El cuento del granero del mundo

Revista ZOOM adelanta en exclusiva un capítulo del próximo libro sobre la historia del conflicto entre la Argentina agroexportadora y el proyecto industrial de país que prepara la Editorial Punto de Encuentro. Del mismo modo que el feliz granero del mundo necesitó imperiosamente de coroneles como Varela y Ramón Falcón, para la Arcadia de Biolcati se harán necesarios los “Fino” Palacios. El paraíso terrateniente no resistió una vez que los habitantes llegaron a tres millones; ¿cómo imponerlo ahora cuando somos cuarenta?

En los últimos tiempos cualquiera pudo haber comprobado que vive metido dentro de monumental equívoco, del que cuesta reaccionar, como si se tratara de una suerte de coma profundo. No fue Enrico Malatesta redivivo ni el fantasma de Simón Radowitzky el que culpó al Estado de ser responsable de la pobreza. Fue un multimillonario que, como tambero, utilizó una –en este contexto– inquietante metáfora: afirmar que se sentía “ordeñado” por el Estado.

Como todos saben, se trata, de Hugo Biolcati, presidente de la Sociedad Rural Argentina, que viene a ser la asociación de propietarios de campos de Palermo Chico. El señor Biolcati seguramente ha visto muchas vacas en su vida, pero ninguna desde abajo, desde el banquito de ordeñe. Eso queda para el “mediero”, o su peón, que vienen a ser los que ponen el cuerpo para exprimir a las vacas de Biolcati.

Aclaremos también como para llevar tranquilidad a las familias de los involucrados que el mediero –o los medieros, porque el hombre tiene demasiadas vacas como para que las atienda uno solo–, no ordeñan directamente a Biolcati sino que lo hacen a través de sus vacas. De todas formas el pobre hombre se siente exprimido.

Ahora bien, salvando esta extraordinaria sensación que lo angustia, el conflictuado millonario ha de saber que el mediero no se toma la leche que extrae de sus sacrificadas vacas, por lo que no debería resultarle difícil comprender que tampoco el Estado se toma la leche que le ordeña a él. Y a sus amigos. Fuera de este detalle, la coincidencia entre Malatesta y Biolcati sobre el horrendo papel que juega el Estado en la vida de las gentes es casi absoluta, lo que de todos modos no debería aterrorizar a las damas de la Rural: Malatesta y Biolcati no hablan precisamente del mismo Estado: el que atacaba Malatesta era el Estado hecho a imagen y semejanza de los Biolcati de la época, cuya misión consistía en regular la actividad económica para que los Biolcati pudieran hacer mayores negocios y utilizaba a los cosacos de la Federal y en última instancia al ejército para impedir que los Malatesta vernáculos les arruinaran la fiesta. Además de los sables y los máusers, contaban para eso con la ley 4144, la llamada Ley de Residencia debida al genio de Miguel Cané que autorizaba al Poder Ejecutivo a expulsar a los extranjeros que participaran en los conflictos obreros en el país.

El Estado contra el que despotrica la Sociedad Rural es un Estado al que se trató de dar vuelta de manera que, en lugar de garantizar las ganancias de Biolcati y el sometimiento de sus peones, mal o bien ha buscado nivelar la sociedad e impedir que el fuerte abuse del débil. Con toda claridad Biolcati anunció a los adormecidos argentinos que él y sus amigos pretenden volver a dar vuelta al Estado de manera que, metafóricamente hablando, el padre Grassi no vaya preso sino que sea designado secretario de Minoridad.

La infame ley 4144

En el país que no añora sólo el millonario Biolcati sino también Binner, Giustiniani y otros socialistas pavotes, muchos extranjeros desagradecidos no apreciaban el paraíso en la tierra del feliz “granero del mundo”. Los criollos tampoco, dicho sea de paso.

Jorge Devincenzi y Julio Fernández Baraibar aclararon oportunamente que “el mundo” no fue alimentado por las carnes y los granos de la pampa húmeda y que el paraíso de la oligarquía fue el infierno de los cualquiera: los hechos de la Semana Trágica y la rebelión de los peones patagónicos son apenas dos de los muchos botones que sirven para la muestra. En ambas participaron criollos e inmigrantes, “los sacrificados italianos, españoles y alemanes, turcos, polacos, vascos y franceses que forjaron el progreso argentino” pero que cuando reclamaban por sus derechos merecían la excomúnica de la Ley de Residencia y eran expulsados del país después de blanquearse una temporadita en el sur.

