LITERATURA. Ya nadie escribe cartas de amor o cartas personales, el mail de la era digital se usa para otras cosas, enviar un archivo, un currículo u otro tipo de documentación, los mensajes de Whatsapp o Messenger han suplido a la correspondencia amorosa o personal. En cierto punto han minimizado o sintetizado el mensaje que en otros tiempos se escribía de manera manuscrita y era signo de mala educación o falta de respeto hacerlo en una Olivetti o la máquina de escribir que uno tuviera a disposición. Ya nadie documenta aquello que merecía ser registrado para que quedase grabado en la memoria, algo casi inconcebible en la era de la fugacidad, de lo volátil y lo efímero, donde la memoria es un registro fugaz que se evanesce casi sin culpas. Las cartas, también han jugado un papel importante a lo largo de la historia de la literatura, incluso han sido el eje de la narración de un cuento, tal caso de La carta robada, de Edgar Alan Poe, un relato en el cual el psicoanálisis ha abrevado para instituir alguna de sus enseñanzas. En esa línea, también se pueden citar las cartas de Kafka a su padre, reveladoras de la tortuosa relación de un padre tiránico, con un hijo que al igual que el chimpancé de Informe para una Academia, no busca la libertad, sino una salida. Tampoco la filosofía ha obviado al género epistolar, Montesquieu se vale del género para escribir sus Cartas filosóficas, una ficción novelada, con la correspondencia entre Uzbek, Rica, Pablongas y Redi, cuatro musulmanes chiitas persas, en la cual se tocan tres temas principales: la religión, la moral y la política, en un tono de crítica satírica. Pero, más allá de ilustres escritores, pensadores y poetas, hubo gente ignota, más o menos anónima, que, con afán y cierto ímpetu desenfrenado, se daba a la escritura de cartas por motivos altruistas o por demostrar hechos históricos inexistentes. Algunos, por proyectos ridículamente descabellados, como el emprendido por Bernardino Rivadavia, un chozno del homónimo primer presidente de la Argentina, que al estallar la Guerra de Malvinas, escribió una cincuentena de cartas a distintos líderes de Europa, incluida la misma Margaret Thatcher. La carta también iba dirigida a los diarios más influyentes de cada país europeo elegido. En la misiva se presentaba, no solo como pariente, sino también como heredero del pensamiento del prócer, y bregaba por una solución pacífica al conflicto. Por supuesto que no escatimaba elogios a la cultura británica y a su influencia en ambas márgenes del Plata. Pero, entre la escritura y la demora de las traducciones, el tiempo transcurrió y la guerra llegó a su fin, por lo cual el acto teñido de un altruismo bizarro, quedó en la nada.
LOCO. A principio de los años 80 pasé una temporada en Montevideo, pero vivía en Salinas, un balneario a 35 kilómetros de la ciudad, todas las madrugadas tomaba un ómnibus en una terminal conocida como El Control, ya que ahí los inspectores controlaban los horarios de partida y llegada de los choferes. Cierta madrugada en la cual perdí el micro, me senté a tomar un café a esperar la llegada del próximo. En la mesa vecina, un tipo gordo y de mirada un tanto desaforada, escribía en un block de cartas, al tiempo que bebía vino casi de la misma manera. Era un mulato de pelo ensortijado que buscaba cierta complicidad con los que poblaban las mesas vecinas, que lo ignoraban. Para hacer más llevadera la espera saqué un libro y me puse a leer. Eso sirvió de excusa para que el tipo entablara un diálogo conmigo, ya que me preguntó de qué iba el libro (que casualmente era Cartas a un joven poeta, de Rilke). No recuerdo qué le contesté, pero sí recuerdo qué opinó él, ya que me dijo que no le importaba la poesía, solo le interesaba la ciencia y que le escribía cartas Ronald Reagan, presidente de los Estados Unidos y también al director de la NASA, por un proyecto para eliminar toda la basura del planeta enviándola al espacio en naves espaciales. “Es un proyecto para ayudar a la humanidad”, decía “espero que no me roben la idea, porque yo soy un científico amateur uruguayo. Soy un autodidacta oriental”. Y explicaba:
-Una nave espacial puede llevar 20 o 30 contenedores de basura en cada viaje, es la mejor manera de no contaminar la tierra, se pueden realizar viajes semanales o quincenales desde cada país. Yo voy todos los meses a la embajada a llevar las cartas, desde hace dos años.
Cómo esa idea delirante surgió en la cabeza de Washington Da Luz –así dijo llamarse— es o no un misterio. Lo cierto es que, para dar credibilidad a sus palabras, extrajo del bolsillo de su sobretodo gastado, un manojo de papeles, que no eran otra cosa que el acuse de recibo, extendido por la recepcionista de la embajada yanqui en Montevideo, de esas cartas escritas por un alucinado. Cartas que seguramente irían a parar al cesto de los papeles después de ser leídas por un divertido grupo de oficinistas o incluso por el mismo Reagan, vaya uno a saber.
