públicos de entonces: la importancia de la reproducción social sostenida mayormente por mujeres. Ese año, Manual para mujeres de la limpieza se convierte en un libro emblemático, que será traducido a decenas de idiomas. Su autora, Lucía Berlin (1936- 2004), tuvo muchas vidas en una y, sobre eso, escribió con empeño: tuvo tres maridos, cuatro hijos, se mudó infinidad de veces y trabajó en diversos oficios y tareas, como: enfermera de urgencias, recepcionista y administrativa en hospitales, profesora en colegios secundarios y en la cárcel, y empleada doméstica. También fue profesora adjunta y escritora residente en la Universidad de Colorado. Lidió con una madre alcohólica, y ella misma se sumergió en el consumo de alcohol. Padeció de escoliosis desde temprana edad, y de la compañía de maridos adictos.
Manual para mujeres de la limpieza es un libro con muchas historias, donde pasan muchas cosas a la vez. No importa tanto si lo que se presenta en el texto sucedió o no en su vida, porque se trata de relatos literarios, pero está claro que en la apuesta narrativa de la autora hay algo de la autenticidad de la experiencia que hace a su modo de contar, porque allí radica el núcleo de verdad que le interesa expresar. Berlin pasó de las pequeñas editoriales a las medianas, ganó incluso algún premio literario, pero fue recién en 2015 –una década y media después de su muerte–, cuando este libro publicado por Alfaguara la consagró como una escritora de culto.
Las rebeliones tienen la característica de mover todo como si se produjera un cismo. Por eso, el siglo XXI, con su cuarta ola feminista, trajo al mundo contemporáneo la discusión, otra vez, en torno al testimonio. Pero, en este caso: el de las mujeres. Y ya no como fuentes de un escritor, sino en la propia palabra escrita de las protagonistas, incluso para producir ficción.
Es en ese sentido que este libro funciona como una antología (polifacética, politonal, con personajes diversos) aunque, sobre todo, como una suerte de secuencia de memorias de una autora que trabaja al mismo tiempo con personajes que remiten a recuerdos familiares de infancia, al sumergimiento en el alcohol, a las dificultades que le presenta la vida a mujeres que crían solas a sus hijos y, en algunos casos, sobre el mundo laboral feminizado, como es el caso del trabajo doméstico.
Imagen de portada: retrato de Lucia Berlin