Sergio Massa, candidato y ministro: entre los dilemas del presente y los desafíos del futuro

El proceso de unidad y la coronación del ministro de Economía, Sergio Massa, como candidato del oficialismo. Las razones que lo llevaron a estar donde está, y los días por venir en su doble rol.

El pasado 23 de junio Sergio Massa fue proclamado como el candidato de la unidad del Frente de Todos devenido en Unión por la Patria. La novedad no es tanto su doble condición de ministro de Economía y candidato a presidente, sino más bien la paradoja que encierra: una gestión que exhibe una inflación del 114% interanual –con expectativas de seguir creciendo o al menos de no bajar— postula a su ministro de Economía como candidato. ¿Por qué Massa? ¿Qué desafíos afronta? Y más allá de los nombres personales, ¿qué dice su candidatura de la política argentina?

Sembrada la unidad, sembrada la discordia

El derrotero de Sergio Massa candidato a presidente es el derrotero de las disputas que tuvieron que sortearse y fisuras que tuvieron que suturarse para llegar a ese desenlace. Desenlace que también es comienzo. ¿De? Resquemores presentes y deslealtades futuras durante la campaña y durante un eventual gobierno de Massa. Y de una unidad forzada y aceptablemente unificada (también está Juan Grabois), pero unidad al fin.

No es que se haya tratado en esta oportunidad de una “jugada maestra”. El desconcierto en todo el arco político y militante responde a que hasta el viernes 23 de junio por la tarde parecía que finalmente había PASO. El deseo de Alberto Fernández de dirimir la representación del peronismo en esta primera instancia electoral se realizaría: Wado de Pedro-Manzur por un lado, y Daniel Scioli por el otro.

Pero la “democratización” del peronismo, defendida en estos términos por el presidente, y las ambiciones presidenciales de Daniel Scioli chocaban con resistencias hacia dentro del frente y con un comunicado de quince gobernadores peronistas exigiendo un candidato único o lista de unidad. Sabemos, además, que la vicepresidenta era partidaria de una lista de unidad que surgiera del consenso de los distintos sectores del frente y que así evitara el desgaste que se sufre en unas PASO (veamos sino lo que está ocurriendo en la interna de Bullrich y Larreta).

Wado de Pedro fue el elegido para competir en un escenario de internas y representar al kirchnerismo. No era el plan A, como quedó explícito luego de las palabras de CFK en el acto del lunes 26 por la repatriación del Skyvan PA-51, sino una alternativa surgida del núcleo duro del kirchnerismo ante la persistencia de Daniel Scioli de presentarse y de Alberto Fernández de ir a las PASO.

Sergio Massa y algunos gobernadores tuvieron un papel decisivo en el desarrollo de estos acontecimientos. Massa habría operado para evitar muestras de apoyo por parte de los gobernadores ante la candidatura de Manzur como vice y, en su defecto, de Wado de Pedro. Más resquemores para sumar a la lista. Zamora, de Santiago del Estero, y Jalil, de Catamarca, fueron los gobernadores que trataron –y lograron— persuadir al presidente de llegar a una fórmula de consenso. Juan Manuel Olmos ofició de puente entre los tres sectores (CFK-Máximo, Massa y Alberto). Según lo trascendido, Alberto Fernández no habría tenido demasiados inconvenientes en bajarlo a Scioli rápidamente para mandarlo como diputado del PARLASUR y nombrar a sus ministros de mayor confianza, los “albertistas” emblema, como candidatos a diputados: Victoria Tolosa Paz y Santiago Cafiero.

Los enemigos de mis enemigos son mis amigos, como reza el dicho popular. “Traición” de Alberto mediante, CFK y Scioli se reúnen en el despacho de la vice dos días después. Sergio y Daniel, enemigos históricos, reunidos a los tres días en la segunda casa de Massa, el Ministerio de Economía. Luego, Scioli en el despacho del presidente para cerrar heridas. Primeros episodios de esta unidad forzosa, que nos muestra a políticos que no se quieren pero que se abrazan. Ser político no es para cualquiera, y exige profesionalismo.

Agustín Rossi, propuesto por el presidente y también por Máximo Kirchner, fue el elegido para acompañar a Massa. La gestión lo acercó a Alberto, pero sus orígenes y trayectoria lo acercan a Cristina. Finalmente Wado de Pedro, cuya candidatura frustrada dejó un tendal de malestar y expectativas truncas entre muchos militantes, fue premiado con la candidatura de primer senador por la provincia de Buenos Aires.

Un juego de repartos y de recompensas. Yo pongo el mío, vos ponés el tuyo. ¿Quién lo puso a Sergio?

Sergio Massa, el candidato de la política

La coronación de Sergio Massa como candidato de la unidad, o de la unidad menos Grabois, nos lleva a la pregunta de por qué él. Es una pregunta que nace al calor de la paradoja que formulamos al inicio: sin resultados destacables que mostrar en su gestión, Sergio Massa aparece como el (único) candidato posible de Unión por la Patria. Más allá de especulaciones, cálculos electoralistas y guarismos que circulan entre encuestadoras, importa explorar en su figura y en qué nos dice ella acerca del momento actual.

