En la nota anterior analizamos dos conceptos acerca de la llegada de Milei al gobierno. Hablamos de un relato basado en el desconocimiento de la historia nacional, así como de la importancia del uso del algoritmo -una nueva modalidad empresaria- que Milei utilizó con destreza a su favor.
Pero como dijo Rocca, contento como Techint con dos monopolios (el económico y el político), Milei representa el “reseteo” de la Argentina. Este concepto del “reseteo” ya tiene sus años, puesto que fue presentado en el Foro de Davos en tiempos pandémicos. Por entonces, la voz del establishment internacional veía en la peste la posibilidad de reconfigurar al mundo y a las sociedades acorde con las necesidades del capital, ya sea financiero o digital.
Los años de aislamiento, de muerte masiva y aleatoria, cuando arreciaron antivacunas y terraplanistas en representación de la irracionalidad olvidada, constituyeron la crisis política, económica y social previa y necesaria a la implantación de las recetas de siempre, como señala Naomi Klein en “el capitalismo de desastre”. Esta vez con el “reseteo”, una imagen demasiado simple y mecanista, que remite a encender de nuevo una computadora que falla, intentan –y logran— reducir la complejidad económica y los conflictos sociales a una cuestión de falla técnica. Adiós a la política.
Por cierto, ese “reseteo” deseado por Rocca comienza a ser instrumentado con Milei. No importa el estado real de la economía argentina, si es más o menos calamitoso. De hecho, lo que no importa es la realidad. Pues es una característica de cierto ejercicio del poder creer que la realidad es lo que yo digo. Habida cuenta de que en el campo de las (malas) ideas está la infalibilidad del dios mercado, que oferta y demanda, así como precio y cantidad son la marca de la verdad revelada, que es preciso combatir por todos los medios al Estado (ese maligno que conspira contra el mercado con sus secuaces, los políticos), que la inflación es siempre y en todos lados un fenómeno monetario, el objetivo del reseteo es la imposición de la sociedad de mercado, a través de un método, que es la monetización de lo real.
Esta sociedad de mercado tiene una apariencia, que es la que vemos todos los días por todos los medios posibles, ya que está basada en la mediatización, y no en la representación. El caso del algoritmo es demostrativo: sin estructura política, sin marchas masivas, ganó Milei. Ah, y el poder empresario que lo financió.
La sociedad de mercado tiene una realidad. Consumada la monetización de los lazos sociales, obtenida la monetización del lazo político, el sistema económico bajo el cual vivimos hoy opera sobre la monetización inmediata del tiempo y del espacio, es decir de la vida misma hasta en la muerte. No en vano Milei habla de la venta de personas y órganos como un mercado más; es la inmortalidad lo que promete para los que puedan pagarla. No estamos lejos del transhumanismo de Harari.
El método de la sociedad de mercado es simple: todo lo que no pueda ser monetizado se extinguirá o será destruido. Hablemos de especies, recursos, regiones, etnias, culturas, civilizaciones, representaciones, artes… si estas no pueden ser monetizadas, y garantizar la maximización de utilidad –es decir, ganancias— entonces no sirven. Si rutas, hospitales, escuelas, bomberos, no son monetizables, es decir que no pueden obtener un precio al cual un privado lo comprará, entonces carecen de sentido en la maximización de la utilidad individual. No deben existir. Y así privatizamos el mar, alambramos las ballenas.
También hay una monetización del tiempo pasado, a través de la privatización de las jubilaciones, cuando el capital actual se apropia tanto del trabajo no pago anterior como del realizado; del mismo modo procede con la compra de los bienes, servicios e infraestructuras antes prestadas o construidas por el Estado, con lo que adquiere a bajo precio lo que costó mucho en otros tiempos.
No olvidemos la depredación del futuro, a través de las consecuencias de la sobre-explotación económica de los recursos naturales, cuyas consecuencias sobre la civilización humana son el calentamiento global, la contaminación ambiental que afecta seres y animales, las posibilidades de nuevos patógenos, para mencionar alguna de las amenazas presentes. ¡Pero seremos extractivistas en lo minero y agroexportadores en lo rural! ¡Basta de retenciones! ¿Un poco de mercurio con su glifosato, quizás?
Este ordenamiento monetario emplaza al provecho individual como punto de partida y de llegada, que una vez alcanzado requerirá nuevos horizontes en materia de apropiación de beneficios. La angustia será el precio que el ser deba pagar para tan buena situación. Pero también hay una distribución desigual de la angustia, como del hambre, así que los pudientes no tienen de qué preocuparse.
La preeminencia de la sociedad de mercado por encima de lo que conocimos como sociedad civil y sociedad política quedará expresada en lo material, a través de la monetización generalizada. Para ello es preciso que la sobreexplotación realizada sobre la sociedad civil que el mercado precisa para realizar su ciclo de acumulación, pase desapercibida en la denuncia de la sociedad política como origen de todos los males que produce el funcionamiento del mercado y su reproducción. Brillante.
Esa perspectiva marca el rutilante regreso de una cierta dimensión metafísica. En la sociedad de mercado, la huella metafísica queda expresada a través del beneficio. En efecto, es el indicador para saber si la utilidad ha sido alcanzada, en las mismas formas que en los tiempos de la sociedad de religión donde lo importante era ir al Paraíso. Que no es la teórica y práctica revolucionaria en los tiempos de la sociedad política. Que no es el Estado de Bienestar en tiempos de la sociedad civil. Presenciamos el advenimiento del hedonismo monetario, utilitarista, único.
De allí el entusiasmo en el establishment local e internacional, frente al “reseteo” mileísta. ¿Podrá ser totalizador sin ser totalitario? Lo que sabemos es que si en verdad la sociedad de mercado nos espera, también habrá un gran cartel en la entrada que diga: “dejen toda esperanza los que entran aquí”.