Fuera de este foco de extranjería infecciosa que eran las grandes ciudades, específicamente Buenos Aires, los inmigrantes también armaban alboroto en la mismísima pampa húmeda: el “grito de Alcorta”, que dio origen a la Federación Agraria, fue protagonizado por medieros (chacareros o colonos) en su mayoría extranjeros o hijos de inmigrantes que trabajaban a porcentaje algunas parcelas de los latifundios cuyos propietarios, nucleados en la Sociedad Rural Argentina, constituían la próspera clase dirigente de un país vuelto colonia británica.

La conformación y unificación de esa clase dirigente fue un proceso largo y sangriento que consumió prácticamente todo el siglo XIX. Bien podría decirse que la Ley de Residencia fue el equivalente “moderno” del decreto del 30 de agosto de 1815 conocido como Ley de Vagos, dictado por el Gobernador Intendente de Buenos Aires, para el que todo hombre de campo que “no acredite ante el Juez de Paz tener propiedades debe llevar la papeleta de su patrón, visada cada tres meses”. De otro modo, “será vago y en consecuencia cumplirá cinco años de servicio militar”. Ese vago, ese peón rural sin empleo, condenado por “la ley” a servir sumisamente al patrón o al juez de paz, además de inspiración para José Hernández, será la base social y la fuerza militar del artiguismo y de ahí en más, de todas las rebeliones populares hasta el último de los levantamientos de López Jordán en la banda occidental del Uruguay y la casi póstuma montonera de Aparicio Saravia en la República Oriental.

Pese al palabrerío de algunos que tienen tanto de imprudentes como de ignorantes, ese federalismo del siglo XIX, esa rebelión del interior rural proteccionista contra el puerto librecambista de Buenos Aires, fue un fenómeno de origen y propósitos exactamente opuestos a los que persigue el boicot con que los cerealeros extorsionan al conjunto de la sociedad nacional. Pero no sólo su origen y propósitos eran opuestos sino que también lo es su misma base social, reclutada en un caso entre los primeros expulsados del proceso de concentración de la propiedad rural y en el otro entre los favorecidos por la última vuelta de tuerca de ese mismo proceso de concentración.

Y ya que hablamos de imprudentes e ignorancia, la de Alfredo De Ángelis no tiene casi parangón, excepto de comparársela con la de los periodistas que lo entrevistan, ya que ninguno hace el menor amago de aclararle el punto. El lenguaraz de la Federación Agraria, que para colmo es entrerriano, rebuzna que las retenciones no son “federales”. Parece no haber entendido que justamente el manejo por un gobierno central de la aduana, de los derechos de comercio exterior y de las relaciones internacionales, así como de conducir a las fuerzas armadas, son los pilares básicos en los que se asienta el federalismo, ya que sirve para conformar una autoridad que, por tradición, nosotros llamamos “nacional” y los norteamericanos denominan “federal”. La constitución de 1853, consecuencia directa de la batalla de Caseros, fue el primer “momento” del proceso de construcción de esa autoridad. De no haber sido así, los derechos de aduana los seguiría cobrando la provincia de Buenos Aires.

Capaz que es eso lo que quiere De Ángelis…

Sexo explícito

Así como la complicidad de los grandes medios de comunicación prescindieron de aclarar que la victoria de Macri en la ciudad de Buenos Aires es, en porcentaje de votos (32%), equivalente al revés oficialista en el país, a los ojos de las mayorías ocultaron el carácter pornográfico del discurso de Biolcati en el acto de inauguración de la muestra de la sociedad rural. Biolcati se desnuda completamente y con él se desnuda una clase que alardea de haber hecho el país, cuando lo ha deshecho.

