El choque entre dos espadas

Panorama político actual de cara al balotaje: qué se configura en ambos espacios, cuáles son las estrategias de campaña, qué significa el cambio que surgirá de los próximos comicios (gane quien gane). Un análisis de María del Pilar Fregona.

Es necesario mirar con detenimiento la espuma que nos deja el oleaje de las elecciones de este mar revuelto que es la política argentina.

Son tiempos de efervescencia: hay transformación, discontinuidad y/o aceleración de los ritmos sociales y políticos. Lo electoral que rompe con el devenir rutinario de los acontecimientos. Son “momentos de verdad”, diría Michel Dobry. Pero ¿de qué verdad?

En momentos en los que la necesidad política interpela a los actores a salir a jugar, a posicionarse y a develar tensiones internas, algunas de las disfuncionalidades del sistema político argentino emergen con más fuerza que nunca y se vuelven ostensiblemente más visibles.

En primer lugar, está Sergio Massa. Si a la victoria de Javier Milei en las PASO se la trató de explicar desde la sociología, a la victoria de Massa y a la sucesión de jugadas posteriores a esa victoria se las puede ver desde el prisma de la política. La política como movilización de recursos (del Estado, de los partidos, de los dirigentes). La política como ejercicio de la voluntad de quienes juegan. La política, sin culpas y sin perdones abriéndose paso. La hora de la política o la hora de la casta.

Como decíamos en otra oportunidad, hubo en las PASO un pobrísimo desempeño de los aparatos provinciales del peronismo que indefectiblemente terminó por perjudicar a su actual candidato: desdoblamiento de elecciones, corte de boletas, etc. Fue un exceso de localismos peronistas. Con la organización de la militancia y la reconstrucción de las partes, se pudo pensar en el todo.

En simultaneo al reordenamiento del peronismo, Massa inyectó de iniciativa su agenda de superministro. Porque si las crisis no se resuelven, al menos se gestionan. Ese pareció ser su leitmotiv. A cada sector de la economía: un beneficio, un régimen especial, un nuevo tipo de dólar o un impuesto que cobrar. A cada sector de la sociedad: una medida rimbombante para anunciar. Y a cada posible prestamista internacional: dólares que manguear. Desde China a Brasil, pasando por Qatar. Como expresa Chiconi en Revista Panamá, ante la inexistencia de un proyecto político para salir de la crisis, Massa supo construir una “política de la crisis”. Que además fue efectiva en lo siguiente: el de mostrar todo lo que hay para perder con un Milei presidente.

Por virtuosismo propio y errores ajenos, Massa ha logrado –en el tramo de las PASO a las generales— desanclarse de este presente y de las responsabilidades de esta gestión (de la crisis).

A partir de allí habitó esa paradoja a la que aquí nos referimos: su competitividad como candidato en la gestión del 140% de inflación interanual. Pero no podemos olvidar que ese “milagro” o paradoja es todo eso y también una expresión de la disfuncionalidad. Un candidato-ministro al mando de una embarcación que naufraga, y que asumió de hecho casi todas las competencias que en su momento Alberto Fernández, el desterrado, supo tener.

Escenas de una dislocación fundamental en el funcionamiento del poder político que, en todo este tiempo, exhibió la presencia de dos tipos de poder concentrados en distintas manos: el que proviene de la institucionalidad y/o del voto, y el que es ejercido de hecho.

Es en este escenario que hizo su aparición triunfal Mauricio Macri. No es que estuviese desaparecido, es que salió a ponerle el cuerpo a la alianza tejida con Milei como si en las elecciones que vienen se jugara su propio pellejo. Que sí, que se le juega. Resalta, de este modo, el protagonismo que ganó en el frente opositor un ex presidente que no ocupa cargo de ningún tipo (ni institucional, ni partidario) y que no sólo se encargó de limar las candidaturas de su frente político, sino que se lanzó a colonizar la fuerza política a la que el voto popular coronó con un lugar en el balotaje.

Apareció para reafirmar, también sin culpas ni perdones, lo que hace rato se sabía: su diálogo continuo y de larga data con Milei y su preferencia –si no su apuesta— por el libertario, antes que por su propio espacio político que ahora más que nunca se vuelve cáscara vacía, espacio implosionado.

Por su parte, Javier Milei lo recibió –“presidente Macri”— con los brazos abiertos. Es que bajo el padrinazgo de Macri, el candidato libertario se vuelve, poco a poco, más digerible para aquellos votantes macristas que sienten que la división social fundamental no es sólo peronismo versus antiperonismo o kirchnerismo versus antikirchnerismo, sino civilización versus barbarie.

No fue sólo un activo simbólico. Macri dotó a la Libertad Avanza y a su líder de “volumen”. Ese significante que cambia de significado dependiendo del caso, pero que acá quiere decir: medios (ecosistema de La Nación), prestigiosos periodistas afectos a la pauta, y profesionales y técnicos para un futuro gabinete. Sólido respaldo que le permite ir a la caza de ese codiciado tesoro que, con precipitación y torpeza, Bullrich se apuró en ofrendar (aunque sean voluntades ajenas que no le pertenecen): los más de 6 millones de votos cosechados por su candidatura junto al radical mendocino Luis Petri.

A cambio, el león amansado sacrifica forma y contenido, que suelen ser la misma cosa. Modos y contenido programático. Se lo puede ver en una escena inverosímil en el programa de Luis Majul, en la que se le parece a un alumno al que un maestro le está tomando lección. Una pantalla exhibe, a su lado, los puntos acordados con la extinta fórmula de JxC: “defensa de la educación pública” y “defensa a la diversidad LGBT” son algunos de ellos.

