Cámpora: peronismo, socialismo, democracia (50 años después)

A 50 años del triunfo electoral de Cámpora en las elecciones del 11 de marzo de 1973, una recuperación de los debates que agitaron las aguas del peronismo entonces, para revitalizar las discusiones que necesitamos hoy.

Por Mariano Pacheco

La consigna aglutinadora de “Cámpora al gobierno, Perón al poder” expresó la persistencia de un pueblo que supo resistir y combinar estrategias de lucha diversas pero, sobre todo, sintetizó un programa de liberación nacional y social que se había ido elaborando en una tensión entre esos anhelos de retorno a los años felices del justicialismo, y los cambios políticos que marcaron al país, el continente y el mundo. Cinco décadas después de aquel acontecimiento y en el año en que se conmemoran cuatro décadas de persistencia democrática, un aporte al debate sobre el peronismo como cultura política popular, el olvido de la inquietud sobre aquello que implicaba el horizonte del socialismo y la resignificación de la palabra democracia en la cultura política contemporánea. 

Peronismo y socialismo

El triunfo electoral del 11 de marzo de 1973 no sólo tiene el relieve histórico por el hecho de que el peronismo, tras dieciocho años de proscripciones, sale victorioso en unas elecciones parcialmente libres (puesto que ni siquiera entonces Perón estaba en el país con posibilidades de ser él mismo candidato), sino –fundamentalmente- porque la fecha funciona como un condensador: se llega a esa victoria con un programa, con una consigna aglutinadora, con la combinación de un conjunto de estrategias de lucha. 

La consigna de “Cámpora al gobierno, Perón al poder” permitía incorporar a todos los sectores del peronismo, más allá de que se asumía que el triunfo electoral no implicaba una victoria del programa de liberación nacional y social en combinación con el necesario proceso de trasvasamiento generacional, que de algún modo “el presidente que sí fue” (al menos por 49 días) intentó expresar en las esferas de la gestión del Estado, y en guiños políticos hacia esa “juventud maravillosa” que se había incorporado más recientemente a la pelea (pero que había puesto en juego demasiado en poco tiempo). 

El programa de algún modo daba cuenta de las mutaciones que se habían producido –en el país, en el continente y en el mundo— en las casi dos décadas transcurridas desde que la dictadura de la “Revolución Libertadora” había desalojado al gobierno constitucional –acusado de autoritario por la oposición— a fuerza de bombardeos a civiles, intento de magnicidio, fusilamientos militares ilegales, proscripción política y sindical –al punto de prohibir la sola mención de los nombres de Perón y Evita—, encarcelamientos y torturas, exilios, represión generalizada. Pero 1973 no era 1943, no sólo porque en la resistencia la clase obrera peronista había radicalizado sus posturas en Argentina, sino también porque el continente se había visto marcado por la experiencia de la Revolución Cubana en 1959 y por el avance de las luchas del tercer mundo en el conjunto del planeta durante los años sesenta, configurando un nuevo mapa en el que la geopolítica mundial no podía dividirse tan sencillamente ya entre soviéticos y yanquis. De allí la importancia del slogan de “socialismo nacional”, y esa foto tan simbólica como fue la de la Casa Rosada en aquel 25 de mayo de 1973, con los presidentes socialistas Salvador Allende y Osvaldo Dorticós, expresando la vía armada y la vía pacífica al socialismo ante una Plaza de Mayo copada por columnas sindicales, sí, pero también –sobre todo— por la Tendencia Revolucionaria Peronista, esa que asociaba la figura del viejo líder con la Patria Socialista del porvenir. 

Pronto Perón enviará algunas señales de reordenamiento interno, sobre todo con la actitud que tomará tras la “Masacre de Ezeiza” del 20 de junio de 1976. Quedará en claro, de allí en más, que esa disposición a conducir un proceso de estrategias múltiples que lo había caracterizado no podía permanecer por mucho tiempo fijado a una de ellas. Si en la coyuntura había primado la táctica electoral es porque antes había sabido combinar movilizaciones de masas con accionar de comandos en la resistencia; lucha sindical con sabotaje ciudadano; huelgas obreras con lucha armada –rural y urbana–, para acorralar a la dictadura militar. El retorno implicaba por lo tanto una nueva maniobra hacia el reordenamiento interno, con cierto equilibrio de fuerzas que permitiera garantizar la paz social. ¿Pero era eso posible? La discusión desatada entre un justicialismo como transición nacional al socialismo vs un peronismo más ortodoxo en vías de reactivar un operativo retorno hacia el pasado de la conciliación de clases parecería no haber dejado mucho margen para una salida unificada del conjunto del peronismo.