¿Cuál fue el origen del decreto de 1815 sino el empobrecimiento popular a raíz de la “apertura de los mercados” para “modernizar” a las Provincias Unidas y en realidad favorecer al capital inglés? La “libertad de comercio” pregonada por la clase propietaria de Buenos Aires destruyó las producciones locales del interior del país y precipitó una serie casi interminable de rebeliones populares contra la oligarquía mercantil del puerto, comenzando por la revolución de los orilleros porteños en 1811 hasta la ya mencionada de Ricardo López Jordán, derrotado finalmente en 1873. Fue una larga guerra civil de la que, con las batallas de Caseros y Pavón, salió victorioso el sector de la clase latifundista ligado al comercio internacional. Fue poco después que durante el gobierno de Avellaneda comenzó el debate en torno a la industrialización y además de la austeridad económica se promovieron medidas proteccionistas y de atracción de inmigrantes, en tanto el proyecto industrializador requería de mano de obra calificada.

Avellaneda fue sucedido por Roca en 1880, en momentos en que se conjugan dos factores que recuerdan al momento actual: en primer lugar, la necesidad británica de congelar los salarios industriales como parte del proceso de acumulación de capital indispensable para el salto tecnológico conocido como “segunda revolución industrial. ¿Qué mejor forma de congelar los salarios fabriles sin ocasionar graves perjuicios socio-económicos que bajando el costo de los alimentos, básicamente granos y carnes?

Los propietarios rurales encontraron así un mercado cuando los adelantos técnicos impulsaron una utilización más “racional” (más “capitalista”, en realidad) de la explotación agropecuaria: el alambrado que permitió apotrerar, el molino que liberó a los potreros de su dependencia con las aguadas naturales, la introducción del eucaliptus –resistente a la hormiga y a la competencia de las gramíneas– con el que se pudieron armar montes artificiales para que la hacienda se refrescara. Junto a esto, la aparición de las primeras cosechadoras a vapor y el tendido de la red ferroviaria, no en vano adoptando “la forma de una telaraña que sujeta al país y le extrae sus riquezas”. Si a estos factores añadimos la renta diferencial de la ganadería primero y luego de la agricultura en la pampa húmeda (producto de las condiciones geográficas y ambientales y de la superexplotación de la mano de obra) y los términos de intercambio ventajosos para Inglaterra (en tanto el valor de los artículos manufacturados suelen subir por el ascensor mientras los de las materias primas lo hacen por la escalera) la clase propietaria rural se vio en una auténtica Arcadia: un comprador tan millonario como insaciable y una pampa fértil que parecía infinita. Pero que no lo era, naturalmente, y de ahí que el modelo agro-pastoril empezaría a agotarse a partir de la segunda década del siglo XX, cuando se detiene la expansión de las tierras productivas y la población nacional se multiplica debido a la gran inmigración. El modelo agropecuario entra en crisis, y sin haber dejado nada, más que las mansiones de una oligarquía decadente que en su apogeo había sido inusualmente estéril. No en vano años después André Malraux describiría la ciudad de Buenos Aires como “la capital de un imperio que jamás existió”.

En el campo, las espinas

La Arcadia de Biolcati, el granero del mundo que añoran pavotes y vivillos, era un infierno en las ciudades, pero resultó mucho peor en el medio rural, ya que fue entonces que se inició el proceso de migración hacia los centros urbanos, que jamás se detuvo.

La estancia primitiva se abocaba básicamente a la ganadería extensiva. Ese latifundio, la mayor parte conquistado a punta de pistola o con la ayudita del ejército de línea, el juez de paz y el catastro (maravillosa “invención” a partir de la cual Justo José de Urquiza se transformó en el mayor propietario de Entre Ríos simplemente usurpando “legalmente” –inscribiendo como propios y de sus amigos y parientes– la mayor parte de los campos de la provincia), esa estancia primitiva, decíamos, venía con gente incorporada, “intrusos” que habían armado sus ranchos y ahí vivían, de generación en generación, con sus changas, su tropilla, su majada y el aporte a la economía familiar de la mujer, costurera, curandera, comadrona o lavandera. La única obligación con el propietario era participar en la yerra o ayudar en los arreos, estando disponible para la esquila y otras labores estacionales. No es difícil imaginarlo: basta con remontarse hasta ayer nomás a Santiago del Estero antes del desmonte a mansalva y la sustitución de la alfalfa por soja, que no requiere más mano de obra de la que proveen los contratistas. La consecuencia: la expulsión de las familias que habitaban esos montes desde tiempos de la colonia, viviendo tal como vivían los habitantes rurales en Buenos Aires, La Pampa, sur de Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos antes del frigorífico, la introducción de la razas inglesas, el consiguiente refinamiento de las haciendas y una explotación más intensiva, con potreros más chicos.

