Amigos, son los amigos

AMISTAD. ¿Qué es la amistad? Esa simple pregunta no tiene una respuesta fácil y sus respuestas múltiples están atadas a la subjetividad de quien responda. Sin embargo, podemos asegurar que la verdadera amistad es extraña, azarosa y, al igual que el amor, lleva la marca del encuentro casual e imprevisto. Se puede decir que también hay amistades sacras y profanas. Esas marcas nos revelan la idea supersticiosa por la cual le adjudicamos un aura de predestinación al vínculo amistoso. Cierto es que no todas las amistades duran toda la vida. A veces, un desencuentro puede desembocar en una ruptura, un alejamiento motivado por otras causas puede diluir una amistad en el tiempo, y a esas contingencias también les adjudicamos la idea supersticiosa de que estaban predestinadas a romperse o diluirse. Del mismo modo que sucede con una relación amorosa a la cual le juramos amor eterno. En el amor institucionalizado por el matrimonio, el contrato exige que la unión conyugal se prolongue hasta que la muerte separe a los cónyuges, una imposición difícil de sostener en el tiempo. Qué nos puede asegurar que podamos mantener un amor imperecedero con el otro o la otra, cuando hay cosas que nos impiden amarnos enteramente a nosotros mismos. Algo semejante sucede con la amistad, donde no hay nada institucionalizado, pero donde se exige lealtad y ser acompañados en todas nuestras acciones, lo cual también es otra imposibilidad, porque nadie es capaz de quererse a sí mismo todo el tiempo. Somos leales al momento vivido, más allá de la predestinada ruptura y entregamos al destino esa fugacidad perpetua que nos marca un sentimiento que se vuelve innombrable.

La experiencia indica que la amistad es contingente y va amarrada a diferentes momentos de la vida, no son lo mismo los amigos de la infancia con los cuales se compartían escuelas, juegos y travesuras, a los amigos de la adolescencia que animan a otros despertares y compromisos interesados y a los amigos que va trayendo la vida y su devenir, aunque algunas de esas amistades perduren a lo largo de toda la vida, con mayor o menor intensidad.

Como todos, he tenido amistades perdurables en el tiempo y otras más efímeras, pero cuyas intensidades han marcado los caminos que uno ha tomado en esta vida, muchas veces me he preguntado el absurdo o lo contradictorio de alguna de ellas, siendo la proveniencia de mundos opuestos en lo real, pero, muchas veces lo imaginario y lo simbólico jugaban su parte para mantener el vínculo. Y más en estos territorios del Río de la Plata, donde lo gauchesco y el tango ensalzan la figura del amigo y dictan la conducta de lealtad, como indican los de José Hernández, que dicen: Al que es amigo jamás/ lo dejen en la estacada/ Pero no le pidan nada/ Ni lo aguarden todo de él:/ Siempre el amigo más fiel/ es una conducta honrada.

RIVADAVIA. Con Bernardino, Dino o Cachi, tuvimos una amistad durante cuarenta años, nos conocimos casualmente, por un amigo en común, Sergio Rondán, que trabajaba en la librería Fausto en la calle Corrientes. Ahí es donde muchas veces solía gastarse el sueldo recién cobrado –como empleado del Banco de Londres– en libros que a lo largo de los años fueron poblando los estantes de una biblioteca de 20 mil volúmenes. Dino se sentía orgulloso y, cuando la oportunidad se presentaba, resaltaba ese detalle: “Me he quedado sin comer muchas veces, por comprar estas ediciones que no se han vuelto a publicar”. Sólo por esto ya era un ser querible.

Visitar su casa era un verdadero deleite. No solo por esa descomunal biblioteca, sino también por los objetos que poblaban las paredes y el espacio. Pequeñas esculturas, cuadros, móviles y objetos familiares, como el sable del Comodoro Rivadavia, expuesto en una pared y encima de una carta enmarcada de Julio Córtazar. Justamente con ese escritor había mantenido una discusión epistolar a raíz de un cuento publicado de Julio. Dino le señalaba las coincidencias narrativas con un cuento de Horacio Quiroga. Era un tipo severo y sentencioso en ese y otros sentidos, por lo cual muchas veces se generaban discusiones y peleas, aunque pasado el tiempo siempre quedaban en el olvido. Lo cierto es que también ese saber enciclopedista del que hacía gala, más allá de las aprobaciones y desaprobaciones, contribuyó a que muchos nos formáramos como lectores y escritores.

