A Binner lo tapa el agua

Como en 2003, una nueva inundación azotó tierra santafesina días después de la elección presidencial. Una historia que vuelve a repetirse que no diferencia colores políticos. El drama social y la polémica sobre la imagen religiosa retirada de la cancha de Colón le sirvió a Binner para opacar su derrota como local ante el aluvión de votos kirchneristas.

La ciudad de Santa Fe –la capital de la provincia- es de la Veracruz. La “vera cruz”. No cualquier cruz. La verdadera. En Santa Fe, la Iglesia Católica es muy poderosa. Casi siempre los colegios religiosos han aportado intendentes. El mandamás puede ser peronista o radical; eso cambia. Pero más altamente probable es que sea egresado de la escuela jesuita de la Inmaculada Concepción. El último Arzobispo, Edgardo Storni, vive en La Falda, Córdoba, después que se comprobara que era un abusador. Su casa y su salario están pagos por la jerarquía. Lo protege la Cruz. La “vera cruz”. No cualquier cruz.

En los días previos a que el 54% de los argentinos decidiera que Cristina Fernández de Kirchner fuera otra vez presidenta, Santa Fe hablaba de otras cosas. A la mañana, en la zona de Tribunales o en las dependencias públicas; o en los barrios y en la peatonal, después de la siesta obligada, la ciudad estaba ofendida por un hecho grave, verdaderamente trascendente: los jugadores de Colón habían dispuesto retirar del estadio una imagen de la Virgen de Guadalupe, por considerarla “mufa”.

Sí, sí. “Mufa” ella. La que el mismo Storni bendijo el día que la colocaron. La que guardó los secretos de la muerte de Monseñor Zaspe y miró altiva los crímenes en los ’70. Para Santa Fe de la “vera cruz”, no cualquiera, la verdadera, las elecciones, y el país, y la economía, quedaron en segundo plano. Sin embargo, unos días después de las elecciones, hubo un deja vu grande como el triunfo de Cristina que hizo despertar a la ciudad, la dejó sin siesta, sin habla, acaso le aumentó el rezo.

En el 2003, un día después que ganara Néstor Kirchner, el agua entró como un aluvión sobre los barrios donde vive el pobrerío y un tercio de la población quedó inundada. Ahora, unos días después de la rotunda reelección, el agua volvió a ingresar, esta vez sin desborde del río, hecha lluvia torrencial. Pero con una diferencia: para que gobiernen la ciudad y la provincia quienes la gobiernan hoy, mucho tuvo que ver aquella inundación. Y años después, se terminaron pareciendo demasiado.

La inundación cruzó la vida de los santafesinos para siempre. Reutemann –el responsable político- comenzó su declive, aun cuando los reaseguros que dejó en la Justicia lo dejaron impune. Los daños psicológicos y las muertes posteriores nunca se contaron. Marcelo Alvarez, el intendente que había prometido que no se inundarían los barrios que horas después tuvieron 2 metros de agua, es un muerto político. El reutemanismo retuvo el gobierno de la ciudad pero su performance neo liberal y una nueva inundación, propiciaron la llegada de Hermes Binner al gobierno provincial.

En la ciudad capital también hubo cambio. El radicalismo llegó al palacio municipal refrendando esa palabra. Santa Fe Cambia, dijeron en sintonía con el gobierno provincial. “Florece”, agregaron desde los afiches. Fueron por los barrios inundados a prometerles a los vecinos, casa por casa, puntero por puntero, que jamás se volverían a inundar. No hablaron de pavimento, barrido o limpieza. No. Fueron demasiado lejos. Entraron por el alma, la psiquis deshecha y el corazón dolorido de los santafesinos. Hablaron de inundaciones nunca más. Esas palabras dijeron: NUNCA MÁS. Pesadas palabras para no estar dispuestos a cumplirlas.

