El dilema entre la sangre y el tiempo

La entronización de un régimen fascista y el exilio de Evo Morales reflotó un debate sobre el rol de los líderes bajo acoso político y social. Prehistoria de un golpe que dejará marca en la región.

La situación en Bolivia es imprevisible y la crisis desatada en el hermano país parece tener final incierto.

En este contexto, las noticias varían a cada hora y cualquier tipo de afirmación categórica parece evaporarse con la misma velocidad con la que todo lo sólido se desvanece en el aire.

La crisis

Evo Morales, el primer presidente indígena de América Latina, se encuentra exiliado en México, junto con su vice, el intelectual de izquierda Álvaro García Linera. Ambos fueron recibidos por el secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard. El presidente López Obrador les ha otorgado el asilo político. “Estoy convencido de que sólo habrá paz cuando se va a garantizar la justicia social y nuestro peor delito o pecado es que ideológicamente somos antiimperialistas”, sostuvo Evo en su discurso al llegar a México.

Luego de varias horas de confusión y vacío de poder absoluto, la vicepresidenta segunda del Senado (la opositora Jeanine Áñez) se autoproclamó presidenta e ingresó al Palacio Quemado con una biblia en alto. Según la senadora electa en 2010 por el partido Plan Progreso para Bolivia-Convergencia Nacional, tras la renuncia de Rubén Medinacelli (primer vicepresidente del Senado por el oficialista Movimiento Al Socialismo), su cargo es el siguiente en el orden de sucesión establecida en la Carta Magna.

Tras un primer momento de parálisis –que aconteció en medio de una “campaña sucia” sostenida por las principales empresas periodísticas del continente y los países centrales—los “ponchos rojos” y sectores masistas del Alto comenzaron a movilizarse en repudio al Golpe de Estado, que fue tal desde el minuto cero, pero que se prestó a confusión en determinados sectores a partir del anuncio de “renuncia” de Evo y Linera.

Con una discusión en torno a si el oficialismo había obtenido o no el 10% de diferencia en los comicios realizados el domingo 20 de octubre, la escalada de violencia y presiones contra el gobierno de Evo fueron en ascenso durante los últimos días. A la figura del ex presidente Carlos Mesa –principal contrincante del oficialismo en las elecciones—irrumpió la figura de Fernando “El Macho” Camacho (el líder ultraderechista del Comité Cívico de Santa Cruz), quien con un discurso religioso comenzó a incentivar la desestabilización del gobierno, mientras desde Estados Unidos, su presidente Donald Trump abalaba el golpe, expresando que los sucesos de Bolivia enviaban una fuerte señal a “los regímenes ilegítimos en Venezuela y Nicaragua”.

América Latina y el Nuevo Orden Mundial

Cuando Evo Morales ganó las elecciones que en Bolivia lo llevaron a la presidencia, desde enero de 2006, lo hizo a través del MAS, que no era un partido más sino la sigla de lo que entonces se entendía como el “Instrumento Político de los Movimientos Sociales”. Dichos movimientos habían sido los grandes protagonistas del ciclo de luchas populares que –desde mediados de la década del noventa del siglo pasado—se expandieron por todo el continente, desde los zapatistas mexicanos hasta los piqueteros argentinos, pasando por las rebeliones indígenas en Ecuador, las ocupaciones de tierras de los campesinos en Brasil y la profundización del proceso político que, con Hugo Chávez Frías a la cabeza, se venía desarrollando en Venezuela desde 1999, y que en 2002 –tras un golpe de Estado fallido derrotado por la movilización popular— se radicaliza en nombre de lo que se conocerá como la “Revolución Bolivariana”.

En la Bolivia indígena serán los acontecimientos conocidos como “La Guerra del Agua” y “La Guerra del Gas” (2000 y 2003, respectivamente), los que llevarán al régimen a una situación de agonía, con la renuncia de varios presidentes. El entonces diputado cocalero Evo Morales, y el intelectual de izquierda Álvaro García Linera se ponen a la cabeza del desarrollo de una estrategia electoral que culmina con un triunfo en 2005, en el contexto regional en el que los gobiernos neoliberales son derrotados en varios países, abriendo paso a lo que se conoce como el “ciclo de los gobiernos progresistas”, muy disímiles entre sí, pero con el denominador común de poner en entredicho el “Consenso de Washington” de la década anterior: el Brasil del Partido de los Trabajadores de Lula Da Silva y Dilma Rousseff (un ex obrero metalúrgico y una ex guerrillera y presa política); el Uruguay del Frente Amplio de Tabaré Vázquez y José “Pepe” Mujica (ex intendente de Montevideo y ex jefe de la guerrilla tupamara, además de emblemático preso político durante la dictadura); el Ecuador de Rafael Correa; la Argentina de Néstor Kirchner y Cristina Fernández (provenientes del peronismo que abrazan la causa de las Madres de Plaza de Mayo y los organismos de derechos humanos ni bien llegan a la presidencia), entre otros procesos.

