El gobierno de Milei ha nombrado un militar en el rol de Ministro de Defensa, un hecho que ha llamado la atención a sectores de la política y la militancia progresista. Cabe aclarar que, para quien firma estas líneas, el hecho de que un profesional de la defensa ocupe un rol de Ministro de Defensa no genera ningún sentimiento de indignación. Por el contrario, remite a pensar la relación entre este rechazo y el actual desarme argentino, en lo material, pero aún más en lo moral.
Quizás solo produzca cierta oposición el hecho de que un militar pueda acompañar a un gobierno tan claramente antinacional, cuyo presidente proclama que va a destruir el Estado y que la soberanía carece de sentido. Pero bueno, millones votan este tan explícito programa de entrega, de modo que el hecho de que los militares lo acompañen no es algo raro, aunque sí contradictorio con la naturaleza de su profesión.
Sin embargo, el cuestionamiento de la presencia de un militar como ministro de Defensa no se basa en un rechazo al proyecto de Milei. Si esto fuera así, el rechazo carecería de repercusión, ya que debería ser igual a todos los ministros: ingenieros, militares, abogados, trabajadores manuales, deportistas o lo que sean. O reducirse al hecho de que un uniformado, defensor hipotético de la soberanía nacional, revista en este gobierno; algo, sí, para indicar.
Por ello, es la intención en estas líneas cuestionarnos este rechazo a los militares. Hacerlo desde dos ángulos distintos. Uno: por qué el rechazo de que un militar sea ministro de Defensa. Y otro: por qué los militares rechazan en bloque las propuestas electorales armadas por el peronismo actual.
Empezaremos por lo segundo. Señalamos que es un error creer que los militares fueron siempre todos antiperonistas. En realidad, hubo diferentes corrientes: una minoría peronista, pero también una buena cantidad de nacionalistas que en muchos momentos optaron por el peronismo o, al menos, se opusieron a proyectos liberales. Incluso los militares liberales, en muchos casos, preservaron aspectos de la independencia del Estado.
Hay varias razones por las que explicar la desviación autodestructiva de las FFAA, o más bien de sus integrantes, en términos de opciones políticas. Solo nos centraremos en el significado del rechazo peronista (progresista) al nombramiento de Presti como ministro. No tenemos dudas de que, para entender por qué los militares en bloque no votan al peronismo realmente existente, debemos atender a la reacción de los políticos mayoritarios del actual peronismo y progresismo. Esta reacción nos informa cuál es la actitud de la política hacia el conjunto de las FFAA. ¿Desde el 83? Creemos que sí, aunque se ha ido radicalizando en los últimos años, paradójicamente cuando las razones que pudieron ser la base de una política de disciplinamiento duro de la corporación armada ya han quedado en el pasado.
Realmente no veo razones para defender a ningún colaborador de este régimen antipopular y anti argentino. Y por lo tanto no voy a defender a ningún ministro, y tampoco a este, sea general o antropólogo. De hecho, creo que hay que combatir a este régimen y a todos sus planos mucho más drásticamente de lo que se hace.
Sin embargo, me creo en la obligación de señalar, para ser consecuente entre el pensar, decir y hacer, que el hecho de que un militar sea ministro, diputado, gobernador o lo que sea, si lo es por los mecanismos constitucionales aceptados, no debería horrorizar a nadie. Un ciudadano debe tener los mismos derechos, y entre ellos está la función pública. Puede haber matices en el tema militar relacionados con la cadena de mandos. Para que se entienda: sería inconveniente poner a un sargento o un teniente en actividad en una función política de mando sobre oficiales de mayor graduación.
Es interesante que el rechazo haya venido en gran parte del peronismo realmente existente. Lo cual es increíble. Aunque en esta época de relatos nada parece increíble. Es evidente. Repetir que Perón era militar, que se sintió un hombre de las FFAA hasta el final de sus días, es algo remanido, pero parece necesario de recordar. Sin embargo, deberíamos recordar que en los gobiernos peronistas la cantidad de oficiales de las FFAA en altos cargos políticos —ministros, gobernadores, directores de empresas estatales, etc.— era enorme. Más aún en los primeros gobiernos. Pero en el tercero también. Y muchos de ellos fueron funcionarios de labor muy destacada.