Dice Arturo Jauretche en Los profetas del odio (Paysandú, 1956):


“Aparicio (Saravia) cayó en Masoller en 1904. 
¿Todo terminó porque murió Aparicio? ¿Por la 
sabiduría de una legislación nueva? ¿Por el
aumento de la cultura general? No. Aparicio murió 
con su época, que es la de la economía patriarcal. 
”En Paysandú hay unas rancherías donde asentó 
el último escuadrón de Masoller, que ya no tuvo 
estancia para el retorno. Estos se fueron del campo 
gloriosamente. Nuestros paisanos se han ido uno 
a uno, tristemente, sin ruido y sin desgarramientos, 
como hilacha de poncho.
Recuerdo haber leído de chico los avisos: 
‘Se avisa que en la estancia tal hay majadas y 
tropillas que deben ser retiradas. De no, se echarán
a los caminos’. Como a sus dueños.”

Y sigue más adelante:


“Cuando cada hectárea representa un novillo, y el
novillo es un valor económico, hay que desalojar a
los intrusos. Está bien; es la lógica de la economía
que es la lógica de la historia. Sin embargo, es el 
momento de resolver el problema de los hombres 
a quienes la transición económica ha dejado fuera 
del cuadro. Pero no se hizo, ni siquiera nadie se 
anotició del problema; crear actividades productivas 
para esos hombres hubiera sido alterar los planes 
previstos en la economía pastoril programada para 
la Argentina.”

Jauretche hablaba del granero del mundo, del país de inicios del siglo XX. Reemplácese “novillo” por soja y tendremos la pintura de la Arcadia que nos ofrece Biolcati.

A las orillas

Del campo, esos paisanos fueron yéndose a los suburbios de los pueblos, a las zonas bajas, junto a los bañados o las lagunas, acaso las riberas de los ríos y arroyos, de donde luego muchos emigraron a las ciudades y de ahí preferentemente a Rosario o Buenos Aires. Quien quiera ver “in situ” el proceso similar que está teniendo lugar en la actualidad no necesita irse hasta Santiago del Estero, Rosario, Santa Fe, Concordia o Paraná: váyase nomás a Zárate, punto obligado, intermedio o final, de todo litoraleño que busque mejores horizontes en Buenos Aires, o mejor, cruce a Fray Bentos y ahí en el curvón que hace la ruta que va hacia Nueva Palmira verá el rancherío de los peones rurales desplazados por la expansión forestal que buscaron conchabo en la construcción de la papelera. Algunos lo encontraron, pero la changa pasó. Las familias siguen ahí, deshechas, sin destino en un país que degenera rápidamente hacia el monocultivo. Tal como ocurre en la Argentina.

Y ya que estamos seguimos de la mano de san Jauretche, que lo explica mejor:


“Esa población rural se hizo suburbana y se
avecindó en las rancherías de lata y desperdicios, 
crecieron los pueblos con esa población flotante 
que venía del campo; pero junto al mísero techo 
no hubo más majada, ni gallinas, ni lechera, ni 
trabajo para la mujer. Ya no hubo hogar sino 
un simple dormidero. Ya no hubo economía familiar, 
pues ésta se tornó numeraria, y el hombre empezó 
a vivir en la larga espera de la changa.”

Así nació el croto, dice Jauretche, que ahuyentó al linyera, pues la miseria del primero corrió a la pobreza del segundo, en general un inmigrante golondrina que venía de Italia y de España para las cosechas y volvía después para las de su país. Y el croto reemplazó al linyera pues el inmigrante no pudo o ya no quiso competir con la mano de obra barata que ofrecía el peón criollo desalojado de los campos.

La desocupación permanente generó el nomadismo y una desproporcionada oferta de trabajo que, aprovechada por los estancieros y chacareros, paradójicamente, implicaba su ruina. La mano de obra barata atenta contra la diversificación productiva tanto como lo hace la sujeción a la demanda internacional. El chacarero se convirtió en un comerciante que contrataba por un lado el campo y, por el otro, mano de obra barata. Fue mucho después, cuando el croto dejó de deambular por el interior rural atraído por el desarrollo de la industria, que el chacarero comenzó a trabajar directamente la tierra que arrendaba, se mecanizó, escalonó y diversificó cultivos, rotando con la explotación ganadera.