La historia que sigue es bien conocida: Zelaya es secuestrado “en piyamas” en junio de 2009 y es despachado a Costa Rica tras el golpe militar; Fernando Lugo fue destituido por el Congreso de Paraguay en junio de 2012, cuatro años después de haber asumido; Dilma es destituida por el Congreso de Brasil en agosto de 2016, a cinco años de elección, mientras que el ex presidente Lula es encarcelado en 2018, luego de haber sido presidente por dos mandatos consecutivos (2003-2011); Argentina y Ecuador, que lograron permanecer más allá de los intentos de desestabilización de 2008 y 2010 (respectivamente), perdieron las elecciones en 2015 y 2016, dando paso a gobiernos conservadores como lo son los de Mauricio Macri y Lenin Moreno.

Obviamente, los países con procesos de movilización de masas más radicales previos a la asunción de los gobiernos progresistas fueron los que tuvieron en mejores condiciones para enfrentar los embates: la Venezuela Bolivariana, aún con todos sus problemas, aún persiste, y la solidez de sus fuerzas armadas auguran una relativa ventaja sobre el resto de los procesos; Bolivia, contando con el apoyo del “Pacto de Unidad” que logró articular un amplio abanico de movimientos sociales, logró frenar la intentona golpista en 2007/2008. Pero desde allí transcurrió una década, numerosos intelectuales de izquierda y organizaciones sociales retiraron su apoyo al gobierno (ruptura del Pacto de Unidad) y este golpe de Estado logra imponerse sin muchas dificultades, al no encontrarse con una resistencia abierta que se le oponga desde el minuto cero, e incluso con numerosos intelectuales de izquierda y organizaciones sociales coincidiendo con las derechas en sus reclamos contra el gobierno.

En tal sentido, Jorge Viaña (profesor de la Universidad Mayor de San Andrés en La Paz) sostiene que no se pudo parar el golpe “porque no hubo capacidad de movilización” popular en apoyo al gobierno.

El golpismo en Bolivia y los propios problemas

El golpe de estado, en gran medida, lo cambia todo.

Si bien algunos sectores permanecen sin reivindicar a Evo y otros en un silencio que no sintoniza con el repudio popular generalizado que se ha manifestado a nivel internacional contra lo acontecido recientemente en Bolivia, muchas críticas al proceso han pasado a un segundo plano en función de intentar frenar la violencia de la derecha. En tal sentido pueden leerse las declaraciones de numerosos sectores del feminismo boliviano (entre otros, la Asamblea Feminista y Diversa de Santa Cruz, y el Feminismo Comunitario Antipatriarcal), quienes condenaron el “fascismo” del “golpe cívico y religioso”.

En el contexto inmediatamente anterior al golpe, sectores del feminismo boliaviano criticaban las “machistas posturas conservadoras, capitalistas, racistas y religiosas” del gobierno y denunciaban que, “desde que se pactó la Constitución y la permanencia del latifundio con los terratenientes del Oriente”, se desconoció “lo deliberado por una amplia constelación de diputados constituyentes, varones y mujeres, de las diversas nacionalidades que habitan el país”. De la mano de esto, en palabras de Raquél Gutiérrez Aguilar (mexicana que vivió por años en Bolivia, e incluso conoció la prisión como presa política, junto a su compañero Linera), se ha criticado en años anteriores que “la mediación partidaria MASista” sostuviera la representación partidaria como “única forma de la actividad y participación política”.

Otros puntos de crítica a Evo fueron que –en primer lugar– tras el resultado del “No” en el referéndum realizado el 21 de febrero de 2016 (cuando por cuarta vez el resultado fue negativo ante la consulta sobre las posibilidades de reelección), el gobierno avanzara de todos modos con la contienda electoral con Evo como candidato, y –en segundo lugar— no se contara con la transparencia necesaria el día de la elección del domingo 20 de octubre del corriente (cuando el conteo de votos se detuvo pasadas las 19 horas).

Así y todo, una vez sumergido en la crisis, es cierto que Evo Morales anunció la realización –nuevamente–, de las elecciones, y el llamado fue desconocido, en un camino sin retorno hacia el golpe de Estado, con una policía corrida de sus funciones y unas Fuerzas Armadas ya públicamente reclamando la renuncia del presidente, aun en funciones por mandato constitucional, incluso por un año más.

¿Vientos del sur?

La reciente liberación de Lula de la prisión en Brasil, el triunfo electoral de Alberto Fernández y Cristina Fernández contra Mauricio Macri en Argentina y la rebelión en Chile que aún pone en jaque el régimen político surgido tras la dictadura de Pinochet luego de la rebelión indígena acontecida en Ecuador hace unas semanas, parecían anunciar nuevos aires en Latinoamérica. El golpe en Bolivia, y el exilio de su presidente y vice en México, opacaron con creces cierto entusiasmo que pareció circular en amplias franjas de la ciudadanía.

Esta semana, la discusión sobre Bolivia ocupó no sólo la atención de los medios masivos de comunicación, sino de gran parte de la población argentina, que el martes 12 se manifestó masivamente en las calles de Buenos Aires y otras ciudades del país, condenando al golpe y manifestando solidaridad activa con el pueblo boliviano y sus autoridades depuestas.

La discusión sobre los devenires neofascitas de un neoliberalismo que durante años enarboló las banderas de la “democracia” contra los autoritarismos de los populismos del siglo XXI y los totalitarismos del siglo XX pone sobre la mesa la inquietud en torno a cómo responder los embates violentos de las derechas cuando los instrumentos democráticos vigentes en los distintos países se muestran insuficientes.

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