A lo largo de cuarenta años, en la vida de las personas suceden cosas: muertes anunciadas (como la de Sergio Rondán), situaciones memorables (como la noche en que fuimos a visitarlo con el poeta Osvaldo Lamborghini a quien le negó un vaso más de vino porque estaba muy borracho y todo estuvo a punto de terminar para el culo).  Y así como suceden esas cosas, también suceden los cambios políticos, que fueron desde la dictadura, el menemismo y el gobierno de Néstor, para ser puntuales. A los milicos no les tuvo simpatía alguna y cierta noche una patota –vaya a uno a saber por qué — le reventó la casa. Durante la Guerra de Malvinas los aborreció aún más. En los años menemistas se volvió un acérrimo defensor del riojano, derramó lágrimas cuando le mataron al hijo y cuando ganó la última elección. Sin embargo, esa postura la modificó, durante el gobierno de Néstor y los de Cristina, donde sus posiciones se radicalizaron durante el conflicto por el aumento de las retenciones a la soja del año 2008. Imposible olvidar sus llamadas a la noche, para decirme: “Cómo lamento no tener veinte años, para salir con un garrote por Barrio Norte y cagar a palos a esos oligarcas cara y culo colorados”.

En ese lapso de varias décadas la gente cambia, envejece, se enferma y muere. Ya en los últimos años Cachi no circulaba con su elegancia particular por la calle Florida o Corrientes y no asistía a eventos. Se había aislado y permanecía en la cama estilo Onetti, su físico delgado se convirtió en una mole de 150 kilos. No paraba de disfrutar de platos y suculentos y barras de chocolate a granel, como si fuera un sibarita desaforado. El cáncer había demolido su espíritu. En esa situación desahuciada, una noche me llamó para decirme que había tomado varios frascos de pastillas. Mi primer impulso fue decirle que salía para su casa y que llamaba a una ambulancia, pero su pedido fue: “Me cago y meo encima, me quiero ir de todo esto, quedémonos hablando hasta que se corte”. Sería impreciso decir cuánto duró ese último diálogo, ni tampoco de qué hablamos. Muchas veces me interrogué acerca de ese gesto por parte mía, ya sabemos que la moral y la ética difieren en mucho. Creo haber tenido un gesto ético con un amigo, al cual la vida ya lo había abandonado antes y que la gente tiene derecho a morir como quiera. Además, le debía muchas cosas, entre ellas y la más importante, ser escritor.

MARA. Con Mara, las cosas sucedieron a la inversa, empezamos como novios y terminamos siendo amigos. Nos conocimos casualmente, en una noche inolvidable, vivida en una fiesta en los años 80, por Chacarita. Después de conversar, beber, fumar y bailar, decidimos abandonar el lugar en busca de más intimidad. Ignoraba que su ex novio celoso estaba en el lugar y en el momento que decimos partir, el pendejo salió a la vereda y comenzó a armar aspavento. Le emboqué una piña en la cara y se cayó de culo en la vereda. Aprovechamos la caída para salir corriendo del lugar y buscar refugio en algún bar de la zona. En ese bar por la avenida Forest, estuvimos hasta que nos sorprendió el amanecer y la acompañé caminando a su casa en Belgrano R. De ese modo comenzamos un amor. Acordaba citas en una esquina, pero ella me esperaba en otra o llegaba una hora después y a veces un poco más, porque la confusión la extendía a un lugar al que ni siquiera habíamos contemplado como punto de encuentro. No sé por qué, pero ese cuelgue de su parte me atraía tanto, como que a mi madre no le gustara Mara y me dijera “Esa chica, no es una mujer para vos”. La madre de ella tenía la misma opinión sobre mí y solía telefonear a la mía pidiéndole el absurdo favor, de que hiciera algo que me alejara de su hija. Mi juventud fue bastante alocada y a veces destructiva. Ese era motivo de algunas peleas. Cierta tarde, en la que con Mara pasamos por la casa de mi madre, en determinado momento de una conversación, Elsa le dice:

-Yo lo parí, pero a veces me dan ganas de matarlo.

A lo que Mara le respondió. –A mí también.