 “Lógicamente al destinarse parte de la chacra 
a la ganadería aumentaron las haciendas y 
disminuyeron los cultivos, pero eso es salud y 
no enfermedad para nuestros campos, aunque 
no lo digan Bunge y Born y Dreyfus y los 
profesores por cuya boca hablan, afanosos por 
lanzar de nuevo el cereal de la Argentina al juego 
bajista que le hacen hacer en los mercados 
internacionales. También ocultan esos doctos que 
la nueva producción industrial al hacer consumidores 
de los hambrientos de antes, agrandó el primer 
mercado defensivo de nuestra producción rural: 
el mercado interno. Viene enseguida la 
diversificación del mercado exterior.” 

Queda claro, sin muchas explicaciones y vueltas, cómo Biolcati y sus cómplices de la Mesa de Enlace, al reclamar la eliminación de las retenciones y propugnar la expansión sojera, vienen promoviendo el camino opuesto, que bajo ningún punto de vista puede favorecer al productor cualunque, ni mucho menos al argentino de a pie, sino tan sólo al gran productor, al intermediario, al exportador y a las cerealeras, que son en última instancia las que manejan los hilos que mueven a don Hugo.

Chacareros y peones en el granero del mundo

En el número correspondiente a octubre de 1982 de Todo es Historia, G. Cuadrado Hernández escribe:


“Hacia 1900 las industrias agropecuarias 
constituyen la fuente primordial de la riqueza
y el mejoramiento financiero de la Nación (...) 
La oligarquía ganadera en su condición de 
gran arrendataria, de financiadora y de 
comercializadora de productos y mercaderías, 
se convierte en árbitro absoluto de la vida de 
los agricultores. Trabajando sin mayores 
esperanzas de una radicación definitiva sobre 
el pedazo de tierra que cultivan, sin que nadie 
ni los mismos gobiernos hicieran nada para 
dignificar las condiciones de labor y de la 
vivienda de los productores rurales, la casi 
totalidad inmigrantes, su situación se hace en 
ocasiones desesperante.

”Las actividades agropecuarias, cada día más 
prósperas, permiten asimismo el surgimiento 
de un numeroso proletariado rural, cuyas 
condiciones de vida son aun inferiores a las de 
los chacareros, sus eventuales patrones, pues 
por lo común se trataba de braceros conchabados 
tan sólo para la recolección de las cosechas.”

Pero van a ser los chacareros y colonos, no los braceros, quienes primero se rebelen contra sus esquilmadores. Así nace la Liga Agraria de La Pampa, que promueve la primera huelga agraria, seguida poco después, en julio de 1912, de una protesta en Santa Fe contra las condiciones impuestas por los latifundistas “que recuerdan a las que eran sometidos los indígenas por los encomenderos de la época colonial”. De aquí nace, en un congreso celebrado en Rosario, la Federación Agraria Argentina con el propósito de luchar contra “los intolerables caprichos y las expoliaciones” de que eran objeto los arrendatarios y colonos.

No obstante la persecución de que fueron objeto, acusados de anarquistas y agitadores rojos, la lucha de los agricultores da sus frutos y comienzan a mejorar las condiciones de los contratos de arrendamiento. Pero los beneficios obtenidos por estos medieros, devenidos en empresarios o más bien contratistas rurales, no se trasladan a los verdaderos trabajadores que, dice Cuadrado, “desarrollaban sus actividades sin protección oficial y sin una entidad gremial bajo cuyo amparo pudieran reclamar mejoras en sus condiciones de trabajo, en realidad infrahumanas”.

El propósito de organizar un sindicato de jornaleros rurales surge tras los sucesos de la Semana Trágica y es tomado por la Federación Obrera Regional Argentina (FORA), de tendencia anarquista, idea a la que adherían numerosos crotos y linyeras, convertidos de hecho en predicadores, agitadores y organizadores ambulantes.