Reiteremos aquello que conocemos todos: Sergio Massa tiene terminales en casi todos los puertos. Principalmente en el empresario. Daniel Vila, José Luis Manzano, Daniel Hadad, Jorge Brito, Eduardo Eurnekian: algunos de los nombres más emblemáticos que integran el universo del empresariado local de estrechas relaciones con el ministro. Esa franja del círculo rojo, la que lo apoya en sus sucesivos proyectos de poder. Contactos y vínculos aceitados con representantes del establishment norteamericano. Del Partido Demócrata y del Partido Republicano.

El “candidato de la embajada”, “del FMI”, repetiría algún panelista de 6 7 8 si el programa aún existiera.

Terminales en la justicia, por supuesto. Con jueces y fiscales que tenían en sus manos causas de CFK. Dador de gobernabilidad en la gestión de Cambiemos, y acompañante de Mauricio Macri a Davos en momentos en que no era el peronismo de Cristina, sino el peronismo de Macri.

Los caminos de la vida, no son lo que yo esperaba, ni los que creía, ni los que imaginaba, podríamos parafrasear a un cantante popular.Los “ñoquis de la Cámpora” que prometió barrer en un tiempo que no parece el nuestro son los que ahora lo tienen que votar.

Su primer paso por la política, de la grande, lo encontró como director de la ANSES de 2002 a 2007, al cual llegó de la mano de Eduardo Duhalde. Desde ahí se encargó de aceitar vínculos con Wall Street gracias a manejar el mayor portafolio de acciones del país, como recuerda Iván Schargrodsky en su newsletter “Off the record”. Acá le agregamos: también fue desde ahí que consiguió el primer aumento de la mínima a los jubilados en años. Después, una seguidilla de aumentos consecutivos y de otras medidas: jubilación anticipada, ampliación de moratoria previsional, y etc. Cómo olvidar una de sus propuestas emblema, ya como opositor. La de la devolución del 82% móvil a los jubilados durante su campaña presidencial en aquel lejano 2015. La linealidad, como sabemos, no se lleva bien con los matices y menos con las ambigüedades. Tampoco con las etiquetas. Sergio Massa no es un “neoliberal”. O al menos no es sólo eso. 

Desde la trinchera de su intendencia en Tigre, que asumió en 2007 como parte del Frente para la Victoria y a la que volvió luego de su salida del kirchnerismo en 2009, y también como diputado nacional y candidato permanente, colocó temas en la agenda mediática y política que calaron hondo. La instalación de cámaras municipales en su municipio fue una de sus políticas insignia. Cuando se alejó del Frente para la Victoria, buscó representar esa sangría de votos y de pueblo que el kirchnerismo era cada vez más incapaz de representar. La de la clase media trabajadora.

Caminó un buen tiempo la ancha avenida del medio, cada vez con menos posibilidades de éxito. Avenida que devendría en rotonda, como dijo algún perspicaz twittero. Entre un extremo y otro, tuvo que optar por el que más promesas de éxito le ofrecía. En el camino, sacrificó jirones de popularidad y votos. Su imagen ante la sociedad fue caída en picada.

Pero el descenso de su imagen contrastó con su ascenso en el Frente de Todos. Pieza codiciada para el proceso de unidad del peronismo en 2019, como lo ilustra la invitación de Alberto Fernández trasmitida por la TV: “Sergio, vení, tomemos un café”. De presidente de la Cámara de Diputados del Frente de Todos, a “superministro” de Economía, a candidato único del oficialismo. No se puede decir que la sociedad lo haya necesitado, pero sí la política. Martín Rodríguez describe con gran lucidez el pasaje de un Massa representante de la sociedad ante la política, a representante de la política ante la sociedad. “De político que le gusta a los que no les gusta la política a político que sólo les gusta a los políticos”, escribe. El desafío, en este punto, es evidente: reconstruir su lazo con la sociedad. 

Qué le ve la política, podríamos preguntarnos legítimamente. Me interesa, en este punto, retomar a la autora Mariana Gené, quien en su libro “La rosca política” enuncia algunas virtudes valoradas por los políticos que, al resto de la sociedad, le pueden parecer cuestionables. Si bien se encarga de analizar la figura de ministro del interior a lo largo de los años de democracia, su aporte resulta valioso para nuestro artículo. “Allí donde la ciudadanía ve una prebenda o un ministro deleznable, los actores del drama político ven en cambio a un negociador virtuoso, que maneja los tiempos de la acción política y tiene que ponerse distintas camisetas de acuerdo con los distintos públicos a los que debe servir: el Poder Ejecutivo, el Poder Legislativo, los medios y la opinión pública”. Negociar con actores políticos en distintos niveles de gobierno, articular relaciones e intereses, procurar gobernabilidad, operar: habilidades y destrezas valoradas por los pares.