Ahora llovió y nos volvimos a inundar. Mario Barletta, el intendente –que de él se trata- primero, en un atisbo de defensa, dijo que el gobierno nacional no le había mandado el dinero para los desagües. Después, tratando de victimarios a las víctimas, pretendió que los desagües fueron tapados ex profeso por algún saboteador profesional. Después, dijo que llovieron 240 milímetros cuando los propios técnicos de la Universidad que lo vio iniciar su carrera política desmintieron con argumentos ese disparate. Como antes con Reutemann, a Barletta no le importó la gente. No es un problema de peronistas o radicales; se trata de quedar bien con el establishment. Con los custodios de la “vera cruz”. No cualquier cruz. La verdadera.

Por eso no hubo demasiado tiempo para hablar de las elecciones. Pocos repararon en que Cristina le ganó a Binner en su territorio. Quizás una buena propaganda del gobierno socialista (41 millones en publicidad oficial. Recomendamos www.nestornautas.blogspot.com) que habló de Binnerazo. Quizás porque el norte, siempre olvidado, no se tiene en cuenta y allí, en los departamentos limítrofes con el Chaco, Fernández de Kirchner sacó más del 50%, acompañando la media nacional.

Tampoco se habló tanto de la elección que hizo el Frente para la Victoria en Rosario, bastión socialista donde apenas hubo un punto de diferencia a favor del FAP. O en la misma Santa Fe, que de abofeteada e inundada ni se puso a ver que buena parte de los votos que le dieron el triunfo a Cristina salieron desde la capital, donde manda el intendente radical que se le parece demasiado a sus antecesores reutemanistas.

La Santa Fe inundada busca recobrar la normalidad y repara poco en detalles. Hay uno en que vale la pena detenerse. Cuando Binner fue a votar, varios periodistas se le acercaron. El gobernador saliente no detuvo su marcha. Contestó con cordialidad pero sin detenerse. En un momento, se topó con el cronista de TN. Entonces ahí sí, Binner hizo un ademán y se cuadró. Se detuvo a darle formalidad a la nota y el resto de los colegas se hicieron un borbollón en torno al aspirante a ingresar a la Casa Rosada.

Tiene su simbología la imagen. Binner es cortés con todos. Amable y servicial. Pero a los tiempos los maneja él. Él decide a quién vale escuchar y a quién se lo escucha al paso. Y cuando elige, se detiene para charlar con un empleado del Grupo Clarín. Eso le importa verdaderamente. Con los demás, hace como que le interesa. Entonces dice lo que hay que decir. Lo políticamente correcto. Eso es Binner: políticamente correcto.

Dirán que es un detalle. Y lo es, verdaderamente. Pero no son detalles los acuerdos económicos del binnerismo con el Grupo Clarín, ni el floreo de sus candidatos en los días previos por todos los canales del monopolio. Con buen tino, el binnerismo supo vender en Santa Fe que estaban dos modelos en juego: el del kirchnerismo, supuestamente agotado, y el que encabezaba él, supuestamente nuevo, aun cuando el socialismo es un partido más veterano que el mismísimo PJ.

Santa Fe habló poco sobre las elecciones pero entendió que esta vez –no como cuando habla de los hospitales y las escuelas que se hicieron y nadie las puede palpar- Binner no mentía. Hay dos modelos en pugna. De inmediato se pone enfrente de este modelo cuando lo refrenda. Barletta, el intendente aprendiz de inundador que ahora quiere presidir la UCR nacional, no es Binner. Y Binner no es un inundador como Reutemann, eso está claro. Como Reutemann no hay ni habrá. Justamente, cuando Binner o Barletta se comparan con alguien, lo hacen con el justicialismo que gobernó: con Reutemann u Obeid. Nunca con el kirchnerismo, que por Santa Fe suele andar flaco. Que se sepa. Binner no es inundador y no es Lole.

Pero Hermes –como lo llaman sus adulones- tiene un defecto difícil de perdonar para los que nos sentiremos siempre inundados: a la hora de cuidar las formas, nunca saca los pies de los platos que custodian los garantes de que la ciudad sea siempre Santa Fe de la “vera cruz”. La verdadera. No cualquier cruz.

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