Historia del proceso de extranjerización de la economía nacional. La actualidad de las empresas y porcentajes reveladores. Posibles soluciones y caminos a seguir.
Bill Clinton vino a promocionar la inversión extranjera en nuestro país. O sea a proponernos que los estadounidenses se lleven bienes físicos, riqueza real, a cambio de dólares que valdrán cada vez menos. Veamos para qué nos sirvió la inversión extranjera.
En la edición dominical del suplemento Economía y Negocios del diario La Nación (30-05-2010), en un artículo titulado “La dependencia con el extranjero”, se brinda un conjunto de datos muy interesantes, a saber:
– Por cada 100 pesos que los argentinos entregan a empresas nacionales, las empresas extranjeras reciben 437 (La facturación anual de las empresas Argentinas es de 83.735 millones de pesos y las extranjeras es de 375.064 millones de pesos).
– Mientras las utilidades anuales de las extranjeras suman 57.117 millones de pesos, las empresas argentinas ganan casi diez veces menos: 6.175 millones de pesos.
– Los dividendos que las multinacionales envían anualmente al extranjero ascienden a 8.109 millones de dólares, lo cual representa unos 30.000 millones de pesos argentinos (más del 50 por ciento de sus utilidades).
El panorama se invierte cuando estudiamos la contribución que las empresas extranjeras realizan con los trabajadores argentinos:
– Las empresas extranjeras pagan anualmente salarios por 23.579 millones de pesos, mientras que las empresas argentinas pagan 10.399 millones. Ganan 10 veces más que las empresas argentinas, pero sólo pagan un poco más del doble que las argentinas a sus trabajadores.
– Las empresas extranjeras generan 405.365 puestos de trabajo, mientras que las empresas argentinas dan trabajo a 283.993 personas. Multiplican por cuatro su facturación, pero apenas generan el doble de los puestos de trabajo.
En resumen, mientras las empresas extranjeras consiguen que los argentinos les den cinco pesos por cada peso que gastan en las empresas argentinas, y ganan diez veces más que las empresas argentinas, llevándose del país la mitad de sus ganancias, generan menos de 1,5 veces los puestos de trabajo, y pagan solamente 2,2 veces los salarios que las empresas nacionales.
Además son uno de los factores más importantes para la gigantesca fuga de divisas, que en el primer trimestre de 2010 sumaron 3.844 millones de dólares (Clarín 06-06-2010), un monto con el cual se podría restaurar todo el sistema ferroviario argentino, por ejemplo.
La génesis de la extranjerización
Desde 1955 en adelante, la Nación argentina ha perdido una enorme cantidad de empresas, y una parte de ellas han sido reemplazadas por empresas extranjeras, desbaratando el aparato industrial, apoderándose de los servicios públicos y desarrollando los sectores destinados a exportar materias primas y productos primarios, demoliendo sistemáticamente los principios firmados en 1947 en Tucumán cuando se declaró la Independencia Económica.
El instrumento principal para este cambio ha sido siempre el control de la estructura financiera, y las malas artes utilizadas por Gran Bretaña y Estados Unidos, que incumplieron todos los tratados firmados para evitar pagar lo que debían (3.500 millones de dólares y 2.000 millones de dólares respectivamente), inventar deudas inexistentes e impedir que se usen las libras obtenidas por la venta de productos primarios a Inglaterra, mediante la declaración de “inconvertibilidad de la Libra”. A pesar de todos estos manejos, el gobierno de Juan Domingo Perón terminó sin que la Argentina tuviera un dólar de Deuda Externa.
Una de las primeras medidas tomadas por el golpe de Pedro Eugenio Aramburu-Isaac Rojas, fue endeudar al país y asociarnos al funesto Fondo Monetario Internacional (FMI). Es en este gobierno donde comienza un proceso de corrupción de las empresas estatales de servicios públicos, de funcionamiento ejemplar y muy eficiente hasta ese momento, de manera que la población comience a manifestar su irritación con las mismas, creando el clima necesario para entregarlas a las multinacionales.
