Bajo los lentes del feminismo

"Meterse en el feminismo es algo así como empezar a usar anteojos. Siempre uso esa analogía. Cuando salí de la óptica y me los puse por primera vez, caminé por la calle Corrientes y vi carteles que nunca había visto, pude ver el contorno bien nítido de los edificios, los títulos en las librerías. Las luces tenían límites circulares, las personas rostros únicos. Y así me pasó con el feminismo"

Foto portada: Georgina García

El 3 de junio del 2015 caminé hasta el Congreso: hacía menos de un mes, Manuel Mansilla había asesinado a golpes y enterrado en el patio de su casa a su novia, Chiara Páez, de 14 años. Familiares, amigxs y organizaciones se movilizaron en más de 80 ciudades y pueblos a lo largo de toda la Argentina. Según cifras oficiales, ese año el número de femicidios fue de 286, sin contar los travesticidios, transfemicidios ni los femicidios no registrados.
Mis experiencias en el kilómetro 0 de Buenos Aires siempre habían sido de otra índole, de otras luchas, de otros duelos.
Ese día no marché, ni lloré, ni comí ni canté. Esperando a mis amigas, me apoyé sobre las rejas de la calle Solís. En silencio, vi llegar abuelas con bastones, travestis de la mano, bebés en cochecitos. Vi llegar a mis amigas, vi mujeres sin remeras, vi cómo se apoyaban en las mismas rejas. Vi agrupaciones de trabajadoras sexuales, vi chicas con uniformes de secundaria, vi venir a lo lejos a algunas de nuestras hermanas. Me apoyé en el hombro de la mía.
Hoy, a la distancia, creo que ese silencio fue por sabernos testigos. Testigos del nacimiento de algo sin precedentes: desde ese día, el movimiento “Ni una menos” se expandió por todo el mundo, y, a partir de ese momento, nunca más el Congreso nos encontró apoyadas sobre las rejas de la calle Solís, en silencio.
Meterse en el feminismo es algo así como empezar a usar anteojos. Siempre uso esa analogía. Cuando salí de la óptica y me los puse por primera vez, caminé por la calle Corrientes y vi carteles que nunca había visto, pude ver el contorno bien nítido de los edificios, los títulos en las librerías. Las luces tenían límites circulares, las personas rostros únicos. Y así me pasó con el feminismo: empecé a percibir cosas que antes no notaba, o que simplemente estaban ahí, formando parte de la masa uniforme llamada cotidianeidad. Y es hasta el día de hoy que, de vez en cuando, tengo que cambiar los anteojos: el feminismo me va ajustando la graduación óptica.
A partir de ese 3 de junio, todos los años nos volvimos a encontrar en el Congreso. La lucha por el aborto se hizo parte y, en el 2018, la consigna fue en torno la despenalización del mismo, exigiendo “ni una mujer menos por abortos clandestinos”. El otro reclamo de la movilización fue dirigido al presidente de ese momento, Mauricio Macri, en contra del acuerdo con el FMI.
La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto Legal, Seguro y Gratuito data del 2005, año en el que fue creada. Al año siguiente, en el 2006, la campaña presentó al Congreso, por primera vez, el proyecto de Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo.
Cuando aborté no sabía sobre la existencia del proyecto. Yo tenía 14 años, la misma edad que tenía Chiara Páez cuando fue asesinada por su novio. Luego descubrieron que en su cuerpo había restos de Oxaprost.
El aborto por esos tiempos no estaba en la agenda. Las movilizaciones que hacían desde la campaña frente al Congreso no eran masivas. El aborto, para chicas como yo, era totalmente tabú, ni siquiera sabía lo que era el Misoprostol. Aborté quirúrgicamente en una clínica de Ciudad Evita, anestesiada. Falté a la escuela muchos días. Y sentía culpa o, mejor dicho, la sensación de haber hecho algo mal. Básicamente, había actuado en la clandestinidad.
Con los años, esa culpa se fue difuminando, la idea de trauma no coincidía con el hecho de haber tomado una decisión propia. Y fue gracias a las voces que empezaron a hablar, a las compañeras de militancia, a las capacitaciones de aborto con Misoprostol, a las feministas que empecé a leer, a las amigas, tías y mamás que empezaron a contar sus experiencias. Me enteré, con sorpresa, que muchísimas mujeres que yo conocía habían abortado. Una, dos, o más veces.
Fue así cómo el 4 de junio del 2018, la marea verde me sacudió y me tiró por completo, como lo hacen las olas fuertes del mar. Y, lejos de hacer resistencia con el cuerpo, dejé que me revuelque, entre la arena, el glitter y la sal.
Hace unos días estaba en los lagos de Palermo con un amigo, y me dijo algo así como que en la escuela no nos enseñan a hacernos valer como ciudadanxs. Que no sabemos pelear por nuestros derechos como deberíamos, que él sentía que nunca supo luchar por nada. Mientras lo escuchaba, miré el lago y sonreí para mis adentros. Pensé en la madrugada del 30 de diciembre del 2020, en la cual se aprobó la Ley nº 27.610, la Ley de Acceso a la Interrupción Voluntaria del Embarazo. Esa madrugada sí me sentí ciudadana, sí me sentí parte de una lucha, y no sé si en la escuela alguien nos enseñó a hacerlo, o si fuimos nosotrxs solxs, o si el ejemplo de las Abuelas y las Madres titila siempre en nuestras cabezas, de manera omnipresente.
Tengo la suerte de vivir a pocas cuadras del Congreso, y esa noche usamos mi casa como base. La heladera llena de birras, las postas para ir al baño, tirarnos en el living un rato a descansar. Fueron muchísimas horas. De vez en cuando, busco las fotos de esa noche, previas a que se aprobara la ley. Y siempre que miro nuestras caras, tengo la sensación de que en el fondo ya lo sabíamos. Ya teníamos esa expresión que suelen tener lxs que ganan.
El sufragio femenino, impulsado por Evita, el DNI para personas no binarias lanzado hace unos días, la Ley de Matrimonio Igualitario, el aborto legal, la regulación de identidad de género, el cupo laboral travesti trans: somos ejemplo y modelo a seguir en toda Latinoamérica. Argentina es precursora de numerosas medidas y suele ser el primer país en toda la región en aprobar este tipo de leyes.
En todas las luchas, está el pueblo que habla, pero para que haya cambios, tiene que haber un Estado que lo escuche. Y que accione. Ni les voy a pedir que busquen en qué gobiernos se legalizaron estas leyes y se llevaron a cabo estas políticas, creo que cae de maduro.

