1. La no-historia
El discurso de Milei no brilla por ideas nuevas. Si buscamos originalidad, será pues del lado de la disposición de los lugares comunes que menciona. Las referencias históricas suelen ser de utilidad para saber cómo viene la cosa, puesto que lo que suponemos nuevo siempre viene vestido con trajes del pasado, a modo de legitimación.
La épica que convoca, en base a la declaración de independencia o a la constitución de 1853 es la de dejar de ser bárbaros, lo que conocemos como populismo y que no pocas personas pudientes han llamado “orcos” desde los tiempos del macriato. Siempre ha sido una dura tarea para las fuerzas del cielo definir las fuerzas de la tierra: populares, federales, chusma radical o cabecitas negras peronistas, planeros… nada ha variado desde que los unitarios la emprendieron contra los gauchos “vagos y mal entretenidos”. También sería hora que el movimiento nacional acte lo que sabe: aunque el peronista conceda todo, peronista queda. Y de allí Milei.
Las evocaciones de Roca y Sarmiento serían cómicas si el contexto no fuera tan trágico. Milei apela al Roca genocida, pero olvida la federalización de Buenos Aires, la construcción de ferrocarriles sin inversión inglesa, algo que el propio Scalabrini Ortiz recordó; Roca estableció el peso como moneda nacional, algo que Milei quiere eliminar con la dolarización, defendió la causa Malvinas, algo que a Milei no le interesa, y sostuvo la doctrina Drago contra la intervención extranjera en Venezuela, algo que Milei detesta. También fue Roca, en la segunda presidencia, el que ordenó a Joaquín V. González investigar la sociedad argentina, de lo que salió el “Informe Bialet-Massé” sobre el estado de las clases obreras”… que cobraban en vouchers de la propia empresa. Digo, vales para cobrar en el almacén corporativo. Esa Argentina faro de occidente para Milei era el infierno del trabajador, el paraíso de la explotación. Mucho Rocca, poco Roca, el tal Milei, ché.
Milei también habló de lo indignado que estaría Sarmiento con la educación de hoy. Sarmiento, como todo prócer, es contradictorio y problemático; si no, no sería prócer. Hay que tomar mucha vitina para alabar o criticar a Sarmiento, y mucho más para ambas cosas. Digamos que a fines del siglo XIX, además de masacrar al Paraguay y ser un racista convicto y confeso, Sarmiento estableció un sistema educativo con buenos y malos, no siempre acertados. Pero al menos sin un “Estado presente” como se dice hoy, sino con la acción política directa del poder público, como resultado de una decisión política, que así debe ser. Escuelas para alumnos, escuelas normales para maestros, guardapolvo blanco para que no haya diferencias sociales, las que adora Milei. Sarmiento impuso a sangre y fuego (asesinato de Peñaloza) una enseñanza pública, laica, gratuita y obligatoria. Ah, y de calidad. Todos asuntos que Milei manda directo a la cloaca de los vouchers, o la libre elección basada en la competencia de las diferentes escuelas, como si de empresas se trataran. En política, el error es peor que el crimen.
Así como Mazzini dijo en el momento de la unificación “tenemos a Italia, ahora hay que fabricar italianos”, Sarmiento construyó ese sistema, con el pensamiento de que los argentinos para armar deberían ser iguales o superiores a él mismo, que es la marca de excelencia pedagógica. De algún modo lo logró, que de ese sistema nacerá después el revisionismo, el pensamiento crítico marxista y las cátedras nacionales. En su apogeo, el sistema sarmientino fue el “ascensor social” para millones de argentinos, ya criollos viejos, ya hijos de inmigrantes, gracias al acceso a esa educación pública. Así es como existió una clase media. No, no fuimos el primer país en erradicar el analfabetismo, como dijo Milei, pero fuimos uno de los primeros que enseño cómo pensar. Se ve que se lo perdió, en particular en el campo de la psicología experimental, tan necesaria estos días. Es que hubo un tiempo, aunque usted no lo crea, que las escuelas confesionales o privadas eran para los brutos con guita. Y en aras de la continuidad institucional, que Milei no evoque demasiado al sanjuanino, que si se levanta…
2. La mano que mece al algoritmo
Sin embargo, Milei es presidente. Nadie llega a presidente por bobo. ¡Y encima son los cuarenta años de la democracia! Para los que creen en el destino, no es sino una broma cruel. Ahora, si nos fijamos, veremos algunas cosas.