La Libertad Avanza parece Libertad Retrocedida, identidad lavada y discurso monocorde que repite, sin variaciones, lo mismo que Macri en 2015 y 2019 y que Bullrich en 2023. Un discurso que es diatriba anti-kirchnerista en el mismo momento en que Cristina Kirchner está desplazada del centro de la escena política. Habrá que ver cuánto hay de ganancia y cuánto de pérdida para el libertario en esta reconversión. Cuántas dosis más de autonomía está dispuesto a resignar en el manejo de su campaña –en la que se observa el arribo de profesionales— y cuánto tiempo se sostendrá su tono de moderación.

Barajar y dar de nuevo, y cambiar de mazo también

Sea como sea, las elecciones patearon el tablero y ya están produciendo reacomodamientos del tablero político que traducen de manera más fiel los clivajes ideológico-políticos de los dirigentes y de los partidos.

Se sabe: Massa está más cerca de la idea “consensualista” de su compañero de viajes familiares Horacio Rodríguez Larreta, que de los “pibes de la liberación”. O Gerardo Morales lo está más de Massa que de Macri, y eso data desde la mismísima celebración del acuerdo UCR-PRO en Gualeguaychú, cuando se enfrentaron dos posturas distintas: la de la alianza con el PRO impulsada por Ernesto Sanz, y la de una alianza con el Frente Renovador impulsada por Gerardo Morales.

Es que el bicoalicionismo que rigió la política de la última década y en el que mal o bien la sociedad se sintió representada, no hizo más que desnaturalizar a las identidades políticas que se alojan en el seno de esas coaliciones. Convirtió a esas dos mitades en dos rejuntes de personas que poco y nada comparten entre sí.

He aquí otra disfuncionalidad del sistema político argentino que las elecciones –independientemente del resultado del balotaje— abrieron la posibilidad de reparar.

Hay mucho en juego. En un contexto plagado de incertidumbre asoma una sola certeza: para cuando pase el temblor habrá dólares y superávit comercial.

De asumir, Massa concentrará en sus manos ambas condiciones: la de ser presidente –de jure— y la de saber usar el poder. Por eso el temor de cierto sector de la oposición: vislumbran en el horizonte una “hegemonía” massista. La construcción de una hegemonía renovadora requerirá, en el actual momento histórico, de formas renovadas. Será diferente a la de aquel lejano 54% en las elecciones de 2011, aunque se encontrará con un rasgo similar: una oposición menos cohesionada y atrincherada que la que supo ser en los últimos años de la política argentina.

Se puede anticipar que, de ganar el balotaje, el candidato-ministro no compartirá el poder, pero sí convocará a distintos sectores políticos a dialogar y a construir el Gran Centro. Buscará, claro, entre el tendal de heridos y derrotados que aloja en su seno Juntos por el Cambio, esa extinta mitad devenida tercio derrotado. Quienes queden afuera le llamarán cooptación; Massa le llamará unidad nacional.

El escenario se vuelve ligeramente más incierto en el caso de que asuma Milei. Le deparará a Macri un lugar de centralidad; centralidad que, por el momento, carece de precisiones. Es de esperar la presencia de los halcones de JxC y algunos radicales y gobernadores provinciales de raigambre anti-peronista. Habrá estructura importada. No sólo del PRO, sino también del peronismo más conservador y de algunos massistas dispersos que supieron ser de ayuda en la consagración del fenómeno Milei.

Cambio versus cambio

El cambio es un hecho. La pregunta hacia el futuro es cuál concepto de cambio logrará imponerse.

“Cambio o continuidad”, repiten Milei, Macri y Bullrich. Lo que fue su producto emblema, casta versus lo nuevo o la no casta, se reeditó en un exprimidísimo kirchnerismo versus antikirchnerismo que resta por ver cuánto más tiene para dar. Su apuesta parece ser, por el momento, la de resignar cierta dosis de autenticidad y ganar en imagen de gobernabilidad. En el mientras tanto: un intento de redención con todos o con varios de aquellos a los que alguna vez ofendió. Sin embargo, la radicalidad en el cambio no parece ser negociable ni para esta versión edulcorada del candidato.

Por su parte, Massa responde con “unidad nacional” y “fin de la grieta”. El candidato oficialista intenta capitalizar los desbordes y desatinos del libertario y su círculo del último tiempo de campaña y ser el catch-all de los significantes que quedaron sin candidato (el orden de Bullrich, el consenso de Larreta, el federalismo de Schiaretti, la educación pública de los radicales). Ante la imagen del caos: orden. Ante la imagen de ingobernabilidad y confrontación: democracia. Agrega: “más argentinidad”.

Es que habrá que ver si la demanda social de cambio es tan potente como para consagrar a quien propone arremeter contra el corazón de una nación (que, o sea, digamos, es también el corazón de sus problemas): su moneda. Si queremos llevarlo a otro orden de cosas: si la sociedad no tiene inconvenientes en consagrar a quien, ante la pregunta sobre si disfruta un asado, responde que la comida es una cuestión meramente fisiológica y que, si pudiera alimentarse vía pastillas, lo haría. O sea, digamos, directo al corazón de la argentinidad.

El cambio que se imponga será, parafraseando a Nietzsche, esa centella que brote del choque entre dos espadas. Luego –claro está- la Centella, Cambio o Palabra, en su confrontación con la realidad, no será del mismo hierro del que están hechas las espadas.

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