Ambas tenían un por qué en sus intenciones homicidas, pero no fue por eso que el amor llegó a su fin. Pasaron muchas cosas, algunas risueñas, algunas no tanto y otras graves. Por unos cuantos años, quizás veinte, nos alejamos y dejamos de hablarnos. En ese lapso, cada uno vivió sus experiencias particulares, formó o no una familia, realizó tales y cuales cosas y otras quedaron en el deseo. Pasado el 2001, volvimos a encontrarnos y de modo casual, adhiriendo a la superstición popular de qué todo comienza casualmente. A ese encuentro le sucedieron muchos más y a la lejana ruptura le sucedió la amistad y lo que implica. A veces, estar de acuerdo, a veces disentir, discutir, ayudarse y reconciliarse, como gestos de amor entre amigos, que saben tanto las luminosidades y oscuridades del otro y que nadie más conoce. La contingencia de lo inconfesable a todos, pero sí la confesión individual, la que admite el perdón del amigo o amiga. Podría hablar y contar muchas cosas del momento de amor con Mara, porque fue muy vívido, una ebullición de momentos fugaces que escribo para rescatarlos del olvido. Podría escribir cuentos, fábulas, novelas, sobre sus padres separados y los míos obreros y comunistas, sobre las personas que nos rodearon en aquellos años juveniles, podría escribir mucho porque me es dado recordar, sobre las zozobras del uno y el otro -claro está- en este retazo de existencia con el cual atravesamos el tiempo, en el cual no sabemos si vamos de la nada a la nada o de la nada hacia Dios.

Cuando mi gata murió hacía unas semanas que no nos hablábamos, no es necesario contar el por qué, solo que ella me dijo, mientras hablábamos cuestiones personales “La cortó acá, porque esta discusión ya lleva cincuenta años.” Pero enterada de lo sucedido con Dee Dee, me llamó para aliviar la pena. O sea, hizo lo que hace una amiga, lo cual es entrañable y verdaderamente dichoso.

LUIS. Con Luis o El Raffa por su apellido Raffatella, nos conocimos fortuitamente a fines de los años 70, en la fila del Pumper Nic, la primera cadena argentina de comida rápida. Para promocionarse, la  empresa había publicado en una revista de circulación masiva, vales que se canjeaban por una hamburguesa y un vaso de gaseosa. Yo tenía un montón porque trabajaba en la imprenta donde se imprimía la publicación. El Raffa, al ver el fajo que saqué del bolsillo, me preguntó de dónde los había sacado, le expliqué el origen y le regalé unos cuantos. Ese gesto de mi parte fue el comienzo de una hermosa amistad, parafreseando al dialogo que mantiene Glenn Ford con un bandido en el film Gilda.

El Raffa era de La Plata y podría contar también muchas cosas sobre los tantos años de amistad vividos, que irían desde las experiencias personales, las políticas y los peligros. Un par de veces nos agarramos a las trompadas, la última terminamos los dos en un hospital, por lo cual decidimos no irnos más a las manos y zanjar las discusiones de manera más civilizada. Muchos lo consideraban un loco, como a mí también, esas opiniones no me importaban, porque cuando uno estaba en la mala, El Raffa, siempre estaba. No le fallaba a sus amigos.

Cierta tarde en su casa, un caserón en 71 y 13, estábamos disfrutábamos de unas ricas flores y cayó un amigo de él que yo no conocía. El tipo tomaba vino en un frasco que estaba encima de un armario. Era bastante hosco y exhalaba mal humor hasta por los poros. Pronto nos enteró del motivo de la visita, necesitaba un favor de Luis. Fue claro: “Escuchame Raffa, viste que mi hijo es gay, como dicen ahora. Bueno, se casa en quince días y organizó una fiesta. Voy a tener que bailar el vals nupcial con el novio de él. A mí me da vergüenza. Ese día me voy a vendar el tobillo para excusarme. ¿Vos podés bailar en mí lugar?

El Raffa, sentado en un sillón estilo trono, cerró los ojos y después de unos segundos, le preguntó.

-¿Tengo que ir de traje?

-Y sí, boludo. Es un casamiento.

Así es la vida y las cosas que uno hace por sus amigos.

COMPARTÍ ESTE ARTÍCULO

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin

Recibí nuestras novedades

Puede darse de baja en cualquier momento. Al registrarse, acepta nuestros Términos de servicio y Política de privacidad.

Últimos artículos

Pensar los peligros de la patria desde su cuna, entre pasados revisitados y esperanzas que los “nadies” cosen con rabia de dientes apretados. Por Yeyé Soria
Bajo la apariencia de innovación, la reforma de la Policía Federal reproduce esquemas históricos de control social y violencia institucional. Edición especial. Segunda entrega. Por Marcelo Sain.
Tres lógicas que atraviesan al presidente: el evangelio de la prosperidad, el alineamiento con las potencias dominantes y la sumisión a la oligarquía local. Por Eric Calcagno

COMPARTÍ ESTE ARTÍCULO

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin

ARTICULOS RELACIONADOS