No tires esas cartas

El cronista de esta nota encontró en una vereda porteña, un manojo de cartas escritas en 1956, desde el penal de Ushuaia, por el comisario de la Sección Especial de Investigaciones de la Policía Federal de los dos gobiernos de Perón. Por Eduardo Silveyra

EPÍSTOLAS. Es un domingo de marzo soleado y agradable, el clima invita a caminar y eso hago cuando salgo de mi casa. Elijo hacerlo por Rivadavia, casi desértica a esa hora de la mañana. Voy rumbo a Primera Junta, miró los árboles de las veredas, fresnos, sauces, pitas de troncos finos, un aguaribay de ramaje nudoso que recién comienzan a cobrar altura. Continúo la caminata y a no mucho andar, mi vista se fija en una pila de cuadernos viejos atados con una cinta. Me llaman la atención. A veces entre esas pilas se suelen encontrar libros de textos de la época del primer peronismo, donde abundan las figuras coloreadas de Perón y de Evita. Culto a la personalidad, se le llama, y eso no fue algo sólo del peronismo, también en la Rusia soviética existía. Rompí la cinta fácilmente, pero los cuadernos eran de una alumna del año 1975. Eso me desilusionó un poco evaluando mi rescate de tesoros urbanos encontrados a la basura. Pero, contra el cordón de la vereda había un montón de cartas viejas desparramadas, la mayoría escritas en papel de arroz o de avión, como se lo llamaba en esos tiempos.

Abrí una y me atrajo el lugar desde donde había sido enviada y su encabezado: Carta N° 14 Ushuaia. Julio 31 de 1956. Enseguida supuse, y no me equivoque, que podría ser de un preso peronista alojado en el penal sureño, reabierto por la Revolución Libertadora después del golpe que derrocara a Perón en 1955, para alojar presos políticos. Su caligrafía, clara y trazada sin desvíos en la hoja sin renglones era otro atractivo. Una epístola escrita en tiempos en donde la escuela primaria se enseñaba caligrafía. Esto facilitó la lectura voraz que emprendí. El preso, agradecía en la carta a su esposa, el envío de medias de lana y la utilidad de la bolsa de agua caliente, que usaba todos los días. Además de pedir que le agradeciera a los compañeros confinados en Villa Devoto, por el envío de una encomienda con fiambres, salamines y dulces que disfrutaron mucho (lo cual hablaba de una red solidaria). También, aconsejaba a su hija Pochita, que estudiara inglés, que él sabía por qué se lo decía. 

Siempre me atrajo la lectura de cartas viejas, el lenguaje, los usos del habla de otros tiempos, aquello que se cuenta, cómo y quién lo hace. Porque eso nos da una semblanza de la persona, de su imaginación narrativa, de la situación y las preocupaciones de ese momento de su vida. El preso, le cuenta a su esposa, que ha encerado el piso de madera de la celda en la que está, un detalle llamativo, ya que muchos de los que por allí pasaron recordaban el frío de las celdas y de las camas de cemento con colchones desvencijados. Cuenta también, que ocupa el día en lavar ropa de lana principalmente, en coser botones y reclama fotos precisas y portarretratos. La carta es profusa en saludos y abrazos a vecinos, amigos, comerciantes y a todos aquellos que pregunten por él. Al finalizar, manda saludos de sus compañeros confinados, Amoresano y Jorge Antonio. Y estampa la firma Cipriano. Otra de las cartas, no muy diferente a las demás, ocupa una carilla y media, la otra mitad está escrita por el caudillo radical de Santiago del Estero, Jorge Farías Gómez, quién le agradece a Severiano algunos favores.