En una entrevista realizada por Diego Genoud a Emilio Monzó y publicada en su libro “El peronismo de Cristina”, Monzó afirma que Massa es el tipo con más horas dedicadas a la política y la figura política que más conoce el Estado. Que está en la táctica todo el día. Armador, operador de prensa y candidato (aunque ser candidato sea lo más flojo que tiene). “Sergio es todo, igual que Néstor Kirchner. Hacen todo, no delegan nada”, remata. Ahora se suma su condición de ministro.

Massa supo gestionar las internas dentro del frente, y logró no quemarse –por el momento— con fuego amigo. Se volvió una persona necesaria para administrar los conflictos entre las partes. Arribó al ministerio de Economía para llevar orden y evitar que todo se descalabre. Y ahora la política necesita de él para que las cosas no vuelvan a desordenarse. O que al menos se conserve este estado de caos ordenado. Sacar orden de este caos es virtud.

Dilemas del presente, perspectivas del futuro

La virtud, siempre, tiene una relación compleja con la fortuna. Es una lección de Maquiavelo y puede ilustrar algo del momento presente y de los desafíos que enfrenta el candidato-ministro. Desafíos que también son los nuestros, si consideramos que de su suerte depende también la nuestra.

La sequía histórica significará para la Argentina una sangría de US$ 20.000 millones y golpeará a un gobierno ya acechado por la falta de reservas. Con un quinto de las exportaciones afectadas, todos los pronósticos auguran una retracción de la economía. Es muy difícil que el consumo, que este trimestre creció, aunque menos que los anteriores, pueda contrapesar la casi inevitable caída de la economía.

¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi voluntad, podría responder Massa.

Cuando todos pronostican caída del PBI, Massa y su equipo económico aseguran que se puede crecer. Poco. Quizás un 1%, tal como se puede leer acá. Pero sería un bronce que exhibir en una vitrina en la que escasean las medallas.

Para ello, resulta fundamental lograr un acuerdo para renegociar el programa con el FMI. Los fondos adicionales y desembolsos anticipados difícilmente alcancen para mucho más que para cumplir con los compromisos de pago asumidos por la gestión, pero al menos evitarían nuevas devaluaciones. Entre yuanes y Derechos Especiales de Giro (DEG), el gobierno está haciendo malabares para no quemar las reservas ante los vencimientos de pago del mes de junio.

El panorama económico es delicado, y el margen de maniobra es muy, muy reducido. Los pagos y vencimientos de deuda nos respiran la nuca. Si hay alguna posibilidad de que el FMI adelante los desembolsos del año, esta dependerá muy probablemente de que el gobierno se disponga a seguir a rajatabla con el imperativo del ajuste.

Y después, confiar en que el PBI resista gracias a otras exportaciones –minería, servicios, energía—, a fondos que puedan obtenerse de otros organismos como el BID, y a los malabares que puedan hacerse para que la actividad económica no pierda dinamismo y el poder del salario no siga mermando. En estos días, por ejemplo, se está hablando de medidas de alivio fiscal para reducir la cantidad de trabajadores que pagan ganancias.

Frente a una gestión en la que nadie ha asumido el poder y todos asumieron la impotencia, Massa parece aportar la dosis de voluntad de la que el Frente de Todos adoleció gran parte de su mandato, entre vetos cruzados, internas feroces y ausencia de un norte. El frente interno también significará un desafío. Las diferencias son personales, son políticas y son económicas (FMI sí, FMI no, estabilización sí, estabilización no, reducción del déficit sí o no).

Ya es tarde para pensar en políticas de largo plazo. Esa tarea quedará para el próximo gobierno. De momento, el actual equipo económico que tiene a su cabeza como candidato a presidente deberá lograr equilibrios, por más precarios que sean, y caminar en los meses de gestión y de campaña que quedan sobre una cuerda floja, procurando no dejar más gente en el camino ni ajustar a los que ya fueron ajustados.

Es una economía que exhibe movimientos ambiguos, contradictorios y a veces poco claros. Crecimiento en algunos indicadores, caída en otros. Tendencia al alza de acciones de empresas argentinas que cotizan en Wall Street. Descenso de la desocupación, pero aumento de la informalidad. Ingresos que no alcanzan y una economía –registrada o no— que dinamiza el consumo y la actividad. Una moneda que no vale y una inflación que no cesa. Y lo que más nos duele: la pobreza. Los problemas son demasiado grandes, y la política de los últimos años ha quedado demasiado chica para resolverlos.

Todo indica que los “hijos de la generación diezmada”, aquellos a los que CFK se refirió hace un tiempo, tendrán que esperar. Por las candidaturas que hay en oferta y que más chances tienen de ganar, la posta la tomarán los hijos de la economía diezmada.

Quien conduzca los destinos de nuestro país, deberá liderar la política y encauzar la economía. Recuperar la moneda. Combinar las dosis justas de ortodoxia y heterodoxia para sentar las bases de una economía estable, y mirar nuestros recursos naturales, esas industrias del presente y del futuro, bajo el prisma de la estrategia y la geopolítica.  También y principalmente, no llevarse ni al pueblo ni a la democracia puestos, en un contexto en el que parece redituable para algunos políticos y “outsiders” poner en tela de juicio los consensos democráticos que supimos conseguir y abrazar. A los problemas de la sociedad, más y mejor política.

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