Alberto Roth: Un ecologista en su salsa

Andariego estudioso, pionero de la agroecología y transgresor singular en tierras misioneras. Dedicó su vida a la preservación ambiental cuando nadie se ocupaba de eso. Texto y fotos: Eduardo Silveyra

Entro en la única veterinaria existente del pueblo Gobernador Roca a comprar alimento para mi gata Dee Dee. Como siempre, me atiende Grisel Gutkoski. Al verme me saluda y sonríe. Grisel es una ávida lectora y después de despacharme el pedido me dice que leyó la nota sobre Moisés Bertoni, que le gustó mucho.  “Tiene que escribir sobre Alberto Roth, también era suizo y creo que se conocieron con Bertoni. Fue un pionero de la yerba mate en Santo Pipó y además él era ecologista. Yo vivo ahí y un poco conozco, ahora hay una fundación y un museo que hicieron sus nietos. Le va a encantar su historia”, agrega.

Como también yo tengo avidez por la lectura y el conocer, apenas llego a mi casa googleo el nombre de Alberto Roth y me basta leer una sola reseña de su vida para quedar cautivo de la historia de este hombre nacido en Suiza, precisamente en Basilea en 1901. Huérfano a temprana edad, su padre Heinrich y su madre María Amelia Wartner murieron siendo él un niño. En esa situación fue acogido por la familia Würgler, la cual será fundamental en su vida. Estos acontecimientos marcaron su carácter de sobreponerse a cualquier adversidad y enfrentarlas con voluntad de hierro. También influyeron otros hechos no personales, como la Primera Guerra Mundial y sus secuelas económicas en Europa, pese a la neutralidad suiza.

Como muchos jóvenes de la burguesía europea, tuvo acceso a estudios universitarios, en su caso relacionados con la administración de empresas industriales. En esas épocas una ola industrialista avanzaba sobre Europa provocando conflictos y cambios sociales profundos, como la revolución rusa de 1917. Influenciado por los acontecimientos de su tiempo, Roth abandona los estudios universitarios y participa de caminatas alpinas organizadas por la organización juvenil Wandervogel, cuya traducción al español sería algo así como “pájaros migrantes”. Esas caminatas, que tenían una evocación del texto de Heidegger “El sendero del campo”, lo llevan a abandonar su trabajo y emplearse en la granja de Jakob Sulzer, en Riehen, e inscribirse en cursos del Instituto de Enseñanza para Horticultura y Fruticultura y en el Instituto de Enseñanza y Experimentación de Cultivos con Fresadora en un centro educativo de la empresa Siemens, ubicado en Straelen, Renania del Norte, Alemania. Con una formación empírica y filosófica por un lado y profesional por el otro, Alberto Roth decide viajar a la Argentina en 1924 acompañado por su novia Margaretha Gritli Würgler (la hija del matrimonio que lo acogió al morir sus padres y con quien se casaría dos años después).

INFLUENCIAS. Durante los veintiocho días en barco, Roth aprendió los rudimentos del idioma español y tuvo tiempo para rememorar las caminatas con los Wandervogel, la agrupación de jóvenes alemanes que se expandió por diversos países de Europa recorriendo senderos rurales para oponerse a la industrialización indiscriminada y preconizar la vuelta a la vida rural y campesina. A esta organización también adhirió el escritor Ernst Jünger quien además de participar en las dos guerras mundiales del siglo XX, en los años 60 experimentó los viajes psicodélicos con LSD junto a Timothy Leary. No son pocos los que ven en la organización juvenil el germen del hipismo en la misma década. Pero si Alberto Roth tenía añoranza de esas caminatas, también tenía espacio en su memoria para recordar las conversaciones con Max Tepp, el pedagogo y viajero alemán, quien a principios del siglo XX recorrió la Patagonia y clasificó fauna y flora en las cercanías del lago Nahuel Huapi. En esas remembranzas marítimas también aparecía el pintor, revolucionario y viajero, nacido en Bremen, Heinrich Vogeler, hijo de un ferretero y una campesina. Vogeler, un auténtico andariego, viajó a la Unión Soviética en los primeros años de la revolución. Llegó siendo un prerrafaelista, para decantar a la vuelta en un exponente del expresionismo alemán. Como se ve, Roth, sabía cómo nutrirse intelectualmente, pero no fueron ni el pintor ni el pedagogo quienes lo alentaron a viajar a la Argentina, sino el germano argentino Silvio Gesell, creador de una teoría económica que alentaba el cierre de todos los bancos por considerarlos creadores de la usura. También impulsaban la abolición del dinero y la vuelta al trueque. Es Gesell quien lo anima a poseer una pequeña propiedad rural autosustentable y le aconseja que el mejor lugar es la Argentina. Si bien al desembarcar estaba enfermo y le recomendaron retornar a Suiza, nada podía quebrantar su voluntad. De Buenos Aires viajó a Córdoba, donde consiguió un empleo y se casó con su amada Gritli. Pero no fue Silvio Gesell la figura determinante para establecerse en Misiones a trabajar en su sueño, sino la lectura de la ya prolífica obra de otro suizo, Moisés Bertoni, conocido entonces como el “Sabio Bertoni”. Fue así como el joven matrimonio emprendió su viaje desde las tierras serranas para comprar un lote en Santo Pipó en 1925. Allí, Roth da rienda suelta al sueño de la producción yerbatera y al estudio de los suelos misioneros.