El 19 de diciembre de 1919, bajo el título “¿Se prepara una nueva semana roja?” se pudo leer en el diario Crítica:


“Desde hace 15 días se habla de agitaciones 
agrarias, a la vez que se da cuenta de una 
tumultuosa manifestación en la ciudad de Tres 
Arroyos, reclamando la libertad de un preso y 
se anoticia de un tiroteo en Cascallares donde 
hubo varios muertos y heridos.”

El triángulo comprendido entre las ciudades de Tres Arroyos, Coronel Dorrego y González Cháves fue el foco del levantamiento de obreros rurales –conocidos como “braceros”– que se extendería luego al sur de Córdoba, Santa Fe, Chaco y Entre Ríos.

Fue a principios de diciembre que para la recolección de la cosecha fina llegaron a Tres Arroyos más de dos mil trabajadores golondrinas –crotos, linyeras y una gran mayoría de inmigrantes siriolibaneses– que se hospedaron en las fondas cercanas a la estación del ferrocarril y aun a la vera de las vías. Los ánimos estaban caldeados, pues todos vienen de participar de las asambleas de la Unión de Trabajadores Agrícolas, adherida a la FORA, donde se había discutido acerca de la necesidad de implantar convenios de trabajo y donde se aprobó un pliego de condiciones para trabajar el campo que incluía sensibles mejoras tanto para los trabajadores temporarios como para los mensuales.

La Unión Agraria, que agrupaba a los agricultores, rechazó la demanda, lo que motivó la declaración de huelga, con piquetes que se presentaban en distintas estancias, impidiendo las labores de la cosecha. Es detenido un joven agitador y trascartón 1500 huelguistas se reúnen frente a la comisaría amenazando con liberar al detenido por su propia cuenta. Con una delegación policial defendida por 42 gendarmes y policías apostados en las terrazas y una masa de huelguistas decidida a todo, es la intervención de tres vecinos que ofrecen pagar la multa del detenido lo que impide la masacre. Pero la huelga sigue y ante la falta de personal los agricultores se ven en la necesidad de suspender la cosecha.

De La Plata y Bahía Blanca arriban efectivos de la Guardia de Seguridad, de la Gendarmería Volante y del Servicio de Guardiacárceles, a los que se suman los propios agricultores armados que se ofrecen como voluntarios para actuar a las órdenes de la policía. La Liga Patriótica, por su parte, reúne a sus asociados y convoca a los vecinos para constituir “cuerpos auxiliares”.

Escribe Cuadrado Hernández:


“En esta emergencia se da el extraño caso de 
que el Partido Socialista publica un enérgico 
manifiesto dirigido a la clase trabajadora 
protestando contra el movimiento ‘de elementos 
extraviados incitando a los obreros a no realizar 
la recolección’. Caso raro, asimismo, es el del 
Sindicato de Estibadores, único gremio reconocido 
por los agricultores, que desautoriza en forma 
terminante el movimiento agrario y niega toda 
vinculación con la ‘propaganda subversiva.’”

Los cajetillas de la Liga Patriótica, los propietarios de las estancias, los agricultores de la Federación Agraria, los despistados del Partido Socialista, la parte principal y sana del vecindario, y el sindicato de los estibadores dirigido por algún Momo Venegas de la época. Suena casi actual…

La rebelión de los braceros

El conflicto desatado en Tres Arroyos se extendió rápidamente a la vecina Cascallares, donde tras un tiroteo de diez minutos entre huelguistas y policías, quedan muertos cinco braceros “turcos”, un docena de heridos y varios contusos. Notablemente, las fuerzas del orden no registraron ninguna baja…

En Copetonas, por su parte, hay cuatro trabajadores y un agente heridos. Los braceros detienen un tren que procedente de Tres Arroyos se dirige a Bahía Blanca y tras el tiroteo de rigor, cae muerto de bala uno de los huelguistas.

Si bien este conflicto logra superarse mediante un acuerdo entre la Unión Agraria y la Unión de Trabajadores Agrícolas que, entre otras mejoras, reconoce a los braceros la reducción de la jornada de labor a sólo 12 horas diarias, con un almuerzo “grande” y otro “chico”, el movimiento huelguístico se expande hacia Coronel Dorrego y el activista Peovich es muerto en El Perdido, en un tiroteo bastante unilateral en el que además son heridos varios trabajadores. Asimismo, delegaciones obreras llamadas o que se hacen llamar “grupos de la muerte” recorren las chacras y estancias para hacer firmar a los patrones el pliego de condiciones de los huelguistas. Numerosos anarquistas son detenidos mientras que en Arrecifes varios individuos disfrazados asaltan la comisaría. Para inicios del mes de enero la convulsión alcanza casi toda la provincia de Buenos Aires y se extiende a Santa Fe.