Algunos adjudican el triunfo de Milei a su semblante de outsider del sistema político. Una especie de fenómeno jamás visto ni previsto que arrasa con todo. ¡La sopresa de un Trump o la agresividad de un Bolsanaro! Dejemos esas almas en una especie de idealismo autojustificatorio. “Nadie lo vio venir” es como decir “nadie es responsable”. Este tipo de visión es de extrema gravedad entre los que asumieron altos cargos durante “la década ganada”. En el fondo, son los verdaderos “mariscales de la derrota”, que fue cocinada a fuerza de tratar de mitigar las consecuencias y no de atacar las causas. Esa también fue la condicionalidad de la democracia desde 1983: avanzamos mucho en derechos políticos y sociales, pero no tocamos la estructura económica. La que forma precios, la que maneja monopolios comerciales o informativos, la que moldea las condiciones de conocimiento de la realidad. “No es posible construir con manos enemigas”, dijo Frondizi décadas después del poder. Una lección, por lo visto, jamás aprendida por alguien que no sea Perón.
No. Milei no es un outsider, una “bala perdida” imprevisible y fatal. Basta con leer al Compañero Gramsci para entenderlo. Pero claro, hay que ser compañero y hay que leer a Gramsci. Sino, hay universidades norteamericanas para los que puedan ir. Shame!
Es que Gramsci señala que “el empresario capitalista crea junto consigo mismo al economista, al científico de la economía política” que “le da homogeneidad y conciencia de su propia función en el campo económico”, pero además “ellos deben tener una cierta capacidad técnica, no sólo en el campo económico en sentido estricto, sino también en otros campos, al menos en aquellos más próximos a la producción económica”. Ese es el intelectual tradicional ¡Y es lo que ha hecho Milei en los medios desde hace años! Lo ha hecho no sólo desde la recitación seudocientífica en economía utilizada como argumento de autoridad, del tipo “yo sé algo que ustedes no saben”, “no leyeron, no saben”, “usted es una burra”, sino que lo más importante son los insultos. Milei es el intelectual tradicional de los monopolios locales o internacionales. Ningún marginal, que es el representante político de personas como Rocca y Eurnekian. Es cierto que con la cultura que poseen Rocca y Eurnekian podrían haber elegido mejor, pero la función crea el órgano. Hay mucho para repartir de los restos argentinos: concesiones, privatizaciones, tarifas… y Milei es fiel como un perro. Además le gusta.
Eso entendió Milei, el equipo financiador o Conan. Supieron cabalgar el algoritmo en su favor. La interacción en redes favorecen los extremos: escriba usted “qué bello es vivir”, tendrá pocas interacciones. Pero si escribe “hay que matar a los gordos” –un decir— saltarán los de un bando y el otro a puro insulto, lo que dará más opiniones, más interacciones y más presencia en un mundo que, por no existir, no es menos operativo. Y como hay un mundo que prefiere Cabify, Uber o Didi en vez de un simple taxi, ni hablar del bondi –veamos el nivel, gasto y gesto— hay quienes por las mismas razones prefieren Facebook, Twitter o Tik Tok antes que un libro, una relación o una vivencia colectiva. Es ahí donde la década ganada almorzó la curva. En los tiempos, los cantos laudatorios no pueden ni alcanzan. Ganó Milei que supo condensar el odio social –producto de las frustraciones de cuarenta años— sin más programa que una motosierra, el ataque a la casta o la promoción de la escuela austríaca de economía, que es lo mismo que hablar con un perro muerto. Eso no habla tanto de Milei como de las propias debilidades y responsabilidades. Espero que “Autocrítica” no sea sólo una revista para los peronistas tuercas. Para terminar, dejamos lo más significativo: “Nuestro objetivo era disciplinar una sociedad anarquizada; volverla a sus principios, a sus cauces naturales. Con respecto al peronismo, salir de una visión populista, demagógica, que impregnaba a vastos sectores; con relación a la economía, ir a una economía de mercado, liberal”. Es cita de Jorge Rafael Videla, publicada por Ceferino Reato en Infobae el 29 de marzo