YERBALES. Gracias nuevamente a Grisel, me contacto con Gustavo Patzer, un joven y vivaz ingeniero agrónomo, que está a cargo del museo en que se ha convertido la casa y el lugar de producción de yerba (que aún se mantiene a una escala más pequeña). Santo Pipó está a no más de diez kilómetros de Roca, al llegar en la camioneta Peugeot un tanto traqueteada, no entramos en el pueblo sino en un camino de tierra que va rumbo a la colonia. Andamos uno cinco kilómetros por ese camino escabroso rodeado de vegetación montaraz. Luego de un trecho se comienzan a ver los primeros yerbatales y un grupo de hombres que están tarefeando. Por el camino, Gustavo me comenta que el lote que Ruth compró era de cien hectáreas, que se movía la tierra lo menos posible y además no se practicaba el rozado. Que en los yerbales había otros cultivos como porotos, cítricos y ganado del que aprovechaba el estiércol para abono y que se le dio por el cuidado del agua y el monte nativo. Me comentó que él siempre decía que la tierra uno no la hereda de sus padres, sino que la toma prestada de sus nietos.

Después de un trecho, llegamos a la tranquera y al sendero que conduce a la casa, allí nos recibe Sandro Morais, un criollo misionero que oficia de capataz, responsable del cuidado del establecimiento. La casa tiene una amplia galería rodeada por un parque donde uno encuentra lapachos, cítricos, cañafitolas, cipreses y algún que otro pino y araucarias. No muy lejos se ve el estanque creado por un dique de contención, en un arroyo que corre a lo largo del terreno, hasta perderse en la espesura. Ante esa visión, recuerdo el fragmento de una de las cartas que forman parte de uno de los libros señeros de Roth, Cartas Misioneras, donde dice: “El esfuerzo común se debe volcar en solucionar el problema del agua en toda la provincia. Sin agua no hay vida”.

Estas obras fluviales las inician en 1935, cuando funda junto a su cuñado la empresa Roth y Würgler S.R.L. que produce la primera yerba orgánica de la región, los abonos usados en los yerbatales no eran químicos, sino naturales y se comercializa con la marca Roapipó, la cual sale a la venta en 1938. En el establecimiento trabajan 130 familias misioneras. También, por eso años, nacen en el lugar sus hijas Felicitas y Annelies.

Guiado por Gustavo entramos en la casa, el mobiliario es rústico y práctico, en las paredes se ven retratos, billetes de la época inflacionaria en Alemania, período que fue el germen del nazismo, enmarcados prolijamente. Gustavo, me dice: “Muchos de los muebles los fabricó él, era un hombre muy ingenioso. Como no había heladera, la casa la construyó con un sótano que tiene un sistema de ventilación por el cual se crean corrientes de aire frío, que permitían conservar carnes, quesos y manteca. Él, estaba en todo, hacía esas cosas y a la vez se dedicaba a perfeccionar su método de conservación del suelo. En los años 50 lo visitó Hugh Bennet, que es el padre de la conservación del suelo y le entregó una medalla de oro, reconociéndolo como al mejor conservacionista de suelos al Sur del Río Grande”.