Pero le toca al presidente Arturo Frondizi emprender los desastres mayores, que luego fueran complementados durante el golpe de estado por José Alfredo Martínez de Hoz y culminada por el Gran Traidor a la Patria, el presidente constitucional, Carlos Menem, y el virrey Domingo Cavallo, un hombre del riñón de Martínez de Hoz, formado en universidades estadounidenses e impulsado por empresarios locales liberales con aspiraciones de jugar como multinacionales, agrupados en la Fundación Mediterránea.
Los Tratados de Madrid (rendición de las Islas Malvinas) y de Londres (Garantía de las Inversiones Extranjeras) han creado una legislación destinada a destruir las empresas argentinas, que quebraron sucesivamente desde Martínez de Hoz (16.000 quiebras), pasando por Alfonsín (46.000 quiebras) y culminando con Menem (108.000 quiebras) lo que ha llevado a Julio González (angentinaoculta.com) a afirmar: “El ex presidente Menem en la ley Nº 23.697 en el capítulo de sociedades, estableció lo siguiente: ‘El Poder Ejecutivo dictará las disposiciones reglamentarias que sean necesarias para agilizar la remisión de las utilidades y beneficios de las empresas extranjeras en el exterior.’ Lo transcripto contribuye a reafirmar la tesis de que la Argentina es el único país del mundo con una superficie de aproximadamente 3.000.000 de kilómetros cuadrados y 36 millones de habitantes, que ha sido conquistado sin disparar un solo tiro.”
Es Frondizi el que comienza el proceso de someter a nuestro país a los intereses de las multinacionales petroleras y automotrices, para lo cual ataca la pujante industria automotriz argentina (entonces más importante que las alemanas y japonesas, en plena reconstrucción de posguerra), permitiendo que se instalen en la Argentina 14 armadoras automotrices extranjeras, que a su vez van sustituyendo por proveedores extranjeros a las industrias locales de autopartes. También es Frondizi el que comienza con la destrucción de la red ferroviaria más importante de Latinoamérica, para lo cual contrata al general estadounidense Thomas Larkin, que le ordena que cierre un tercio de los ramales y dejar sin su trabajo a 60.000 ferroviarios. Así todo ese sistema limpio y económico de transportes, que consume la quinta parte de la energía que el transporte por carretera, comenzó a ser eliminado para permitir el mayor consumo petrolero, hasta eliminó los tranvías en todo el país, mientras en toda Europa se siguen utilizando. En la tarea de abrirle el camino al poder de las multinacionales, posibilita la instalación de las universidades extranjeras (la movida Laica vs. Libre), las cuales forman los cuadros dirigentes locales para las multinacionales.
Así comienza el deterioro del que fuera el mejor sistema educativo de América Latina, Juan Carlos Onganía sigue con la expulsión de la excelencia en la “Noche de los Bastones Largos”, el Proceso comienza a hacer desaparecer a los profesores que quedaban, y los otros que sabían huyen. Raúl Alfonsín con su desastre económico deja los sueldos de la educación por el suelo y le toca a Menem terminar el trabajo de destrucción de la escuela secundaria con una desastrosa reforma, a la que se agrega que la miseria saca a los niños del colegio y sólo regresan para comer en lugar de estudiar. Actualmente el gobierno repara estos daños: aumenta significativamente los sueldos en la Universidad Estatal, y la Asignación Universal por Hijo aumenta la inscripción de alumnos en la escuela primaria en un 25 por ciento, y también se recuperan las asignaciones presupuestarias para las actividades de investigación y desarrollo.
