El Reino de Narciso

«La sociedad adoptó integralmente, sin el mínimo limite y sin el mínimo contrapeso, los valores femeninos«: con estos términos expresó, recientemente, su parecer, el pediatra Aldo Naouri.

De esta feminización tenemos ya testimonios: la primacía de la economía sobre la política, del consumo sobre la producción, de la discusión sobre la decisión, la declinación de la autoridad en provecho del «diálogo», también la obsesión de la protección del niño (además de la sobrevaluación de la palabra del niño), la exhibición en la plaza pública de la vida privada y las confesiones íntimas en los «reality» de la TV, la moda del «humanitarismo» y de la caridad mediática, poner el acento constantemente sobre los problemas de la sexualidad, de la procreación y de la salud, la obsesión por las apariencias, del querer agradar y del cuidado de sí mismo (también la asimilación de la seducción masculina a la manipulación y la «molestia»), la feminización de las profesiones (docencia, magistratura, psicología, operadores sociales), la importancia de las tareas de la comunicación y de los servicios, la difusión de las formas redondas en la industria, la sacralización del matrimonio por amor (un oxímoron). (N.del T.: OSIMORO, del griego ὀξύμωρον, compuesto de ὀξύς y μωρός, es una figura retórica que consiste en acompañar dos términos en fuerte antítesis entre sí, como forma de crear un original contraste).

La moda de la ideología victimística, la multiplicación de las «células de contención psicológica «, el desarrollo del mercado de la emotividad y de la compasión, la nueva concepción de la justicia, que hace de ella un medio no para juzgar con absoluta equidad sino para hacer pesar el dolor de la victima (para consentirle «elaborar el luto» y «reconstruirse»), la moda de la ecología y de las «medicinas dulces», generalizar los valores de mercado, la sacralización de la «pareja» y de los «problemas de pareja», la predilección por la transparencia y por la mezcla de conceptos, sin olvidar el teléfono celular como sustituto del cordón umbilical, la progresiva desaparición del imperativo en el lenguaje corriente y finalmente la globalización, que tiende a instaurar un mundo de flujos y reflujos, sin fronteras ni puntos de referencia estables, un mundo líquido y anmitótico (la lógica del Mar y también aquella de la Madre).

Después de la rígida cultura de los años treinta, no todo ha sido negativo en esta feminización, cierto; pero se precipito excesivamente en el sentido inverso.

Mas allá de ser sinónimo de desvirilizacion, desembocó en la cancelación simbólica del papel del Padre, confundiendo los roles sociales masculino y femenino.

La generalización de la condición salarial y la evolución de la sociedad industrial han provocado que hoy los hombres no cuenten con tiempo para dedicar a sus hijos, el Padre, progresivamente, fue reducido a un rol económico y administrativo.

Trasformado en «papá», tiende a convertirse en un simple sostén afectivo y sentimental, proveedor de bienes de consumo y ejecutor de la voluntad materna, y al mismo tiempo un asistente social familiar, un pinché de cocina, destinado a cambiar pañales y promover paseos.

Sin embargo el Padre simboliza la ley, referente objetivo que se alza por encima de la subjetividad familiar. Mientras la madre expresa, antes que nada, el mundo de los afectos y de las necesidades, el padre tiene la función de cortar el vínculo de unión entre el niño y la madre.

Haciendo funcionar la tercera instancia que impulsa al niño a salir de la omnipotencia narcisista, consintiéndole el encuentro con su contexto socio-histórico, lo ayuda a colocarse dentro de un mundo en cambio. Asegura «la transmisión del origen, del nombre, de la identidad, de la herencia cultural, de la tarea a desarrollar», como escribió Philippe Forget. Haciendo de puente entre la esfera familiar privada y la pública, limitando el deseo por intermedio de la Ley, él se revela indispensable en la construcción de la identidad.

En nuestro tiempo los padres tienden a convertirse en «madres como las otras». Para usar las palabras de Eric Zemmour», también ellos quieren ser portadores del Amor y no más solamente de la Ley».

