El futuro llegó a la campaña hace un rato

Cómo se fueron perfilando las narrativas de campaña en los sucesivos comicios: entre el pasado, y el futuro. Un análisis de Germán Mangione

En la campaña electoral presidencial, que todavía estamos transitando, el debate sobre el pasado tuvo un papel central. Fue principalmente una campaña en la que los balances negativos de las fuerzas contrarias dominaron los discursos y los debates.

Si bien en un primer momento los libertarios insinuaron esbozar algún proyecto que generaba expectativas de mejoras (sobre todo en la franja juvenil), luego eligieron profundizar en polarizar basándose en el camino recorrido por sus contrincantes.

En la recta final, el oficialismo logró, sobre todo mediante medidas económicas, colar alguna idea de futuro, un cambio clave para revertir el resultado a favor de Unión por la Patria.

Desconcierto y después

Los resultados de las PASO que colocaron a Javier Milei a la cabeza, generaron un desconcierto generalizado en Unión por la Patria y este abarcó todos los ámbitos de la militancia y también de la gestión.

Mientras se intentaba sembrar la calma y evitar el enojo con el voto libertario (y con el votante opositor en general), la búsqueda de razones se extendió como reguero de pólvora y se establecieron dos o tres enfoques de análisis y acción.

Algunos aseguraban que la batalla era eminentemente cultural y que allí había que concentrar los esfuerzos, demostrando lo ajenos que son los conceptos del libertario y su séquito a la historia y la identidad nacional. Este camino se vio facilitado día tras día por la catarata de declaraciones desopilantes (y alarmantes) del séquito del león.

Desde el «soy español» de Marra criticando la visión histórica de Paka Paka, pasando por el «San Martín no fue el Padre de la Patria ni el Libertador de América» del economista libertario y descendiente de Carlos María de Alvear, Emilio Ocampo, o Diana Mondino hablando de Malvinas expresando a un medio inglés que «los derechos de los isleños van a ser respetados», fueron acentuando un perfil de debate ideológico sobre temas profundos del sentir nacional y su historia.

Otros capítulos de la campaña centrada en la batalla cultural tuvieron como protagonistas a personajes del entorno mileista como Lilia Limoine y su propuesta de renuncia a la paternidad.

Personajes que no solo fueron develando en vivo y en directo lo más crudo de la ideología de los libertarios argentinos sino que dejaban en claro la falta de experiencia y de conexión con las normas básicas y las posibilidades de la función pública de sus «equipos».

Pero no todo fue culpa del equipo, que por estos días se saca los ojos en redes sociales repartiendo responsabilidades y sacando los trapitos al sol, sino que el mismo Milei colaboró con ese distanciamiento que generan las identidades ajenas al sentir popular.

Quizás creyendo que le hablaba al grueso de sus votantes, Javier Milei concentró su discurso en sostener a su núcleo más duro, el de las ideas más fascistas y reaccionarias. El negacionismo como bandera, enarbolado centralmente por su candidata a vice, Victoria Villaruel, y las ideas más extremas (venta de órganos, contaminación de los ríos, etc.) pueden haberle asegurado la lealtad de ese núcleo, pero parece haber alejado a una gran parte de su electorado que dijo hasta ahí no te acompaño.

Sin embargo, con la demostración de que «quieren gobernar un país que odian», no parecía alcanzarle al oficialismo para «darla vuelta». Fue quizás la falta de experiencia en lo público y lo que esto podía generar en la futura gestión de Milei lo que empezó a oradar la posibilidad de sumar nuevos electores y terminó estancando la elección en números muy similares a las PASO.

Esa falta de experiencia de la que los mismos libertarios hicieron alarde desde el principio para diferenciarse de «la casta» comenzó a preocupar a algunos sectores que no quieren las cosas como están pero tampoco apuestan a que «estalle todo por los aires» como llegó a declarar Milei.

Así fue que de a poco el debate «de balance» fue perdiendo efectividad para los libertarios, sobre todo para un electorado que lo votó en las PASO pensando más en el bolsillo que en las banderas y en la perspectiva futura más que en el recorrido que lo trajo hasta la situación actual.

Pero tampoco parecía alcanzarle ni a Juntos por el Cambio que terminó solo enarbolando la bandera del «fin del kirchnerismo» que gobernó las últimas décadas, ni al oficialismo que asentaba en no volver a los 90 y su desenlace del 2001.

Es el bolsillo, estúpido.

Ahí entra el segundo enfoque. El de aquellos que aseguraban que el problema del oficialismo en las primarias tenía su núcleo en el bolsillo. Y no solo en la situación económica actual, que para nada favorece las chances de Sergio Massa, sino en las expectativas de la situación futura.

Muchos veían (veíamos) muy difícil que la desastrosa situación económica actual permitiera dar batalla electoral en ese terreno. Cada publicación de un índice de precios al consumidor encendía al mismo tiempo el índice inflacionario y las chances del libertario de acceder al sillón de Rivadavia.