El cerco financiero a las empresas argentinas
Durante el gobierno de Onganía, el mismo que derrocó al presidente Arturo Illia, se suprimieron las cooperativas de crédito, en las cuales obtenían el financiamiento la mayor parte de las PyMEs, en especial las empresas industriales. El proceso continuó con un incremento progresivo de los intereses que cobraban los bancos a las empresas argentinas, mientras las empresas extranjeras conseguían el dinero con un interés bajo, a lo que se sumaba una tasa de cambio que permitía comprar insumos muy baratos porque se pagaban en dólares. Las sucesivas variantes en la tasa de cambios complementaba esa política, todas comandadas desde el Banco Central, que fija la tasa de cambio, establece el monto de los intereses y determina cuánto dinero se incorpora al mercado y a qué sectores se dirige. Mientras no se nacionalice el Banco Central, la Independencia Económica será sólo un sueño. Pues en sintonía con los deseos de las multinacionales, el Proceso Militar aumenta el valor del peso con respecto al dólar, al tiempo que abre la importación sin límites, con lo cual se genera una masiva importación de productos que se fabricaban localmente, ocasionado una catarata de quiebras a las empresas locales.
Esta estrategia fue complementada con el regalo de las empresas estatales de servicios públicos, previamente demonizadas, al capital extranjero, con lo cual los insumos energéticos de las empresas argentinas se debían pagar a precios internacionales. La combinación de falta de financiamiento competitivo, apertura aduanera e encarecimiento de los insumos dejó a las empresas grandes de argentina al borde de la quiebra, tal fue el caso del grupo industrial Siam Di Tella, del grupo Salimei, o la otrora fábrica de máquinas-herramientas Wecheco, para mencionar unas pocas, mientras que grandes empresas como Terrabusi o Bagley fueron adquiridas por los famosos “inversores extranjeros”, que en realidad no invirtieron nada, sino que se apoderaron de los activos existentes a precio de remate, y con el financiamiento barato pusieron de nuevo en marcha lo que ya funcionaba.
Como complemento de esta política con respecto al sector productivo, con los mismos métodos, las empresas extranjeras se apoderaron las empresas distribuidoras de bienes básicos, y las ampliaron hasta hacer desaparecer a los almacenes y a gran parte del comercio minorista. Cuando el poder de compra de las multinacionales se consolidó, ellas pudieron hacer quebrar a aquellas empresas locales, pues estos grupos manejaban la mayor cantidad de compradores, y sólo les dieron el espacio de ventas a las empresas extranjeras con las cuales estaban vinculadas internacionalmente.
Algo similar ocurrió con el comercio internacional, controlado por estos sectores lo cual permitió asegurar la compra de la producción local de las multinacionales, en desmedro de las empresas locales, que se vieron compelidas a asociarse con algún sector de las multinacionales para sobrevivir.
Controlados así los mercados, y el sistema productivo, los “anunciantes” se fueron a empresas multinacionales, e hicieron desaparecer a las agencias de publicidad locales. Y mediante las pautas publicitarias de las que viven todos los medios, pudieron controlar sus contenidos de los medios de difusión. Así instalaron la ideología liberal y desplegaron el “pensamiento único” como verdad absoluta.
De esta manera llegamos a la estructura ideológica de nuestra población actual: donde podemos distinguir, entre los 40 millones de argentinos, a un millón de perduelios (designación romana para aquellos que defienden los intereses extranjeros en contra de los de su nación y era uno de los pocos delitos que era castigado con la muerte), este grupo, alimentado por La Nación, Noticias, Caras, que va al Colón y se instala durante todo el verano en Cariló o Punta del Este, sirve de referencia a otro grupo, aproximadamente de 4 millones que conforman “la gilada”, que quisiera vivir como ellos, y que se identifica con su falta de valores y cree lo que les dice el conglomerado de medios liberales sobre cómo es el mundo.
Los otros 35 millones son patriotas, cada uno a su manera, y todos dispuestos a bancar a aquellos dirigentes que trabajen para el Bienestar del Pueblo y la Grandeza de la Nación, los cuales siempre han sido perjudicados por el grupo dominante, que obtuvo cada vez mayores beneficios a su costa.
El método empleado para extranjerizar la economía es una combinación de desfinanciamiento, desventajas cambiarias, control del aparato de distribución y manejo de los medios de comunicación, en consecuencia, para des-extranjerizar nuestro sistema económico debemos desmantelar la organización descripta, y organizar sistemas de protección para la economía patria.