Foto: Micaela Ermili

Pero cuidado. Falta mucho. Lo podemos notar todos los días, en todos lados. Desde lo mínimo hasta lo más grosero. Diferencia de sueldos según el género, trabajadorxs sexuales sin derechos, femicidios, travesticidios, transfemicidios, golpes a parejas homosexuales a la salida de los boliches, paneles de periodistas en la tele con el 80% de integrantes hombres. La policía que hace oídos sordos. Los cuidados en el hogar, las tareas mal distribuidas, el ninguneo constante. Los cuerpos. El tipo que te explica cómo hacerlo bien. Nenas desaparecidas y nunca encontradas.
Últimamente, cuando veo la noticia de alguna mujer asesinada, pienso con culpa en que nunca pude terminar la novela de Roberto Bolaño, 2666 (2004). En “La parte de los crímenes”, el autor describe los femicidios ocurridos entre 1993 y 1997, en Santa Teresa, México. Cito una parte:
Un día después de ser hallado el cadáver de Estrella Ruiz Sandoval se encontró el cuerpo de Mónica Posadas, de veinte años de edad, en el baldío cercano a la calle Amistad, en la colonia La Preciada. Según el forense, Mónica había sido violada anal y vaginalmente, aunque también le encontraron restos de semen en la garganta, lo que contribuyó a que se hablara en los círculos policiales de una violación “por los tres conductos”. Hubo un policía, sin embargo, que dijo que una violación completa era la que se hacía por los cinco conductos. Preguntado sobre cuáles eran los otros dos, contestó que las orejas. Otro policía dijo que él había oído hablar de un tipo de Sinaloa que violaba por los siete conductos. Es decir, por los cinco conocidos, más los ojos.

Me gustaría hacer una lista con todas las mujeres, lesbianas, trans, travestis y personas no binarias que fueron asesinadas en nuestro país. En manos de los hombres. Pero nunca terminaría. O nadie terminaría de leerme, como me pasa a mí con el libro de Bolaño.
Mientras tanto, decidí que voy a seguir escribiendo. Sobre ellxs, sobre las luchas por venir, sobre mujeres que fueron parte de la historia y ni lo sabemos. Sobre poetas muertas, sobre desaparecidas, sobre Juana Azurduy, sobre travestis que escriben sobre otras travestis. Sobre Evita y sobre mí, sobre la vecina, sobre la enfermera que me vacunó el otro día. Soy una mujer que va a seguir escribiendo. Ese es mi pequeño acto.

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