“La situación en el norte santafesino se complica 
y torna extremadamente delicada a causa del 
estallido de otros conflictos. A una huelga de 
portuarios en Gualeguaychú se suma la que se 
declara en Villa Guillermina para extenderse a 
Tartagal, Colmena, San Lorenzo y La Forestal, 
en Santa Fe”.

Son los prolegómenos de los sangrientos sucesos de 1920 y 1921 en La Forestal.

A un violento enfrentamiento en Las Palmas, Chaco, le sigue la huelga de los peones cordobeses. En Marcos Juárez se pierde la cosecha pues los dueños de las trilladoras, protegidos por la Liga Patriótica, elevan en forma exorbitante los precios de la trilla alegando verse obligados por el aumento de salarios a los peones.

1200 obreros golondrina en Tres Arroyos y 1600 en Puán proclamaron la huelga revolucionaria, pero a pesar de la agitación de numerosos sindicalistas y activistas ácratas, la huelga fue aplastada violentamente. Si bien no hay números precisos, la cantidad de muertos superó holgadamente la cincuentena, de los heridos no se llevó cuenta, los detenidos fueron centenares y muchos los expulsados del país en virtud de la Ley de Residencia. Finaliza Cuadrado Hernández:


“Aunque el movimiento no viera cumplidas en 
su totalidad las aspiraciones que se alentaban, 
no puede negarse que dio óptimos frutos a favor 
de una de las clases más desheredadas. Aunque 
con restricciones, en general las peonadas 
fueron tratadas en lo sucesivo con un espíritu 
más humano. Y lo más importante es que esos 
hombres marginados de la sociedad, en su gran 
mayoría analfabetos, mediante su asistencia a 
os sindicatos, en los que se instalaban bibliotecas 
y escuelas, aprendieron a leer y escribir, vestir e 
higienizarse y pasar de un individualismo negativo 
a convivir solidariamente dentro de la comunidad.”

Parece que no todo era tirar manteca al techo en la Arcadia que Biolcati nos pone como horizonte. Pero vamos a dejarle la palabra al Dr. Juan B. Justo, como para ver si Binner & Cía se avivan de cómo era ese “granero del mundo” que tanto añoran.

Habla Juan B. Justo

“En la trilla y desgranado de maíz, no hay techo alguno para los hombres que en número de 12 a 30 ocupan una máquina, ni siquiera tiendas de campaña. Ni hay que pensar tampoco en un sitio decente para comer, ni un baño para los hombres empleados en tan sucios trabajos; esquiladores o trilladores, echados en el suelo o en cuclillas, comen con los dedos sucios su galleta y su carne. En pleno verano trabajan semanas enteras sin tener tiempo ni medios para bañarse. Al fin del otoño, cuando las noches son ya húmedas y frías, se hace la cosecha del maíz. Hombres, mujeres y niños, familias enteras, salen a ocuparse de ese trabajo. ¿Qué alojamiento se les ofrece? Muchos tienen que dormir en el campo, sin más techo que un ligero reparo que ellos mismos construyen con la chala y con los tallos del maíz”.

Esto vale para los braceros que eran los que hacían la cosecha (¿“que hacían la Patria” diría don Hugo?) por cuenta de colonos y chacareros. Pasemos ahora a cómo había visto Juan B. Justo a los peones de las estancias:

“Las habitaciones de los peones en el campo argentino son de todo punto míseras o absolutamente no existen; no entran en cantidad apreciable en los gastos de explotación. Esto resalta en la época de los grandes trabajos. He visitado en Junín una gran estancia de 60 mil ovejas, durante la esquila. Una máquina a vapor movía treinta tijeras manejadas por tantos otros esquiladores; veinte hombres hacían los otros trabajos del caso. Pues para alojar este personal extraordinario, que permanecía ahí mes y medio, no había absolutamente instalación alguna. Pregunté dónde dormían los esquiladores y se me condujo a un galponcito donde había dos coches y otras cosas más. A lo largo de las paredes, en el estrecho espacio vacío, algunos hombres habían arreglado sus mantas, directamente sobre el suelo o sobre unos postes, o unos flejes cruzados; otros habían mostrado el aprecio en que hubieran tenido una buena cama construyéndose con ramas de sauce un bosquejo de catre. Allí, después de trabajar 12 horas, descansaban los pocos peones que cabían.