Quizás sería necesario analizar las continuidades y rupturas entre el peronismo con Perón vivo y el actual. Razones que hacen a que, en muchos aspectos, las diferencias sean notables. Hay cuestiones relacionadas con los cambios de época y las adaptaciones a los nuevos tiempos; razones del cambio de representatividad e influencia de las clases y sectores sociales al interior del movimiento; rupturas que hasta podrían prefigurar la posibilidad de un nuevo movimiento distinto al anterior, aunque con cierta herencia de aquel; la configuración e integración al sistema de partidos; la apuesta política a integrar nuevas clientelas y sus discursos, etc. Pero dejemos ahí las similitudes y diferencias de esos dos movimientos y las razones de esta diferencia, para un artículo distinto.
El ministro militar
El primer ítem que arguyen los que se erigen como defensores del pacto democrático es que el consenso democrático erigido en 1983 era excluir a los militares de toda función pública. Yo, la verdad, no lo sabía. Pido perdón por mi ignorancia, ya que siendo militante muy activo desde esa época y proviniendo de una familia politizada, debería haber tomado nota de este tema y haber actuado en consecuencia. Pero se me pasó.
Podía imaginar algo así al menos en algunos sectores de la izquierda progresista. Aunque no como consenso, sino como algún tipo de imposición producto de una lucha política de sectores internos al país y externos al mismo, orientada a imponer una segregación y debilitamiento radical y permanente a las FFAA.
Pero salgamos de planes y conspiraciones. Pensémoslo como una reacción posible a una dictadura feroz y antinacional. Lo cual, sin dudas, es la condición de posibilidad de esto de lo que hablamos. El discurso antimilitar se constituye anclado en ese pasado y remite con insistencia a él.
Estaría bien recordar que los revolucionarios de los 60 y 70 nunca pensaron en dejar al país desarmado, ni siquiera con unas FFAA débiles (todo lo contrario). Lo que discutían era el tipo de FFAA que un país como Argentina necesitaba para encarar su independencia y liberación. Lo remarco porque muchos antimilitares intentan legitimarse en esos revolucionarios que ya no existen; y más allá de que uno pueda acordar o rechazar a los revolucionarios.
Mi idea, como la de muchos con los que compartí y comparto esperanzas, era que enjuiciábamos la experiencia del proceso como una forma necesaria de aprender del pasado para corregir hacia el futuro. Pero parece que el personal político que hizo el consenso democrático, que hoy se expresa horrorizado, tenía una idea distinta respecto de lo que había que corregir y hacer para la Argentina del futuro.
Ahora bien, ¿por qué un especialista en defensa, en este caso de uniforme, no puede ser ministro del área? ¿Cuál es la calificación que debería tener un ministro o funcionario? En primera instancia, estar calificado, saber del tema, gustarle, tener o ser la persona más capacitada para llevar adelante un proyecto. Señalamos esto como primero porque es lo obvio, pero no porque sea lo más importante.
Para nosotros, lo más importante para que cualquier ministro o funcionario ocupe un puesto —especialmente en Defensa— es ser un patriota, un hombre cuyo compromiso sea con su nación y su pueblo; un hombre o mujer que encare un proyecto nacional y lo lleve adelante en las FFAA y en todo lo que refiere a la defensa; que tenga claro el enemigo, etc. Y, por último, para el caso que hablamos, una persona que forme parte del sistema constitucional.
Para quien escribe y sus amigos, compañeros y camaradas, un militar, un ingeniero, un médico, un artista, un deportista, un sindicalista, etc., si es una persona que busca la grandeza de la patria y la felicidad de la clase trabajadora, será alguien que deberá aportar sus conocimientos o representatividad con intenso compromiso en una función en el Estado.
Y agreguemos algo respecto de este infausto gobierno: el funcionario debe ser afín a sus ideas, lógicamente enfrentadas a las mías. Pero eso es lógico: este es un gobierno que rechazo completamente.
Pero al revés también debería ser así. Un gobierno de cualquier naturaleza debe buscar al mejor y más efectivo funcionario que le permita desarrollar sus políticas y poner en funcionamiento la burocracia del área de la forma más capilar posible. ¿Qué mejor que un conocedor intrínseco del tema?
Algo que los gobiernos democráticos han tenido dificultad de entender, o quizás no quisieron entender, o porque encararon a las FFAA con la política de que son un peligro y la tarea es limitarlos. Eso puede ser una política, sin dudas, pero no es una política de defensa. Corta las patas a cualquier funcionario voluntarioso que pretenda tener una.