USHUAIA. A la cárcel de Ushuaia, también se le daba el nombre de La Siberia Argentina. Allí, iban a parar los presos más peligros. Quizá el más renombrado de todos fue Santos Godino, conocido por el alias de El Petiso Orejudo, el primer asesino serial de la historia criminal argentina. La cárcel funcionó como penal desde 1902 hasta 1947, año en que fue cerrada por el gobierno peronista que encaró una reforma carcelaria revolucionaria; pero, la misma fue reabierta en 1955 por la Revolución Libertadora para alojar a altos funcionarios del gobierno depuesto. Por allí pasaron el nombrado empresario Jorge Antonio, Héctor Cámpora, Patricio Kelly, John William Cooke, José Espejo y Pedro Gomis. Los cuales tiempo después, al ser trasladados a la cárcel de Río Gallegos, protagonizaran una fuga hacía Chile, donde pidieron un asilo político que les fue otorgado, menos a Patricio Kelly que fue tratado como delincuente común y trasladado a una cárcel chilena, de donde escapó vestido de mujer, acompañado por la poeta uruguaya Blanca Luz Brum, una mujer que había sido amante el pintor mexicano Álvaro Siqueiros y cuya mitomanía la condujo después de abandonar el Partido Comunista para abrazar la causa peronista. Blanca Luz, no había abandonado la Argentina por motivos políticos. Sus escarceos amorosos con hombres prominentes despertaron los celos de Evita y, según los rumores de la época, esa fue la causa de su vuelta a tierras chilenas, donde se enroló en esa aventura con el pistolero Kelly. Lo paradójico es que ambos personajes, terminaron brindando sus servicios a la derecha, Blanca Luz a Pinochet y Patricio Kelly al sionismo. Todos esos fragmentos de historias pasaban por mi mente como fugacidades centelleantes que, tal vez, pudieran ayudar a revelar quién era ese Cipriano, tan atento y de letra meticulosa, que escribía aquellas cartas encontradas en una mañana de domingo cerca de Primera Junta. ¿Cuál sería su apellido? Tal vez García, que era el de esa ignota niña, Alicia, dueña de esos cuadernos tirados. No, la revelación la dio un remito de un bazar a nombre de Cipriano Lombilla.

CIPRIANO. La vuelta hacia mi casa fue un tanto ansiosa, aunque por momentos me detenía a leer alguna de las cartas en busca de revelaciones. Pero se reiteraban los saludos a familiares amigos, vecinos, e incluso comerciantes. Era lógico, las misivas eran revisadas por las “autoridades penitenciarias” tal como aclaraba Cipriano en alguna de ellas. Apenas, entré a mi casa, un tanto agitado, escribí en la computadora: “Cipriano Lombilla Peronismo”. En la primera entrada que da Google, ya aparece que fue el comisario de la Sección Especial de Investigaciones de la Policía Federal en los dos gobiernos de Perón. Fue acusado entre otras cosas de torturar a otro Cipriano –de apellido Reyes—, pero de eso los acusaban los opositores. Acusaciones que él niega en una de las cartas a su hija Pochita. En una nota publicada en Infobae, por Marcelo Larraqui en octubre de 2021, tanto Cipriano Lombilla, como su segundo José Faustino Amoresano, son también defenestrados y tildados de torturadores junto a Roberto Pettinato, algo que suena disonante ya que el padre del saxofonista, siendo funcionario del gobierno peronista, inició una reforma carcelaria por la cual los presos dejaron de vestir el traje a rayas, promovió la alfabetización, e introdujo las llamadas visitas higiénicas para que los presos pudieran mantener relaciones sexuales con sus parejas. Un tanto conmocionado por esos datos, llamé a “Patán” Ragendorfer, que también se conmovió por lo narrado y dijo: “Tenés para escribir una buena nota, con todo ese material”. En busca de más datos, lo llame a Juan Salinas que, con su voz ronca, aportó lo suyo: “Eran bravos, estaban ahí frente al Hospital Ramos Mejía, hasta el año 83 todavía estaba la placa en la puerta de la comisaría, la octava, creo que era. Ponete a escribir”. Fue lo que hice, escribir acerca de esas cartas tiradas por alguien cercano o no a Cipriano Lombilla y, también, de cómo una historia a veces se encuentra arrojada a nuestros pies, tan solo hay que detenerse para encontrarla. Acerca de la culpabilidad o inocencia proclamada, no es el tema de esta crónica, pero sí amerita a detenerse también e investigar. Ahora ya sabemos quién fue, en parte, Cipriano Lombilla.

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