Pues bien, el niño sin padre debe realizar un enorme esfuerzo para acceder al mundo simbólico. En la búsqueda de un bienestar inmediato sin obligarlo a afrontar la Ley, la dependencia de los bienes deviene naturalmente su modo de ser.

Otra característica de la modernidad tardía es la confusión entre las funciones masculinas y femeninas, que hace de los progenitores, sujetos perdidos en la confusión de los roles, no distinguiendo en la niebla los puntos de referencia.

Los sexos son complementarios-antagónicos, lo cual quiere decir que se atraen y simultáneamente se combaten.

La indiferencia sexual, buscada en la esperanza de pacificar las relaciones entre los sexos, termina haciendo desaparecer aquellas relaciones. Confundiendo identidades sexuales (no hay más que dos) con orientaciones sexuales (pueden ser una multitud), la reivindicación de la homoparentalidad (que le quita al niño los medios para identificar a su parentela, y niega la importancia de la filiación en su construcción psíquica) se reduce a solicitar al estado la fabricación de leyes, para convalidar costumbres adquiridas, legalizar una pulsión (N. del T. del latín tardío pulseio, onis). En psicoanálisis, energía psíquica profunda que orienta el comportamiento hacia un fin y se descarga al conseguirlo-) o dar garantía institucional a un deseo, todas funciones que no le competen.

Paradójicamente, la privatización de la familia se produce paralelamente con la invasión de parte del «aparato terapéutico» de técnicos, expertos, consejeros y psicólogos.

Esta «colonización del mundo vivido» efectuada con el pretexto de racionalizar la vida cotidiana, ha reforzada simultáneamente la medicalización de la existencia, quitado responsabilidad a los progenitores y la capacidad de supervisión y control disciplinario al Estado.

En una sociedad en deuda perpetua en relación con los individuos, en una república oscilante entre conmemoración y compasión, el Estado asistencial, entrampado en la gestión lacrimógena de las miserias sociales por el trámite de su caricatura sanitaria y de asistencia social, se trasformó en un estado maternal, protector, higienista, distribuidor de mensajes de «ayuda» a una sociedad recluida en un corral.

Esta sociedad dominada por el matriarcado mercantil se indigna hoy del «machismo» de la periferia metropolitana y se sorprende al verse despreciada.

Todo esto no es más que la forma exterior de un hecho social, detrás del cual se disimula la desigualdad salarial y de las mujeres golpeadas.

La dureza, borrada del discurso público, retorna con más fuerza, la violencia social se desencadena bajo el horizonte del Imperio Del Bien.

La feminización de las «elites» y el rol adquirido por las mujeres en el mundo del trabajo no lo convirtieron en más afectuoso, tolerante, pendiente del prójimo, solo más hipócrita.

La esfera del trabajo asalariado obedece, más que más, solamente a las leyes del mercado, cuyo objetivo es acumular lucrativos retornos, al infinito, sobre las inversiones efectuadas.

El capitalismo, se sabe, constantemente impulsó a las mujeres a trabajar con el fin de ejercitar una presión para la rebaja del salario masculino.

Cada sociedad tiende a manifestar dinámicas psicológicas que se pueden observar, también, a nivel personal.
A fines del siglo XIX se advertía con frecuencia la histeria; a comienzos del siglo XX, la paranoia.
En los países occidentales, la patología mas corriente hoy, parece ser un narcisismo de civilización, que se expresa en particular en la infantilización de los ciudadanos, en una existencia inmadura, en una ansiedad que lleva a menudo a la depresión. Cada individuo toma como objetivo y como finalidad de todo, la búsqueda de si mismo aprovecha la ventaja sobre el sentido de la diferencia sexual, su relación con el tiempo se limita a lo inmediato.

El narcisismo produce una obsesión de auto generación, en un mundo sin recuerdos ni promesas, en el cual pasado y futuro se encuentran igualmente replegados sobre un eterno presente en el cual cada uno se asume así mismo como objeto del propio deseo, pretendiendo escapar a las consecuencias de sus actos.

Sociedad sin padres, sociedad sin puntos de referencia!

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(Traducción C. A. y M. P. Falchi- Bs.As.8.12.2006)

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