De hecho, quienes hace unos siete años presentamos un proyecto para llevar adelante el país después de la era Macri, señalamos la necesidad de crear secretarías militares que permitieran que un militar de carrera estuviera al mando político para conducir mejor y más capilarmente a cada una de las fuerzas.
Los que se dicen del campo popular y progresista hoy saltan como leche hervida porque pusieron un militar en Defensa (o sea, en su área de conocimiento). Porque eso rompe consensos y elimina la conducción civil de la defensa.
La conducción civil
Quien escribe interpretaba de forma distinta este concepto (también quizás erróneamente). Conducción civil era, más bien, conducción política: eliminar el espíritu de casta de algunos sectores militares; impedir que la autonomía militar se proyectara en estrategias propias distintas de la comunidad nacional; hacer de la defensa una cuestión nacional, como la salud o la educación. Que todos los argentinos estuviéramos implicados en los problemas de la defensa, y obviamente los especialistas de diferentes tipos, uniformados o no.
Pero parece que conducción civil es poner civiles —sepan o no de lo militar— en la estructura de conducción, para marginar a los peligrosos militares de todo lugar de decisión. O, como dijo una importante ex funcionaria en una reunión de gente implicada en la defensa vinculada al peronismo: “qué bueno que haya tantos civiles, solo faltan más mujeres” (le faltó agregar diversidades). De hecho, la preocupación debió haber sido opuesta: por qué casi no había militares en esa asamblea.
En la práctica, además del desarme, se implementaron políticas de género que pueden estar bien, pero se realizaron en forma agresiva (parecían para provocar y no alteraron nada significativo) y por gente que no entiende el ethos militar —aquí y en cualquier lugar del mundo— ni le interesa la cuestión militar dura. Quizás esto no tenga importancia, pero en el marco general es un dato.
En realidad, podríamos señalar que una política eficaz requiere que el más eficiente y comprometido con una política sea funcionario, tenga el origen que tenga. A quien escribe le resulta difícil encontrar la peligrosidad de un militar ministro. Pero el hecho de que estemos discutiendo este tema, contra lo esperado, crea esa peligrosidad, postulando contradicciones y enfrentamientos que enajenan a los uniformados del campo que quienes cuestionan dicen defender. Insisto: lo que es necesario en cualquier sistema que funcione es una conducción política del plano militar del Estado.
En definitiva, estas políticas que se encubren bajo el aura del control civil o del consenso respecto de las FFAA han dado por resultado el desarme argentino total y la alienación de los militares respecto de quienes se dicen nacionales y populares. De hecho, los aliena también de quienes pensamos distinto y los arroja al campo del enemigo.
Y aclaro, por último: de la última dictadura pasaron muchos años, y una cosa es castigar personas responsables de crímenes o entregas, y otra castigar a la nación dejando al país sin FFAA y castigando in eternum a generación tras generación de militares, responsables o no, amigos, descendientes, parientes, etc. Eso es preburgues.
Las FFAA son un instrumento fundamental del Estado, de su soberanía, de su voz en el campo de las relaciones internacionales. Un país sin FFAA es un perro que ladra sin cuerdas vocales. No puede garantizar su unidad territorial ni su proyección internacional marítima, aérea, etc. No puede resguardar sus recursos ni plantarse y decir que no a quienes lo desafíen. Y sin dudas no puede defender ningún reclamo territorial que alguien le dispute. Claro que las FFAA no son todo, ni suficiente, pero sí un engranaje indispensable. Salvo para quienes piensan que una votación de la ONU garantizará nuestros derechos.
El miedo y el rechazo, el marginamiento de cualquier función política relacionada con su especificidad, quizá sean una proyección en el Estado del dolor de las víctimas de la dictadura hecho política de Estado, o manipulado para hacerlo política de Estado. O quizá sea solo una actitud demagógica para sostener la unidad de un frente progresista con sectores medios vinculados a estos temas. Pero, sin dudas, no es una política de un proyecto nacional.
Después no preguntemos el porqué de nuestras desgracias. En el fondo, creo que la discusión planteada es la mejor para mantener el statu quo: mantener nuestra inserción subordinada en el plano internacional, negociada o arrastrada; indefensión nacional progre vs. alineamiento lamebotas al gran patrón. Una contradicción inexistente entre civiles y militares —no es la única discusión falsa— que distrae cómodamente ante una clientela electoral respecto de la contradicción principal que hace a nuestra independencia.
La verdad me entristece, porque hasta que no superemos esto no habrá salida.