POLÍTICA. La correspondencia política también ha dejado su marca en la historia. Durante el siglo XX hubo pocos líderes políticos que se abstuvieron de escribir una carta o una correspondencia memorable. En ese marco podemos hablar de Lenin, Mao, o Churchill. El Che, por ejemplo, le escribió a su madre aristocrática y gorila, una carta de corte cuasi recriminatoria cuando Perón fue derrocado por la llamada “Revolución Libertadora” en 1955. Ese hecho histórico generó a la vez, una correspondencia que se tornó referencial durante los años 70 y se propagó durante algunos años más, al ser reveladora del pensamiento y las estrategias políticas de Perón durante su exilio. Hablamos, claro está, de la correspondencia mantenida durante una década, por el conductor justicialista y John William Cooke. Ese intercambio epistolar se inició en agosto de 1956 y finalizó en febrero de 1966. Editadas a lo largo de los años por distintas editoriales, en ediciones de dos tomos, uno puede ver en el primero de ellos un intercambio febril de manuscritos extensos escritos por ambos protagonistas. En los textos, Cooke, plantea estrategias revolucionarias que Perón aprueba, o soslaya, según sus criterios políticos. La resistencia violenta que incluye la lucha armada es parte de las propuestas escritas por Cooke.
Al influjo del triunfo de la revolución cubana y su exilio en Cuba, Cooke le hace saber al líder peronista, que Fidel está presto para recibirlo y brindarle todo lo necesario para que viva en Cuba. Tal hecho nunca se produjo, ya que Perón opto por otras salidas políticas convenientes a su estrategia de regreso a la Argentina. La relación entre ambos se fue diluyendo, algo que se observa en el segundo tomo de las ediciones donde las cartas enviadas por Cooke no tienen respuestas. Se puede decir que son líneas escritas por cortesía. Ante esa falta, Cooke deja de escribirle al general en 1966. Atrás quedaron las líneas afectuosas para quien fuera, durante los primeros años de la Resistencia Peronista, su representante en la patria lejana, también las consideraciones políticas y cariñosas hacia Alicia Eguren, compañera de Cooke. Pero, ella misma sería la protagonista de otra carta que la relaciona con Perón de manera directa, y es la carta abierta motivada por la noticia que daba cuenta del asesinato del Che Guevara en Bolivia. En uno de los párrafos del documento que lleva la firma de Perón, puede leerse: “Hoy ha caído en esa lucha, como un héroe, la figura joven más extraordinaria que ha dado la revolución en Latinoamérica: ha muerto el Comandante Ernesto “Che” Guevara. Su muerte me desgarra el alma porque era uno de los nuestros, quizás el mejor: un ejemplo de conducta, desprendimiento, espíritu de sacrificio, renunciamiento. La profunda convicción en la justicia de la causa que abrazó, le dio la fuerza, el valor, el coraje que hoy lo eleva a la categoría de héroe y mártir”.
Lo cierto es, que la carta dada a conocer apenas producida la muerte, no fue escrita por Perón, sino por la misma Alicia Eguren, quien años después reveló tal hecho. Perón, por su parte, nunca negó su autoría ni desautorizó su publicación. Quizás por el genuino aprecio que sentía por el Che, con el cual se había encontrado en secreto en Madrid o por una simple cuestión de estrategia política y, por qué no, por ambas cosas.
FILATELIA. Se puede considerar a la filatelia, como un derivado de la correspondencia. Coleccionar sellos postales tiene sus cosas. Siendo niño, mi madrina, Luisa Misciatelli, que ostentaba un título nobiliario, podría decirse que me inició en el arte del coleccionismo. En cada visita a su casa me regalaba no solo juguetes, sino también una abundante cantidad de estampillas recortadas de los sobres de su copiosa correspondencia mantenida con familiares y amigos europeos. Cuando a mediados de los años 60 regresó a Italia, me quedé sin su afecto y sin una buena fuente de provisión de sellos postales. La suerte, sin embargo, estuvo de mi lado. Al poco tiempo llegó a vivir un nuevo vecino a la cuadra montevideana donde vivía, Luis Repetto, él también era coleccionista. Había heredado de su abuelo materno y húngaro, una vasta colección. Muchas veces, realizábamos reñidos intercambios. Cierta vez, con afán de conseguir nuevas piezas, salimos a recorrer embajadas para solicitar los sellos de las cartas recibidas. En ninguna, nos dieron bola y volvimos desahuciados de una idea que nos parecía brillante. Por esos años, mi madre, militante comunista, recibía todos los meses la revista Novedades de la Unión Soviética. En sus páginas se podían leer notas sobre los viajes espaciales, el avance mundial del socialismo, la vida y obra de Marx y Lenin, y los héroes y heroínas soviéticas que habían vencido al nazismo. En el medio de sus páginas solían venir tarjetas postales, con la imagen de la perrita Laika, y de los astronautas Yuri Gagarin y de Valentina Tereshkova y otros que escapan a la memoria. Al final de sus páginas, había una sección para entablar amistad con niños pioneros de casi todos los países de la órbita soviética, algunos de los cuales también eran coleccionistas de estampillas. Debo haber enviado decenas de cartas a Rusia, Polonia, Alemania, Hungría, Letonia y países inimaginables como Uzbekistán, sin obtener jamás respuesta alguna, después de aguardar pacientemente semanas enteras, Ignorante aún en esos años, de la llamada Guerra Fría. Es posible que mis cartas fueran a parar al cesto de los papeles después de ser leída la dirección desde donde eran enviadas por algún funcionario de correos. Inocentemente, desconocía la magnitud del enfrentamiento y también a la censura.