Dejamos la casa y caminamos hacía el molino. Allí hay ahora un museo un poco descuidado, pero en el que se ve lo artesanal de las antiguas maquinarias de moliendas de la yerba, poleas enormes, balanzas con sus pesas de bronces, un viejo Ford A que con un arreglito vuelve a funcionar, me aclara nuestro guía.

Es evidente que Alberto Roth vive en armonía con la naturaleza junto a su familia, una armonía aprendida en los años de sus andanzas con los Wandervogel, pero que se resquebraja en el año 1951 cuando muere su amada compañera Gritli. Este acontecimiento, lo sumió en una profunda tristeza –cuenta Gustavo– y decide retornar a Suiza. Los suegros, al ver estado depresivo en que estaba sumido, le aconsejan buscar una nueva compañera y le presentan a Clémence, la hermana menor de su difunta esposa, la cual supo diluirle la pena y devolverle la alegría. Sin dudarlo, acepta la propuesta, abandona otra vez Basilea y emprende el regreso hacia Santo Pipó, para casarse con su nuevo amor un año después.

OBRAS. Subimos otra vez a la vieja camioneta para dirigirnos a las quince hectáreas donde se preserva el monte nativo. Los senderos son estrechos. De golpe Gustavo frena al observar la huella apenas perceptible de un vehículo a la entrada de una senda que conduce monte adentro.

-Acá se ve clarita la huella. –Dice él, como buen baquiano.

Lo sigo unos pasos atrás. En un costado encontramos montículos de aserrín y me dice:

-Entran para robar leña, hacer alguna tala y cazar animales, todo muy mal, se han robado hasta el cartel de la entrada. Voy a tener que llamar a Ecología para que pongan alguna vigilancia. Una de las grandes preocupaciones de Alberto, era la preservación de los montes nativos y sus árboles. Desde 1978 a 1984 escribió cartas que se publicaron en el diario El Territorio y después las recopilaron en dos libros. Uno es ¡Querida Misiones, Hermosa!, y el otro Cartas Misioneras, sobre los problemas del agua y posibles maneras de solucionarlos, también habla del peligro de los monocultivos y señalaba que son algo anti natural y que erosionan los suelos.

Es una de esas cartas donde Roth apunta que: “Los monocultivos de resinosos, no protegen los suelos contra la erosión, ni dan albergue ni protección a la fauna y hacen peligrar la existencia de las cuencas hídricas”. Este epistolario público que se editaba quincenalmente, se interrumpió un año antes de su muerte, debido a la ceguera que le impidió continuarlo. Alberto Roth, se despidió de este mundo y de su amada tierra misionera un 8 de octubre de 1985, con 84 años consagrados al amor a la tierra, a la naturaleza y la vida misma. Consciente de lo dispar de la lucha en unas de las cartas apunta lo siguiente: El gobierno me apoya, me reconoce, pero al mismo tiempo permite y hasta promueve el sacrificio de las últimas áreas boscosas y los últimos ejemplares de especies arbóreas que corren el peligro de ser exterminados. El sistema de obraje, que permite la explotación de árboles en terrenos arrendados, hace que desde lejos parezcan bosque, pero en realidad ya no lo son, porque carecen de los árboles”. Gracias, Alberto.

COMPARTÍ ESTE ARTÍCULO

Share on facebook
Share on twitter
Share on linkedin

Recibí nuestras novedades

Puede darse de baja en cualquier momento. Al registrarse, acepta nuestros Términos de servicio y Política de privacidad.

Últimos artículos

Si la realidad es discursiva, entonces también es transformable. Y si toda realidad es virtual, entonces también puede ser reescrita. Por Carlos Alberto Díaz
El mecanimos que esconde y delata la condena a Cristina. La repercusión no calculada. La tarea por delante del peronimo militante. Por Antonio Muñiz
El valor del discurso de Cristina Fernández de Kirchner para la provincia de Corrientes. Por Jacinto Álvarez