Para la mayor parte del personal de la esquila no había ni eso, que el director del establecimiento mostraba con ironía y con desdén, diciendo que, después que se fuera esa gente, tendría que desinfectar el local. Vi después una negra cocinita y un cuarto donde había un yunque y algunas bolsas llenas de algo; era, según me dijeron, la casa de los aradores: doce hombres que por 25 pesos por mes y la carne, trabajaban para un empresario, que araba la tierra por un tanto para el dueño del campo.”

Esto decía el fundador del Partido Socialista. Sus seguidores prefieren ignorarlo, temerosos de la prepotencia de los propietarios rurales, de qué dirán las señoras gordas o acaso atraídos por las billeteras de los ruralistas o el espacio de los grandes medios.

Finos, refinos y entrefinos

El monumental equívoco en que nos debatimos consiste en una discusión tan anacrónica como viajar en calesa convertida en tema central de debate y alineamiento de los argentinos: el retorno a toda costa a la economía pastoril de la cual todos los países del mundo han luchado en su momento y algunos aún luchan denodadamente por salir.

Hemos hecho una brevísima mención de la otra cara de “la Argentina próspera del Centenario”, de lo que no se dice de la historia de la vida rural, lo que se ignora y se oculta por contrastar con una de las pavadas liminares de la argentinidad: la prosperidad y felicidad de ese país que se dedicaba a “alimentar al mundo”, pavada que sigue vigente en esa suerte de inconsciente colectivo que ha impulsado a los consumidores a apoyar un boicot rural que busca aumentar el precio de los productos que consumen y lleva a abogados, ingenieros, políticos, jueces, deportistas y hasta a empresarios, dentistas y sindicalistas a pretenderse estancieros. Veleidad que ha puesto al país en la demencial circunstancia de tener que sostener el mercado interno a pesar de los comerciantes y desarrollar la industria en contra de la voluntad de los propios industriales.

El otro aspecto que se oculta, que ocultan los grandes medios y, por ignorancia, oportunismo y mucha cobardía, también oculta la mediocre dirigencia política que nos hemos merecido, es que la Arcadia de Biolcati es un sueño o alucinación imposible. Inviable, dirá cualquier economista, si es que el deseo de Biolcati va más allá de llenarse los bolsillos y salir corriendo. El paraíso terrateniente no resistió una vez que los habitantes llegaron a tres millones; ¿cómo imponerlo cuando somos cuarenta?

Algunas de las aparentemente disparatadas designaciones que ha hecho Mauricio Macri en la Capital nos dan alguna ligera pista, particularmente la constitución de un grupo con aires parapoliciales que evocan a la Liga Patriótica, encargado del desalojo compulsivo de ocupantes ilegales y gentes en situación de calle. Y la conformación de una policía metropolitana que se ocupará de lo que ya se ocupa la Federal: controlar el tránsito y librar las infracciones correspondientes. Cabe decir que dentro del control de tránsito las autoridades de la ciudad entienden el desalojo de las calles de cualquier grupo que lo interrumpa. La designación del comisario Palacios al frente de ese cuerpo es indicativo de cuál será su propósito central y cuáles sus métodos predilectos.

Es un anticipo de esto que, siendo una vuelta al ayer, es fácil predecir. El feliz granero del mundo necesitó imperiosamente de coroneles como Varela y Ramón Falcón. Para la Arcadia de Biolcati se harán necesarios los “Fino” Palacios.

Esperemos que no acaben igual.

La confusión, el engaño y los espejismos pasan. Sólo la realidad prevalece, pero vale mirar un poco los antecedentes de lo que nos ofrecen y recordar a tiempo que lo que se aprende por experiencia propia cuesta muy caro y llega demasiado tarde.

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Un foro universitario sobre democracia y debate público. Palabras ausentes que retornan al mismo aire en clave de voz y de guitarra. Por Rossana Nofal