Por ejemplo, algunas medidas son conocidas y nos limitaremos a mencionarlas: control de cambios y detención de la fuga de divisas; reestatización de las empresas de servicios públicos, de las de extracción primaria de recursos del subsuelo, de los puertos, aeropuertos y de los sistemas de distribución de bienes básicos; prestamos con bajo interés para las empresas argentinas; protección aduanera de la producción nacional; impulso a la investigación y desarrollo de la producción industrial.
Los recursos para realizar estos cambios estructurales pueden provenir de dos fuentes: entregando mayor cantidad de dinero al mercado, de una emisión similar a la que emplean los países industrializados, entre el 80 y el 120 por ciento de sus respectivos Producto Bruto Interno (PBI), o bien cambiando la principal fuente de financiamiento estatal, la estructura del Impuesto al Valor Agregado (IVA), esto debe hacerse en tres pasos:
– El primero es denunciar el Tratado de Garantías a la Inversión Extranjera (Tratado de Londres, firmado por Domingo Cavallo en Londres el 11 de diciembre de 1990, y ratificado posteriormente por ley Nº 24.184. La Cámara de Diputados precedió a votar esa ratificación el 3 de septiembre de 1992, sin estudio ni debate, y en una sesión que en el diario de sesiones respectivo contabiliza ocho renglones. Luego se firmaron 49 tratados similares con otros países). Este tratado es la justificación legal para la extranjerización de nuestra economía, pero puede denunciarse por su inequidad, porque el Tratado especifica que existe reciprocidad entre las inversiones que hagan las corporaciones extranjeras con las que las empresas argentinas pudieran hacer en los países que adhieran, pero casi no existen empresas argentinas que puedan conseguir en otros países las ventajas que les otorgamos aquí a ellos, además que son menos que escasas las empresas que pueden invertir en el extranjero.
– El segundo paso es la Ley de Trazabilidad Integral, que consiste en que en cada producto físico, y en cada factura o comunicación relativa a servicios o promoción de estos o de productos debe incluir en forma indeleble y en un tamaño no inferior a la mitad de la marca, un símbolo que determine el origen nacional del producto, de la compañía que lo genera, y un número del cero al cien que indique el grado de nacionalización del producto. Por ejemplo, un producto importado de China tendrá una bandera de la República Popular China y un Porcentaje de Integración de cero por ciento. Un producto argentino, fabricado por una empresa de capitales totalmente argentinos tendrá una bandera argentina y un porcentaje de integración del cien por ciento.
Una dependencia del Instituto Argentino de Normalización y Certificación (IRAM) se especializará en determinar el porcentaje de integración, tomando en cuenta la nacionalidad de la empresa productora (extranjera o filial de extranjera), la marca utilizada (nacional o internacional), el origen de sus proveedores, el origen del capital si es una empresa instalada en la Argentina, el origen de los insumos utilizados para realizar el producto o prestar el servicio, el grado de contaminación ambiental generado, el agotamiento previsible de los insumos, entre otros que puedan determinarse.
Esta normativa debe aplicarse a cualquier producto, sea un caramelo o un automóvil, y constar en cada factura o propaganda que se realice.
– El tercer paso es reorganizar el IVA. No es equitativo que paguen la misma cantidad de este impuesto los productos que generan riqueza local, crean puestos de trabajo y utilicen el financiamiento local, que aquellos que hacen todo eso en otros países.
Por lo tanto, todos los productos y servicios deben establecer el precio legal de venta, impreso en forma indeleble en el producto por el fabricante, y a partir de ese precio se aplicará el IVA. El porcentaje de IVA se moverá en un rango entre el cien por ciento para los productos cero por ciento nacionales y el dos por ciento para los productos cien por ciento nacionales.
Los productos o servicios que quieran promocionarse pueden quedar en un IVA cero por ciento o subsidiarse.
Este es el momento propicio por la situación nacional e internacional para realizar los cambios necesarios para poder decir en el 2011 que hemos recuperado la Independencia Económica.
* Economista. Autor de varios libros, entre ellos Patear el Tablero