Sea por la concepción más clásicamente corporativista de Perón, por los aires revolucionarios de las juventudes y de una parte de la clase obrera (entusiasmados por el guevarismo esparcido por el continente y las influencias de otros procesos del mundo como el argelino o el vietnamita), sea por las limitaciones que empezaban a mostrar vías pacíficas como la chilena tras el golpe de Estado de Augusto Pinochet contra la Unidad Popular conducida por el presidente Salvador Allende o por los vientos contra-revolucionarios que empezar a agitar las aguas del propio peronismo desde adentro, con el accionar de las bandas de la derecha política y sindical primero, y luego con los atentados terroristas de la Triple A, quedaba claro que en esa coyuntura y con esas tradiciones en juego, la cuestión democrática no era parte del debate central de la época.

Es cierto que el peronismo –como ya se ha dicho, acusado de autoritario por sus opositores— conquistó un conjunto de reformas sociales una vez obtenido el triunfo en elecciones democráticas (1946) y que logró consolidar ese proceso tras la obtención de otra victoria electoral (1952), y que casi dos décadas después, al regresar, vuelve a hacerlo mediante otra elección libre (1973) y luego de haber padecido todo tipo de violencias en su contra, pero así y todo no era la democracia el argumento central de la disputa política. No lo era porque el proceso anterior al peronismo en la vida institucional del país había estado marcado por el fraude, porque en esos dieciocho años transcurridos entre el comienzo de la “Revolución Libertadora” y el fin de la “Revolución argentina”, cuando hubo elecciones, el peronismo estuvo proscripto, porque en la tradición de las izquierdas las ideas del joven Marx en torno al socialismo como conquista de la democracia plena y sustantiva habían quedado demasiado opacadas por las ideas de que la democracia (burguesa) no era más que la dictadura de la clase propietaria y porque en las tendencias más clásicas del nacionalismo popular argentino la democracia era asociada a un demo-liberalismo que sumergía a las grandes masas en la miseria mientras perpetuaba los privilegios de las minorías oligárquicas (sólo Juan José Hernández Arregui, en un giro “maoísta”, intentó en su libro La formación de la conciencia nacional arrimar posiciones entre democracia popular y dictadura del proletariado utilizando el término “Democracia autoritaria de masas” para referirse al peronismo).

Es en ese sentido que planteamos en estas líneas que el debate en torno a peronismo y socialismo de los años setenta no incluye la dimensión de una discusión profunda alrededor de la democracia y, por lo tanto, que lo que acontece en Argentina después de 1983 no es un “retorno de la democracia” sino la apertura de otro ciclo político, del que diremos algo brevemente a continuación.

Peronismo y democracia

El proceso que se abre en diciembre de 1983 está marcado por la derrota, vía el terrorismo de Estado, de las apuestas de transformación revolucionaria de la sociedad de los años setenta (algo de esto retomaremos en una próxima nota). Por eso decimos que el gobierno de Raúl Alfonsín no retoma una democracia interrumpida sino que inicia un proceso en el cual la democracia va a estar en el centro de la escena, será hegemónica en los debates políticos, al mismo tiempo que impensable su carácter desigual (en términos de clases), y asimétrico (en términos de relaciones de fuerzas entre proyectos políticos en pugna).

La democracia “castrada”, “de la desigualdad”, “de la derrota”, será una democracia en donde el peronismo pueda completar su ciclo de gobierno sin interrupciones violentas (sea “por derecha”, con dos mandatos consecutivos en el caso de Carlos Menem, sea “por izquierda”, luego de tres mandatos kircheneristas, uno de Néstor y dos de Cristina), pero en el cual –como supo señalar alguna vez Horacio González— queda excluida su inquietud por la palabra socialismo. 

Queda claro que esa derrota setentista en Argentina se enlaza con una derrota del socialismo a escala global tras la caída del Muro de Berlín a fines de los ochenta y la ofensiva neoliberal planetaria de los años noventa, solo parcialmente domesticada –al menos en Nuestra América- cuando tras el ciclo de luchas desde abajo adviene un ciclo de gobiernos progresistas, en cuyo interior surgen vectores populares que intentan retomar algo de la tradición revolucionaria y el socialismo –fundamentalmente en la Venezuela Bolivariana de Hugo Chávez y en la Bolivia plebeya de Evo Morales—. Pero en Argentina nada relativo a la esfera de la “Patria socialista” o el “Socialismo nacional”, ni la “Izquierda peronista” o el “Peronismo revolucionario” volvió a emerger con fuerza de masas en estos últimos cuarenta años. 

El nacionalismo popular conquistó su tendencia feminista y democrática –cuestión que aquí festejamos, sí— pero no fue capaz de recuperar nada del orden de la perspectiva revolucionaria de su historia anterior. Queda por lo tanto abierta la pregunta si, cincuenta años después de esa novedosa coyuntura en la que socialismo, peronismo y revolución pudieron caminar de manera mancomunada, hoy sería posible repensar alguna dinámica y alguna programática capaz de gestar una reactualización doctrinaria tal que permita erigir un peronismo del siglo XXI inscripto en una tendencia nacional-popular, democrática-feminista, ecologista-diversa… y revolucionaria. 

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