Habría que sumarle el agravamiento de la situación que produjo la devaluación del día posterior a las PASO, y el aumento del dólar luego trasladado a precios, que en un primer momento parecía pulverizar cualquier posibilidad de remontada electoral, sobre todo teniendo en cuenta que el responsable a los ojos de los votantes es el Ministro de Economía, que en nuestro inédito caso argentino es además el candidato a presidente.

Con ese panorama, ¿entonces por qué no perdió las chances el oficialismo? Quizás porque el discurso libertario sobre un futuro próspero atado a una futura dolarización, y el recorte de derechos como únicas garantías de aquella panacea fue perdiendo fuerza, mostrándose cada vez más irrealizable y despojando a Milei y su equipo de la principal arma electoral con la que cuenta cualquier campaña: la promesa de un futuro mejor.

Del análisis a la acción

Nunca hay una sola perspectiva o razones en fenómenos sociales complejos como un proceso electoral, con el agregado de complejidad y particularidad, que cualquier fenómeno social tiene en Argentina. Por tanto, seguramente tanto las razones del resultado de las PASO que envalentonaron al león libertario como la remontada histórica que le devolvió la épica al peronismo y lo metió de cabeza en el balotaje, deben estar compuestas por muchas otras variables que se escapan a este análisis. Pero una vez hechos los diagnósticos en el oficialismo, lo que urgía en el tramo de las primarias a las generales era pasar a la acción, y en un primer momento la demora tanto en la acción política como en los anuncios económicos fue desesperante para quienes miraban con espanto el resultado electoral que auguraba un futuro fascista y liberal.

Y ahí la respuesta económica o «el plan platita», como lo llamó despectivamente la oposición, llegó e impactó de lleno no solo en el bolsillo sino sobre todo en la cabeza de amplios sectores que recuperaron cierta expectativa en el gobierno. En la capacidad de acción de un gobierno que no se caracterizó por tomar definiciones que puedan impactar en el futuro sino sobre todo por ir emparchando el presente.

Y quizás el acierto de Massa fue diferenciarse en eso de la gestión de Alberto Fernández.

Mostrar que si hacía falta los recursos aparecían. Una perspectiva distinta para un hipotético y futuro gobierno del hombre de tigre que lo aleja de la idea de «otro gobierno como el que termina».

Más que una ametralladora de medidas, Massa fue un francotirador. Cada medida apuntaba al corazón de un sector específico. Desde el dólar agro, pasando por los bonos a jubilados, la quita del IVA a los productos de la canasta básica, y la eliminación del impuesto a las ganancias a los trabajadores, fueron (más allá incluso de su impacto real en los bolsillos) cambiando el balance de la gestión, pero sobre todo generando alguna perspectiva de futuro.

La disputa por el futuro

 “Yo en el primer voto lo fui a votar a Milei, pero después cuando veo las cosas como están me arrepentí y lo voté a Massa. No me quiero cagar de hambre más de lo que me estoy cagando de hambre ahora” [Link al video: Se ve que esto le pasó a mucha gente… | Instagram].

La declaración, sencilla y directa, tiene la potencia irrefrenable de la realidad, superando la mayoría de los análisis políticos y previsiones sociológicas sobre el posible resultado de las elecciones presidenciales generales del domingo pasado.

Es cierto que no se puede, ni se debe, hacer de una particularidad una generalidad si se quiere llegar a un análisis lo más acertado posible de los fenómenos sociales. Pero en esa declaración de “un ciudadano de a pie” que circula por las redes (sobre todo oficialistas) uno huele que puede encontrar gran parte de la remontada histórica del peronismo en las últimas elecciones.

Las medidas económicas, más allá de su transitoriedad, volvieron a generar esperanza en parte de los sectores más desfavorecidos que veían que mantener el actual signo político no iba a mejorar de ninguna manera su situación, y apostaron (por convicción o desazón) a “que venga otro”, incluso con la posibilidad de que ese otro no deje en pie ninguna certeza democrática ni institucional.

El “plan platita”, como muchas de las medidas tomadas en campaña, es eminentemente coyuntural y de emergencia, pero demostró que se puede tomar otro rumbo. El desafío tanto para el mes que queda camino al balotaje, como para un futuro gobierno que quiera conquistar cierta gobernabilidad en una Argentina al borde del ataque de nervios, será para Sergio Massa demostrar que se puede avanzar en ese sentido.

Pero para eso no van a alcanzar medidas de “emergencia”, será hora de profundizar en medidas que demuestren alguna certeza futura, que impliquen cambios de rumbo que lo diferencien de la actual gestión más allá de las elecciones.

Algo de eso se insinuó en el discurso triunfalista de Kicillof, uno de los principales artífices de la remontada oficialista, poniendo el centro en la recuperación de las palancas soberanas de la economía para avanzar hacia un futuro donde se privilegien los intereses populares.

Ud me dirá con cierta incredulidad que no es Sergio Massa, por su pasado, quien pueda encarar ese rumbo. Puede ser, pero será material para una columna futura.

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